lunes, 25 de octubre de 2010

Continuacion

-Sus progresos han empezado a disminuir -añadió el doctor-. Se lo he dicho otras veces, pero parece que no lo entiende. El dolor es una señal que el cuerpo manda al cerebro diciéndole que algo va mal. El hecho de que le duela la rodilla no significaba que deba esforzarse más. Significa que debe aflojar. Sentarse. Darse un descanso. Si sigue excediéndose así, teniente, en agosto volverá a estar en una silla de ruedas.

-Nunca volveré a estar en una silla de ruedas, señor -a pesar de que había empleado la palabra «señor», el tono y la actitud de Zac daban a entender una palabra completamente distinta y mucho menos halagüeña.

-Si no quiere pasarse el resto de su vida sentado, será mejor que deje de castigar una articulación que ya está suficientemente dañada -replicó el doctor Ho-rowitz. Luego suspiró, respiró hondo y volvió a bajar la voz-. Mire, Zac, no quiero discutir con usted. ¿Por qué no se conforma con tenerse en pie? Puede caminar. Con bastón, claro, pero...

-Voy a correr -dijo Zac-. No pienso darme por vencido hasta que pueda correr.

-No puede correr -respondió sin rodeos Steven Horowitz-. Esa rodilla no puede con el peso de su cuerpo. Ni siquiera podrá estirarla del todo. Como máximo, conseguirá saltar a la pata coja, y con torpeza.

-Entonces necesito otra operación.

-Lo que necesita es seguir adelante con su vida.

-Mi vida exige que pueda correr -dijo Zac con vehemencia-. No conozco a muchos SEAL en servicio activo, que vayan por ahí con un bastón. ¿Usted sí? .

El doctor Horowitz sacudió la cabeza y miró a Joe en busca de ayuda. Pero Joe no dijo una palabra.

-Lleva cinco años entrando y saliendo de hospitales y centros de rehabilitación -dijo el médico a Zac-. Ya no es un chaval de veinte años, Zac. La verdad es que los SEAL ya no lo necesitan. Hay chicos recién salidos de los cursos de entrenamiento que le darían mil vueltas aunque pudiera correr. ¿De veras cree que los mandos van a querer que vuelva un tipo mayor y con una rodilla destrozada?

Zac mantuvo el semblante cuidadosamente inexpresivo.

-Muchas gracias, hombre -respondió con voz crispada mientras miraba por la ventana sin ver nada-. Agradezco su voto de confianza.

Joe se removió en su asiento.

-Lo que ha dicho Steve es duro de aceptar... y no del todo cierto -dijo-. Nosotros, los viejos, los que tenemos más de treinta años, poseemos una experiencia que les falta a los novatos, y que suele convertirnos en mejores SEAL. Pero tiene razón en una cosa: llevas media década fuera de servicio. No sólo tendrías que superar las desventajas físicas, como si no fueran suficientes. Tendrías que ponerte al día de los avances tecnológicos, aprender las nuevas directrices...

-Dése un respiro -insistió el doctor Horowitz. Prisco volvió la cabeza y lo miró directamente.

-No -dijo. Miró también a Joe-. Nada de respiros. No, hasta que pueda caminar sin bastón. No, hasta que vuelva a correr dos kilómetros en seis minutos.

El doctor levantó los ojos al cielo, exasperado, se levantó y echó a andar hacia la puerta.

-¿Dos kilómetros en seis minutos? Olvídelo. Es imposible.

Zac miró de nuevo por la ventana.

-Capitán, también dijo usted que no volvería a andar.

Horowitz se dio la vuelta.

-Esto es distinto, teniente. La verdad, la crea usted o no, es que los esfuerzos físicos a los que se está sometiendo, más que hacerle bien, están dañando su rodilla.

Zac no se volvió. Permaneció en silencio, mirando las flores que mecía suavemente la brisa.

-Como SEAL, puede dedicarse a otras cosas -añadió el doctor con más delicadeza-. Hay trabajos de oficina...

Zac se volvió bruscamente, enfurecido.

-Soy experto en diez modos distintos de combate, ¿y quiere convertirme en una especie de chupatintas?

-Zac...

Joe se puso en pie.

-Tienes que tomarte al menos algún tiempo para sopesar tus alternativas -dijo-. No digas que no hasta que te lo hayas pensado bien.

Zac lo miró con horror apenas disimulado. Cinco años atrás, solían bromear con la posibilidad de resultar heridos y acabar formando parte del personal de administración. Era un destino peor que la muerte, o eso habían dicho entonces.

-¿Pretendes que me piense si quiero convertirme en un funcionario? -dijo.

-Podrías aprender.

Zac sacudió la cabeza, lleno de incredulidad.

-Es perfecto, tío. ¿Me ves escribiendo en una pizarra? -sacudió de nuevo la cabeza, asqueado-. Creía que tú mejor que nadie entenderías por qué no puedo hacerlo.

-Seguirías siendo una SEAL -insistió Joe-. Tu única opción es ésa, o aceptar el retiro permanente. Alguien tiene que enseñar a sobrevivir a esos chavales. ¿Por qué no puedes ser tú?

-Porque yo he estado en plena acción -respondió Zac casi gritando-. Sé cómo son las cosas. Y quiero volver allí, quiero estar allí. Quiero actuar, no enseñar. ¡Maldita sea!

-La Armada no quiere perderte -dijo Joe con voz baja e intensa-. Han pasado cinco años y no ha vuelto a haber nadie en las unidades que te supere en el combate estratégico. Puedes marcharte, claro. Puede pasar el resto de tu vida intentando recuperar lo que tenías, encerrarte en tu casa y sentir lástima de ti mismo. O puedes transmitir tus conocimientos a las nuevas generaciones de SEAL.

3 comentarios:

AnGy dijo...

HOLA ME ENCANTA TU NOVE ...AUQUE UBIERAS SEGUIDO LA ANTERIOR PERO BUENO NO IMPORTA YO LEO LA QUE TU PONGAS OK??..BYE ..
PASATE POR LAS MIAS PLISSSSSSS XOXOXO KIS KISSS

dani1301 dijo...

que terco es zac
no entiende que no puede hacer lo que hacia antes
bueno me encanta tu nove
siguela prontito
bye

이지준 dijo...

mmmmm q ya aparesca
nessa siguela pero y nessa
please!!
esta buenisima
bye

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