domingo, 28 de noviembre de 2010

Capitulo 6

Capítulo 6
A Nessa le ardían las piernas cuando dobló la esqui¬na de la avenida Harris. Casi había llegado, ya sólo le quedaban quinientos metros de carrera, así que apretó el paso para cobrar velocidad.
Había una obra a una manzana y media del com¬plejo de apartamentos. Estaban construyendo otro restaurante de comida rápida... Justo lo que necesita¬ba el barrio, pensó.
Habían echado el hormigón para los cimientos y los trabajos habían parado temporalmente mientras se endurecía. La parcela estaba desierta. Varios camio¬nes de Construcciones A&B estaban aparcados en de¬sorden entre enormes montones de tierra removida y cascotes de asfalto.
Sobre uno de aquellos montones había sentada una niña pequeña, con la cara y la ropa manchadas de pol¬vo. Su pelo rojo relucía al sol.
Nessa se detuvo en seco.
Naturalmente, era Natasha. Parecía ajena a cuanto sucedía a su alrededor mientras escarbaba alegremen¬te en la tierra endurecida por el sol y cantaba una can¬ción.
Nessa intentó recuperar el aliento y pasó por debajo de la cinta amarilla que, supuestamente, impedía el paso a la obra.
-¿Natasha?
La niña la miró y sonrió.
-Hola, Nessa.
-Cariño, ¿sabe tu tío dónde estás?
-Está dormido -dijo Tasha, y siguió escarbando. Había encontrado una cuchara de plástico y un vaso de papel usado y lo estaba llenando de tierra y remo¬viéndolo como si fuera un café. Todas las partes de su piel que quedaban al descubierto estaban cubiertas de barro. Seguramente era una suerte, teniendo en cuenta que el sol calentaba tan fuerte que podría haberla que¬mado.
-Todavía es temprano. Se levantará más tarde. —Nessa miró su reloj.
-Tash, son casi las diez. Ya tiene que estar despier¬to. Seguramente se estará volviendo loco buscándote. ¿No te acuerdas de lo que te dijo sobre que no podías salir del patio, ni del piso, sin decírselo?
Tasha la miró.
-¿Cómo voy a decírselo si está dormido? -dijo con naturalidad-. Mamá siempre duerme hasta la hora de comer.
Nessa extendió las manos para ayudarla a bajar del montón de tierra.
-Vamos. Te acompaño a casa. A ver si Zac toda¬vía está dormido -la niña se levantó y Nessa la bajó al suelo-. Estás sucia, ¿no? —continuó cuando echaron a andar hacia el complejo de apartamentos-. Creo que te va a tocar bañarte.
Tasha se miró los brazos y las piernas.
-Ya me he bañado. Me he dado un baño de lodo. Las princesas siempre se dan baños de lodo, pero sólo uno al día.
-¿Ah, sí? -dijo Nessa-. Yo creía que las princesas siempre se daban baños con burbujas después de sus baños de lodo.
Tasha se quedó pensativa.
-Nunca me he dado un baño con burbujas.
-Es muy agradable -aseguró Nessa. Qué aspecto de¬bían presentar andando por la calle: una niña cubierta de barro y una adulta chorreando literalmente sudor-. Las burbujas te llegan hasta la barbilla.
Natasha agrandó los ojos.
-¿De verdad?
-Sí, y da la casualidad de que tengo un gel que hace un montón de espuma -dijo Nessa-. Puedes pro¬barlo cuando lleguemos a casa... a no ser que estés completamente segura de que no quieres tomar otro baño hoy...
-No, las princesas sólo se dan un baño de barro al día -le dijo Tasha muy seria-. Pero pueden darse un baño de barro y un baño de burbujas.
-Muy bien -Nessa sonrió cuando entraron en el pa¬tio.
El complejo de apartamentos estaba aún muy tran¬quilo. La mayoría de los vecinos se habían ido a tra¬bajar hacía horas. Aun así, los pocos niños que vivían en el edificio estaban de vacaciones. Nessa oyó un ruido lejano de aparatos de televisión y equipos de música. Tasha la siguió por las escaleras hasta el 2°C.
La puerta estaba entornada y Nessa llamó a la mos¬quitera.
-¿Hola? -dijo alzando la voz, pero no hubo res¬puesta. Llamó al timbre. Nada. Miró el cuerpo y las ropas cubiertas de barro de Natasha-. Será mejor que esperes aquí -Tasha asintió con la cabeza-. Pero aquí mismo, sin moverte -dijo Nessa con su mejor voz de profesora, señalando el recuadro de cemento que ha¬bía justo delante de la puerta de Zac-. Siéntate. Y no vayas a ninguna parte, ¿entendido, señorita?
La niña asintió de nuevo y se sentó.
Nessa abrió la puerta mosquitera y entró, pese a que tenía la impresión de estar cometiendo un allanamien¬to de morada. Las cortinas estaban echadas y el cuar¬to de estar en penumbra. La televisión seguía encendi¬da, pero el volumen estaba tan bajo que apenas se oía un murmullo. Hacía fresco, casi frío, como si el aire acondicionado estuviera funcionando al máximo para compensar el hecho de que la puerta estuviera ligera¬mente entreabierta. Nessa apagó el televisor al pasar.
-¿Hola? -dijo otra vez-. ¿Teniente Efron...? -el piso estaba en silencio como una tumba.
-Se va a enfadar si lo despiertas -dijo Tasha, que se había puesto de rodillas y tenía la nariz pegada a la mosquitera.
-Me arriesgaré -dijo Nessa, y tomó el pasillo que llevaba a las habitaciones.
Andaba, sin embargo, de puntillas. Cuando llegó al fondo del pasillo, echó un rápido vistazo al cuarto de baño y a la más pequeña de las dos habitaciones. Allí no había nadie. La puerta de la habitación más grande estaba entornada, y se acercó sin hacer ruido. Respiró hondo y empujó la puerta al tiempo que lla¬maba.
La cama de matrimonio estaba vacía.
En la penumbra, vio que las sábanas estaban re¬vueltas hasta formar un nudo. La manta se había caído al suelo y las almohadas estaban descolocadas, pero Zachary Efron no seguía tumbado allí.
Había pocos muebles en la habitación: sólo la cama, una mesilla de noche y una cómoda. La decora¬ción era espartana. Sobre la cómoda había únicamen¬te un montoncillo de monedas. No había efectos per¬sonales, ni baratijas, ni recuerdos. Las sábanas de la cama eran sencillas y blancas; la manta, de un tono beis claro. La puerta del armario estaba abierta, al igual que uno de los cajones de la pequeña cómoda. Cerca de ella, en el suelo, había varios macutos. La habitación tenía en su conjunto cierto aire de apatía, como si la persona que vivía en ella no tuviera interés por deshacer el equipaje ni colgar cuadros en las pare¬des para hacer suya la casa.
No había nada que diera a su morador una sensa¬ción de carácter propio, con excepción de un enorme montón de ropa sucia que parecía relucir en un rincón oscuro. Aquel montón y una botella de whisky casi vacía que había sobre la mesilla de noche eran las úni¬cas cosas reveladoras que había en el cuarto. La bote¬lla, al menos, hablaba por sí sola. Era similar a la que Zac había sacado la noche anterior... Sólo que la de la noche anterior estaba casi llena.
Con razón Tasha no había sido capaz de despertar¬lo.
Al final, sin embargo, él se había despertado y ha¬bía descubierto que la niña no estaba. Seguramente había salido en su busca, loco de preocupación.
Lo mejor que podían hacer era quedarse quietas. Zac volvería al cabo de un rato para ver si Natasha había regresado. Pero la idea de quedarse allí no re¬sultaba muy atractiva. Quizá sus pertenencias fueran tan impersonales que rozaban el mal gusto, pero de todos modos Nessa tenía la impresión de estar invadien¬do su intimidad.
Había dado media vuelta para salir cuando un des¬tello de luz en el armario cautivó su atención. Encen¬dió la lámpara del techo.
Era asombroso. Nunca, en toda su vida, había vis¬to nada parecido. Un uniforme naval colgaba en el armario blanco, reluciente y perfectamente planchado. Y, en la parte de arriba de la chaqueta, a la izquierda, había un montón de filas de medallas de colores. En¬cima de ellas se hallaba la causa del destello que había visto: un alfiler en forma de águila con las alas exten-didas, y un arma y un tridente en cada garra.
Nessa no lograba imaginar qué había hecho Zac para conseguir todas aquellas medallas. Pero, habien¬do tantas, de pronto comprendió algo con toda clari¬dad: Zachary Efron se había dedicado a su trabajo como nadie que ella conociera. Aquellas medallas lo decían tan claramente como si pudieran hablar. Si hu¬biera habido una o dos, Nessa habría dado por sentado que Zachary era un soldado valiente y capaz. Pero debía de haber más de diez de aquellas insignias de colores prendidas a su uniforme. Las contó rápidamente con el dedo. Diez... Once. Once medallas significaban sin duda que Zac había sobrepasado la llamada del de¬ber una y otra vez.
Nessa se volvió y, a la nueva luz de aquel descubri¬miento, la habitación le ofreció un aspecto enteramen¬te distinto. En lugar de ser la habitación de alguien que no se preocupaba por darle un toque personal, le parecía de pronto la de un hombre que nunca había te¬nido tiempo para tener una vida fuera de su peligrosa dedicación.
Incluso la botella de whisky tenía un aire diferen¬te. Parecía mucho más triste y desesperada que antes.
Además, la habitación no estaba del todo despro¬vista de efectos personales. Había un libro en el suelo, junto a la cama. Era una colección de relatos de J. D. Salinger. Salinger. ¿Quién lo hubiera creído?
-¿Nessa?
Natasha la estaba llamando desde la puerta del cuarto de estar. Nessa apagó la luz al salir de la habita¬ción de Zac.
-Estoy aquí, cariño, pero tu tío no está -dijo, y sa¬lió al cuarto de estar.
-¿No? -Tasha se levantó para apartarse de la puer¬ta mosquitera, que estaba abierta.
-¿Qué te parece si vamos a mi casa y te enseño ese gel de burbujas que tengo? -continuó Nessa, y cerró la pesada puerta de madera del 2°C-. Voy a escribir una nota a tu tío para que, cuando vuelva, sepa que estás en mi casa.
También llamaría a Thomas. Si estaba en casa, quizá quisiera salir a buscar a Zac para comunicar¬le que Natasha estaba a salvo.
-Vamos derechas al baño -dijo a Tasha cuando abrió su mosquitera y descorrió el cerrojo de su piso-. Te vamos a meter en la bañera ahora mismo, ¿de acuerdo?
Natasha se quedó atrás, con la cara manchada de barro y los ojos muy abiertos.
-¿Se va a enfadar Zac conmigo? —Nessa la miró.
-¿Te parecería muy mal que se enfadara?
Tasha puso cara de pena, sacudió la cabeza y esti¬ró los labios en aquella mueca inconfundible que ha¬cían los niños cuando estaban a punto de llorar.
-Estaba dormido.
-El que esté dormido no significa que puedas sal¬tarte las normas -le dijo Nessa.
-Iba a volver antes de que se despertara...
Aja. Nessa comprendió de pronto. La madre de Na¬tasha solía dormir sus borracheras hasta bien pasado el mediodía, sin saber, o incluso sin que le importara, lo que hacía su hija mientras tanto. Aquello equivalía a una desidia casi total y, obviamente, Tasha esperaba la misma actitud de Zac.
Algo iba a tener que cambiar.
-Si yo fuera tú -le aconsejó-, sería buena y estaría lista para decirle que lo sientes en cuanto vuelva a casa.


Zac vio desde el patio la nota pegada a la puerta de su casa.
Era un trozo de papel rosa, pegado a la parte de fuera de la mosquitera, y se movía empujado por las primeras rachas de una brisa de mediodía. Subió a toda prisa las escaleras, ignorando el dolor de su rodi¬lla, y arrancó la nota de la puerta.
«He encontrado a Natasha», decía con letra clara. Gracias a Dios. Zac cerró los ojos un momento y experimentó un intenso alivio. Había buscado por la playa durante casi una hora, aterrorizado ante la idea de que su sobrina hubiera olvidado las reglas y hubie¬ra vuelto a meterse en el mar. A fin de cuentas, si era capaz de saltarse la norma de no salir del piso sin avi¬sar, también podía saltarse la de no meterse sola en el agua.
Se había encontrado con un socorrista que le había contado que había oído decir que esa mañana, tempra¬no, el mar había arrojado a la playa el cuerpo de un niño de corta edad. A Zac había estado a punto de parársele el corazón.
Había pasado casi cuarenta y cinco minutos en un teléfono público, intentando comunicarse con los guardacostas para averiguar si aquel rumor era cierto.
Al final, había resultado que el cadáver que había arrojado la marea era el de una cría de foca. Pero, con el alivio de aquella noticia, había llegado también la certeza de que había malgastado un tiempo precioso. Y la búsqueda había empezado de nuevo.
Abrió los ojos y descubrió que había arrugado el papel rosa. Lo alisó para leer el resto.
«He encontrado a Natasha. Estamos en mi casa. Nessa».
Vanessa Hudgens. Había vuelto a salvarle el pellejo otra vez.
Apoyándose en su bastón, se acercó a la puerta de Nessa y vio su propia imagen reflejada en la ventana del cuarto de estar. Tenía el pelo de punta y parecía es¬conderse del sol tras sus gafas oscuras. Daba la impre¬sión de haber dormido con la camiseta puesta y, aun¬que no era así, había dormido, en cambio, con los pantalones cortos. Estaba hecho un desastre y se sen¬tía aún peor. Le dolía la cabeza desde que, al entrar en el cuarto de estar, había descubierto que Natasha ha¬bía vuelto a escaparse. No, en realidad, le dolía desde que había abierto los ojos. Pero el dolor se había he¬cho casi insoportable al descubrir que su sobrina se había marchado de nuevo sin permiso. Y seguía sien¬do poco menos que intolerable.
Llamó al timbre de todos modos, consciente de que, además del mal aspecto que ofrecía, tampoco olía muy bien. Su camiseta apestaba a destilería. No había sido muy cuidadoso esa mañana, al recogerla del suelo de su dormitorio para salir en busca de Tash. Con su mala suerte de costumbre, se había puesto pre¬cisamente la que había usado la noche anterior para limpiar el whisky que se le había derramado de un vaso.
La puerta se abrió y apareció Vanessa Hudgens como salida de las fantasías de un marinero. Llevaba pantalones de correr muy cortos, tanto que redefinían el significado de «corto», y una camiseta de deporte de media cintura que redefinía la palabra «tentación». Se había recogido el pelo hacia atrás en una trenza, y lo tenía aún mojado por el sudor.
-Está aquí, está a salvo -dijo a modo de saludo-. Está en la bañera, lavándose un poco.
-¿Dónde la encontraste? -Zac sentía la garganta seca y la voz le salía áspera y rasposa.
Nessa miró hacia el interior de su piso y levantó la voz.
-¿Qué tal vas, Tasha?
-¡Bien! -contestó la niña alegremente. Nessa abrió la puerta mosquitera y salió.
-En la avenida Harris -dijo a Zac-. Estaba en la avenida Harris, jugando con la arena de una obra...
-¡Maldita sea! ¿Qué diablos cree que está hacien¬do? ¡Tiene cinco años! No debería andar por ahí sola o... ¡Santo Dios, jugar en una obra! -Zac se pasó una mano por la cara e intentó controlar su ira-. Sé que gritarle no va a servir de nada... -se forzó a bajar la voz, respirar hondo e intentar liberar toda la frustra¬ción, la rabia y la angustia que había sentido durante las horas anteriores-. No sé qué hacer -reconoció-. Me ha desobedecido con todo descaro.
-Ella no lo ve así -le dijo Nessa.
-Le dije que no saliera sin decírmelo. Y que se quedara en el patio.
-En su opinión, nada de eso vale si mamá, o el tío Zac, no pueden levantarse de la cama por la maña¬na -Nessa fijó en él una mirada firme. Sus ojos eran más verdes que marrones a la luz brillante del sol-. Me dijo que creía que estaría de vuelta antes de que te despertaras.
-Una norma es una norma... -comenzó a decir Zac.
-Ya, y su norma -lo interrumpió Nessa- es que, si tú te emborrachas, ella está sola.
El dolor de cabeza de Zac se hizo más intenso. Apartó los ojos, incapaz de sostenerle la mirada. Nessa, sin embargo, no lo miraba con reproche. No había nada ni remotamente acusador en sus ojos. De hecho, tenían una expresión sumamente tierna que suavizaba la dureza de sus palabras.
-Lo siento -murmuró-. Eso ha estado de más. —Él sacudió la cabeza, sin saber si le estaba dando la razón o quitándosela.
-¿Por qué no entras? -dijo Nessa, y le abrió la mos¬quitera.
El piso de Nessa parecía de un planeta distinto al de Zac. Era espacioso y diáfano, con una moqueta de color marrón claro, sin manchas, y muebles de bambú pintados de blanco. Las paredes estaban recién pinta¬das y limpias y había por todas partes plantas cuyas enredaderas se entrelazaban por el techo colgadas de un sistema de ganchos. Una música suave sonaba en el estéreo. Zac reconoció la voz ronca, con influen¬cias del blues tejano, de Lee Roy Parnell.
Había cuadros colgados en las paredes: hermosas acuarelas azules y verdes del mar, y figuras coloridas, caprichosas y llenas de ritmo, de gente caminando por la playa.
-Mi madre es pintora -dijo Nessa, que había segui¬do su mirada-. La mayoría son suyos.
Otro cuadro mostraba la playa antes de una tor¬menta. Transmitía la amenazadora energía del viento y el agua, del cielo oscuro y ominoso, de las olas em¬bravecidas, de las palmeras agitadas por el vendaval... De la naturaleza en su faceta más sobrecogedora.
-Es buena -dijo Zac. Nessa sonrió.
-Lo sé -levantó la voz-. ¿Qué tal en el país de la espuma, Natasha?
-¡Bien!
-Mientras estaba en la calle, jugando en la tierra, se dio un baño de lodo, como una princesa rusa -con una sonrisa irónica, Nessa condujo a Zac a su minúscula co¬cina. Era exactamente como la de él... y no se parecía en nada. Imanes de todas las formas y colores cubrían la nevera. Sostenían fotos de personas sonrientes, notas, cupones y horarios de cines. Suspendidas del techo con alcayatas, había cestas de alambre con fruta fresca. So¬bre la encimera, junto al teléfono, había una taza de café en forma de vaca con birrete de graduación, llena de bo¬lígrafos y lapiceros. La habitación estaba repleta de pe¬queños detalles que recordaban a Nessa.
-He conseguido convencerla de que la verdadera realeza siempre se daba un baño de burbujas después de un baño de lodo.
-Bendita seas -dijo Zac-. Y gracias por traerla a casa.
-Ha sido una suerte que saliera a correr por ese ca¬mino -Nessa abrió la nevera-. Suelo hacer una ruta más larga, pero esta mañana me pesaba el calor -miró a Zac-. ¿Té con hielo, limonada o un refresco?
-Algo con cafeína, por favor -contestó él.
-Hmm -dijo Nessa, y sacó del fondo de la nevera una lata de cola. Se la dio-. ¿La quieres con dos aspi¬rinas o tres?
Zac sonrió. Era una sonrisa torcida, pero una sonrisa a fin y al cabo.
-Con tres. Gracias.
Ella señaló la mesita que había al fondo de la coci¬na y Zac se sentó en una de las dos sillas. Nessa tenía un servilletero con forma de cerdo y un salero y un pi¬mentero que semejaban aeroplanos. Allí también ha¬bía plantas por todas partes y, justo encima de él, de-lante de la ventana que daba al aparcamiento, un delicado móvil sonoro. Zac alargó el brazo y lo rozó con un dedo. Tenía un sonido tan frágil y etéreo como su aspecto.
Las puertas de los armarios de las cocinas habían sido sustituidas hacía poco tiempo por otras de madera clara. La encimera blanca y reluciente también parecía nueva. Pero Zac sólo le dedicó una mirada de sosla¬yo. Miró, en cambio, a Nessa cuando se puso de puntillas para sacar de uno de los armarios un frasco de aspiri¬nas. Era una mezcla fulgurante de músculos y curvas. Zac no pudo apartar la mirada ni siquiera cuando ella se dio la vuelta. Genial, justo lo que Nessa necesitaba. Un fracasado mirándola con lascivia en su propia cocina. Zac notó su mirada de inquietud y recelo.
Ella dejó el frasco de aspirinas delante de él, sobre la mesa, se excusó murmurando que iba a ver qué ha¬cía Natasha y desapareció.
Zac se apretó el refresco frío contra la frente. Cuando Nessa volvió, llevaba puesta una camiseta so¬bre la ropa de correr. Ayudaba, pero no mucho.
Él se aclaró la garganta. Hacía un millón de años, se le había dado bien charlar.
-Bueno... ¿y cuánto corres? -santo Dios, parecía un idiota.
-Unos seis kilómetros -respondió ella, y volvió a abrir la nevera para sacar una jarra de té frío. Se sirvió un vaso-. Pero hoy sólo he hecho cinco.
-Hay que tener cuidado, con este calor -cielos, ¿podía haber comentario más flojo? ¿«Flojo»? Sí, ésa era la palabra perfecta para describirlo a él, en más de un sentido.
Nessa asintió con la cabeza y se volvió para mirarlo, recostada en la encimera. Bebió un sorbo de té.
-Entonces... tu madre es pintora.
Nessa sonrió. Dios, tenía una sonrisa preciosa. ¿De veras había pensado dos días antes que era una sonri¬sa bobalicona?
-Sí -dijo ella-. Tiene un estudio cerca de Malibú. Allí vivíamos.
Zac asintió con la cabeza. Se suponía que, llegados a aquel punto, le tocaba a él decirle de dónde procedía.
-Yo me crié aquí mismo, en San Felipe, el sobaco de California.
La sonrisa de Nessa se hizo más intensa.
-Los sobacos sirven para algo... Y no es que esté de acuerdo contigo y crea que San Felipe lo es.
-Estás en tu derecho de opinar -dijo él con un en¬cogimiento de hombros-. Para mí, San Felipe será siempre un sobaco.
-Pues vende tu piso y múdate a Hawai.
-¿De allí es tu familia? -preguntó él. Ella miró su vaso.
-Si te digo la verdad, no lo sé. Puede que tenga sangre hawaina o polinesia, pero no estoy segura.
-¿Tus padres no lo saben?
-Me adoptaron en una agencia internacional. Los archivos eran extremadamente esquemáticos -lo miró-. Pasé por una fase en la que, ya sabes, intenté encontrar a mis padres biológicos.
-No siempre merece la pena encontrarlos. A mí me habría ido mejor sin conocer a los míos.
-Lo siento -dijo Nessa en voz baja-. En otra época te habría dicho que no podías decir eso en serio, o que no podía ser cierto. Pero llevo más de cinco años dan¬do clases en un instituto y soy muy consciente de que la mayoría de la gente no tiene la clase de infancia o la clase de padres que he tenido yo -sus ojos eran una bella mezcla de marrón y verde, y de compasión-. No sé por lo que habrás pasado, pero... lo siento.
-Tengo entendido que enseñar en un instituto es muy peligroso hoy en día, con tantas armas y drogas, y tanta violencia -dijo Zac en un intento desespera¬do por desviar la conversación de aquel terreno oscu¬ro y demasiado íntimo-. ¿No te entrenaron como a un comando cuando empezaste a trabajar?
Nessa se echó a reír.
-No, tenemos que arreglárnoslas solos. Nos arro¬jan indefensos a los lobos, por decirlo así. Algunos profesores lo compensan convirtiéndose en auténticos sargentos de hierro. Pero yo he descubierto que el re¬fuerzo positivo funciona mucho mejor que el castigo -bebió otro sorbo de té frío mientras lo miraba pensa¬tivamente por encima del borde del vaso-. De hecho, deberías tenerlo en cuenta cuando hables con Natasha.
Zac sacudió la cabeza.
-¿Qué? ¿Darle una galleta por escaparse? No creo.
-¿Y qué clase de castigo crees que le hará efecto?-insistió Nessa-. Piénsalo. La pobre ya ha sufrido el peor castigo que puede sufrir un niño de cinco años: su madre se ha ido. Seguramente no puedes quitarle nada más que le importe. Puedes gritarle y hacerla llo¬rar. Incluso puedes asustarla y conseguir que te tenga miedo, y tal vez causarle pesadillas. Pero, si la recom¬pensas cuando cumpla las normas, si lo valoras y haces que se sienta como si fuera un tesoro, se dará cuenta mucho antes.
Él se pasó los dedos por el pelo.
-Pero no puedo hacer como si lo de esta mañana no hubiera sucedido.
-Es difícil -reconoció Nessa-. Tienes que conseguir un equilibrio: hacer que la niña comprenda que su comportamiento es inaceptable y, al mismo tiempo, no recompensar su mala conducta prestándole dema¬siada atención. Los niños que suelen portarse mal lo que están haciendo, en realidad, es reclamar atención. Es el modo más fácil de conseguir que un padre o un maestro se fije en ellos.
Zac se obligó a sonreír de nuevo.
-Sé de algunos presuntos adultos que funcionan del mismo modo.
Nessa miró con curiosidad al hombre sentado a la mesa de su cocina. Era asombroso. Parecía haber pa¬sado la noche en un banco del parque y, sin embargo, ella seguía encontrándolo atractivo. ¿Qué aspecto ten¬dría, se preguntaba, recién afeitado, limpio y vestido con el uniforme que había visto en su armario?
Seguramente el de alguien a quien se esforzaría por evitar. Nunca la habían impresionado los unifor¬mes. Y no era probable que empezaran a impresionar¬la ahora.
Pero, aun así, todas aquellas medallas...
Dejó su vaso vacío y se apartó de la encimera.
-Voy a sacar a Tasha de la bañera -le dijo-. Seguramente tendréis cosas que hacer. Me ha dicho que prometiste llevarla a comprar muebles para su cuarto.
-Sí -Zac asintió y se levantó torpemente-. Gra¬cias otra vez por traerla a casa.
Nessa sonrió y se fue por el pasillo hacia el cuarto de baño. Teniendo en cuenta lo mal que habían empeza¬do, al final habían conseguido tener una relación de vecinos bastante agradable.
Una agradable relación de vecinos... Eso era jus¬tamente lo que iba a haber entre ellos, nada más. A pe¬sar de que aquel hombre tuviera la capacidad de hacer arder su sangre con una sola mirada. A pesar de que le gustara más cada vez que se veían, ella iba a mantener cuidadosamente las distancias.
Porque, cuantas más cosas sabía sobre su vecino, más se convencía de que eran polos opuestos.




CHICAS, HABIA EDITADO YA EL TEXTO, PERO HUBO UN ERROR AL SUBIRLO Y LO TUVE QUE VOLVER A PEGAR, DISCULPEN POR COMO ESTA AHORA, LA VERDAD ESQUE YA NO TENGO TIEMPO PARA VOLVERA EDITARLO(: ESPEOR Y NO SE MOLESTEN:*

domingo, 21 de noviembre de 2010

Capítulo 5

-Bueno, Tash -gritó Zac desde el rellano del segundo piso, donde por fin había acabado de sujetar el armazón a la barandilla-. ¿Lista para una prueba de velocidad?

La niña asintió con la cabeza y él soltó la manivela y bajó la cuerda hacia ella.

La idea se le había ocurrido mientras estaban en la tienda de comestibles. No iba a poder subir las bolsas de la compra por las escaleras, hasta su piso de la segunda planta. Y Tasha, aunque intentaba ayudar cuando no se escapaba por ahí, no podría subir los dos tramos de empinadas escaleras cargada con toda la comida que necesitaban. Podía llevar quizá una o dos bolsas ligeras, pero nada más.

Él era experto en tácticas de guerra no convencionales. Podía inventar soluciones alternativas para casi cualquier situación, incluida ésa. Naturalmente, aquello no era la guerra, lo cual lo hacía todo mucho más fácil. Fuera lo que fuese lo que se le ocurriera, no iba a tener que llevarlo a la práctica bajo el fuego enemigo.

No le había costado mucho tiempo dar con una solución. Tasha y él se habían pasado por la ferretería del barrio y habían comprado lo necesario para fabricar una polea casera. Él podía haber subido fácilmente las cosas hasta el segundo piso con ayuda de una cuerda, pero con una manivela y unas poleas, Natasha también podría hacerlo.

Las bolsas de plástico llenas de alimentos estaban en el suelo, justo bajo la cuerda a la que Zac había atado un gancho.

-Engancha la cuerda a una de las bolsas -ordenó a su sobrina, inclinado sobre la barandilla-. Métela por las asas. Eso es.

Nessa Hudgens lo estaba observando.

Zac había notado su presencia desde el instante en que Tash y él se habían bajado del taxi con todas sus compras. Nessa volvía a estar en su jardín, haciendo Dios sabía qué, y lo miraba por el rabillo del ojo.

Lo había observado mientras él cambiaba los congelados y la comida perecedera a una mochila que había comprado y la llevaba dentro.

Lo había observado mientras hacía lo mismo con lo que había comprado en la ferretería, y mientras lo colocaba todo en el descansillo del segundo piso.

Lo había observado mientras se agachaba torpemente para sentarse en las escaleras con su caja de herramientas y se ponía manos a la obra.

No le había quitado ojo, pero había procurado en todo momento que él no la sorprendiera mirándolo.

De todos modos, él sentía sus ojos siguiéndolo. Y olía su presencia.

Dios, fuera lo que fuese lo que les había pasado en la playa... Zac sacudió la cabeza lleno de incredulidad. Fuera lo que fuese, quería más. Mucho más. Nessa lo había mirado y él se había sentido atrapado en un asombroso torbellino de instinto animal. Había sido incapaz de resistirse a tocarla, no dejaba de pensar en dónde habría ido a parar aquella gota de sudor que se había perdido bajo su camiseta. No hacía falta mucha imaginación para verla deslizarse lentamente entre sus pechos, hasta el suave hueco de su ombligo.

Después de aquello, le habían dado ganas de lanzarse a por todas. Casi se había preguntado si no habría subestimado gravemente las notitas con caras sonrientes.

Pero había visto la mirada perpleja de Vanessa. La atracción que había surgido entre ellos la había pillado desprevenida. No la deseaba, ni lo deseaba a él. Ciertamente, no para un solo encuentro sexual, por apasionado que fuera, y menos aún para algo a más largo plazo.

Lo cual no era una sorpresa.

-¡No puedo! -gritó Natasha a Zac con cara de preocupación.
Nessa se había mantenido al margen desde que habían llegado a casa. No había vuelto a ofrecerse a ayudarles. Pero ahora se levantó, incapaz de ignorar la nota de angustia que había en la voz de Tasha.

-¿Puedo ayudarte con eso, Natasha? -preguntó directamente a la pequeña. Ni siquiera se molestó en mirar a Zac.

Él se enjugó el sudor de la cara mientras veía retroceder a Tasha y colgar a Nessa las asas de la bolsa de plástico en el gancho. Debía haber cerca de treinta grados a la sombra, pero cuando Nessa por fin levantó la vista hacia él, pareció soplar una ráfaga de aire helado.
Ella intentaba comportarse como si no tuviera el menor interés en él. Sin embargo, se había pasado la hora y media anterior observándolo. ¿Por qué?

Tal vez, fuera lo que fuese lo que atraía constantemente la mirada de Zac hacia ella, lo que había hecho que se golpeara el pulgar con el martillo innumerables veces, lo que hacía tensarse cada músculo de su cuerpo cuando pensaba en ella, fuera lo que fuese aquella sensación incontrolable..., tal vez ella también la sintiera. Era lujuria y deseo multiplicados por mil y transformados en algo mucho más poderoso.

Zac no quería tener nada que ver con ella. No quería complicarse la vida, no quería líos, no quería sufrir. Y sin embargo, al mismo tiempo, la deseaba desesperadamente. La deseaba más de lo que había deseado nunca a una mujer.

Si hubiera sido asustadizo, habría sentido pánico.

-Será mejor que nos apartemos -advirtió Nessa a Tasha cuando Zac empezó a girar la manivela.

La bolsa subió fácilmente, abultada y tensa por el peso. Pero luego, como a cámara lenta, el fondo cedió y su contenido se estrelló contra el suelo.

Zac soltó una maldición cuando un paquete de seis botellas de cerveza se hizo añicos y su contenido se mezcló con el zumo de arándanos de un recipiente de dos litros, cuatro tomates aplastados y un aguacate que nunca más vería la luz del día. Por suerte, la barra de pan italiano que también iba en la bolsa había rebotado y se había salvado del desastre.

Nessa miró aquel desaguisado y luego a Zachary Efron. Él, que había cortado en seco su letanía de improperios, se levantó en silencio, con la boca tensa y los ojos llenos de una desesperación mucho más honda de lo que exigía la situación.

Nessa comprendió, sin embargo, que, al mirar la acera del patio por encima de la barandilla, Zachary Efron veía mucho más que aquel destrozo. Sabía que estaba viendo su vida, tan hecha añicos como aquellas botellas de cerveza. Aun así, él respiró hondo y se obligó a sonreír a Natasha, que lo miraba con los ojos muy abiertos.

-Vamos bien -dijo mientras volvía a bajar la cuerda-. Estamos a punto de conseguir un éxito impresionante -empezó a bajar las escaleras, apoyado en el bastón-. ¿Y si intentamos poner dos bolsas, una dentro de la otra? ¿O una bolsa de papel dentro de una de plástico?

-¿Y bolsas de tela? -sugirió Nessa.

-Apártate de los cristales rotos, Tash -advirtió Zac a su sobrina-. Sí, unas bolsas de tela estarían bien, pero no tengo ninguna.

«Zachary», pensó Nessa. ¿Cuándo había dejado de ser Efron para convertirse en Zachary? ¿Cuando había mirado a su sobrina y, pese a su dolor, había sonreído, o había sido antes, en el aparcamiento de la playa, cuando había estado a punto de hacerla arder con una sola mirada?

Nessa subió las escaleras y pasó a su lado. De pronto era extremadamente consciente de que él se había quitado la camisa hacía casi una hora. Incluso de lejos le había resultado difícil no fijarse en su piel tersa y bronceada y sus músculos duros. De cerca, le era imposible no mirarlos.

Él llevaba solamente un bañador suelto, de colores vivos, que le quedaba caído sobre las caderas estrechas. Los músculos de su estómago parecían una tabla de lavar, y su piel sudorosa relucía. El otro tatuaje de su bíceps era una serpiente marina, no una sirena, como Nessa había creído al principio.

-Tengo unas bolsas -dijo ella, y escapó a la frescura de su apartamento. Se detuvo un momento para tomar aire, temblorosa. ¿Qué tenía aquel hombre que hacía palpitar su corazón el doble de rápido? Zachary Efron la intrigaba: eso no podía negarlo. Y exudaba una sexualidad salvaje y apenas domada que conseguía cautivarla constantemente. Sí, era sexy. ¿Y qué? Era guapísimo. Se esforzaba por superar un montón de problemas graves, y aquello le daba un aire trágico y fascinante. Pero ésos nos eran los criterios que ella solía usar para decidir si iniciaba o no una relación sexual con un hombre.

El hecho era que no iba a acostarse con él, se dijo con firmeza. Probablemente no, desde luego. Hizo girar los ojos con fastidio. ¿Probablemente no?

Tenía que ser la luna llena lo que la hacía sentirse así. O, como decía su madre, quizá los planetas se hubieran alineado formando una extraña conjunción que la hacía cada vez más temeraria. O quizá fuera que, como se estaba acercando a los treinta, su cuerpo estaba cambiando y liberaba hormonas en cantidades que ella no podía segur ignorando.

Fuera cual fuese el motivo -místico o científico-, lo cierto era que no se acostaría con un desconocido. Lo que pasara entre ellos, no ocurriría hasta que hubiera tenido ocasión de conocer mejor a aquel hombre. Y tenía la impresión de que, cuando llegara a conocerlo y estuviera al corriente de su vasta colección de problemas físicos y psicológicos, no le resultaría muy difícil mantenerse alejada de él.

Sacó del armario sus bolsas de tela y volvió a salir. Zac estaba agachado en la acera, intentando recoger los desperdicios.

-Espera, Zachary. No recojas los cristales -dijo ella-. Tengo guantes de trabajo y una pala que puedes usar para limpiarlos -no se atrevió a ofrecerse a hacerlo en su lugar. Sabía que se negaría-. Voy por ellos. Ten, toma esto.

Tiró las bolsas por encima de la barandilla y él las agarró sin apenas esfuerzo mientras ella volvía a entrar.

Zac miró el mensaje impreso en las bolsas que le había lanzado Nessa e hizo girar los ojos. Naturalmente, tenía que ser algo político. Sacudió la cabeza, se sentó en la hierba y empezó a meter la comida que había quedado intacta en las bolsas de tela.

-«¿No sería bonito que la educación estuviera del todo subvencionada y que el gobierno tuviera que organizar una venta de tartas para comprar un bombardero?» -dijo, citando el mensaje de las bolsas, cuando Nessa volvió a bajar las escaleras.

Ella llevaba una bolsa de basura de plástico, un par de guantes de trabajo y algo que se parecía sospechosamente a un recogedor de excrementos de perro. Le lanzó una sonrisa de soslayo.

-Sí -dijo-. Sabía que te gustaría.

-Me metería encantado en una larga discusión acerca de la ignorancia del civil medio acerca de los gastos militares -repuso él-, pero ahora mismo no me apetece.

-¿Qué te parece si yo hago como que no acabas de llamarme ignorante y tú haces como si yo no creyera que eres un militarista y tonto de remate? -replicó ella con demasiada dulzura.

Zac tuvo que echarse a reír. Su voz era profunda y grave. Apenas podía recordar cuándo había sido la última vez que se había reído así. Seguía sonriendo cuando la miró.

-Me parece justo -dijo-. Y quién sabe..., puede que los dos nos equivoquemos -Nessa le sonrió, pero su sonrisa era indecisa y recelosa-. No te he dado las gracias por ayudarme esta mañana -añadió él-. Siento haberme puesto...

Nessa lo miró y esperó a que acabara la frase. ¿Antipático? ¿Nervioso? ¿Furioso? ¿Inoportuno? ¿Demasiado sexy? Se preguntaba por qué se estaba disculpando exactamente.

-Grosero -concluyó él por fin, y miró a Natasha.

La niña estaba tumbada de espaldas a la sombra de una palmera. Miraba el cielo a través de sus dedos extendidos y de las hojas y cantaba una canción ininteligible y probablemente improvisada.

-No sé qué hacer -reconoció con otra sonrisa ladeada-. No sé cómo ocuparme de un niño y... -se encogió de hombros-. Aunque supiera, psicológicamente no estoy en mi mejor momento, ¿sabes?

-Lo estás haciendo muy bien. —La mirada que él le lanzó estaba cargada de buen humor e incredulidad.

-Llevaba menos de media hora a mi cargo y he estado a punto de perderla -cambió de postura, intentando ponerse más cómodo, e hizo una pequeña mueca al sentir dolor en la pierna-. Mientras volvíamos a casa le dije que teníamos que establecer unas cuantas normas, cosas básicas, como que me avisara si iba a salir del piso y que jugara dentro del patio. Me miraba como si le hablara en francés -se detuvo y volvió a mirar a la niña-. Sharon no le ha puesto ninguna norma. Ha dejado que la niña vaya donde quiera y cuando quiera. No estoy seguro de que lo que le he dicho haya servido de algo.

Se incorporó apoyándose en el bastón y llevó una de las bolsas de tela llenas hasta el gancho y la cuerda, esquivando el charco de cristales rotos, cartón mojado y zumo de arándanos mezclado con cerveza.

-Tienes que darle tiempo, Zacchary -dijo Nessa-. Recuerda que vivir aquí, sin su madre, tiene que ser tan nuevo y raro para ella como para ti.

Él se volvió para mirarla mientras sujetaba las asas de tela al gancho.

-¿Sabes? -dijo-, la gente no suele llamarme Zachary. Soy Zac. Hace años que me llaman así -empezó a subir las escaleras-. Bueno, Sharon, mi hermana, me llama Zachary, pero todos los demás me conocen por Zac, desde mi compañero de zambullida a mi CJ. - Miró a Nessa. Ésta seguía de pie en el patio, observándolo sin esconderse. Su ropa de trabajar en el jardín estaba casi tan sucia como la suya, y varios mechones de su pelo largo y oscuro habían escapado de su coleta. ¿Cómo era posible que él se sintiera como un despojo empapado en sudor y que ella estuviera tan guapa?

-¿Tu C.J.? -repitió ella.

-Comandante en jefe -explicó él, y empezó a girar la manivela.

La bolsa subió y, esta vez, llegó hasta el segundo piso.

Nessa aplaudió y Natasha se acercó e hizo varias volteretas en la hierba para celebrarlo.

Zac estiró el brazo por encima de la barandilla, levantó la bolsa y la dejó en el descansillo, a su lado.

-Baja la cuerda. Voy a enganchar la que queda -dijo Nessa.

La segunda subió con la misma facilidad.

-Vamos, Tash. Sube y ayúdame a guardar todas estas cosas -dijo Zac, y la pequeña subió corriendo las escaleras. Él se volvió para mirar a Nessa-. Enseguida bajo a limpiar todo eso.

-¿Sabes, Zachary?, no tengo nada mejor que hacer y puedo...

-Zac -la interrumpió él-, no Zachary. Y voy a limpiarlo yo, no tú.

-¿Te importa que te llame Zachary? Quiero decir que, después de todo, es tu nombre...

-Sí, me importa. No es mi nombre. Zac es mi nombre. Me convertí en Zac al unirme a los SEAL -su voz se hizo más suave-. Zachary no es nadie.

Zac se desesperó al oír un grito espeluznante.

Rodó de la cama, cayó al suelo y buscó a tientas su arma antes de despertarse del todo. Pero no tenía ningún arma de fuego escondida bajo la almohada, ni junto a la cama: las había guardado todas con llave en el armario. No estaba en la jungla, en una misión peligrosa, echando una sueñecito antes de entrar en combate. Estaba en su cuarto, en San Felipe, California, y el ruido que lo había sacado de la cama procedía de las poderosas cuerdas vocales de su sobrina de cinco años, que supuestamente dormía a pierna suelta en el sofá del cuarto de estar.

Zac se acercó a trompicones a la pared y encendió la luz. Recogió su bastón, abrió la puerta y echó a andar por el pasillo en dirección al cuarto de estar.

Vio a Natasha a la luz de su dormitorio, que iluminaba tenuemente el pasillo. Estaba llorando, sentada en el sofá, entre las sábanas revueltas, con el pelo enmarañado por el sudor.

-Eh -dijo Zac-, ¿qué demo...? ¿Qué pasa, Tash?
La niña no contestó. Siguió llorando. Zac se sentó junto a ella, pero Natasha no paraba de llorar.

-¿Quieres un abrazo o algo? -preguntó, y ella negó con la cabeza y siguió sollozando-. Mmm –dijo Zac, sin saber qué hacer ni qué decir. En ese momento, llamaron a la puerta-. ¿Quieres ir a abrir? -le preguntó a Natasha. Ella no respondió-. Entonces supongo que me toca ir a mí -dijo, y descorrió el cerrojo y abrió la pesada puerta de madera.

Nessa estaba al otro lado de la mosquitera. Llevaba puesto un albornoz blanco y tenía el pelo suelo alrededor de los hombros.

-¿Va todo bien?

-No, no estoy asesinando ni torturando a mi sobrina -contestó Zac en tono tajante, y cerró la puerta. Pero volvió a abrirla enseguida y abrió la mosquitera-. No sabrás por casualidad dónde tiene Tash el interruptor de encendido y apagado, ¿verdad?

-Esto está muy oscuro -dijo Nessa al entrar-. Quizá deberías encender todas las luces para que vea dónde está.

Zac encendió la luz del techo... y se dio cuenta de que estaba delante de su sobrina y de su vecina vestido únicamente con los calzoncillos nuevos, blancos, ceñidos y prácticos que se había comprado durante su segunda visita del día anterior al supermercado. Menos mal que los había comprado, o seguramente habría estado desnudo.

Ya fuera por la claridad repentina o por verlo en ropa interior, el caso fue que Natasha dejó de llorar inmediatamente. Seguía sollozando y todavía tenía los ojos llenos de lágrimas, pero su gemido, parecido a una sirena, había cesado.

Nessa se quedó pasmada al verlo, pero decidió comportarse como si visitar a un vecino que estaba en calzoncillos fuera lo más natural del mundo. Se sentó en el sofá, junto a Tasha, y le dio un abrazo. Zac se disculpó y volvió a su habitación para ponerse unos pantalones cortos.

En realidad, no era para tanto. Lucky O'Donlon, su compañero de zambullidas y mejor amigo en la unidad de los SEAL, le había comprado en la Costa Azul un tanga de baño que le cubría mucho menos que esos calzoncillos. Aunque, naturalmente, ni muerto se habría puesto aquella minúscula prenda.

Se puso los pantalones cortos y volvió al cuarto de estar.

-Tiene que haber sido una pesadilla horrible -oyó que le decía Nessa a Tasha.

-Me caía en un agujero grande y negro -dijo Tash con una vocecilla, entre hipo e hipo-. Y chillaba, chillaba y chillaba y veía a mi mamá arriba, pero no me oía. Tenía cara de enfadada y se iba. Y luego empezaba a subir el agua y me tapaba la cabeza y yo sabía que me iba a ahogar.

Zac comenzó a maldecir para sus adentros. No estaba seguro de poder aliviar el miedo de Natasha al abandono, pero haría lo posible por asegurarse de que no tuviera miedo al mar. Se sentó junto a ella en el sofá y la niña se subió a su regazo. Zac sintió que el corazón le daba un vuelco cuando su sobrina le rodeó el cuello con los brazos.

-Mañana por la mañana empezaremos tus clases de natación, ¿de acuerdo? -dijo con voz áspera mientras intentaba ocultar la emoción que de pronto le cerraba la garganta.

Natasha asintió con la cabeza.

-Cuando me desperté, estaba muy oscuro. Y alguien había apagado la tele.

-La apagué yo cuando me fui a la cama -dijo Zac. Ella levantó la cabeza y lo miró. Tenía la punta de la nariz rosa y la cara húmeda por las lágrimas.

-Mamá siempre la deja encendida. Así no se siente sola.

Nessa miraba a Zac por encima de los rizos rojos de Tasha. Intentaba refrenar su lengua, pero saltaba a la vista que tenía algo que decir.

-¿Por qué no te das una carrera hasta la letrina?-preguntó él a Tasha.

Ésta asintió y se bajó de un salto de sus rodillas.

-La letrina es el cuarto de baño en un barco -informó la niña a Nessa mientras se limpiaba la nariz húmeda con la mano-. Antes de irnos a la cama, Zac y yo jugamos a que estábamos en un barco pirata. El era el capitán.

Nessa intentó disimular su sonrisa. Así que aquél era el origen de los extraños sonidos que había oído en el apartamento de Zac a eso de las ocho.

-También hemos jugados a los príncipes rusos-añadió la pequeña.

Zac se sonrojó: sus pómulos prominentes se tiñeron de un delicado tono de rosa.

-Son más de las dos de la madrugada, Tash. Date prisa. Y lávate la cara y suénate la nariz, ya que vas al baño.

-«Ron, ron, ron, la botella de ron» -entonó Nessa cuando la niña desapareció por el pasillo.

El rubor no desapareció, pero Zac la miró fijamente a los ojos.

-Estoy sentenciado, ¿verdad? -dijo con resignación-. Vas a burlarte de mí hasta el fin de los tiempos. —Nessa sonrió.

-Tengo la sensación de tener un arma poderosa -reconoció, y añadió-: Majestad. ¿O has dejado que Natasha fuera por una vez la princesa?

-Muy graciosa.

-Lo que habría dado por ser una mosca en la pared...

-Tiene cinco años -intentó explicar él, y se pasó una mano por el pelo despeinado-. No tengo ni un solo juguete en casa. Ni ningún libro, aparte de los que estoy leyendo... que no son muy apropiados. Ni siquiera tengo papel y lápices para dibujar... —Ella había ido demasiado lejos con sus bromas.

-No tienes por qué explicarte. La verdad es que me parece increíblemente tierno. Sólo que es... sorprendente. No pareces muy fantasioso.

Zac se inclinó hacia delante.

-Mira, Tash va a volver enseguida. Si hay algo que quieras decirme sin que nos oiga, será mejor que lo digas ya.

Nessa se quedó de nuevo sorprendida. Zac no le parecía especialmente intuitivo. De hecho, parecía estar siempre absorto en sí mismo y envuelto en su ira. Pero tenía razón. Había algo que quería preguntarle sobre la niña.

-Me estaba preguntando -dijo- si has hablado con Natasha de dónde está su madre ahora mismo -él sacudió la cabeza-. Quizá deberías hacerlo.

Él cambió de postura. Saltaba a la vista que estaba incómodo.

-¿Cómo le hablas de cosas como el alcoholismo y la adicción a una niña de cinco años?

-Seguramente ella sabe más al respecto de lo que crees -repuso Nessa con calma.

-Sí, supongo que sí -dijo él.

-Puede que así se sienta un poco menos abandonada.

Zac levantó la vista hacia ella y la miró a los ojos. Incluso en aquel momento de conversación tranquila y seria, cuando sus ojos se encontraron, se produjo un poderoso estallido de deseo. Él deslizó los ojos hasta el cuello abierto de su albornoz y ella lo vio mirar lo poco que se veía de su camisón. Era un camisón blanco, con un volante estrecho y calado del mismo color.

Zac quería ver el resto, Nessa lo comprendió por la expresión anhelante de sus ojos. ¿Se llevaría una desilusión si sabía que su camisón era sencillo y práctico? Era una prenda corriente, nada sexy, hecha de algodón ligero.

Él volvió a mirarla a los ojos. No, no se llevaría una desilusión, porque, si alguna vez llegaba a verla en camisón, Nessa sólo lo llevaría puesto tres segundos antes de que él se lo quitara.

La puerta del baño se abrió y Zac apartó por fin la mirada cuando su pequeña carabina volvió a entrar en el cuarto de estar.

-Será mejor que me vaya -Nessa se levantó-. No hace falta que me acompañéis.

-Tengo hambre -dijo la niña. Zac se levantó.

-Pues vamos a la cocina a ver qué encontramos de comer -se volvió para mirar a Nessa-. Siento que te hayamos despertado.

-No pasa nada -Nessa se volvió hacia la puerta.

-Oye, Tash -oyó que decía Zac cuando ella salía por la mosquitera-, ¿te ha contado tu madre adonde iba?

Nessa cerró la puerta y volvió a su apartamento.
Se quitó la bata y se metió en la cama, pero no logró dormirse. No dejaba de pensar en Zac Efron.

Tenía gracia: el hecho de que ella supiera que era capaz de jugar a juegos de fantasía con su sobrina le hacía sonrojarse, y en cambio había abierto la puerta en calzoncillos sin mostrar el menor síntoma de vergüenza. Aunque, naturalmente, con un cuerpo como el suyo, ¿de qué iba a avergonzarse?

De todos modos, los calzoncillos que llevaba eran muy pequeños. El ajustado punto de algodón blanco dejaba muy poco a la imaginación. Y Nessa tenía una imaginación muy viva.

Abrió los ojos y deseó no dejarse llevar por ella. Aquello sí que eran juegos fantásticos. Podía intentar imaginar que no le molestaba sinceramente que Zac hubiera sido soldado profesional, y Zac podía fingir que no le pesaban sus limitaciones físicas, que estaba psicológicamente sano, que no luchaba contra la depresión ni recurría al alcohol para embotar su infelicidad.

Nessa se tumbó boca abajo y encendió la lámpara de su mesilla de noche. Estaba completamente despierta, así que podía leer. Era mejor que estar tumbada en la oscuridad, soñando con cosas que nunca sucederían.

Zac cubrió a la niña dormida con una manta ligera. La televisión emitía una luz parpadeante y un suave murmullo de voces. Tash no se había quedado dormida hasta que la había encendido, y Zac había comprendido que no debía apagarla.

Entró en la cocina y se sirvió un par de dedos de whisky. El ardor del alcohol y la sensación de aturdimiento que lo acompañaba le sentaron bien. Dios, lo necesitaba. Hablarle a Natasha del ingreso de Sharon en un centro de desintoxicación no había sido divertido. Pero sí necesario. Nessa tenía razón.

Tash no tenía ni idea de dónde había ido su madre. Creía, en realidad, que Sharon estaba en la cárcel. Había oído retazos de conversaciones acerca del accidente de tráfico en el que se había visto envuelta Sharon y creía que la habían detenido por atrepellar a alguien.

Zac le había explicado que el conductor del coche con el que había chocado su madre estaba malherido en el hospital, pero no había muerto. No entró en detalles acerca de lo que ocurriría si llegaba a morir: la niña no necesitaba enterarse de eso. Pero sí le explicó lo que era un centro de desintoxicación y por qué Sharon no podía salir de él para ir a visitarla, ni Tash podía ir a verla.

La niña no había parecido muy convencida al oír que, cuando saliera de la clínica, su madre no volvería a beber.

Zac sacudió la cabeza. Una escéptica de cinco años. ¿Adonde iba a ir a parar el mundo?
Tomó la botella y el vaso, cruzó el cuarto de estar y salió al descansillo tenuemente iluminado. La atmósfera estéril y monótona que el aire acondicionado daba a su piso siempre le molestaba, sobre todo a esas horas de la noche. Respiró hondo el aire húmedo y salobre, llenándose los pulmones con el cálido olor del mar.

Se sentó en los escalones y bebió otro sorbo de whisky. Quería que el licor lo relajara y le hiciera dormir, para pasar sin sentir las largas y oscuras horas que quedaban hasta la mañana. Maldijo para sus adentros al pensar que eran casi las tres de la madrugada y allí estaba, completamente despierto. Esa noche, al tumbarse en la cama, se había convencido de que el cansancio se apoderaría de él y lo mantendría profundamente dormido hasta el día siguiente. No contaba con que Tasha tuviera una pesadilla a las dos.

Apuró el vaso y se sirvió otra copa.

La puerta de Nessa apenas hizo ruido al abrirse, pero él la oyó en medio del silencio. Aun así, no se movió cuando ella salió, ni dijo nada hasta que estuvo de pie junto a la barandilla, mirándolo.

-¿Cuánto tiempo hace que murió tu perro? -preguntó en voz baja para no despertar a los otros vecinos.

Ella se quedó muy quieta unos segundos. Por fin se rió suavemente y se sentó junto a él en la escalera.

-Unos ocho meses -le dijo. Su voz sonaba aterciopelada en la oscuridad-. ¿Cómo sabes que tenía perro?

-Soy un buen adivino -murmuró él.

-No, en serio... Dímelo.

-Por el recogedor que me dejaste para limpiar los desperdicios del patio -contestó él-. Y tu coche tenía..., ¿cómo podría decirlo con delicadeza?,eh, cierto perfume canino.

-Se llamaba Zu. Tenía como un millón de años, para ser una perra. Me la regalaron cuando yo tenía ocho.

-¿Zu? -preguntó Zac.

-Sí, Zu -dio ella-. Era un diminutivo de Zuzú. La llamé así por una niña de una película...

-Qué bello es vivir -dijo él. Nessa lo miró con sorpresa.

-¿La has visto?

Él se encogió de hombros.

-¿No la ha visto todo el mundo?

-Seguramente. Pero casi nadie se acuerda del nombre de la hija pequeña de George Bailey.

-Es una de mis favoritas -Zac la miró de soslayo-. Te sorprende que me guste, ¿en? Todas las escenas de guerra son secundarias.

-Yo no he dicho que...

-Pero lo estabas pensando -Zac bebió otro sorbo de su copa.

Era whisky. Nessa notó el olor punzante desde donde estaba sentada.

-Siento lo de tu perra.

-Gracias -dijo Nessa. Se rodeó las rodillas con los brazos-. Todavía la echo de menos.

-Es muy pronto para tener otra, ¿eh? -dijo él. Ella asintió con la cabeza-. ¿De qué raza era? No, déjame adivinar -se movió ligeramente para mirarla. Nessa notó que la observaba en la oscuridad, como si verla pudiera ayudarlo a dar con la respuesta.

Ella mantuvo los ojos cerrados. De pronto temía mirarlo cara a cara. ¿Por qué había salido? No tenía por costumbre tentar a su suerte, y estar allí sentada, a oscuras y a medio metro de aquel hombre, era buscarse problemas.

-Mezcla de labrador y spaniel -dijo Zac por fin, y ella levantó la mirada.

-Tienes razón a medias, aunque en realidad sólo sé que tenía algo de cocker spaniel. A veces me parecía que también era en parte un golden retriever -hizo una pausa-. ¿Cómo has sabido que era mestiza?

El bajó las cejas con expresión de burlona incredulidad.

-Como si fueras a adoptar un perro que no estuviera en la perrera. Y seguramente a punto de ser sacrificado, ¿verdad?

Ella tuvo que sonreír.

-De acuerdo, está claro que has adivinado perfectamente cómo soy. Ya no hay ningún misterio en nuestra relación...

-Nada de eso. Hay una última cosa que necesito aclarar.

Zac le sonreía en la oscuridad. Estaba coqueteando con ella, permitiéndose una conversación desenfadada y seductora. Nessa se habría sorprendido si no supiera ya que Zachary Efron era una caja de sorpresas.

-¿Qué haces todavía levantada? -preguntó él.

-Yo podría preguntarte lo mismo -repuso ella.

-Me estoy recuperando de mi charla con Tasha -miró su copa y su buen humor se disipó de inmediato-. No estoy seguro de que haya servido de algo. Es bastante escéptica en lo que se refiere a su madre -se rió, pero no había alegría en su voz-. Y con toda razón.

Nessa miró hacia el piso de Zac. Vio el resplandor de la televisión a través de un hueco de las cortinas.

-No estará despierta, ¿verdad? —Él suspiró y negó con la cabeza.

-Necesita que la tele esté puesta para dormir. Ojalá yo encontrara una solución tan sencilla para el insomnio.

Nessa miró la copa que tenía en la mano.

-No creo que sea ésa.

Zac no dijo nada: se limitó a mirarla. Nessa tampoco dijo una palabra. Ella no echaba sermones, no hacía reproches, ni daba lecciones. Pero, pasados unos segundos, al ver que él no respondía, se levantó.

-Buenas noches -dijo.

Él no quería que se fuera. Curiosamente, la noche no le parecía tan agobiante si ella estaba cerca. Pero no sabía qué decir para que se quedara. Podía haberle dicho que no era como Sharon, que podía dejar de beber cuando quisiera, pero habría parecido la afirmación de un alcohólico.

Podía haberle dicho que tenía voluntad suficiente para parar... pero que, en ese momento, no tenía fuerzas para afrontar el hecho de que la Armada había prescindido de él.

No dijo nada, sin embargo, y ella entró en su casa sin hacer ruido y cerró la puerta.
Y Zac se sirvió otra copa.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Capitulo 4

Chicas, llege a la conclucion de que entre semana se me hace muy dificil subirles, entonces TODOS LOS DONINGOS LES SUBIRE LOS CAPITULOS COMPLETOS les parece? espero y si, un beso a todas(:


Zac estuvo a punto de abrir la puerta del cuarto de baño, pero, pensándolo mejor, se detuvo y se puso primero una toalla alrededor de la cintura. Oyó la tele en el cuarto de estar cuando, apoyado en el bastón, entró en su habitación y cerró la puerta.
Una niña. ¿Qué demonios iba a hacer él con una niña durante seis semanas?

Arrojó el bastón sobre la cama revuelta y se frotó el pelo mojado con la toalla. No tenía una agenda muy apretada, claro. Seguramente podría hacer un hueco a Natasha entre Buenos días, América y el programa nocturno de David Letterman.

Aun así, los niños pequeños requerían ciertas atenciones, como comida a intervalos regulares, baños de vez en cuando y una buena noche de sueño que no empezara a las cuatro de la madrugada y se prolongara hasta bien pasado el mediodía. Zac apenas conseguía cubrir esas necesidades para sí mismo, así que difícilmente podría ocuparse de otra persona.

Sosteniéndose en la pierna buena, hurgó en su macuto, que aún no había deshecho, en busca de ropa interior limpia. Nada.

Hacía años que no cocinaba. Sus habilidades domésticas se reducían a saber qué productos de limpieza eran inflamables cuando se combinaban con otros.

Se acercó a la cómoda y encontró solamente unos calzoncillos de seda que una amiga le había comprado hacía algún tiempo. Se puso el bañador.

En su nevera no había nada de comer, aparte de un limón y un paquete de seis botellas de cerveza mexicana. Sus armarios contenían únicamente botes de sal y pimienta solidificadas y un frasco viejo de salsa de tabasco.

El otro dormitorio de su piso estaba casi tan vacío como sus armarios. No tenía muebles, sólo varias hileras de cajas pulcramente apiladas a lo largo de una pared. Tasha iba a tener que dormir en el sofá hasta que le consiguiera una cama y los muebles que pudiera necesitar una niña de cinco años.

Zac se puso una camiseta limpia y arrojó la ropa que se había quitado al enorme y siempre creciente montón de ropa sucia que había en un rincón de la habitación, parte del cual databa de la última vez que había estado allí, hacía más de cinco años. Ni siquiera la señora de la limpieza que había ido la tarde anterior se había atrevido a tocarla.

Le habían echado del centro de rehabilitación antes del día de la colada. Había llegado la víspera con dos bolsas de bártulos y un enorme macuto lleno de ropa sucia. Tendría que descubrir algún modo de bajar la ropa sucia a la lavandería del primer piso... y de subir la colada limpia.

Pero lo primero que tenía que hacer era asegurarse de que su colección de armas estaba bien guardada. Zac no sabía mucho acerca de niños de cinco años, pero de una cosa estaba seguro: no hacían buenas migas con las armas de fuego.

Se peinó rápidamente, recogió su bastón de madera y siguió el ruido de la tele. Cuando guardara su arsenal privado, Tasha y él bajarían a la tienda de la esquina a comprar comida y...

En la pantalla del televisor giraba una fila de bailarinas en topless. Zac se lanzó a por el mando a distancia. ¡Demonios! Su televisión por cable debía de incluir algún canal para adultos: el canal Playboy o algo parecido. Francamente, no lo sabía.

-Vaya, Tash. Tengo que programar la tele y quitar ese canal del mando a distancia -dijo volviéndose hacia el sofá para mirarla.
Pero ella no estaba sentada en el sofá.

Su cuarto de estar era pequeño y un golpe de vista le bastó para asegurarse de que la niña no estaba allí. Cielos, qué alivio. Se dirigió cojeando a la cocina. Pero Natasha tampoco estaba allí, y su alivio comenzó a convertirse en preocupación.

-¿Natasha? -recorrió lo más rápido que pudo el pequeño pasillo que llevaba a los dormitorios y el cuarto de baño. Miró y volvió a mirar, y hasta echó un vistazo debajo de su cama y en los dos armarios.

La niña se había ido.

La rodilla le dio un pinchazo cuando regresó a saltos al cuarto de estar y salió por la puerta mosquitera.

Natasha no estaba en el descansillo del segundo piso, ni se la veía por ninguna parte en el patio. Zac vio que Vanessa Hudgens seguía trabajando en su jardín, agachada entre una explosión de flores, con un sombrero blando y ridículo sobre la cabeza.

-¡Eh!

Ella levantó la vista, sorprendida, sin saber de dónde procedía aquella voz.

-¡Aquí arriba!

Nessa estaba demasiado lejos para que Zac distinguiera de qué tono de marrón o verde eran en ese momento sus ojos. Pero eran grandes, en cualquier caso. Su sorpresa pronto se convirtió en recelo. Zac notó una mancha de sudor en forma de V en el cuello y la pechera de su camiseta. Su cara relucía al sol de la mañana, y ella se limpió la frente con el brazo, que le dejó sobre la piel una mancha de polvo.

-¿Ha visto a Natasha? Ya sabe, la niña pelirroja. ¿Ha bajado?

Nessa se enjuagó las manos en un cubo de agua y se levantó.

-No... y no me he movido de aquí desde que subió.

Zac soltó una maldición y echó a andar hacia las escaleras del otro lado del complejo, pasando por delante de la puerta de su piso.

-¿Qué ha pasado? -Nessa subió las escaleras y lo alcanzó sin esfuerzo.

-He salido de la ducha y no estaba -dijo él en tono cortante mientras intentaba moverse todo lo rápido que podía.

Maldición, no quería tener que enfrentarse a aquello. El sol de la mañana se había alzado en el cielo y su brillo aún le hacía palpitar dolorosamente la cabeza, como cada paso que daba. Era cierto que vivir con él no iba a ser precisamente una fiesta, pero, por el amor de Dios, la niña tampoco tenía por qué escaparse.

Entonces lo vio.

Brillante y engañosamente puro, el azul irresistible del océano Pacífico refulgía y bailoteaba a lo lejos. La playa estaba a unas manzanas de allí. Quizá la niña era como él y llevaba agua salada en las venas. Tal vez había visto el mar y se había dirigido hacia la playa. Quizá no se hubiera escapado. Quizá sólo pretendiera explorar un poco. O tal vez estuviera poniéndolo a prueba, para ver hasta dónde podía llegar y si podía forzar los límites de su autoridad.

-¿Cree que habrá ido lejos? ¿Quiere que vaya por mi coche? -preguntó Nessa.

Zac se volvió para mirarla y se dio cuenta de que lo seguía. No quería su ayuda, pero, maldición, la necesitaba. Si quería encontrar rápidamente a Tasha, cuatro ojos eran mejor que dos. Y un coche era mucho mejor que una rodilla destrozada y un bastón si se trataba de llegar cuanto antes a algún sitio.

-Sí, traiga su coche -dijo malhumorado-. Quiero ver si está en la playa.

Nessa asintió con la cabeza y echó a correr. Había detenido el coche junto a las escaleras que llevaban al aparcamiento antes de que él llegara al último peldaño. Estiró el brazo sobre el asiento y abrió la puerta del acompañante de su pequeño coche. Zac sabía que no iba a caber dentro. Se metió de todos modos, doblando la rodilla más de lo que debía. El dolor y la náusea que lo acompañaba siempre se apoderaron de él. Comenzó a maldecir con violencia, una letanía repetitiva y seca, un mantra profano destinado a devolverle la calma.

Al levantar la mirada vio que Nessaa lo estaba observando con semblante cuidadosamente inexpresivo.

-Arranque -dijo, y su voz le sonó áspera incluso a él-. Vamos. No sé si la niña sabe nadar.

Ella metió la primera y el coche arrancó con una sacudida. Nessa tomó la ruta que podía haber seguido la niña si, en efecto, había ido a la playa. Entre tanto, Zac escudriñaba las aceras llenas de gente. ¿Qué ropa llevaba exactamente la niña? ¿Una camisa blanca con un dibujo de... globos? ¿O eran flores? Y pantalones cortos de un color vivo. ¿O era una falda? ¿Era verde o azul? No se acordaba, así que decidió fijarse en cabecitas pelirrojas.

-¿La ve por algún lado? -preguntó Nessa-. ¿Quiere que vaya más despacio?

-No -dijo Zac-. Vamos primero a la playa para asegurarnos de que no está allí. Luego podemos volver más despacio.

-Sí, señor - Nessa pisó el acelerador y se arriesgó a lanzar una mirada a Zachary. Él no parecía haber reparado en su contestación. Se agarraba al asa que había sobre la ventanilla del pasajero con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos. Los músculos de su mandíbula estaban igual de tensos, y miraba fijamente por la ventanilla, buscando cualquier rastro de la niña entre el gentío veraniego de la calle.

Nessa volvió a mirarlo y notó que se había afeitado. Parecía ligeramente menos peligroso sin la barba..., pero sólo ligeramente. Se había hecho daño al meterse en el coche y Nessa comprendió por la palidez de su cara que seguía doliéndole la rodilla.
Él, sin embargo, no se quejaba. Aparte de su primera sarta de maldiciones, no había dicho ni una palabra al respecto. Encontrar a su sobrina estaba antes que su dolor. Saltaba a la vista que era prioritario para él, puesto que, por encontrar a Natasha, había llegado a una tregua temporal con ella y aceptado su oferta de ayuda.

Nessa acababa de poner el intermitente para girar a la izquierda y entrar en el aparcamiento de la playa cuando Zachary volvió a hablar por fin.

-¡Ahí está! Con un niño. A las dos en punto...

-¿Dónde? - Nessa frenó, indecisa.

-¡Pare el coche!

Zachary abrió la puerta y Nessa pisó a fondo el freno, temiendo que saltara aún en marcha. Entonces vio a Natasha. La pequeña estaba al borde del aparcamiento, sentada encima de una mesa de merendero, mirando muy seria a un adolescente afroamericano, muy alto, que estaba de pie delante de ella. Algo en su modo de llevar los pantalones anchos y de cintura baja le resultaba familiar. El chico se volvió y Nessa vio su cara.

-Es Thomas King -dijo-. El chico que está con ella. Lo conozco.

Pero Zachary ya había salido del coche y avanzaba hacia la niña tan rápido como le permitían su cojera y su bastón. No había donde aparcar. Nessa miró por el parabrisas mientras el ex teniente de la Marina se acercaba a su sobrina, la levantaba bruscamente de la mesa y la dejaba en el suelo, detrás de él. No oía lo que decía, pero notaba que no era un saludo cordial. Vio que Thomas daba un respingo y se volvía con hostilidad hacia Zachary. Puso las luces de emergencia, dejó el coche donde estaba, en medio del aparcamiento, se bajó de un salto y echó a correr hacia ellos.

Llegó a tiempo de oír que Thomas decía:

-Levántale la mano a esa niña y limpio la calle con tu cara.

Los ojos azules de Zachary Efron, que parecían fríos y amenazadores cuando Nessa había echado a correr, cambiaron de pronto. Algo en ellos se transformó.

-¿De qué estás hablando? No voy a pegarle -parecía incrédulo, como si jamás se le hubiera ocurrido tal cosa.

-Entonces ¿por qué le gritas como si fueras a hacerlo? -Thomas King era casi de la estatura de Zachary, pero el antiguo SEAL tenía al menos veinte kilos de musculatura más que él. Aun así, el adolescente no se acobardó. Sus ojos oscuros relucían, entornados, y sus labios estaban tensos.

-No voy...

-Sí, ya -insistió Thomas. Comenzó a imitarlo-. «¿Qué demonios haces aquí? ¿Quién te ha dado permiso...?» He pensado que iba a pegarla... y ella también.

Zac se volvió para mirar a Natasha. La niña se había escondido debajo de la mesa y lo miraba con los ojos muy abiertos.

-Tash, ¿creías que...?

Claro que lo creía. Zac lo notó en sus ojos, en su aire acobardado. De pronto se sintió enfermo. Se agachó junto a la mesa lo mejor que pudo.

-Natasha, ¿te pega tu madre cuando se enfada? -no podía creer que Sharon, que era tan cariñosa, pudiera hacer daño a una niña indefensa, pero el alcohol podía trastornar incluso a los espíritus más tiernos.

La niña negó con la cabeza.

-Mamá, no -dijo con suavidad-. Pero Dwayne me pegó una vez y me salió sangre del labio. Mamá lloró y luego nos mudamos.

Menos mal que Sharon había tenido suficiente sentido común. Y que se fuera al infierno Dwayne, fuera quien fuese. ¿Qué clase de monstruo pegaba a una niña de cinco años?
¿Y qué clase de monstruo le daba un susto de muerte gritándole, como había hecho él?
Zac se sentó pesadamente en la mesa y miró a Nessa. Ella tenía una mirada suave, como si de algún modo le hubiera leído el pensamiento.

-Lo siento, Tash -dijo Zac mientras se frotaba los ojos doloridos y vidriosos-. No quería asustarte.

-¿Éste es amigo tuyo? -preguntó a Nessa el chico negro, cuyo tono daba a entender que en el futuro debía ser más selectiva a la hora de elegir a sus amistades.

-Vive en el 2°C -informó Nessa-. Es el vecino misterioso, el teniente Zachary Efron -dirigió sus siguientes palabras a Zac -. Éste es Thomas King. Fue alumno mío. Vive en el 1°N, con su hermana y sus sobrinos.

¿Alumno suyo? Eso significaba que Zachary Efron era profesora. Vaya, si en sus tiempos hubiera habido profesoras así, él habría ido mucho más contento al instituto.

Ella lo miraba con reticencia, como si fuera una bomba con temporizador, lista para estallar en cualquier momento.

-Un teniente -repitió Thomas-. ¿Es de la pasma?

Zac apartó los ojos de Nessa y lo miró.

-No, no soy policía -contestó-. Estoy en la Marina... -se detuvo, sacudió la cabeza y cerró los ojos un momento-. Estaba en la Marina.

Thomas había cruzado los brazos a propósito, metiendo las manos bajo ellos para que Zac entendiera que no tenía intención de estrecharle la mano.

-El teniente era un SEAL –dijo Nessa-. Es un cuerpo de operaciones especiales...

-Sé qué son los SEAL -la interrumpió el chico. Se volvió para lanzar a Zac una mirada cínica y aburrida-. Uno de esos chalados que estrellan sus barquitas de goma contra las rocas junto al hotel Coronado. ¿Tú lo has hecho alguna vez?

Zac notó que Nessa lo estaba mirando otra vez. Maldición, qué guapa era. Y cada vez que lo miraba, cada vez que sus ojos se encontraban, Zac sentía entre ellos una atracción sexual casi palpable. Tenía gracia. Con la posible excepción de su exótica cara de modelo y su cuerpo esbelto y atlético, todo en aquella mujer lo sacaba de quicio. No quería que una vecina fisgona se entrometiera en su vida. No necesitaba que una buena samaritana le recordara constantemente sus limitaciones. No le hacía falta una chica asquerosamente alegre, aficionada a las flores, antimilitarista, fresca y que no se dejaba intimidar por él.
Pero cada vez que miraba sus ojos castaños, sentía un innegable arrebato de atracción física. Intelectual-mente, quizá sólo quisiera esconderse de ella, pero físicamente...

Al parecer, su cuerpo tenía otras ideas. Y entre ellas estaba la luz de la luna brillando en esa piel bronceada y tersa, y una melena oscura y larga cayéndole sobre la cara, sobre el pecho y más abajo.

Zac logró esbozar una media sonrisa y se preguntó si Nessa también podría leerle el pensamiento en ese momento. No pudo apartar la mirada de ella, ni siquiera para contestar a la pregunta de Thomas.

-Se llama desembarco en zona rocosa -dijo-; y sí, lo he hecho durante los entrenamientos.

Nessa no se sonrojó. No apartó los ojos de él. Se limitó a sostenerle la mirada, alzando ligeramente una de sus exóticas cejas.

Zac tuvo la impresión de que, en efecto, sabía exactamente lo que estaba pensando. «Cuando se hiele el infierno». Ella no había llegado a pronunciar esas palabras la noche anterior, pero aun así resonaban en su cabeza tan claramente como si las hubiera dicho.

Y era una suerte. Sentía por ella una atracción sexual pura y descarnada, pero Nessa no era de esa clase de mujeres. No se la imaginaba tumbándose en su cama y escabullándose luego antes del amanecer, sin que ninguno de los dos pronunciara una palabra y sólo compartieran un intenso placer sexual. No, una vez se metiera en su cama, nunca se iría. Parecía llevar la palabra «novia» escrita por todo el cuerpo, y eso era lo último que necesitaba él. Aquella mujer llenaría su apartamento de flores de su jardín, hablaría por los codos y le dejaría notitas con dibujos de caras sonrientes. Le exigiría besos tiernos, un cuarto de baño limpio, confesiones íntimas y un interés sincero por su vida.
¿Cómo iba a interesarse él por su vida cuando ni siquiera podía mostrar el menor e
entusiasmo por la propia?

Pero se estaba precipitando. Estaba dando por sentado que no le costaría ningún trabajo llevársela a la cama. Y quizá así hubiera sido cinco años atrás, pero ya no era precisamente una ganga. Era imposible que una chica como Nessa quisiera cargar con un hombre que apenas podía caminar.
«Cuando se hiele el infierno». Zac miró el azul cegador del océano y sintió que su resplandor le hacía arder los ojos.

-¿Qué hace un SEAL con una niña que no sabe nadar? -preguntó Thomas. El enfado había desaparecido en su mayor parte de los ojos del adolescente, dejando tras él un desdén cínico y un cansancio aparentemente muy viejo que le hacía parecer mayor de lo que era. Tenía cicatrices en la cara. Una de ellas dividía en dos una de sus cejas. Otra marcaba uno de sus pómulos altos y salientes. Aquellas cicatrices, unidas al hecho de que le habían roto la nariz más de una vez, le daban un aspecto curtido que erosionaba aún más su juventud. Pero, salvo por algunas expresiones coloquiales, no hablaba la jerga de la calle. No tenía ningún acento reconocible, y Zac se preguntó si se habría esforzado tanto como él por borrar aquel particular lazo con sus padres y su pasado.

-Natasha es sobrina del teniente -explicó Nessa-. Va a quedarse con él unas semanas. Ha llegado hoy.

-De Marte, ¿no? -Thomas miró debajo de la mesa y le hizo una mueca a Natasha. Ella soltó una risilla.

-Thomas cree que soy de Marte porque no sabía qué era esa agua -Natasha salió de debajo de la mesa arrastrándose boca abajo. La arena se le pegó a la ropa y Zac se dio cuenta de que estaba mojada.

-Es imposible que una niña no haya visto el mar, a no ser que sea marciana -dijo Thomas-. Ni siquiera parecía saber que los niños pequeños no deben meterse solos en el agua.

Nessa notó que un sinfín de emociones cruzaba el semblante de Zachary Efron. La bandera del socorrista indicaba una fuerte resaca y comentes peligrosas. Nessa vio que él miraba a Thomas y se fijaba en que los vaqueros del chico estaban mojados hasta las rodillas.

-La has sacado del agua -dijo, y su voz baja sonó engañosamente tranquila.

Thomas no le dio importancia al asunto.

-Yo también tengo una sobrina de cinco años. —Zachary se levantó con esfuerzo apoyándose en el bastón. Le tendió la mano a Thomas.

-Gracias, hombre. Siento lo de antes. Soy... novato en esto de los crios.
Nessa contuvo el aliento. Conocía bien a Thomas y, si había llegado a la conclusión de que Zachary Efron era el enemigo, jamás le daría la mano.

Pero Thomas vaciló sólo un momento antes de estrechársela.

De nuevo, una ráfaga de emociones vibró en los ojos de Zachary, y de nuevo intentó ocultarlas. Alivio. Gratitud. Pena.

Siempre pena y siempre vergüenza. Pero aquella expresión desapareció casi al instante. Cuando Zac Efron se empeñaba en ocultar sus emociones, lo conseguía, escondiéndolas pulcramente detrás de la ira, siempre presente, que bullía dentro de él. Lograba utilizar aquella ira para ocultarlo todo a la perfección: todo, salvo la potente atracción sexual que sentía por ella. Aquello lo exhibía con luces de neón y anuncios de un millón de dólares el minuto.

La noche anterior, cuando le había dicho que quería que compartiera su cama, Nessa había creído que sólo pretendía asustarla. Pero se había equivocado por completo. Su manera de mirarla unos minutos antes la había dejado atónita.

Y la verdad era, por estúpido que pareciera, que la idea de mantener una relación física con aquel hombre no la hacía huir a su apartamento a todo correr y echar el pesado cerrojo que había hecho instalar en la puerta. No lograba comprender por qué.

El teniente Zachary Efron era la versión en carne y hueso de un Gey-perman; seguramente era un machista, bebía tanto que a mediodía de un día de diario todavía estaba hecho un desastre y, al parecer, arrastraba una amargura infinita. Y, sin embargo, por alguna extraña razón, a Nessa no le costaba imaginarse entrando con él de la mano en su habitación para derretirse juntos sobre la cama.

Aquello no tenía nada que ver con su cara atractiva y de rasgos duros, ni con su cuerpo musculoso e irresistiblemente fornido. Bueno, sí, de acuerdo. No estaba siendo del todo sincera consigo misma. Algo tenía que ver. Era cierto: se había fijado en que aquel hombre debería ocupar tres páginas de un calendario dedicado al tío bueno del mes. Y se había fijado una y otra vez.

Pero, por más que intentaba mostrarse indiferente, eran la ternura de sus ojos cuando hablaba con Natasha, y sus dolorosos intentos de sonreír a la pequeña lo que encontraba irresistible. La ternura era su debilidad, y sospechaba que, bajo su caparazón de amargura e ira, y pese a que veces era malhablado y grosero, aquel hombre poseía una espíritu sumamente tierno.

-Vamos a hacer un trato respecto a la playa -dijo Zac a su sobrina-. No puedes bajar aquí sin un mayor, ni nunca, nunca, meterte en el agua sola.

-Eso ha dicho Thomas -le dijo Tasha-. Dijo que me «ahodaría».

-Thomas tiene razón -contestó Zac.

-¿Qué es «ahodarse»? -preguntó la niña.

-Ahogarse -puntualizó él-. ¿Alguna vez has intentado respirar debajo del agua?

Tash negó con la cabeza y sus rizos rojos se alborotaron.

-Pues no lo intentes. Las personas no pueden respirar debajo del agua. Sólo los peces pueden. Y tú no pareces un pez.

La niña se echó a reír, pero insistió.

-¿Qué es «ahodarse»?

Nessa cruzó los brazos y se preguntó si Zac intentaría eludir de nuevo la cuestión o si se lanzaría a discutir el tema de la muerte con Natasha.

-Bueno -dijo lentamente-, si alguien se mete en el agua y no sabe nadar, o está herido, o las olas son muy grandes, el agua puede taparle la cabeza. Y entonces no puede respirar. Normalmente, no pasa nada cuando el agua te tapa la cabeza. Aguantas la respiración. Y luego vuelves a salir a la superficie y sacas la nariz y la boca y vuelves a respirar. Pero, como te decía, puede que una persona no sepa nadar, o que le dé un calambre en la pierna, o que el mar esté muy revuelto, y no pueda subir a tomar aire. Y, si no hay aire y no puede respirar, se muere. Se ahoga. La gente necesita respirar aire para vivir.

Natasha miraba a su tío sin pestañear, con la cabeza ligeramente ladeada.

-Yo no sé nadar -dijo por fin.

-Entonces te enseñaré -respondió Zac sin vacilar-. Todo el mundo tendría que saber nadar. Pero, aunque sepas nadar, no puedes meterte sola en el agua. Ni siquiera los SEAL nadamos solos. Tenemos unos amigos, los compañeros de zambullida, que nos vigilan y a los que vigilamos. Durante las próximas semanas, tú y yo, Natasha, vamos a ser compañeros de zambullida, ¿de acuerdo?

-Me voy, señorita H. No quiero llegar tarde a trabajar.

Nessa se volvió hacia Thomas, contenta de que hubiera roto su ensueño. Estaba allí parada, como una idiota, mirando a Zac Efron hipnotizada por su conversación con la niña.

-Cuídate -le dijo.

-Siempre lo hago.

Natasha se arrodilló en la arena y empezó a empujar un viejo palito de piruleta como si fuera un coche. Thomas se agachó y le revolvió el pelo.

-Hasta luego, marcianita -saludó a Zac con una inclinación de cabeza-. Teniente. El SEAL se levantó del banco.

-Llámame Zac. Y gracias otra vez. —Thomas asintió una vez más y se marchó.

-Trabaja media jornada como guardia de seguridad en la universidad -dijo Nessa a Zac-. Así puede asistir como oyente a las clases en su tiempo libre..., aunque en realidad no tiene tiempo libre, porque también trabaja a jornada completa como ayudante de un paisajista de Coronado.

Él había vuelto a mirarla con los ojos azules entornados y, esa vez, imposibles de leer. A ella no le había dicho que podía llamarlo Zac. Quizá fueran cosas de hombres. Quizá los SEAL tuvieran prohibido que las mujeres los llamaran por su apodo. O quizá se tratara de algo más personal. Tal vez Zachary Efron no quería ser amigo suyo. Eso era, desde luego, lo que había dado a entender la noche anterior.

Nessa miró su coche, que seguía en mitad del aparcamiento.

-Bueno -dijo. Se sentía extrañamente azorada. No le costaba enfrentarse a aquel hombre cuando se portaba como un bruto. Pero, cuando la miraba así, sin otra expresión que el ligerísimo brillo de su ira perenne, se sentía desconcertada y nerviosa, como una colegiala enamorada de quien no la correspondía.

-Me alegro de que hayamos... de que haya encontrado a Natasha -miró de nuevo su coche, más para escapar del escrutinio de Zac que para asegurarse de que seguía allí-. ¿Puedo llevaros de vuelta al piso?

Zac sacudió la cabeza.

-No, gracias.

-Puedo ajustar el asiento, para ver si está más cómodo...

-No. Tenemos que ir de compras.

-Pero Natasha está toda mojada.

-Se secará. Además, me vendrá bien hacer un poco de ejercicio.
¿Ejercicio? ¿Estaba de broma?

-Lo que le vendría bien sería pasar una semana o dos en la cama.

De pronto, él pareció cobrar vida y su boca se torció en una media sonrisa cargada de sorna. Sus ojos brillaron con ardor y su voz se hizo más grave cuando se inclinó para hablarle directamente al oído.

-¿Te estás ofreciendo a mantenerme en la cama todo ese tiempo? Sabía que tarde o temprano cambiarías de opinión.

En realidad, sólo lo había dicho para ponerla nerviosa e irritarla. Nessa se negó a dejar que viera cuánto la había exasperado su comentario. Se acercó un poco más a él, levantó la vista y posó un momento la mirada en su boca antes de mirarlo a los ojos. Quería desconcertarlo, avergonzarlo antes de lanzar su ataque.

Pero no lanzó ningún ataque cuando lo miró a los ojos. La sonrisa sagaz de Zac se había borrado y tras ella sólo había quedado el deseo, que aumentaba, multiplicándose una y otra vez, exponencialmente, mientras se miraban a los ojos, y que traspasó a Nessa hasta marcar a fuego su alma. Ella era consciente de que Zac veía en sus ojos algo más que el simple reflejo de su propio deseo, y supo sin lugar a dudas que se había expuesto demasiado. Aquel fuego que ardía entre ellos no procedía sólo de él.

El sol caía a plomo sobre ellos y Nessa sentía la boca reseca. Intentó tragar saliva, humedecerse los labios secos, alejarse. Pero no podía moverse.

Zac alargó el brazo lentamente. Ella lo presintió: iba a tocarla, iba a estrecharla contra los músculos duros de su pecho y a apoderarse de su boca en un beso ardiente, sobrecogedor, lleno de potencia.

Pero Zac sólo la acarició ligeramente. Trazó con los dedos el rastro de una gota de sudor que se había deslizado bajo su oreja, por su cuello y su clavícula antes de desaparecer bajo el cuello de la camiseta. La tocó con delicadeza, con un solo dedo, pero en muchos sentidos aquel contacto fue mucho más sensual, mucho más íntimo, que un beso.

El mundo pareció girar a su alrededor y Nessa estuvo a punto de tenderle los brazos. Pero por suerte la cordura se apoderó de ella y retrocedió.

-Cuando cambie de idea -dijo con voz apenas más alta que un susurro-, hará frío en julio.

Se volvió, a pesar de que le temblaban terriblemente las piernas, y regresó a su coche. Zac no hizo intento de seguirla, pero cuando montó en el coche y se alejó, Nessa vio por el espejo retrovisor que seguía mirándola.

¿Lo había convencido? Tenía sus dudas. Ni siquiera estaba segura de que hubiera conseguido convencerse a sí misma.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Continuacion

Les subire todo el capitulo 2 como compensacion por no averles subido(:



-Es un favor muy grande -dijo su hermana. Se le quebró la voz-. Mira, estoy muy cerca de tu casa. Voy a pasarme por allí, ¿de acuerdo? Nos vemos en el patio dentro de tres minutos. Me he roto el pie y voy con muletas. No puedo subir las escaleras.
Colgó antes de que Zac tuviera ocasión de contestar.

Sharon se había roto el pie. Perfecto. ¿Por qué sería que la gente con mala suerte la tenía para todo? Zac se volvió en la cama, colgó el teléfono, agarró el bastón y fue cojeando al cuarto de baño.

Tres minutos. No le daba tiempo a ducharse, pero necesitaba una ducha urgentemente. Abrió el agua fría del lavabo y metió la cabeza debajo del grifo. Bebió y dejó que el agua chorreara por su cara.

No había querido acabarse la botella de whisky la noche anterior. Durante los más de cinco años que había pasado entrando y saliendo del hospital y de centros de rehabilitación, no había tomado más que una copa o dos de vez en cuando. Incluso antes de resultar herido, procuraba no beber demasiado. Algunos chicos salían por las noches y bebían cantidades ingentes de cerveza y whisky, suficientes para fletar un barco. Pero Zac rara vez bebía. No quería ser como su padre y su hermana, y sabía suficiente sobre el tema como para tener claro que el alcoholismo podía ser hereditario.

¿Qué le había ocurrido esa noche? Pensaba tomarse una copa más. Sólo eso. Una más para calmar los nervios. Una más para suavizar el duro golpe de su alta en el centro de fisioterapia. Pero aquella copa se había convertido en dos.

Luego se había puesto a pensar en Vanessa Hudgens, de la que sólo le separaba un tabique muy fino, y esas dos copas se habían convertido en tres. Oía el sonido del estéreo de Vanessa. Estaba escuchando a Bonnie Raitt. De vez en cuando cantaba y su voz clara de soprano se superponía a la voz grave y ronca de Bonnie.

Después de la tercera copa, Zac había perdido la cuenta.

Seguía oyendo la risa de Vanessa, que resonaba como un eco en su cabeza, su forma de reírse de él justo antes de entrar en su piso. Aquella risa estaba cargada de significado. Venía a decir que se helaría el infierno antes de dignarse siquiera a volver a pensar en él.

Pero eso estaba bien. Era justamente lo que él quería. ¿No?
«Sí». Zac volvió a mojarse la cara mientras intentaba convencerse de que así era. No quería tener a su alrededor a una vecina que lo mirara con lástima cuando subía y bajaba cojeando las escaleras. No necesitaba que nadie le sugiriera que se mudara a un cochambroso piso de la planta baja, como si fuera una especie de inválido. No le hacían falta discursos cargados de moralina sobre si la guerra no era buena para los niños y otros seres vivos. Si alguien sabía eso, era él.

Había estado en sitios donde arreciaban las bombas. Y, sí, las bombas tenían objetivos militares. Pero eso no significaba que, si una se desviaba, no fuera a estallar. Aunque cayera en una casa, en una iglesia o una escuela, explotaba. Las bombas no tenían conciencia, ni remordimientos. Caían. Estallaban. Destruían y mataban. Y por más que se esforzaran por apuntar bien quienes las lanzaban, siempre morían civiles.

Pero, si un equipo de SEAL era enviado antes de que se hiciera necesario un ataque aéreo, era posible que esos SEAL consiguieran mucho más con menor número de bajas. Un equipo formado por siete hombres, como la Brigada Alfa, podía infiltrarse en territorio enemigo y desmantelar por completo su sistema de comunicaciones. O podía secuestrar al líder militar enemigo, garantizando de ese modo el caos en el bando contrario y posiblemente la reapertura de las negóciaciones y las conversaciones de paz. Sin embargo, debido a que el alto mando no era consciente por completo del potencial de los SEAL, con excesiva frecuencia se recurría a ellos cuando ya era demasiado tarde.

Y la gente moría. Morían niños.

Zac se lavó los dientes y bebió más agua. Se secó la cara y volvió cojeando al dormitorio. Buscó sus gafas de sol en vano, sacó su chequera, se puso una camiseta limpia y salió, haciendo una mueca al ver la luz brillante del sol.

La mujer que había en el patio se echó a llorar.

Sorprendida, Nessa levantó la vista de su jardín. Había visto entrar a aquella mujer: era rubia, tenía un aire maltrecho y ajado, llevaba muletas y arrastraba torpemente una maleta. La seguía una niña pelirroja, muy pequeña y asustada.

Nessa siguió la mirada de la mujer llorosa y vio que el teniente Zachary bajaba penosamente las escaleras. Tenía un aspecto horrible. Su piel presentaba un tono macilento, y entornaba los ojos como si el cielo azul brillante de California y el sol radiante le hicieran polvo. No se había afeitado y la sombra de la barba que empezaba a crecerle hacía que pareciera que se acababa de levantar de un banco del parque. Su camiseta parecía limpia, pero llevaba los mismos pantalones cortos que la noche anterior. Saltaba a la vista que había dormido con ellos. Y también que la víspera se había tomado otra copa, y seguramente más de una después.

Estupendo. Nessa se obligó a mirar de nuevo las flores que estaba limpiando de malas hierbas. Se había convencido sin asomo de duda de que el teniente Zachary Efron no era un hombre al que quisiera tener por amigo. Era grosero y agrio, y posiblemente violento. Y ahora Nessa también sabía que además bebía demasiado.

No, a partir de ese momento ignoraría por completo el 2°C. Haría como si el propietario siguiera de viaje.

La mujer rubia dejó caer las muletas y rodeó con los brazos el cuello de Zachary.

-Lo siento -decía una y otra vez-. Lo siento.

El SEAL la condujo al banco que había justo enfrente de la parcela de jardín de Nessa. Su voz le llegaba claramente desde el otro lado del patio. Nessa no podía evitar oírla, aunque intentaba con todas sus fuerzas concentrarse en sus cosas.

-Empieza por el principio -dijo él mientras agarraba las manos de la mujer-. Cuéntame qué ha pasado, Sharon. Desde el principio.

-Tuve un accidente con el coche -dijo la rubia, Sharon, y empezó a llorar otra vez.

-¿Cuándo? -preguntó Zachary con paciencia.

-Anteayer.

-¿Y te rompiste el pie? - Ella asintió con la cabeza.

-Sí.

-¿Hubo algún otro herido?

A ella le tembló la voz.

-El otro conductor todavía está en el hospital. Si muere, me acusarán de homicidio involuntario.

Zachary soltó una maldición.

-Shar, si muere, habrá muerto. Eso es peor que que te acusen a ti, ¿no crees?

Ella bajó la cabeza y asintió.

-Habías bebido -no era una pregunta, pero ella asintió otra vez. Conducía bajo los efectos del alcohol. Borracha.

Una sombra cayó sobre las flores y, al levantar la vista, Nessa vio frente a ella a la niña pelirroja.

-Hola -dijo Nessa.

La niña debía rondar los cinco años. Tenía un asombroso pelo rubio rojizo que se rizaba en una melena asilvestrada alrededor de su cara redonda, cubierta de pecas. Sus ojos eran del mismo azul puro y oscuro que los de Zachary Efron.

Tenía que ser su hija. Nessa volvió a mirar a la rubia. Eso significaba que Sharon era... ¿su mujer? ¿Su ex mujer? ¿Su novia? En todo caso, ¿qué importaba? ¿Qué más le daba a ella si Zachary Efron tenía una docena de esposas?

La niña pelirroja dijo:

-En casa tengo un jardín. En el campo viejo.

-¿Qué campo viejo es ése? -preguntó Nessa con una sonrisa. Los niños pequeños eran tan sorprendentes...

-En Rusia -dijo la niña, muy seria-. Mi verdadero papá es un príncipe ruso.

Conque su verdadero papá, ¿eh? Nessa no podía reprocharle a la cría que hubiera inventado una familia ficticia. Con una madre que conducía bajo los efectos del alcohol y un padre que no andaba muy lejos..., Nessa entendía perfectamente las ventajas de imaginar un mundo al que poder escapar, un mundo lleno de palacios, príncipes y hermosos jardines.

-¿Me ayudas a limpiar las flores? -preguntó.

La niña miró a su madre.

-El caso es que no me queda más remedio -decía Sharon entre lágrimas a Zachary-. Si ingreso voluntariamente en el programa de desintoxicación, ganaré puntos con el juez que lleva mi caso. Pero tengo que encontrar un sitio donde dejar a Natasha.

-Imposible -dijo el teniente sacudiendo la cabeza.

-Lo siento. No puedo llevármela.

Zachary alzó la voz.

-¿Qué sé yo de cuidar a una niña pequeña?

-Es muy tranquila -contestó Sharon en tono suplicante-. No te molestará.

-No quiero quedarme con ella -Zachary bajó la voz, pero aun así Nessa la oyó claramente. Y la niña, Natasha, también.

A Nessa se le rompió el corazón por la chiquilla. Qué cosa tan horrible de escuchar: que su propio padre no quería estar con ella.

-Soy maestra -dijo a la niña con la esperanza de que no oyera el resto de la tensa conversación de sus padres-. Enseño a niños más mayores. A chicos de instituto.

Natasha asintió con la cabeza. Parecía muy concentrada mientras imitaba a Nessa e iba arrancando delicadamente las malas hierbas de la tierra blanda del jardín.

-Se supone que tengo que entrar en el centro de desintoxicación dentro de una hora -dijo Sharon-. Si no te quedas con ella, el estado se hará cargo de su tutela. La llevarán a un albergue, Zac.

-Hay un hombre que trabaja para mi padre, el príncipe -dijo Natasha a Nessa, como si ella también intentara desesperadamente no oír la otra conversación-, y que sólo planta flores. Es lo único que hace en todo el día. Flores rojas, como éstas. Y flores amarillas.

Nessa oyó maldecir a Zachary Efron al otro lado del patio. Hablaba en voz baja y ya no distinguía sus palabras, pero estaba claro que estaba echando mano de todo su repertorio de exabruptos de marino. No estaba enfadado con Sharon: sus palabras no iban dirigidas a ella, sino más bien al cielo despejado de California que se extendía sobre ellos.

-Mis preferidas son las azules -dijo Nessa a Natas-ha-. Se llaman ipomeas. Hay que madrugar mucho para verlas, porque se cierran del todo durante el día.

Natasha asintió con la cabeza, todavía muy seria.

-Porque la luz del sol les da dolor de cabeza.

-¡ Natasha!

La pequeña levantó la vista al oír la voz de su madre. Nessa también miró... y se encontró con los ojos azules oscuros de Zachary Efron. Bajó rápidamente la mirada, temiendo que él notara la expresión de reproche que sin duda había en sus ojos. ¿Cómo podía rechazar a su propia hija? ¿Qué clase de hombre era capaz de decir que no quería tener a su pequeña en casa?

-Vas a quedarte aquí, con Zac, unos días -dijo Sharon a su hija con una mirada trémula.

Él había cedido. El ex teniente de operaciones especiales había dado su brazo a torcer. Nessa no sabía si alegrarse por la pequeña o preocuparse. La niña necesitaba muchas más cosas de las que aquel hombre podía darle. Nessa se arriesgó a levantar la mirada otra vez y descubrió que sus ojos turbadoramente azules seguían fijos en ella.

-Qué divertido, ¿no? -preguntó Sharon a Natasha, esperanzada.

La pequeña se pensó detenidamente la pregunta.

-No -dijo por fin.

Zachary Efron se echó a reír. Nessa no le creía capaz, pero lo cierto fue que sonrió y soltó un bufido de risa que disimuló rápidamente con un acceso de tos. Cuando volvió a levantar la vista, ya no sonreía, pero Nessaa habría jurado que tenía una mirada divertida.

-Quiero irme contigo -dijo Natasha a su madre con una nota de ansiedad en la voz-. ¿Por qué no puedo ir contigo?

A Sharon le tembló el labio como si fuera una niña.

-Porque no puedes -dijo débilmente-. Esta vez no.

La niña miró a Zac y volvió a fijar rápidamente los ojos en su madre.

-¿Lo conocemos?

-Sí -dijo Sharon-, claro que lo conocemos. Es tu tío Zac, ¿te acuerdas de él? Está en la Marina... Pero la niña negó con la cabeza.

-Soy el hermano de tu madre -dijo Zac.

Su hermano. Zac era el hermano de Sharon, no su marido. Nessa no quiso sentir nada al enterarse de aquella noticia. Se resistía a sentir alivio. Se resistía a sentir nada. Siguió quitando las malas hierbas de su jardín como si no hubiera oído lo que decían.

Natasha miró a su madre.

-¿Vas a volver? -preguntó con una vocecilla.

Nessa cerró los ojos. Sí que sentía algo. Sentía lástima por aquella niña. Notaba su miedo y su dolor. Compadecía también a su madre. Y sentía algo por Zachary Efron, aquel hombre de ojos azules. Sin embargo, era incapaz de definir lo que sentía por él.

-Siempre vuelvo -dijo Sharon, y volvió a echarse a llorar mientras abrazaba a la niña-. ¿No? -luego apartó rápidamente a Natasha-. Tengo que irme. Sé buena. Te quiero -se volvió hacia Zac-. La dirección del centro de desintoxicación está en la maleta.

Zac asintió con la cabeza y, con un chirrido de sus muletas, Sharon se alejó a toda prisa.

Natasha se quedó mirando inexpresivamente a su madre hasta que la perdió de vista. Luego, tensando muy ligeramente los labios, se volvió a mirar a Zac. Nessa también lo miró, pero esa vez él no apartó los ojos de la chiquilla. Su mirada había perdido la expresión de regocijo y en ella sólo quedaban tristeza y compasión.

Toda su ira se había desvanecido. Toda la rabia que parecía arder infinitamente dentro de él se había apagado por algún tiempo. Sus ojos azules ya no eran gélidos. Más bien, parecían casi cálidos. Sus facciones labradas a cincel parecían también más suaves, como si intentara sonreír a Natasha. Quizá no quisiera que se quedara en su casa, él mismo lo había dicho, pero ahora que estaba allí, daba la impresión de estar dispuesto a hacer cuanto pudiera por facilitarle las cosas.

Nessa miró a la niña y vio que tenía los ojos llenos de lágrimas. Intentaba con todas sus fuerzas no llorar, pero por fin se le escapó una lágrima que rodó por sus mejillas. Se la limpió con rabia mientras intentaba contener el llanto.

-Sé que no te acuerdas de mí -dijo Zac a Natasha con voz increíblemente suave-. Pero nos conocimos hace cinco años. El cuatro de enero.

Natasha casi dejó dé respirar.

-Ese día es mi cumpleaños -dijo, mirándolo desde el otro lado del patio.

La sonrisa forzada de Zac se volvió sincera.

-Lo sé -dijo-. Yo iba a llevar a tu madre al hospital y... -se interrumpió y la miró más atentamente-. ¿Quieres un abrazo? -preguntó-. Porque a mí me vendría muy bien uno ahora mismo, y te agradecería mucho que me lo dieras.

Natasha sopesó sus palabras y luego asintió con la cabeza. Se acercó despacio a él.

-Pero será mejor que contengas la respiración -le dijo Zac en tono remolón-. Creo que huelo mal.

Ella asintió de nuevo y se sentó cuidadosamente sobre sus rodillas. Nessa intentó no mirar, pero le resultaba casi imposible apartar los ojos del hombretón cuyos brazos envolvían dubitativamente a la pequeña, como si temiera romperla. Sin embargo, cuando Natasha levantó los brazos y le rodeó el cuello con fuerza, Zac cerró los ojos y la apretó contra sí.

Nessa había creído que sólo le había pedido un abrazo por el bien de la niña, pero de pronto dudó. Con la ira y la amargura que le causaba su pierna herida, era posible que hiciera mucho tiempo que Zachary Efron no permitía que nadie se acercara a él para darle el calor y el consuelo de un abrazo. Y todo el mundo necesitaba calor y consuelo: hasta los soldados profesionales, duros y fornidos.

Nessa apartó la mirada e intentó concentrarse en quitar las malas hierbas de su última hilera de flores. Pero no pudo evitar oír que Natasha decía:

-No hueles mal. Hueles como mamá... cuando se despierta.

A Zac no pareció gustarle aquella comparación.

-Estupendo -murmuró.

-Mamá está muy gruñona por la mañana -dijo Natasha-. ¿Tú también?

-Últimamente me parece que estoy gruñón todo el tiempo -reconoció él.

Natasha se quedó callada un momento, pensándose aquello.

-Entonces pondré la tele muy bajita para no molestarte.

Zac se rió otra vez. Aun así, aquella risa atrajo la mirada de Nessa hacia su cara. Cuando sonreía, se transformaba. A pesar de la palidez de su piel, de la barba que empezaba a crecerle y del pelo revuelto, estaba tan guapo que quitaba el aliento.

-Seguramente es buena idea -dijo. Natasha no se bajó de su regazo.

-No te he visto nunca -dijo.

-Claro -dijo Zac. Se removió, incómodo. Hasta el ligero peso de Natasha era demasiado para su rodilla herida, y movió a la niña para colocarla sobre la pierna buena-. Cuando nos conocimos, estabas todavía dentro de la tripa de tu mamá. Decidiste que querías nacer y que no querías esperar más. Que querías venir al mundo en el asiento delantero de mi camioneta.

-¿De verdad? -Natasha estaba fascinada. Zac asintió.

-De verdad. Saliste antes de que llegara la ambulancia. Tenías tanta prisa que tuve que agarrarte y sostenerte en brazos para que no salieras corriendo por la calle.

-Los bebés no pueden correr -dijo la pequeña.

-Puede que los bebés normales, no -respondió Zac-. Pero tú saliste bailando el tango, fumando un cigarrillo y dando voces a todo el mundo. Ay, cómo chillabas.

Natasha soltó una risilla.

-¿En serio?

-En serio -dijo Zac-. Lo del tango y el cigarrillo no es verdad, pero lo de que chillabas sí. Vamos -añadió, levantándola de sus rodillas-. Agarra tu maleta, que voy a enseñarte mi casa. Puedes hacer... algo... mientras me ducho. Porque necesito urgentemente una ducha.

Natasha intentó levantar la maleta, pero pesaba demasiado para ella. Trató de arrastrarla tras su tío, pero no podría subirla por las escaleras. Zac se volvió para ver qué hacía y se detuvo.

-Será mejor que la lleve yo -dijo. Pero, mientras hablaba, su cara cambió. La ira volvió. La ira y la frustración.

Nessa comprendió casi al instante que Zachary Efron tampoco podría subir la maleta de Natasha por las escaleras. Con una mano en el bastón y la otra apoyada en la barandilla de hierro, sería incapaz de hacerlo.

Nessa se levantó y se sacudió el polvo de las manos. Hiciera lo que hiciera, iba a ser humillante para él. Y, como todas las cosas dolorosas, seguramente era mejor hacerlo cuanto antes y acabar de una vez.

-Ya la llevo yo -dijo alegremente, y le quitó la maleta de las manos a Natasha. Nessa no esperó a que Zac hablara o reaccionara. Comenzó a subir las escaleras de dos en dos y dejó la maleta junto a la puerta del 2°C-. Bonita mañana, ¿en? -comentó, alzando la voz mientras entraba en su apartamento para buscar la regadera.

Volvió a salir en un instante y, al empezar a bajar las escaleras, vio que Zac no se había movido. Sólo la expresión de su cara había cambiado. Sus ojos estaban aún más oscuros y enfurecidos y su semblante tenía una expresión tormentosa. Su boca estaba tensa. La anterior sonrisa había desaparecido sin dejar rastro.

-Yo no le he pedido ayuda -dijo con voz baja y amenazadora.

-Ya lo sé -contestó Nessa con franqueza, deteniéndose a unos peldaños del final de la escalera para poder mirarlo a los ojos-. Imaginé que no iba a pedírmela. Y sabía que, si preguntaba, se enfadaría y no querría que lo ayudara. De este modo puede enfadarse lo que quiera, pero la maleta ya está arriba -le sonrió-. Así que adelante. Enfádese. No se reprima.

Al dar media vuelta para volver a su jardín, sintió los ojos de Zac clavados en su espalda. La expresión de él no había cambiado: estaba enfadado. Enfadado con ella y con el mundo. Nessa sabía que no debería haberlo ayudado. Debería haber dejado que resolviera sus problemas, que se las arreglara solo. Sabía que no debía complicarse la vida con alguien que, obviamente, atravesaba grandes dificultades.

Pero no podía olvidar la sonrisa que había transformado a Zac en un verdadero ser humano y no en la columna de piedra llena de ira que parecía ser casi todo el tiempo. No podía olvidar la ternura con que había hablado a la niña para tranquilizarla. Y no podía olvidar la expresión de su cara cuando la pequeña Natasha le había dado un abrazo.

No podía olvidar ninguna de aquellas cosas... a pesar de que sabía que le convenía hacerlo.