jueves, 12 de enero de 2012

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Bueno, me desapareci por problemas que tuve :( pero ya estoy de vuelta. Les digo que el lunes empezare una nueva novela, espero y sigan conmigo apoyandome. Las quiero♥

martes, 6 de septiembre de 2011

Hola chicas, qusiera escribir lo que pienso acerca de lo que hace dias hubiese pasado, pero no quiero ponerme mal:( solo dire una cosa! AUNQUE NO ESTEN JUNTOS SIEMPRE LOS AMARE!

Chicas, les pido paciencia, ahorita no tengo laptop estoy usando la de mi hna :S
se han de imaginar lo dificil que es :S al parecer me estan arreglando la mia!
en fin, paso para darles noticias mias... esten atentas porque pronto regreso... Las quiero:*

lunes, 29 de agosto de 2011

REGRESE Y ES PARA QUEDARME!

Así es chicas, regrese y me quedare, se que desde enero no sabían nada de mi pero eso se acabo, tengo proyectos nuevos y aunque mis amados ZANESSA♥ ya no estén juntos seguiré escribiendo;D bueno tengo un proyecto empezado tiene alrededor de... 2 capítulos ajajajajajaja! y tengan por seguro que lo subiré, solo tenganme paciencia porque quiero adelantar capítulos si? hace un rato vi que también Andy creadora de la novela ODIO QUE ME HAGAS AMARTE al parecer también regresa, me emocione mucho créanme que si. Bueno, en estos días me tendrán de nuevo se los prometo(yn) no saben cuanto las extrañe!

sábado, 22 de enero de 2011

Capitulo 12

Primero perdon por no haberles subido pero bueno aqui me tienen ;D Si no saben es mi deber informarles. ME ACABAN DE COMUNICAR QUE ZAC EFRON FUE VISTO EN EL AEROPUERTO DE CAROLINA DEL NORTE Y SEGUN SE VANE AYA ESTA ENTONCES TENGAMOS PACIENCIA PARA QUE SALGAN FOTOS ;D!

Sone como reporteraa xD
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Aquel tipo, Dwayne, se paseaba por el aparcamiento.
Nessa estaba en su cocina, de pie junto al fregadero, y al mirar por casualidad por la ventana lo había visto.
De todos modos, no pasaba desapercibido. Era tan grande que llamaba inmediatamente la atención. Llevaba puesto otro traje bien cortado y unas gafas de sol negras que no lograban ocultar el vendaje del puente de su nariz, ni los moratones de su cara.
Nessa entró en el cuarto de estar, donde Natasha estaba sentada en el suelo, haciendo un dibujo con gran esmero. Sobre la mesa baja de mimbre, delante de ella, había esparcidos papeles y ceras.
Nessa intentó aparentar despreocupación, cerró con llave y cerrojo su puerta y echó las cortinas del cuarto de estar.
No era una coincidencia que Dwayne estuviera allí. Estaba buscando a Zac. O a Natasha. Pero no iba a encontrar ni a uno ni a otro.
Tasha apenas la miró cuando encendió la lámpara para reemplazar la luz del sol, cuyo paso impedían las cortinas.
-¿Quieres más zumo? -preguntó a la niña-. Te pondrás buena más rápido si tomas más zumo, ¿sabes?
Tasha tomó obedientemente su bote de zumo y bebió un sorbo. Zac había llamado a la puerta de Nessa poco después de las once. Al principio, ella apenas lo había reconocido. Llevaba su informe de paseo. Le quedaba como un guante: blanco, almidonado y reluciente al sol de media mañana. Las hileras de barras de colores de su pecho reflejaban también la luz. El efecto era cegador. Hasta sus zapatos parecían relucir.
Tenía el pelo mojado por la ducha y cuidadosamente peinado. Su cara estaba rasurada y tersa. Tenía un aire severo, autoritario y peligrosamente profesional. Parecía increíblemente atractivo.
Y luego sonrió.
-Deberías ver la cara que has puesto.
-¿Ah, sí? ¿Estoy babeando?
Un destello brilló en los ojos de Zac, pero luego se volvió y bajó la mirada, y Nessa vio que Tasha estaba junto a él.
-¿Podemos pasar? -preguntó Zac.
Nessa abrió la mosquitera. Tasha ya se encontraba mucho mejor. Se apresuró a enseñarle a Nessa la segunda medalla que se había prendido en la camiseta y que él le había concedido por cumplir las normas durante toda la mañana. Naturalmente, se había pasado la mayor parte del tiempo durmiendo, pero eso nadie lo mencionó.
Se había recuperado de la fiebre con el vigor de los niños pequeños. Los antibióticos estaban surtiendo efecto y Tasha volvía a estar en forma, alerta y llena de energía.
Zac tocó a Nessa suavemente al entrar: sólo una rápida caricia por su brazo desnudo. Aquella caricia bastó para que ella se quedara sin aliento, para recordarle cómo habían hecho el amor apenas unas horas antes. Fue suficiente para hacerle comprender que él también se acordaba.
Zac quería saber si le importaría cuidar de Tasha un par de horas, mientras él iba al centro de desintoxicación para intentar ver a su hermana. Por eso se había vestido de punta en blanco. Imaginaba que tendría más posibilidades de que le permitieran saltarse la norma de «nada de visitas» si parecía una especie de héroe. Estaba empeñado en averiguar de un modo u otro por qué exactamente iba Dwayne detrás de Sharon.
Nessa se ofreció a cuidar de Natasha en el piso de Zac, pero él le dijo que prefería que Tasha se quedara en su casa: le parecía que, de ese modo, la molestaba menos. Y, a pesar de que Nessa intentó convencerlo de lo contrario, habían acabado en su piso.
Ahora Nessa se preguntaba si Zac esperaba que Dwayne volviera a buscarlo. ¿Por eso había insistido en que Tash se quedara en su casa?
Resistió el deseo de mirar por detrás de las cortinas echadas para ver si Dwayne estaba subiendo las escaleras y se sentó junto a la niña.
-¿Qué estás dibujando? -preguntó.
El corazón le palpitaba con violencia. Dwayne iba a llamar al timbre de Zac y se daría cuenta de que no había nadie en casa. ¿Qué haría entonces? ¿Probaría en las puertas de los vecinos para intentar averiguar adonde había ido Zac? ¿Y si llamaba a su puerta? ¿Iba a decírselo ella a Tasha? ¿Cómo iba a explicar por qué no abría la puerta? Y, santo cielo, ¿qué pasaría si Zac volvía mientras Dwayne seguía allí?
Natasha eligió cuidadosamente una cera roja de la caja que Zac le había comprado.
-Estoy haciendo una medalla -le dijo, y empezó a pintar sin salirse de las rayas que había dibujado-. Para Zac. El también necesita una medalla hoy. Estábamos en la cocina y se le ha caído la leche al suelo. Pero no ha dicho ni una palabrota -dejó la cera y tomó otra-. Me he dado cuenta de que quería decir una palabrota, pero no la ha dicho.
-Le va a gustar mucho tu medalla -dijo Nessa.
-Y luego -continuó la niña-, aunque estaba enfadado, ha empezado a reírse -eligió otra cera-. Le he preguntado si la leche le hacía cosquillas en los dedos de los pies, pero ha dicho que se reía porque había una cosa muy divertida en la nevera. Yo he mirado, pero no he visto nada divertido. Sólo un trozo de papel con algo escrito. Pero no sé leer, ¿sabes?
-Ya, lo sé -Nessa tuvo que sonreír, a pesar de que el corazón le latía a toda prisa-. Se ha reído, ¿eh? -antes de marcharse del piso de Zac, esa mañana, muy temprano, había empezado una nueva lista y la había pegado a su nevera, junto a la otra. Su nueva lista incluía algunas cosas que él todavía podía hacer, incluso con la pierna herida. Había puesto cosas como cantar, abrazar a Tasha, reír, leer, ver películas viejas, tumbarse en la playa, hacer crucigramas, respirar y comer pizza. Había empezado y acabado la lista, naturalmente, con «hacer el amor». Y la había aderezado con sugerencias picantes y a veces extremadamente explícitas..., todas las cuales estaba segura de que Zac era capaz de llevar a cabo.
Se alegraba de que él se hubiera reído. Le gustaba que se riera. Y también le gustaba que le hablara. La noche anterior le había contado muchas cosas de sí mismo. Había reconocido que tenía miedo de que su rodilla no mejorara. Nessa estaba casi segura de que era la primera vez que expresaba en voz alta sus temores. Lucky, su amigo, le había dicho que en la base había un puesto de instructor esperándolo. Aquél no era, claro, el futuro que Zac esperaba, pero era un futuro.
Un futuro que lo sacaría de ese limbo que tanto temía. Que lo mantendría al lado de los hombres que admiraba y respetaba. Que volvería a convertirlo en un SEAL.
Nessa se acercó a la ventana. Apartó la cortina unos centímetros y volvió a dejarla caer al ver que la enorme figura de Dwayne subía por las escaleras. Se quedó junto a la puerta con el oído aguzado y el corazón palpitándole a toda velocidad. Oyó el sonido agudo del timbre de Zac a través del delgado tabique que separaba sus pisos. Sonó una, dos, tres veces, cuatro.
Luego se hizo el silencio.
Nessa esperó, preguntándose si aquel tipo se había ido o si seguía en el patio... o quizá parado delante de su puerta.
Y entonces oyó el ruido de un cristal que se rompía. Se oyó otra cosa, un estrépito, y luego varios golpes fuertes: todos procedían del piso de Zac.
Dwayne había entrado. Había irrumpido sin permiso y, por los ruidos que hacía, el muy canalla estaba destrozando la casa.
Nessa saltó hasta el teléfono y marcó el 911.


Había tres coches mal estacionados en el aparcamiento del edificio.
Zac dio un billete de diez dólares al taxista y salió con las muletas lo más rápido que pudo. Tenía el corazón en la garganta cuando entró a toda prisa en el patio. Los vecinos habían salido de sus casas y andaban por allí, observando a los policías, varios de los cuales estaban junto a su piso y el de Nessa. Las dos puertas estaban abiertas de par en par y uno de los policías entró en casa de Nessa.
Todavía con las muletas, Zac subió las escaleras peligrosamente deprisa. Si perdía el equilibrio, se heriría gravemente, pero no iba a perder el equilibrio, maldición. Tenía que subir las escaleras.
-¡Nessa! -gritó-. ¡Tash!
Thomas King salió del piso de Nessa.
-No pasa nada, jefe -dijo-. No hay nadie herido. —Pero Zac no aflojó el paso.
-¿Dónde están?
-Dentro.
Entró y entornó los ojos para acostumbrarlos a la repentina penumbra. A pesar de lo que le había dicho Thomas, tenía que ver por sí mismo que estaban bien. Nessa estaba de pie junto a la cocina, hablando con una agente de policía. Parecía encontrarse bien. Llevaba todavía los pantalones cortos y la camiseta sin mangas de esa mañana. Seguía teniendo el pelo atado en una trenza. Parecía tranquila.
-¿Dónde está Tasha?
Ella levantó la mirada y un torbellino de emociones cruzó su cara. Zac comprendió entonces que no estaba tan serena como parecía.
-Zachary... Gracias a Dios. Tasha está en mi despacho, jugando con el ordenador. Está bien -dio un paso hacia él y luego miró a la policía como si le diera vergüenza o no supiera cómo recibirlo.
A Zac le importaba un bledo quién estuviera mirando. Quería estrecharla entre sus brazos, y quería que fuera en ese momento. Soltó las muletas y la atrajo hacia sí. Cerró los ojos y aspiró su dulce perfume.
-Cuando he visto los coches de la policía... -no pudo continuar. Se limitó a abrazarla.
-Disculpen -murmuró la policía, y pasó a su lado discretamente y desapareció por la puerta abierta del piso.
-Dwayne vino a buscarte -dijo Nessa mientras le apretaba con fuerza la cintura.
Dwayne. Él la apretó con más fuerza.
-Maldita sea, no debí dejarlas solas. ¿Seguro que no os ha hecho daño?
Ella se apartó para mirarlo.
-Lo vi llegar y nos quedamos dentro -dijo-. Zachary, ha destrozado completamente tu cocina y tu cuarto de estar. El resto del apartamento está bien. Llamé a la policía y llegaron antes de que entrara en los dormitorios, pero...
-¿No habló contigo? ¿No os amenazó a Tasha o a ti?
Ella sacudió la cabeza.
-Huyó cuando oyó las sirenas de la policía. Ni siquiera se enteró de que estábamos en el piso de al lado.
Zac sintió una oleada de alivio.
-Menos mal.
Ella tenía los ojos como platos.
-Pero tu cuarto de estar está destrozado...
-Al diablo con mi cuarto de estar. No me importa mi cuarto de estar.
La miró a los ojos y, mientras ella abría sus bellos labios, sorprendida, la besó.
Fue un beso extraño, un beso que nada tenía que ver con la atracción y el deseo. Zac no la estaba besando porque la deseara. La besaba porque quería desvanecer por completo sus miedos. Quería convencerse sin lugar a dudas de que Nessa estaba bien. Aquello no tenía nada que ver con el sexo y sí con la oleada de emociones que había sentido mientras subía las escaleras.
Los labios de Nessa eran cálidos, dulces y maleables bajo los suyos. Lo besó con ansia, dándole consuelo y recibiéndolo al mismo tiempo.
Cuando por fin se apartaron, ella tenía lágrimas en los ojos. Se las enjugó y compuso con esfuerzo una sonrisa de disculpa.
-Me daba pánico que Dwayne te encontrara antes de que llegaras a casa...
-Puedo arreglármelas con Dwayne.
Ella apartó la mirada, pero no antes de que él viera un brillo de escepticismo en sus ojos. Zac sintió que se tensaba, lleno de frustración, pero no reaccionó. ¿Por qué no iba a dudar Nessa de su capacidad para defenderse? El día anterior había visto cómo Dwayne le propinaba una paliza.
Zac tomó su mano y la puso en la parte de fuera de la chaqueta, justo debajo de su brazo izquierdo. La cara de Nessa reflejó sorpresa cuando notó el bulto inconfundible de su pistolera.
-Puedo arreglármelas con Dwayne -repitió él.
-Disculpe, ¿el teniente Efron...?
Zac soltó a Nessa y al volverse vio a uno de los policías junto a la puerta. Era un hombre maduro, calvo y canoso, con la cara curtida y los ojos permanentemente guiñados por culpa del sol brillante de California. Era, obviamente, el oficial al mando de la investigación.
-Quería saber si podríamos hacerle unas preguntas, señor.
Nessa se inclinó para recoger sus muletas. La cabeza le daba vueltas. Una pistola. Su amante llevaba una pistola. Naturalmente, era lógico que tuviera una. Era probable que tuviera una colección completa de armas de fuego. Pero ella no había reparado antes en aquel detalle. O quizá no había querido pensar en ello.
Era ridículo, en realidad. Ella, que se oponía a la violencia y a las armas de cualquier tipo, se había enamorado de un hombre que no sólo llevaba pistola, sino que evidentemente sabía cómo usarla.
-Gracias -le susurró Zac, y se colocó las muletas bajo los brazos. Echó a andar hacia el policía-. No estoy seguro de poder decirle nada -le dijo al hombre-. Aún no he visto los daños.
Nessa salió tras él. Thomas seguía fuera.
-¿Te quedas con Tasha un minuto? -preguntó ella.
El chico asintió con la cabeza y entró.
Nessa alcanzó a Zac cuando éste acababa de entrar en su piso. Él contempló inexpresivamente lo que había sido su cuarto de estar. La mesa baja de cristal estaba hecha añicos. El mueble de la televisión y el equipo de música barato estaban volcados y apartados de la pared. Las gruesas estanterías de madera habían quedado intactas, pero el televisor estaba destrozado. Todas las lámparas estaban rotas y el horrendo sofá de cuadros, rajado y hecho jirones, y los muelles y el relleno blanco quedaban al descubierto.
La zona del comedor y la cocina se hallaban en parecido estado. La mesa y las sillas estaban volcadas y el suelo de la cocina estaba lleno de vasos y platos rotos, arrojados desde los armarios. La nevera estaba abierta y volcada. Su contenido se había desperdigado por el suelo y se mezclaba en un espantoso batiburrillo.
Zac lo miraba todo, pero no decía una palabra. El músculo de su mandíbula se movía, sin embargo, mientras apretaba los dientes.
-Su... amiga ha identificado al hombre que entró en la casa por el nombre de Dwayne... -dijo el policía.
«Su amiga». Mientras Nessa lo observaba, los ojos de Zac volaron un momento hacia ella. El policía podía haberla llamado su vecina, pero era evidente para todo el mundo que eran más que eso. Nesa intentó no sonrojarse al recordar el envoltorio de un preservativo que todavía había en el suelo de la habitación de Zac. Aquellos policías llevaban veinticinco minutos merodeando por la casa. Sin duda habían visto el envoltorio... o cómo la había abrazado Zac nada más llegar. Eran policías curtidos, especialmente eficaces en el razonamiento deductivo.
-No conozco a nadie llamado Dwayne -dijo Zac al policía. Se desabrochó la chaqueta y empezó a avanzar cuidadosamente hacia su dormitorio-. Vanessa debe de haberse equivocado.
-Zachary, vi...
Él la miró y sacudió la cabeza una vez con aire de advertencia.
-Confía en mí -murmuró. Nessa cerró la boca. ¿Qué pretendía Zac? Sabía perfectamente quién era Dwayne, y ella no se había equivocado.
-Le agradezco que haya venido hasta aquí, agente -dijo él al policía-, pero no voy a poner ninguna denuncia.
El policía sentía respeto por el uniforme y las medallas de Zac. Nessa lo notó en su voz. Pero era evidente que esa decisión no le hacía ninguna gracia.
-Teniente, tenemos cuatro testigos que dicen haber visto a ese hombre entrando o saliendo de su casa -extendió las manos y señaló el destrozo que había a su alrededor-. Estos daños no son de poca importancia.
-Nadie ha resultado herido -dijo Zac con calma.
Nessa no pudo guardar silencio.
-¿Que nadie ha resultado herido? -dijo, incrédula-. Ayer alguien resultó herido... -se mordió el labio para no decir nada más. El día anterior, aquel hombre había mandado a Zac al hospital. Entonces se llamaba Dwayne, y ese día seguía llamándose igual. Y si Zac hubiera estado en casa esa tarde... Pero Zac le había susurrado que confiara en él. Y ella confiaba en él. Sí. Así que se mordió la lengua.
Pero su estallido había sido suficiente y, por primera vez desde que había entrado en el piso, Zac mostró alguna emoción.
-Eso no se va a solucionar deteniendo a ese cerdo por allanamiento de morada y vandalismo -dijo-. De hecho, sólo empeoraría las cosas -miró al policía, como si supiera que se había ido de la lengua. Con gran esfuerzo, borró todo signo de ira de su cara y, cuando volvió a hablar, su voz sonó firme y serena-. Como le decía, no quiero presentar denuncia -empezó a alejarse, pero el policía no lo dejó marchar.
-Teniente Efron, parece que tiene usted algún tipo de problema. Quizá si hablara con uno de los inspectores de la brigada...
Zac siguió inexpresivo.
-Gracias, pero no. Ahora, si no le importa, quiero cambiarme de ropa y empezar a limpiar todo este lío.
-No sé qué está pasando aquí -respondió el policía-, pero si acaba tomándose la justicia por su mano, amigo mío, se encontrará con un problema aún mayor.
-Discúlpeme -Zac desapareció en su dormitorio y, al cabo de un momento, el policía se marchó sacudiendo la cabeza, exasperado.
Nessa siguió a Zac.
-Zachary, era Dwayne.
Él la estaba esperando en la puerta de la habitación.
-Lo sé. No me mires así -la hizo entrar y cerró la puerta. Después la estrechó en sus brazos y la besó con fuerza, como si intentara borrar la expresión de confusión y temor de su cara-. Siento haberte hecho parecer una tonta delante de la policía al decir que estabas equivocada. Pero no sabía qué otra cosa decir.
-No entiendo por qué no lo denuncias -escudriñó su cara y él le sostuvo la mirada.
-Lo sé -dijo-. Gracias por confiar en mí a pesar de todo -su semblante se suavizó en su media sonrisa de siempre y volvió a besarla, con más suavidad esa vez.
Nessa sintió que se derretía. El roce terso de sus mejillas mientras se besaban estaba cargado de sensualidad, y ella sintió una intensa oleada de deseo. Lo abrazó con fuerza y comprendió que él sentía lo mismo. Pero Zac la apartó con delicadeza y se rió suavemente.
-Maldita sea, eres muy peligrosa. Tengo «mono» de ti.
-¿Mono?
-Síndrome de abstinencia -explicó él-. Algunos tipos tienen mono de viajes, no pueden quedarse mucho tiempo en un sitio. He tenido amigos que tenían mono de saltar en paracaídas, que no pueden pasar más de un par de días sin saltar -se acercó a su armario, apoyó las muletas contra la pared y se volvió para sonreírle de nuevo-. Y parece que yo tengo un grave mono de Vanessa Hudgens -su voz se volvió aún más suave y aterciopelada-. No puedo pasar más de una hora o dos sin querer hacerte el amor.
El deseo que atravesaba a Nessa se hizo más denso, más ardiente. «Tengo mono de ti». Aquellas palabras no eran muy románticas. Sin embargo, cuando Zac las había dicho con su voz ronca, sus ojos llenos de fuego líquido y aquella media sonrisa increíblemente sexy... lo habían sido. Aquello era puro romance.
Él se apartó. Parecía saber que, si seguía mirándola así, Nessa acabaría en sus brazos y volverían a la cama. Y no había tiempo para eso, por agradable que fuera. Thomas estaba en su piso, cuidando a Natasha. Y Nessa seguía esperando una explicación.
-¿Por qué no has presentado denuncia? -preguntó otra vez. Se sentó en la cama y lo miró mientras él se quitaba la chaqueta y la colgaba cuidadosamente en el armario. Zac la miró. Sus ojos tenían una expresión seria y su sonrisa había desaparecido.
-He visto a Sharon -dijo. Llevaba una camisa blanca y las tiras de nailon negro de su sobaquera destacaban visiblemente. Desabrochó la funda y la arrojó, pistola incluida, sobre la cama, junto a ella.
Nessa no pudo evitar mirar la pistola, que había caído a unos centímetros de ella. Zac la manejaba con tanta naturalidad como si no fuera un arma letal, capaz de segar la vida de un ser humano con sólo un ligero esfuerzo.
-Resulta que es cierto que le debe dinero a Dwayne. Dice que le pidió prestados cinco de los grandes cuando se fue de su casa, hace un par de meses -se acercó a pata coja a la cama y se sentó a su lado. Inclinándose, se quitó los zapatos y los calcetines. La camisa desabotonada dejaba entrever su pecho musculoso y bronceado. Pero ni siquiera aquello bastó para que Nessa apartara la atención de la pistola que él había arrojado sobre la cama.
-Por favor..., preferiría que apartaras eso -lo interrumpió.
Él la miró y bajó luego la mirada hacia la pistola enfundada.
-Perdona -recogió el arma y la dejó en el suelo, lejos de ella-. Debería haber imaginado que no te gustan las armas de fuego.
-No es que no me gusten. Es que las odio.
-Yo tengo muy buena puntería. O la tenía. Ahora estoy un poco falto de práctica. Y conozco las armas tan bien que mentiría si te dijera que las odio. También mentiría si te dijera que no me siento más seguro llevándola. Lo que odio es que las armas caigan en las manos inadecuadas.
-En mi opinión, todas las manos son inadecuadas. Las armas deberían erradicarse de la faz de la tierra.
-Pero existen -repuso Zac-. Es demasiado tarde para desear que desaparezcan.
-Pero no lo es para imponer restricciones a su uso -contestó ella con ardor.
-A su uso legal -añadió él, y su voz se tiño también de vehemencia-. A quien pueda utilizarlas legalmente. Pero la gente que no debería usarlas -los delincuentes, la mala gente y los terroristas-, ésos siempre descubren un modo de hacerse con ellas, digan lo que digan las leyes. Y, mientras ellos puedan tener armas, yo también tendré una.
Tenía la mandíbula tensa y una mirada dura en la que brillaba un fuego azul. En aquel asunto se hallaban en bandos opuestos, y Nessa sabía con toda certeza que era tan poco probable que Zac se dejara persuadir por sus argumentos como ella por los de él.
Sacudió la cabeza, como si de pronto se sintiera incrédula.
-No puedo creer que me haya... -apartó la mirada de él, aturdida por las palabras que había estado a punto de decir en voz alta. «No puedo creer que me haya enamorado de un hombre que lleva un arma».
Zac la tocó, levantó suavemente su mano y entrelazó sus dedos. Había adivinado lo que ella había estado a punto de decir.
-Somos muy distintos, ¿eh?
Ella asintió con la cabeza. Temía mirarlo a los ojos, temía que adivinara también el resto de sus pensamientos.
Él sonrió con ironía.
-¿Qué opinas del aborto? ¿Y de la pena de muerte?
Nessa sonrió, muy a su pesar.
-No preguntes -sin duda sus puntos de vista eran completamente opuestos también en aquellos asuntos.
-A mí me gusta que sea así -dijo él con calma-. Me gusta que no estés de acuerdo con todo lo que pienso.
Ella lo miró.
-Seguramente pertenecemos a partidos políticos contrarios.
-¿Y tan malo es eso?
-Nuestros votos se cancelarán mutuamente.
-La democracia en acción.
Los ojos de Zac eran más suaves, líquidos en vez de acerados. Nessa sintió que empezaba a ahogarse en su color azul. Zac no era el único que tenía mono, síndrome de abstinencia. Se inclinó hacia él y lo besó. Subió las manos por su camisa abierta, rozó su piel desnuda y aquella sensación los hizo gemir a ambos.
Pero, cuando ella estaba a punto de rendirse, cuando estaba dispuesta a tumbarse con él en la cama, Zac se apartó con esfuerzo. Respiraba trabajosamente y el fuego de sus ojos resultaba inconfundible. La deseaba tanto como ella a él. Quizá fuera adicto a ella, pero tenía también una voluntad férrea.
-Tenemos que salir de aquí -explicó-. Dwayne va a volver, y no quiero que Tasha y tú estéis aquí cuando llegue.
-Sigo sin entender por qué no lo has denunciado -dijo Nessa-. El que tu hermana le deba dinero no le da derecho a destrozarte la casa.
Zac se levantó y se quitó la camisa. La arrugó y la lanzó al rincón, encima de su montaña de ropa sucia.
-Se llama Dwayne Bell -dijo-. Y es un delincuente profesional. Drogas, mercancía robada, tráfico de armas... Está metido en toda clase de cosas. Y no gana un millón de pavos al año por ser amable con quien le debe dinero.
La miró mientras se desabrochaba y se quitaba los pantalones. Nessa sabía que no debía mirar. No era muy cortés observar a un hombre en calzoncillos, pero no podía apartar los ojos.
-Sharon vivió con él unos cuatro meses -continuó Zac. Se acercó saltando a sus macutos y empezó a rebuscar en su interior-. Durante ese tiempo, también trabajaba para él. Según dice, Dwayne sabe suficientes cosas sobre ella como para causarle verdaderos problemas. Si lo detuvieran por algo tan insignificante como un allanamiento de morada, haría un trato con la policía y la denunciaría por tráfico de drogas, y sería ella la que acabara en la cárcel.
Nessa cerró los ojos un momento.
-Oh, no.
-Sí.
-Entonces ¿qué vamos a hacer?
Él encontró un par de pantalones cortos relativamente limpios y volvió a la cama. Se sentó y se los puso.
-Vamos a sacaros a Tasha y a ti de aquí. Luego, yo volveré a zanjar las cosas con Dwayne. —¿A zanjar las cosas con Dwayne?
-Zachary...
Él había vuelto a levantarse. Se pasó la pistolera por el brazo y se la abrochó sobre la piel desnuda.
-Hazme un favor. Ve al cuarto de Tash y recoge su bañador y un par de mudas de ropa -se inclinó, agarró uno de sus macutos vacíos y se lo tiró.
Nessa lo recogió, pero no se movió.
-Zachary...
Él se puso a buscar en su armario, de espaldas a ella, y sacó una vieja camisa de faena de color verde oliva, con las mangas cortadas y los bordes deshilacliados. Se la puso. Era amplia y se dejó sin abrochar casi todos los botones. Ocultaba su pistola, pero le permitía acceder a ella con facilidad. Podría sacarla si era necesario cuando tuviera que vérselas con Dwayne. A menos, claro, que Dwayne sacara la suya primero. El miedo cerró la garganta de Nessa.
Zac se volvió para mirarla.
-Vamos, Vanessa. Por favor. Y luego mete algunas cosas tuyas en una bolsa.
Ella sintió una punzada de enfado, más ardiente y afilada que su miedo.
-Tiene gracia, no recuerdo que me hayas pedido que vaya contigo. Ni siquiera me has dicho adonde vas.
-Lucky tiene una cabaña en las montañas, a unos ochenta kilómetros al este de San Felipe. Voy a llamarlo, a ver si podemos usar la casa unos días.
Lucky. El de su antigua unidad. Su amigo. No, eran más que amigos. Eran... ¿cómo lo llamaban ellos? Compañeros de zambullida.
-Te estoy pidiendo ayuda -prosiguió él con calma-. Necesito que vengas conmigo para cuidar de Tasha mientras yo...
-Mientras arreglas las cosas con Dwayne -concluyó ella, exasperada-. Sabes que voy a ayudarte, Zachary. Pero no sé si quiero ir a esconderme a una cabaña -sacudió la cabeza-. ¿Por qué no buscamos un sitio donde podamos dejar a Tasha a salvo? Podríamos... no sé, quizá llevarla a casa de mi madre. Luego podría acompañarte cuando vayas a ver a Dwayne.
-No. Imposible. Rotundamente no. —Ella montó en cólera.
-No quiero que hagas esto solo.- Zac se echó a reír sin ganas.
-¿Es que crees que vas a impedir que Dwayne intente volver a patearme el trasero? ¿Le vas a soltar un sermón sobre la no violencia? ¿O vas a intentar usar el refuerzo positivo para enseñarle modales, eh?
Nessa sintió que se sonrojaba.
-No, yo...
-Dwayne Bell es un hijo de perra -dijo Zac-. No pertenece a tu mundo... ni tú al suyo. Y pienso asegurarme de que siga siendo así.
Ella cruzó los brazos sobre el pecho y se apretó con fuerzas los codos para que él no viera que le temblaban las manos de furia.
-¿Y a cuál de esos dos mundos perteneces tú? —Zac se quedó callado un momento.
-A ninguno de los dos -contestó por fin, incapaz de mirarla a los ojos-. Yo estoy en el limbo, ¿recuerdas?

martes, 4 de enero de 2011

Capitulo 11

Chicas, antes que nada debo de avisarles algo. SI SON MENORES DE 13 AÑOS, NO LEEAN ESTE CAPITULO, ES DEMACIADO HOT! YO QUISE EDITARLO PERO SE LO PASE A ANDYY Y ME DIJO QUE NO -.- JAJAJA! Y BUENO LE PROMETI A ELLA QUE SUBIRIA HOY Y AQUI ESTOY! NO ME PUTEEN POR EL CAPITULO TAN EXPLISITO D:! LAS AMO♥


Capítulo 11
Nessa no pudo refrenarse. Alargó la mano hacia Zac. ¿Cómo podía mantener las distancias mientras su corazón sufría por aquel hombre?
Pero él le agarró la mano antes de que pudiera tocarle la mejilla.
-No quieres, ¿recuerdas? -dijo con calma mientras escudriñaba sus ojos.
-Puede que nos necesitemos el uno al otro un poco más de lo que creía -musitó ella.
Zac compuso una media sonrisa conmovedora.
-Nessa, tú no me necesitas.
-Sí, te necesito -dijo ella y, casi para su sorpresa, era cierto. Lo necesitaba. Desesperadamente. Lo había intentado. Había intentado no sentir nada por aquel hombre, por aquel soldado. Había intentado mantenerse fría, distante, indiferente, pero de algún modo, durante los días anteriores, Zac había atravesado sus líneas defensivas y se había enseñoreado de su corazón.
La mirada de él era tan triste, tan suave, tan tierna... Toda su ira había desaparecido, y Nessa comprendió que, de nuevo, estaba viendo al hombre que había sido: el hombre al que el dolor y la amargura habían hecho olvidarse de vivir.
Zac podía volver a ser ese hombre. Todavía lo era. Sólo necesitaba dejar de basar toda su felicidad futura en conseguir lo inalcanzable. Eso, ella no podía hacerlo por él. Tendría que hacerlo él solo. Pero podía estar con él en ese momento, esa noche, y ayudarlo a recordar que no estaba solo.
-No puedo darte lo que quieres -dijo él con voz ronca-. Sé que eso te importa.
El amor. Estaba hablando del amor.
-Entonces estamos empatados -Nessa apartó suavemente la mano de la suya y le tocó la mejilla. Zac no se afeitaba desde hacía al menos un día y tenía ásperos los pómulos y la barbilla, pero a ella no le importó. Tampoco le importaba que no la quisiera-. Porque yo tampoco puedo darte lo que tú quieres.
No podía darle energías para convertirse de nuevo en un SEAL. Pero, si hubiera podido, lo habría hecho.
Se inclinó hacia él y lo besó. Fue un beso suave, un simple roce de labios. Zac no se movió. No respondió. Ella se inclinó para besarlo de nuevo, y él la detuvo poniéndole una mano contra el hombro.
Nessa estaba arrodillada a su lado en el sofá y él miró sus piernas, el suave algodón que la sudadera desabrochada dejaba al descubierto y, finalmente, sus ojos.
-Estás jugando con fuego -dijo en voz baja-. Hay muchas cosas que ya no puedo hacer, pero todavía puedo hacerle el amor a una mujer bonita.
-Quizá deberíamos empezar una nueva lista. Cosas que todavía puedes hacer. Podrías poner «hacer el amor» en primer lugar.
-Nessa, será mejor que te vayas...
Ella volvió a besarlo y él se retiró de nuevo.
-Maldita sea, me dijiste...
Nessa lo besó con más ímpetu, le rodeó el cuello con los brazos y entreabrió sus labios con la lengua. Zac se quedó paralizado y ella comprendió que, ni en un millón de años, hubiera esperado que fuera tan atrevida.
Su indecisión duró sólo un instante. Después, la atrajo hacia sí, la envolvió en sus brazos y estuvo a punto de aplastarla contra los músculos duros de su pecho.
Luego él también la besó.
La besó con ansia, ferozmente. Su boca ardiente se apoderó de la de ella y su lengua dominó la suya con sobrecogedora urgencia.
Aquello parecía imposible. Nessa sólo lo había besado una vez, en la playa y, sin embargo, la boca de Zac le sabía dulcemente familiar. Besarlo era como volver a casa.
Nessa sintió sus manos en la espalda, metiéndose bajo la sudadera y deslizándose hasta la curva de su trasero. Zac la atrajo hacia sí y buscó la suave desnudez de sus piernas. La subió sobre él y Ness se montó a horcajadas sobre su regazo sin dejar de besarlo. Tenía los dedos enterrados en su pelo, que era increíblemente suave. Le habría gustado pasarse la vida allí, besando a Zachary Efron y pasando las manos por su hermoso cabello rubio. Era todo lo que necesitaba, todo lo que necesitaría en su vida.
Luego, él movió las caderas y ella sintió la dureza de su miembro erecto y comprendió que se equivocaba. Los dos necesitaban y ansiaban algo más.
Zac tiró de la sudadera, se la apartó de los hombros y se la bajó por los brazos. Le sacó el camisón de los pantalones y ella se oyó gemir cuando sus manos encallecidas se deslizaron sobre la piel desnuda de su espalda. Y entonces Zac se apartó de ella, jadeando con fuerza.
-Nessa... -la frustración había tensado su cara fibrosa y de hermosos rasgos-. Quiero levantarte en brazos y llevarte a mi cama -pero no podía. No podía levantarla. Ni con muletas. Ni siquiera con el bastón. Pero aquél no era momento para que pensara en esas cosas. Nessa se levantó y se desprendió de su abrazo.
-¿Por qué no sincronizamos nuestros relojes y nos encontramos allí en, digamos... -fingió mirar un reloj de pulsera imaginario-... en dos minutos cero cero?
La cara de Zac se relajó en una sonrisa, pero la tensión no abandonó sus ojos.
-No hace falta que digas «cero cero». Puedes decir «04:00», pero dos minutos son sólo dos minutos.
-Lo sé -dijo ella-. Sólo quería hacerte sonreír. Si eso no hubiera funcionado, habría probado con esto... -se levantó lentamente el camisón y se lo sacó por la cabeza. Después lo arrojó sobre el regazo de Zac.
Pero la sonrisa de Zac desapareció. La miró, y sus ojos, llenos de ansia y pasión, devoraron sus pechos desnudos. Nessa estaba asombrada. Se encontraba medio desnuda delante de un hombre al que conocía desde hacía apenas unos días. Y Zac era un militar, un soldado entrenado para hacer la guerra seguramente de más modos de los que ella era capaz de imaginar. Era el hombre más duro, más curtido que había conocido nunca y, sin embargo, en muchos sentidos era también el más vulnerable. Había compartido sus secretos con ella, la había dejado ver su alma. Comparado con aquello, desnudar su cuerpo ante él parecía casi insignificante.
Y ella comprendió que podía estar allí, así, sin sonrojarse y con tanto aplomo, porque estaba absolutamente convencida de que amar a aquel hombre era lo correcto. Nunca antes había hecho el amor con un hombre sin sentir una especie de desasosiego, sin sentirse atormentada por las dudas. Pero nunca había conocido a un hombre como Zachary Efron: un hombre que pareciera tan distinto a ella y que, no obstante, pudiera mirarla a los ojos y, con sólo una palabra o una caricia, hacer que se sintiera totalmente conectada a él, en sintonía con él.
Nunca antes se había considerado una exhibicionista, pero nadie la había mirado nunca como la miraba Zac. Sintió que su cuerpo se tensaba, llena de expectación, bajo aquella mirada ardiente. Era una mirada seductora... y casi tan placentera como una caricia.
Levantó los brazos despacio, con deliberación, y se deshizo tranquilamente la coleta. Dejó que él la contemplara mientras se soltaba el pelo largo alrededor de los hombros y disfrutó de la sensación que los ojos de Zac suscitaban en su cuerpo.
-No estás sonriendo -susurró.
-Créeme, estoy sonriendo por dentro.
Y entonces sonrió de verdad. Con una sonrisa a medio camino entre tortuosa y triste. Aquella sonrisa estaba llena de dudas y de incredulidad, y mezclada con asombro y expectación. Mientras lo miraba a los ojos, Nessa pudo ver un primer destello de esperanza. Y sintió que se estaba enamorando. Comprendió, en ese preciso instante, que se estaba enamorando irremediablemente de aquel hombre.
Temiendo que él adivinara sus sentimientos, recogió su sudadera del suelo, se dio la vuelta y recorrió rápidamente el pasillo camino de su dormitorio. De su cama.
Zac no iba muy lejos, pero ella lo oyó detenerse en la habitación de Tasha y entrar a ver cómo estaba la niña.
-¿Está bien? -preguntó cuando él entró unos instantes después.
Zac cerró la puerta a su espalda. Y echó la llave.
Se quedó allí parado, una sombra oscura en el extremo de la habitación.
-Le ha bajado mucho la fiebre -dijo.
Nessa se acercó a la ventana y ajustó ligeramente la persiana para que entrara algo de luz sin exponer su intimidad. La luz tenue del descansillo formó franjas en el techo y, de pronto, la habitación, tan corriente, pareció adquirir un exótico resplandor. Ella se volvió hacia Zac, que seguía mirándola.
-¿Tienes preservativos? -preguntó.
-Sí. Hace mucho tiempo -reconoció-, pero sí.
-Para mí también hace mucho tiempo -contestó ella en voz baja.
-Todavía puedes cambiar de opinión -él se apartó de la puerta para dejarle vía libre. Apartó la mirada, como si supiera que sus ojos tenían el poder de detenerla.
-¿Por qué iba a cambiar de opinión? —Él le lanzó una de sus sonrisas tristes.
-¿Por un repentino arrebato de cordura? -sugirió.
-Quiero hacer el amor contigo -dijo ella-, ¿Tan absurdo es?
Zac levantó la vista.
-Podrías elegir a quien quisieras. A cualquiera -no había autocompasión en su voz, ni en su cara. Sólo estaba afirmando un hecho que creía cierto.
-Bien -contestó ella-. Entonces te elijo a ti. -Zac oyó sus palabras suaves, pero sólo cuando Nessa sonrió y se acercó a él las comprendió plenamente. Vanessa lo deseaba. Lo deseaba a él. La luz del exterior relucía sobre su piel desnuda.
Su cuerpo era aún más hermoso de lo que Zac había imaginado. Sus pechos eran llenos y redondeados... no muy grandes, pero tampoco demasiado pequeños. Él ansiaba tocarla con las manos, con la boca, y sonrió, sabiendo que iba a hacerlo muy pronto.
Pero ella se detuvo justo fuera de su alcance. Mientras le sostenía la mirada, se desabrochó los pantalones cortos y dejó que resbalaran por sus piernas.
Él la había visto en bañador esa tarde: era muy consciente de que su cuerpo esbelto y atlético era lo más parecido a la perfección que había visto nunca. Nessa no era voluptuosa en ningún sentido: de hecho, algunos hombres la habrían encontrado demasiado flaca. Sus caderas eran estrechas y se curvaban ligeramente hasta confundirse con la suavidad de su cintura. Era esbelta y de formas elegantes, y poseía una maravillosa combinación de músculos y curvas suaves y fluidas.
Zac se sentó al borde de la cama y Nessa se volvió hacia él. Él alargó la mano y ella se acercó a sus brazos y volvió a sentarse a horcajadas sobre su regazo.
-Creo que nos habíamos quedado aquí -murmuró, y volvió a besarlo.
Zac notó que la cabeza le daba vueltas, se sintió atrapado en un torbellino de placer tan intenso que no pudo refrenarse y gimió en voz alta. La piel de Nessa era tan suave, tan tersa bajos sus manos... Y sus besos eran casi una experiencia espiritual. Cada uno de ellos más hondo y más largo que el anterior, le infundían una vitalidad llena de alegría y una pasión dulce e ilimitada.
Ella le tiró de la camiseta y él se desprendió de su abrazo y se la sacó por la cabeza. Luego Nessa volvió a besarlo y el contacto de su piel desnuda dejó a Zac sin aliento.
Él se tumbó en la cama, arrastrándola consigo, y la subió encima de sí. Después deslizó la mano entre los dos para tocar la dulce turgencia de sus pechos. Ella tenía los pezones tensos y erectos por el deseo, y Zac la levantó hacia su boca y comenzó a acariciarla con la lengua, chupando primero suavemente y luego con más fuerza, mientras ella gemía de placer y arqueaba la espalda.
-Me gusta -jadeaba-. Es tan delicioso...
Sus palabras susurradas provocaron una llamarada de deseo que atravesó por completo a Zac. La atrajo aún más hacia sí y aquel movimiento la apretó íntimamente contra su cuerpo, contra su miembro erecto. Nessa se mantuvo un momento allí, en tensión. Zac podía sentir su ardor incluso a través de las bragas y los pantalones cortos. Quería tocarla, saborearla, llenarla por completo. La quería enteramente. La quería en ese preciso instante. La quería para siempre, para toda la eternidad.
El cabello de Nessa los envolvía como una cortina negra, finísima y sensual mientras Zac volvía a besarla y ella empezaba a moverse encima de él, deslizándose despacio sobre su miembro duro. Cielo santo, si seguía así, Zac iba a perder el control antes de estar siquiera dentro de ella.
-Nessa... -gruñó con las manos sobre sus caderas para detenerla.
Ella se echó hacia atrás para mirarlo. Tenía los ojos entornados por el placer y el deseo y una sonrisa provocativa curvaba sus labios. Se echó el pelo largo a la espalda y acercó las manos al botón de los pantalones cortos de Zac. Lo desabrochó rápidamente, con destreza, se deslizó hacia atrás y se puso de rodillas sobre sus muslos para bajarle la cremallera.
Liberado de la presión de los pantalones, su miembro se irguió y ella lo cubrió con sus manos delicadas a través de los calzoncillos. Miró a los ojos a Zac mientras lo tocaba.
Parecía una fantasía erótica extremadamente sensual, allí arrodillada sobre él, con aquellas braguitas minúsculas cuya seda blanca contrastaba perfectamente con el brillo dorado de su piel tersa. El pelo largo le caía alrededor de los hombros y varios mechones se rizaban alrededor de sus hermosos pechos.
Zac alargó las manos hacia ella. Quería tocarla, pasar las manos por sus brazos, acariciar sus pechos.
Ella le bajó los pantalones y los calzoncillos sin dejar de mirarlo a los ojos y sonrió al ver reflejado el placer en su cara cuando finalmente cerró las manos alrededor de su miembro. Entonces él apretó su pecho y ella cerró los ojos, arrastrada por su propio éxtasis.
Nessa se inclinó hacia delante y lo besó con fuerza, con violencia. Luego se apartó y trazó una senda de besos desde su boca y por su cuello hasta su pecho, mientras con una mano seguía acariciándolo vehementemente. Su pelo lo rozó en una caricia ligerísima y Zac refrenó un grito cuando ella deslizó la boca aún más abajo. Una oleada de placer exquisito, arrebatador, se apoderó de él.
Aquello era increíble. Era algo más que increíble, pero no era lo que él quería. Extendió los brazos hacia ella, la levantó con brusquedad y la estrechó entre sus brazos.
-¿No te ha gustado? -Nessa se reía. Sabía perfectamente que le había gustado. Sabía muy bien que había estado a punto de hacerle perder el control.
Zac intentó hablar, pero sólo le salió un gruñido. Ella volvió a reírse. Su voz sonó musical y su alegría era contagiosa. Zac le cubrió la boca con un beso feroz y sintió que la risa y la alegría burbujeaban en el interior de Nessa y penetraban en su propio cuerpo, fluyendo por sus venas y llenándolo de felicidad.
Felicidad. Santo cielo, ¿cuándo había sido la última vez que se había sentido feliz? Era extraño. Era absurdo, en realidad, porque, incluso cuando había sido feliz, antes de que lo hirieran, nunca había asociado esa emoción en particular con el hecho de hacer el amor. Había sentido deseo, excitación sexual, interés y regocijo; se había sentido dominador e incluso dominado. Se había sentido seguro de sí mismo, poderoso y confiado. Pero nunca se había sentido tan incondicionalmente, tan incontestablemente feliz. Nunca había sentido nada ni remotamente parecido a aquello.
Pero tampoco había hecho nunca el amor con una mujer que fuera, sin asomo de duda, su perfecta compañera sexual.
Vanessa era decidida y abiertamente sexy, y no se avergonzaba de su poderosa sensualidad. No la asustaba tomar la iniciativa. Confiaba en sí misma y era osada y atrevida.
Pero, si no hubiera sido por el atisbo de su sensualidad que ella le había dejado entrever en el vestíbulo del hospital, él jamás lo habría sospechado. Era de carácter tan dulce, tan tierna y amable... Era buena. Era la clase de mujer con la que uno deseaba casarse y pasar el resto de su vida rodeado por su serenidad y su calor.
Pero Nessa no se llevaba aquella serenidad al dormitorio. Y tampoco era cálida: era increíblemente ardiente.
Zac deslizó las manos por su vientre suave y bajo la tira de seda que cubría su sexo. Estaba caliente, tersa y lista para él, como Zac imaginaba. Nessa se arqueó contra sus dedos para empujarlo dentro de sí, atrajo su cabeza hacia ella y llevó su boca hacia uno de sus pechos.
-Quiero ponerme encima de ti -jadeó-. Por favor. ..
Era increíblemente excitante saber que aquella mujer apasionada lo deseaba de manera tan total. Zac la soltó y se volvió de lado para alcanzar el cajón de arriba de su mesilla de noche. Rebuscó entre las cosas que había dentro y su mano se cerró casi milagrosamente sobre un pequeño paquete de plástico. Lo rasgó y se puso el preservativo mientras Nessa se bajaba las bragas y se las quitaba agitando las piernas. Luego, se subió encima de él. Descendió y él levantó las caderas y, en un movimiento suave y perfecto, la penetró.
Entonces Zac comprendió que recordaría siempre la expresión de su cara, que se la llevaría consigo a la tumba. Presa de un rapto puro y bellísimo, ella tenía los ojos cerrados, los labios entreabiertos y la cabeza echada hacia atrás. Y era él quien la hacía sentirse así.
Nessa abrió los ojos, lo miró y escudriñó su cara, Dios sabe por qué. Fuera lo que fuese lo que estaba buscando, pareció encontrarlo, porque le sonrió con dulzura. Zac sintió que de pronto el corazón no le cabía dentro del pecho.
Ella comenzó a moverse encima de él, lentamente al principio. Su sonrisa se borró, pero siguió mirándolo a los ojos, sosteniéndole la mirada.
-Zachary...
Él no estaba seguro de poder hablar, pero se humedeció los labios y lo intentó.
-¿Qué?
-Esto es maravilloso.
-Eh, sí -él tuvo que echarse a reír. La risa le salió de dentro como un burbujeo, y se dio cuenta de que aquella risa le pertenecía a ella.
Nessa había empezado a moverse más deprisa y Zac intentó refrenarla. Quería que aquello durara eternamente, pero al paso que iban... Ella, sin embargo, no quería refrenarse, y él no podía negarle nada. La sujetó contra sí y la besó frenéticamente mientras luchaba por contenerse. Pero caminaba por el borde un precipicio y estaba perdiendo rápidamente el equilibrio.
-Zachary... -Ness susurró su nombre mientras lo abrazaba con fuerza, y Zac sintió las primeras oleadas de su orgasmo tumultuoso.
Entonces él saltó por el borde de aquel precipicio. Pero, en lugar de caer, se elevó y levantó el vuelo hasta alturas imposibles, hasta mucho más arriba de lo que había llegado nunca. El placer lo atravesó como una flecha, quemándolo, abrasándolo, y lo dejó débil y asombrado, tembloroso y exhausto... y, pese a todo, completamente lleno de felicidad.
Tenía el pelo suave y largo de Nessa sobre la cara y cerró los ojos para aspirar el dulce perfume de su champú mientras volvía lentamente a tierra. Un momento después, ella suspiró y sonrió. Zac sintió los labios de Nessa, que se movían pegados a su cuello y se preguntó si ella también percibía su sonrisa.
Nessa levantó la cabeza y se apartó el pelo de la cara.
-¿Sigues vivo?
Zac sintió que su sonrisa se ensanchaba al mirarla a los ojos. El pardo era su nuevo color favorito.
-Desde luego que sí.
-Creo que podemos añadir sin ninguna duda «hacer el amor» a la lista de cosas que todavía puedes hacer -dijo ella con una sonrisa.
Su rodilla. Dios, no había pensado en su rodilla desde que había cerrado la puerta del cuarto tras él. No quería volver a pensar en ella y luchó por retener la paz de aquel instante.
-No sé -dijo-. Quizá deberíamos asegurarnos de que no ha sido de chiripa. Puede que sea mejor que lo intentemos otra vez.
La sonrisa de Vanessa se volvió peligrosa.
-Yo estoy lista cuando tú lo estés. -Zac sintió que un arrebato de deseo lo atravesaba, ardiente y dulce.
-Dame unos minutos...
La besó con un beso lento y profundo que le prometía un placer ilimitado.
Nessa suspiró y se apartó de nuevo para mirarlo.
-Me encantaría quedarme, pero...
-¿Pero?
Ella sonrió y le pasó las manos por el pelo.
-Son más de las seis de la mañana, Zachary. No creo que convenga que esté aquí cuando se despierte Natasha. Ya ha habido bastantes turbulencias en su vida últimamente, sin tener que preocuparse de si va a tener que competir conmigo por tu tiempo y tu afecto.
Zac asintió con la cabeza. Probablemente Nesa tenía razón. Le apenaba tener que verla marchar tan pronto, pero debía pensar en la niña.
Nessa se apartó de él y se levantó de la cama. Zac se volvió de lado para verla recoger sus ropas del suelo.
-Has vuelto a llamarme Zachary -dijo. Ella levantó la mirada, sorprendida, mientras se ponía los pantalones cortos.
-¿Sí? Lo siento.
-Piensas en mí como en Zachary, ¿no? -preguntó él-. No como Zac.
Nessa se subió la cremallera de la sudadera y luego se sentó junto a él en la cama.
-Me gusta tu nombre -reconoció-. Siento que se me siga escapando.
Él se apoyó en un codo.
-Se te ha escapado muchas veces mientras hacíamos el amor.
-Dios, espero que eso no te lo haya estropeado -hablaba a medias en serio. Zac se echó a reír.
-Si me hubieras llamado Bob, quizá sí, pero... -tocó su mejilla-. Ha sido la primera vez en mucho tiempo que he disfrutado de que me llamaran Zachary. Me ha gustado, de verdad.
Ella cerró los ojos un momento y apretó la mejilla contra la palma de su mano.
-Bueno, a mí desde luego me ha gustado llamarte Zachary, eso seguro.
-Quién sabe -murmuró él mientras trazaba la forma de sus labios con el pulgar-. Si seguimos así, puede que hasta me acostumbre.
Nessa abrió los ojos y lo miró.
-¿Quieres... quieres seguir? -preguntó. El tono burlón había desaparecido de su voz y, por primera vez en toda la noche, parecía indecisa.
Zac no pudo responder. No era su pregunta lo que le causaba asombro, sino su propia respuesta, inmediata y firme. Sí. Dios, sí.
Aquello era peligroso. Era extremadamente peligroso. Él no quería sentir otra cosa que placer y satisfacción cuando pensara en aquella mujer. No quería nada más que sexo despreocupado y sin ataduras.
Sin embargo, no podía permitir que ella se fuera pensando que le había bastado con esa única noche. Porque no era así. Porque la idea de dejarla irse a casa ya le parecía bastante dura de soportar. No quería pensar en cómo se sentiría si ella se marchaba para siempre. No podía pensar en eso.
-Sí -contestó por fin-, pero tengo que ser sincero. Ahora mismo no estoy en situación de... —Ella lo acalló con un beso.
-Yo también quiero -le dijo-. Eso es lo único que necesitamos saber ahora mismo. No tiene por qué ser más complicado.
Pero era más complicado. Zac lo sabía con sólo mirarla. Nessa sentía algo por él. Él lo veía en sus ojos. Sintió una ardiente oleada de alegría que al instante se convirtió en gélida desesperación. No quería que ella lo quisiera. No quería que sufriera y, si sus sentimientos eran demasiado intensos, acabaría sufriendo.
-Sólo quiero asegurarme de que no vas a convertir esto en una especie de cuento de hadas -dijo con calma e, incapaz de refrenarse, le tocó el pelo y rezó por que sus palabras no le escocieran. Aun así, un pequeño escozor en ese momento era preferible a una herida mortal a largo plazo-. Sé que lo nuestro se parece mucho a «La bella y la bestia», pero hace falta algo más que una chica guapa para convertirme en un príncipe... para convertirme de nuevo en un hombre completo. Necesito mucho más que eso. Y tengo que ser sincero contigo, yo... -no podía decirlo. Se le cerraba la garganta, pero tenía que asegurar de que ella lo entendía-. Me asusta que los médicos tengan razón -reconoció-. Me asusta que mi rodilla no vaya a mejorar más.
Los bellos ojos de Nessa estaban llenos de compasión y sentimiento.
-Quizá sería bueno que lo admitieras... que aceptaras tus limitaciones.
-¿Bueno? -él sacudió la cabeza y exhaló un suspiro lleno de incredulidad-. Si dejo de intentarlo, me condenaré a vivir en este limbo. No estoy muerto, pero tampoco estoy vivo en realidad.
Ella apartó la mirada y Zac comprendió lo que estaba pensando. Ciertamente, había parecido lleno de vida cuando habían hecho el amor, hacía un momento. Pero no se trataba de sexo. Ni de ella.
-Necesito saber quién soy -intentó explicarle. Ella levantó la cabeza y estuvo a punto de quemarlo con la intensidad de su mirada.
-Eres el teniente Efron, de San Felipe, California. Eres un hombre que anda con bastón y que sufre por ello. Eres un SEAL de la Marina. Siempre serás un SEAL. Lo eras cuando tenías once años. Y lo serás cuando mueras.
Tomó su cara entre las manos y lo besó: un beso dulce y apasionado que casi logró que él la creyera.
-Hace poco tiempo que te conozco -continuó ella-, pero creo conocerte lo bastante bien como para estar segura de que vas a salir adelante. No vas a conformarte con una especie de limbo. Sé que vas a hacer lo que sea necesario por volver a sentirte completo. Sé que decidirás lo correcto. Tu historia va a tener un final feliz. No te des por vencido -lo besó de nuevo y se levantó-. Nos vemos luego, ¿de acuerdo?
-Nessa...
Pero ella ya estaba cerrando la puerta silenciosamente a su espalda. Zac se tumbó en la cama y miró el techo. Vanessa tenía tanta fe en él... «No te des por vencido». Parecía convencida de que él haría todo lo que fuera necesario para volver a una vida activa.


El también había tenido aquella fe, pero el tiempo y los fracasos habían ido desgastando su trama, y ahora se transparentaban todas sus dudas. Durante los días anteriores, aquellas dudas se habían hecho muy fuertes. Empezaba a hacerse claro como la luz del día que entraba por las persianas que no estaba en su mano recuperarse. Podía esforzarse, llevarse hasta el límite, hacer ejercicio hasta desmayarse, pero si la rodilla seguía sin aguantar su peso, si la articulación no podía moverse en ciertas direcciones, estaría haciendo poco más que darse de cabezazos contra una pared.
Ahora, sin embargo, tenía a Nessa, que creía en él, que estaba convencida de que tenía fuerzas para superar su lesión, para sobreponerse, para volver de nuevo a ser un SEAL en servicio activo.
Los sentimientos de Nessa eran más profundos de lo que dejaba traslucir. Zac sabía sin duda alguna que no habría hecho el amor con él si no sintiera algo. ¿Se estaba enamorando de él? Era muy posible. Nessa era amable y tierna. Él no sería el primer desgraciado al que acogía en su corazón.
De algún modo, él la había hecho creer que valía su tiempo y sus emociones. De algún modo, la había engañado para que creyera en sus castillos en el aire. De algún modo, se había creído que de veras habría un final feliz para él.
Zac cerró los ojos. Quería que así fuera. Quería levantarse de la cama y entrar en el cuarto de baño sin tener que usar el bastón. Quería atarse las zapatillas de deporte y correr diez kilómetros cronometrados antes de desayunar. Quería irse a la base naval y unirse al equipo en alguno de sus interminables ejercicios. Quería volver a la palestra, estar listo para cualquier cosa, dispuesto a que lo enviaran al extranjero en cualquier momento, cuando fuera necesaria la intervención de la Brigada Alfa. Y quería volver a casa tras una misión difícil y encontrar la dulzura de los brazos de Nessa, el puerto acogedor de sus besos y la cálida luz de sus ojos llenos de amor.
Dios, quería todo aquello.
Pero ¿lo querría Nessa si fracasaba? ¿Querría pasarse la vida esperando a que él la alcanzara? ¿Querría estar junto a un hombre atrapado para siempre en el limbo entre lo que había sido y lo que esperaba y no volvería a ser?
«No vas a conformarte con una especie de limbo», le había dicho. «Sé que vas a hacer lo que haga falta para volver a sentirte completo».
«Vas a salir adelante».
Pero ¿y si no era así? ¿Y si su rodilla no le permitía reincorporarse a los SEAL? Y, según su modo de ver, reincorporarse era el único modo de salir adelante. De lo contrario, sería un fracasado.
Pero Vanessa tenía fe en él.
Él, sin embargo, ya no tenía esa confianza. Sabía lo fácil que era perder cuando las cosas escapaban a su control. Y, por más que le pesara, su recuperación no estaba en sus manos.
Empezó a dolerle la rodilla y echó mano del analgésico. Pero hubiera deseado tener algo que aliviara igual de rápida y eficazmente el dolor que sentía en el corazón.

domingo, 2 de enero de 2011

Capitulo 10

FELIZ AÑO NUEVO CHICAS! Y FELIZ NAVIDAD! JAJAJA! LES DESEO LO MEJOR! QUE ESTE AÑO LO DISFRUTEN IGUAL O MEJOR QUE EL ANTERIOR! LAS AMO♥



Sentado en el cuarto de estar, Zac limpiaba su pistola.
Cuando, esa tarde, el encantador ex novio de Sharon había sacado la navaja, Zac había sentido por primera vez desde hacía mucho tiempo la falta de un arma.
Naturalmente, llevarla encima significaba tener que ocultarla. Aunque tenía todas las licencias necesarias para llevarla donde se le antojara, no podía ponerse una pistolera a la cintura, como un poli o un pistolero del antiguo Oeste. Y una sobaquera lo obligaría a usar chaqueta, al menos en público. Y si llevaba chaqueta, tendría que ponerse también pantalones largos. Ni siquiera él podía llevar chaqueta con pantalones cortos.
Siempre podía hacer lo que hacía Blue McCoy, claro. Blue era oficial de la Brigada Alfa y segundo en el mando de la unidad SEAL. Rara vez se ponía otra cosa que pantalones cortos y una camisa de faena vieja y gastada de color verde oliva, con las mangas cortadas. Y siempre llevaba un arma en una sobaquera bajo la camisa, con el cuero suave directamente pegado a la piel.
Notó un pinchazo en la rodilla y miró el reloj. Eran casi las tres. Las tres de la madrugada.
Steve Horowitz le había dado unos cuantos frasquitos llenos con un potente analgésico local similar a la novocaína. Todavía no era hora de ponerse otra inyección, pero casi. Zac se había puesto una a eso de las nueve, después de que Nessa lo llevara a casa desde el hospital. Nessa...
Sacudió la cabeza, decidido a pensar en cualquier cosa menos en Nessa, de la que sólo lo separaban unos cuantos tabiques muy finos. Nessa, con el pelo esparcido sobre la almohada, vestida únicamente con un provocativo camisón de algodón blanco. Sus labios bellos y suaves se abrirían ligeramente al dormir...
Sí, era un maestro a la hora de atormentarse. Llevaba allí sentado horas, sin pegar ojo, y había pasado la mayor parte de ese tiempo recordando, mejor dicho, reviviendo, el modo en que Nessa lo había besado en la playa. Cielo santo, qué beso aquél...
Era improbable que volviera a tener ocasión de besarla así otra vez. Ella había dejado claro que no quería repetir. Si sabía lo que le convenía, él procuraría mantenerse alejado de Vanessa Hudgens. Aunque, de todos modos, no sería difícil hacerlo. De allí en adelante, ella intentaría evitarlo.
De pronto oyó un golpe sordo en el dormitorio y se incorporó. ¿Qué demonios era eso?
Agarró sus muletas y su pistola y se movió lo más rápido que pudo por el pasillo hasta la habitación de
Tash.
Había comprado un televisor portátil barato. Era posiblemente la luz nocturna y la máquina de ruidos más cara del mundo. Su resplandor azulado iluminaba temblorosamente la habitación. Natasha estaba sentada en el suelo, junto a la cama, y se frotaba soñolienta los ojos y la cabeza. Gimoteaba, pero muy suavemente. Su voz apenas se oía por encima de los suaves murmullos del televisor.
-Pobre Tash, ¿te has caído de la cama? -le preguntó Zac, y entró a duras penas por la estrecha puerta de la habitación. Puso el seguro de su arma y se la guardó en el bolsillo del pantalón-. Vamos, vuelve a subir. Te arroparé.
Pero, al levantarse, la niña se tambaleó, casi como si hubiera bebido demasiado, y volvió a sentarse en el suelo. Mientras Zac la miraba, se tumbó y apoyó la frente contra la moqueta.
Zac apoyó las muletas contra la cama y se agachó para tomarla en brazos.
-Tash, son las tres de la mañana. No hagas el tonto.
Santo Dios, estaba ardiendo. Zac le tocó la frente, la mejilla, el cuello. Volvió a tocarla y rezó por equivocarse, por que estuviera simplemente sudorosa a causa de una pesadilla. Pero cada vez que la tocaba se convencía más: Natasha tenía fiebre, fiebre muy alta.
La levantó en brazos y la puso en la cama.
¿Cómo había podido ocurrir aquello? Había pasado bien todo el día. Había dado su clase de natación con su entusiasmo de costumbre. Se había metido en el agua una y otra vez, con su energía habitual. Sí, estaba dormida cuando habían vuelto del hospital, pero Zac lo había atribuido al cansancio y a la agitación del día. Seguramente, ver a su tío Zac apaleado por el ogro de Dwayne la había dejado agotada.
Tenía los ojos entrecerrados, apoyaba la cabeza contra la almohada como si le doliera y seguía haciendo aquel ruido extraño y quejumbroso.
Zac estaba aterrado. Intentó calcular por el tacto cuánta fiebre tenía, y le pareció que ardía peligrosamente.
-Tasha, habíame -dijo, sentado junto a ella en la cama-. Dime qué te pasa. Dime qué síntomas tienes.
Dios, qué cosas decía. «Dime qué síntomas tienes». Tasha tenía cinco años, no sabía qué demonios era un síntoma. Y, al parecer, ni siquiera sabía que su tío estaba allí, no podía oírlo, ni verlo.
Él había recibido entrenamiento médico, pero sólo sabía primeros auxilios. Podía arreglárselas con heridas de bala, de arma blanca, quemaduras y laceraciones. Pero con una niña enferma con la fiebre por las nubes...
Tenía que llevar a Natasha al hospital.
Podía llamar a un taxi, pero no podría bajar a la niña por las escaleras. Apenas se sostenía en pie con las muletas. No podría bajar con la niña en brazos. Sería demasiado peligroso intentarlo. ¿Y si se le caía?
-Enseguida vuelvo, Tash -dijo y, agarrando las muletas, se dirigió a la cocina, donde guardaba la guía telefónica.
La abrió y buscó el número de la compañía local de taxis. Marcó rápidamente. La línea sonó al menos diez veces antes de que alguien descolgara.
-Taxi Amarillo.
-Sí -dijo Zac-, necesito un taxi enseguida. Calle Midfield, 1210, apartamento 2°C. Es el complejo de apartamentos de la esquina de Midfield y Harris.
-¿Destino?
-El hospital municipal. Mire, necesite que el conductor venga hasta la puerta. Tengo una niña pequeña con fiebre y necesito que la baje...
-Lo siento, señor. Nuestros conductores no abandonan sus vehículos. Lo esperará en el aparcamiento.
-¿Es que no ha oído lo que acabo de decirle? Es una emergencia. Tengo que llevar a la niña al hospital -Zac se pasó la mano por el pelo mientras intentaba refrenar su ira y su frustración-. No puedo bajarla por las escaleras yo mismo. Estoy... -casi se atragantó al pronunciar las palabras- discapacitado físicamente.
-Lo siento, señor. La norma concierne a la seguridad de nuestros conductores. Pero el taxi que ha pedido llegará aproximadamente dentro de noventa minutos.
-¿Noventa minutos? ¡No puedo esperar noventa minutos!
-¿Cancelo su petición?
-Sí -Zac colgó bruscamente el teléfono, maldiciendo en voz alta. Volvió a levantarlo y marcó rápidamente el 911. Pareció pasar una eternidad antes de que alguien contestara.
-¿De qué se trata?
-Tengo una niña de cinco años con mucha fiebre.
-¿Respira la niña?
-Sí...
-¿Sangra?
-No, le he dicho que tiene fiebre...
-Lo siento, señor. Tenemos muchas llamadas prioritarias y un número de ambulancias limitado. Llegarán antes al hospital si la lleva usted mismo.
Zac luchó por reprimir las ganas de maldecir.
-No tengo coche.
-Bueno, puedo ponerlo en la lista, pero dado que no se trata de una situación de vida o muerte pero se, se arriesga a que su petición quede continuamente relegada a medida que entren nuevas llamadas -dijo la mujer-. Suele haber menos jaleo al amanecer.
Al amanecer.
-Olvídelo -dijo Zac, y colgó no muy amablemente.
¿Y ahora qué?
Nessa. Iba a tener que pedirle ayuda a Nessa.
Recorrió el pasillo lo más rápido que pudo hasta la habitación de Tasha. La niña tenía los ojos cerrados, pero se movía espasmódicamente. Seguía estando muy caliente al tacto. Quizás incluso más que antes.
-Aguanta, pequeña -dijo Zac-. Aguanta, princesa. Enseguida vuelvo.
Empezaba a moverse con bastante destreza con las muletas. Entró en el cuarto de estar y salió al corredor antes de tener siquiera tiempo para pensar.
Pero, mientras llamaba una y otra vez al timbre de Nessa, mientras abría la mosquitera y aporreaba la pesada puerta de madera, mientras esperaba a que abriera, no pudo evitar preguntarse qué demonios estaba haciendo. Acababa de pasar seis horas diciéndose que tenía que mantenerse alejado de aquella mujer. Nessa no lo quería, se lo había dejado más que claro. Y allí estaba él, aporreando su puerta en plena noche, listo para humillarse aún más pidiéndole que lo ayudara a bajar a una niña pequeña por las escaleras.
La luz se encendió dentro del apartamento. Ella abrió la puerta antes de acabar de ponerse la bata.
-Zachary, ¿qué ocurre?
-Necesito tu ayuda -ella nunca sabría cuánto le había costado pronunciar aquellas palabras. Sólo por Natasha le habría pedido ayuda. Si hubiera sido él quien ardiera de fiebre, no habría recurrido a ella. Preferiría haberse muerto-. Tasha está enferma, tiene mucha fiebre. Quiero llevarla al hospital.
-Está bien -dijo Nessa sin vacilar-. Espera, voy a ponerme unos pantalones y unas zapatillas y acerco el coche a las escaleras.
Volvió a su dormitorio para vestirse, pero él la detuvo.
-Espera.
Nessa volvió a la puerta. Zac estaba de pie al otro lado de la mosquitera, con las muletas bajo los brazos. Miraba la moqueta, no a ella. Cuando levantó la vista, la ira cristalina que solía haber en su mirada había desaparecido y tras ella sólo había quedado una profunda vergüenza. Apenas podía sostenerle la mirada. Apartó los ojos, pero se obligó a levantarlos de nuevo, y esa vez la miró fijamente.
-No puedo bajarla por las escaleras.
Nessa tenía el corazón en la garganta. Sabía cuánto le había costado decir aquello, y no quería meter la pata al contestar. No quería quitarle hierro al asunto, pero tampoco quería avergonzarlo más por darle demasiada importancia.
-Claro que no -dijo con calma-. Sería peligroso intentarlo con las muletas. Voy por el coche y vuelvo a subir para recoger a Natasha.
Él asintió una vez con la cabeza y desapareció.
Ella había dicho lo correcto, pero no había tiempo para disfrutar del alivio. Nessa entró corriendo en su dormitorio y se cambió de ropa.


-¿Una infección de oído? -repitió Zac con la mirada fija en el médico de urgencias.
El doctor era un interno que aún no había cumplido los treinta años, pero tenías unos modales que recordaban a los de un antiguo médico de campo, unos ojos azules que brillaban y una sonrisa cálida.
-Ya le he puesto un antibiótico y algo para que le baje la fiebre -dijo, mirando a Zac y a Nessa-, además de un descongestionante. Eso la mantendrá fuera de combate un tiempo. No se extrañen si mañana duerme hasta más tarde de lo normal.
-¿Eso es todo? -preguntó Zac-. ¿Sólo una infección de oído? -miró a Tasha, que estaba profundamente dormida, acurrucada en la cama del hospital. Parecía muy pequeña y frágil, con el pelo rojizo sobre las sábanas blancas.
-Puede que durante un día o dos siga experimentando ese aturdimiento del que me ha hablado usted -le dijo el médico-. Manténgala en la cama, si pueden, y asegúrense de que se acabe todo el frasco de antibiótico. Ah, y pónganle tapones en los oídos la próxima vez que vaya a nadar, ¿de acuerdo?
Zac asintió con la cabeza.
-¿Seguro que no es mejor dejarla aquí un tiempo?
-Creo que estarás más a gusto en casa -contestó el joven doctor-. Además, la fiebre ya le ha bajado. Llámenme si no sigue mejorando.
Una infección de oído. No una meningitis. Ni una apendicitis. Ni la escarlatina, ni una neumonía. Zac aún no se hacía a la idea. Tash iba a ponerse bien. Una infección de oído no hacía peligrar su vida. La niña no iba a morirse. Zac apenas podía creerlo. No lograba sacudirse la opresión que notaba en el pecho, un miedo increíble, una sensación de completa impotencia.
Notó que Nessa le tocaba el brazo.
-Vamos a llevarla a casa -dijo ella con calma.
-Sí -respondió Zac, y miró a su alrededor intentando rehacerse mientras se preguntaba cuándo iba a calar en él aquel alivio y cuándo se disiparía aquella extraña sensación de crispación y temor-. Ya he pasado aquí suficiente tiempo por hoy.
El trayecto a casa se le hizo más corto de lo que recordaba. Vio a Nessa subir a Tash por las escaleras y meterla en su piso. Dejó a la niña dormida en la cama y la tapó con la sábana y una manta ligera. Zac la observaba intentando no pensar que se estaba ocupando de Tasha porque él no podía.
-Tú también deberías intentar dormir un poco -dijo Nessa en voz baja cuando iban por el pasillo, camino del cuarto de estar-. Ya casi es de día.
Zac asintió con la cabeza.
Nessa se quedó en la puerta, con la cara entre las sombras, mirándolo.
-¿Estás bien?
No, no estaba bien. Él asintió.
-Sí.
-Entonces, buenas noches -ella abrió la mosquitera.
-Vanessa...
Nessa se detuvo y se volvió para mirarlo. No dijo nada, sólo esperó a que él hablara.
-Gracias -su voz sonó ronca y, para horror suyo, notó que de pronto tenía lágrimas en los ojos. Pero aún estaba oscuro y ella no podía notarlo.
-De nada -contestó Nessa en voz baja, y cerró la puerta.
Ella desapareció, pero las lágrimas que inundaban los ojos de Zac no. No pudo evitar que se derramaran y le cayeran por las mejillas. Se le escapó un sollozo, tembló y a aquel primer sollozo siguieron otros, más rápidos e intensos, hasta que se encontró llorando como un niño.
Había creído que Tasha iba a morir.
Se había sentido totalmente aterrorizado. Él, Zac, aterrorizado. Había participado en misiones de rescate y en expediciones de espionaje en territorio enemigo, en lugares donde podían haberlo matado simplemente por ser estadounidense. Se había sentado en cafeterías y había comido rodeado de personas que no habrían vacilado en cortarle el cuello si hubieran sabido su verdadera identidad. Se había infiltrado en una fortaleza terrorista y había recuperado un alijo de armas nucleares robadas. Había mirado a la muerte a los ojos más de una vez. En todas esas ocasiones, había sentido bastante miedo; sólo un tonto no lo habría sentido. Aquel miedo tenía un filo agudo, que lo mantenía alerta y en pleno dominio de sí mismo. No era nada comparado con el terror puro, desesperado, que había sentido esa noche.
Regresó a trompicones al santuario de su dormitorio, incapaz de contener el llanto. No quería llorar, maldición. Tasha estaba a salvo, se encontraba bien. Él debería tener suficiente control sobre sus emociones para impedir que la intensidad de su alivio lo dejara en aquel estado.
Apretó los dientes y procuró dominarse. Pero perdió la batalla.
Sí, Tasha estaba a salvo. De momento. Pero ¿y si no hubiera podido llevarla al hospital? El médico había dicho que era una suerte que la hubiera llevado a tiempo. La fiebre estaba a punto de volverse peligrosamente alta. ¿Y si Nessa no hubiera estado en casa? ¿Y si no hubiera podido bajar a Tasha por las escaleras? ¿Y si, durante el tiempo que había pasado intentando encontrar un modo de llevarla al hospital, la fiebre le hubiera subido aún más? ¿Y si su incapacidad para hacer algo tan sencillo bajar a una niña por un tramo de escaleras hubiera puesto en peligro la vida de su sobrina? ¿Y si Tasha hubiera muerto porque él vivía en el segundo piso? ¿Y si hubiera muerto porque era demasiado orgulloso para admitir la verdad: que tenía una discapacidad física?
Esa noche había pronunciado aquellas palabras al hablar con el operador de la empresa de taxis. «Estoy físicamente discapacitado». Ya no era un SEAL. Era un lisiado con bastón que podía haber dejado morir a una niña por su maldito orgullo.
Zac se sentó en la cama y se abandonó al llanto.


Nessa oyó un ruido extraño al dejar su bolso encima de la mesa de la cocina. Lo levantó y volvió a ponerlo sobre la mesa. Oyó de nuevo aquel ruido. ¿Qué llevaba allí dentro?
Se acordó antes incluso de abrir la cremallera. La medicina de Tasha. Zac había comprado el antibiótico en la farmacia del hospital, que abría las veinticuatro horas.
Nessa la sacó del bolso y la miró con atención. Tash no debía tomar otra dosis hasta poco antes de mediodía, a menos que se despertara antes.
Sería mejor que se la llevara Zac cuanto antes, en lugar de esperar.
Salió del apartamento y se acercó al de Zac. Todas las ventanas estaban a oscuras. Maldición. Abrió la mosquitera, haciendo una mueca al oír su chirrido, y probó con el pomo de la puerta.
Estaba abierta.
Entró despacio, sigilosamente. Se metió de puntillas en la cocina, dispuesta a poner la medicina en la nevera y...
¿Qué era eso? Nessa se quedó helada.
Era un sonido extraño, un sonido suave. Nessa se quedó muy quieta, sin hacer ruido, sin atreverse apenas a respirar mientras aguzaba el oído. Allí estaba. Era el sonido de una respiración agitada, de un llanto casi silencioso. ¿Se había despertado Tasha? ¿Estaba ya Zac tan profundamente dormido que no la oía?
Recorrió silenciosamente el pasillo hasta el dormitorio de Tasha y echó un vistazo.
La pequeña estaba dormida y respiraba lenta y rítmicamente.
Nessa volvió a oír aquel ruido y, al volverse, vio a Zac a la luz tenue que se filtraba por las persianas de su habitación. Estaba sentado en la cama, doblado sobre sí mismo como si le doliera algo, con los codos apoyados en las piernas. Con una mano se cubría la cara. Era la imagen misma de la desesperación.
El ruido que ella había oído... procedía de Zac. Zachary Efron estaba llorando.
Nessa se quedó atónita. Nunca, ni en un millón de años, hubiera esperado verlo llorar. Lo creía incapaz de liberar sus emociones de manera tan visible y expresiva. Habría esperado que lo interiorizara todo, o que negara sus sentimientos.
Pero estaba llorando.
Sintió que el corazón se le rompía por él y retrocedió en silencio. Sabía instintivamente que él se sentiría avergonzado y humillado si llegaba a enterarse de que ella había contemplado aquel derrumbe emocional.
Nessa regresó sin hacer ruido al cuarto de estar, salió del apartamento y cerró la puerta conteniendo el aliento.
¿Y ahora qué?
No podía regresar a su casa sabiendo que él estaba a solas con su dolor y sus miedos. Además, seguía llevando en la mano la medicina de Tasha.
Respiró hondo, consciente de que, si Zac abría la puerta, podía muy bien recoger la medicina y dejarla a ella fuera. Pero aun así llamó al timbre.
Sabía que él lo había oído, pero no se encendió ninguna luz, nada se movió. Abrió la mosquitera y llamó a la puerta. Después la abrió unos centímetros.
-¿Zac?
-Sí -su voz sonó ronca-. Estoy en el cuarto de baño. Espera, enseguida salgo.
Nessa entró de nuevo y cerró la puerta. Se quedó allí parada, apoyada contra la puerta, preguntándose si debía encender las luces. Oyó correr el grifo del lavabo del baño y se imaginó a Zac lavándose la cara con agua helada y rezando por que ella no notara que había estado llorando. Dejó las luces apagadas.
El no hizo ademán de encenderlas cuando por fin apareció al fondo del pasillo a oscuras. No dijo nada. Se quedó allí parado.
-Yo... eh... tenía la medicina de Tasha en el bolso -dijo Nessa-. He pensado que era mejor traértela ahora en vez de esperar a... mañana.
-¿Quieres una taza de té?
Su pregunta, formulada en voz baja, la pilló completamente por sorpresa. No había imaginado que, entre todas las cosas que podía decirle, la invitara a quedarse a tomar una taza de té.
-Sí -dijo ella-, me gustaría.
Las muletas de Zac chirriaron cuando entró en la cocina. Nessa lo siguió, indecisa.
Él no encendió la lámpara del techo. No hacía falta. La luz del aparcamiento entraba a raudales por la ventana de la cocina. Era una luz plateada que proyectaba sombras sobre las paredes, pero era suficiente para ver.
Mientras él llenaba la tetera con agua del grifo, Nessa abrió la puerta de la nevera y puso la medicina dentro. Al cerrarla, vio la lista que Zac tenía allí, la lista de todas las cosas que ya no podía hacer..., la lista de las cosas que, a su modo de ver, le impedían ser un hombre.
-Sé que ha sido duro para ti ir a pedirme ayuda esta noche -dijo en voz baja.
Él llevó la tetera a la placa de la cocina, apoyándose sólo en su muleta derecha, y la puso encima. No dijo una palabra hasta que hubo encendido el quemador. Entonces se volvió para mirarla.
-Sí -dijo-, ha sido duro.
-Pero me alegra que lo hicieras. Me alegra haber podido ayudar.
-La verdad... -se aclaró la garganta y empezó de nuevo-. La verdad es que creía que iba a morirse. Estaba aterrorizado.
Su franqueza sorprendió a Nessa. «Estaba aterrorizado». Otra sorpresa. Nunca hubiera esperado que Zac admitiera aquello. Nunca. Claro que aquel hombre no había dejado de sorprenderla desde el principio.
-No sé cómo lo soportan los padres -dijo él, y bajó la tapa de la tetera, como si así el agua fuera a calentarse antes-. Porque tienes un hijo al que quieres más que a tu propia vida, ¿no? Y de pronto está tan enfermo que no puede ni tenerse en pie -su voz se crispó-. Lo que me desespera es que, si hubiera sido la única persona que quedara en el mundo, si hubiera dependido sólo de mí, no habría podido llevarla al hospital. Seguiría aquí, intentando averiguar cómo bajarla por esas escaleras -se volvió de pronto y dio un manotazo sobre la encimera, lleno de ira y frustración-. ¡Odio sentirme tan impotente!
Sus hombros parecían tensos; su cara, llena de amargura. Nessa cruzó los brazos para no extenderlos hacia él.
-Pero no eres la única persona que queda en el mundo. No estás solo.
-Pero no puedo hacer nada.
-Claro que sí -respondió ella-. Eso era antes. No podrías hacer nada si te negaras a pedir ayuda. —Él se echó a reír con un resoplido amargo.
-Sí, ya...
-Sí -dijo ella con firmeza-. Exacto. Piénsalo, Zachary. Hay muchas cosas que no hacemos nosotros mismos, cosas que seguramente no podríamos hacer. Mira tu camiseta -le ordenó mientras se acercaba. Extendió la mano y tocó la suave tela de algodón de su camiseta. La levantó, le dio la vuelta y expuso a la luz de la ventana el dobladillo cosido a máquina-. Esta camiseta no la has hecho tú, ¿verdad? Ni has hilado el algodón para confeccionar la tela. El algodón crece en los campos. Lo sabías, ¿no? Un montón de gente ha hecho algo para que esa plantita esponjosa se convierta en esta camiseta. ¿Significa eso que eres un inútil porque no la has hecho tú mismo?
Nessa estaba muy cerca de él. Sentía su olor masculino y almizcleño, mezclado con un delicioso perfume a desodorante y loción para afeitar algo decadente. Él la miraba. La luz de la ventana proyectaba sombras sobre su cara y hacía más duros y ásperos sus rasgos. Sus ojos brillaban y, aunque en ese momento resultaba imposible precisar su color, el ardor que había en ellos no necesitaba de luz alguna para dejarse ver.
Ella soltó la camiseta, pero no retrocedió. No quería hacerlo, aunque ello significara arder espontáneamente bajo el fuego de sus ojos.
-Así que... ¿qué importa que no puedas hacerte tu propia ropa? -continuó-. La buena gente de Fruit of the Loom y de Levi's la hace por ti. ¿Qué importa que no puedas bajar a Tasha por las escaleras? Yo la bajaré por ti.
Zac sacudió la cabeza.
-No es lo mismo.
-Es exactamente lo mismo.
-¿Y si no estás en casa? ¿Qué pasará entonces?
-Que llamarás a Thomas. O a tu amigo... como se llame... Lucky. En lugar de eso -señaló la lista de la nevera-, deberías tener una lista de dos páginas de amigos a los que puedes llamar para pedirles ayuda. Porque sólo estás indefenso si no tienes a nadie a quien acudir.
-¿Y correrán por la playa en mi lugar? -preguntó Zac con voz tensa. Se acercó a ella, situándose peligrosamente cerca. Su cuerpo estaba a un suspiro del de Nessa, y ella sentía su aliento, caliente y dulce, en el pelo-. ¿Volverán a ponerse en forma por mí? ¿Volverán a ser un SEAL en servicio activo por mí? Y luego ¿me acompañarán en mis misiones y correrán cuando corra y nadarán contra una corriente de dos nudos cuando tenga que nadar? ¿Saltarán de un avión a altitud elevada por mí? ¿Lucharán cuando tenga que luchar y se moverán sin hacer ruido cuando tenga que ser sigiloso? ¿Harán todas las cosas que tendría que hacer para mantenernos vivos a mí y a los hombres de mi unidad?
Nessa se quedó callada.
-Sé que no lo entiendes -dijo él. La tetera empezó a sisear y a silbar con un sonido agudo y triste. Se apartó de Nessa y se acercó al fogón.
No la había tocado, pero su presencia y su cercanía habían sido casi palpables. Ella se tambaleó levemente como si él la hubiera estado sujetando, retrocedió y se sentó en una de las sillas de la cocina. Mientras lo miraba, Zac apartó la tetera del fuego y sacó dos tazas de un armario.
-Ojalá pudiera hacerte entender.
-Inténtalo.
Él se quedó callado mientras abría de nuevo el armario y sacaba dos bolsitas de té. Puso una en cada taza. Luego sirvió el agua humeante de la tetera. Dejó ésta en el fogón y parecía enfrascado en remojar las bolsitas de té cuando comenzó a hablar entrecortadamente.
-Ya sabes que crecí aquí, en San Felipe -dijo-. También te dije que mi infancia no fue precisamente un lecho de rosas. Pero eso es quedarse corto. La verdad es que fue espantosa. Mi padre trabajaba en un barco pesquero... cuando no estaba tan borracho que no podía levantarse de la cama. Era exactamente como vivir en un episodio de Las desventuras de Bea-ver o de Papá lo sabe todo -la miró y el músculo de su mandíbula se tensó-. Voy a tener que pedirte que lleves las tazas al cuarto de estar por mí.
-Claro -Nessa lo miró por el rabillo del ojo-. No ha sido tan difícil, ¿no?
-Sí, lo ha sido -con las dos muletas firmemente apoyadas bajo los brazos, Zac entró delante de ella en el cuarto de estar. Sólo encendió una lámpara, que dejó la habitación envuelta en un suave resplandor casi dorado.
-Perdóname un minuto -dijo, y desapareció por el pasillo, camino de su cuarto.
Nessa dejó las tazas sobre la mesa baja que había delante del sofá de cuadros y se sentó.
-Quería ver cómo estaba Tash -dijo Zac al volver al cuarto de estar-. Y quería traer esto -sostenía una bolsa de papel: la bolsa que le había dado el médico en el hospital.
Hizo una mueca al sentarse al otro lado del largo sofá y levantar la pierna herida para apoyarla en la mesa. Mientras Nessa lo observaba, abrió la bolsa y sacó una jeringuilla y un frasquito.
-Tengo que tener la pierna en alto. Espero que no te importe que haga esto aquí.
-¿Qué vas a hacer exactamente?
-Esto es un analgésico local, una especie de novocaína -explicó él mientras llenaba la jeringuilla con el líquido transparente-. Voy a inyectármelo en la rodilla.
-¿Vas a inyectártelo en...? —Estás de broma.
-Cuando era un SEAL, recibí entrenamiento médico -dijo él-. Steve me puso una inyección de cortisona en el hospital, pero tardará en actuar algún tiempo. Esto tiene un efecto casi inmediato. El problema es que desaparece a las pocas horas y tengo que volver a pincharme. Aun así, embota el dolor sin afectar al sistema nervioso central.
Nessa apartó los ojos-. Era incapaz de mirar mientras él se clavaba la aguja en la pierna.
-Lo siento -murmuró Zac-. Pero estaba otra vez a punto de cruzar la línea del dolor insoportable.
-Creo que yo no podría ponerme una inyección -reconoció Nessa.
Él la miró con la boca torcida en una especie de sonrisa.
-Bueno, tampoco es que a mí me guste hacerlo, pero ¿te imaginas lo que podría haber pasado esta noche si me hubiera tomado el calmante que quería recetarme Steve? No habría oído a Tasha caerse de la cama. Seguiría ahí, en el suelo, y yo estaría babeando, inconsciente, en mi cama. De este modo se me adormece la rodilla, pero no el cerebro.
-Una filosofía interesante para un hombre que se emborracha para dormir dos noches seguidas.
Zac sintió que su rodilla empezaba a insensibilizarse. Volvió la cabeza a un lado y a otro para relajar los hombros y el cuello.
-Vaya, no te andas con rodeos, ¿eh?
-Las cuatro y media de la madrugada no es hora para charlar cortésmente -repuso ella. Luego dobló las piernas sobre el sofá y bebió un sorbo de té-. Si no puede uno ser sincero a las cuatro y media, ¿cuándo va a serlo?
Zac se frotó el cuello.
-Si quieres una verdad sin tapujos, ahí va una que lo es lo mismo a las cuatro y media que a mediodía: como te dije antes, ya no bebo.
Ella lo observaba con sus ojos castaños, aunque Zac no sabía qué estaba buscando. Sintió el impulso de darse la vuelta y cubrirse la cara, temeroso de que viera los rastros delatores de sus lágrimas recientes. Pero se obligó a sostenerle la mirada.
-No creo que seas capaz de dejarlo por las buenas -contestó ella finalmente-. Así, sin más. Mírate. Sé que estás sobrio, pero...
-La noche que nos conocimos, no me pillaste precisamente en mi mejor momento. Estaba... celebrando mi licencia de la Marina, brindando por su falta de fe en mí -recogió su taza de té y bebió un sorbo. Estaba demasiado caliente y se quemó-. Te dije... que no tengo costumbre de beber tanto. No soy como Sharon. Ni como mi padre. Él era un canalla. Tenía dos facetas: o estaba bebido y furioso, o estaba con resaca y furioso. En cualquier caso, Sharon, mis hermanos varones y yo aprendimos a mantenernos alejados de él. Pero a veces alguno acababa en el lugar equivocado en el momento equivocado, y nos daba una paliza. Solíamos sentarnos horas y horas, inventando mentiras para explicar a nuestros amigos cómo nos habíamos hecho los moratones y cómo habíamos acabado con los ojos morados -soltó un bufido-. Como si no supieran lo que pasaba. La mayoría vivía el mismo infierno.
¿Sabes?, yo muchas veces fingía que no era mi padre en realidad. Me inventé una historia en la que yo era una especie de criatura marina que había quedado enredada en sus redes un día que él había salido con el pesquero.
Nessa sonrió.
-Como Tasha cuando finge ser una princesa rusa.
Su sonrisa era hipnótica. Zac apenas podía pensar en otra cosa que no fuera el tacto de sus labios y en cuánto deseaba experimentar de nuevo aquella dulce sensación. Resistió el impulso de alargar la mano y tocar su bella cara. Ella miró hacia otro lado y su sonrisa se desvaneció. De pronto parecía tímida, como si supiera lo que él estaba pensando.
-Así que allí estaba yo -prosiguió Zac-, con diez años y viviendo una pesadilla en casa. Fue ese año, el año que estaba en cuarto curso, cuando empecé a pasarme horas montando en bici para salir de casa.
Ella lo escuchaba con atención, con la mirada fija en su taza, como si ésta contuviera la respuesta a todas sus preguntas. Se había quitado las zapatillas, que estaban en el suelo, frente a ella. Tenía las esbeltas piernas dobladas sobre el sofá, provocativamente suaves y bronceadas. Llevaba una sudadera gris con capucha y unos pantalones cortos. En el hospital la llevaba abrochada, pero en algún momento desde su regreso se había bajado la cremallera. La camisa que llevaba debajo era blanca y suelta, con un pequeño volante en la parte de arriba.
Zac comprendió de pronto que era el camisón. Se había puesto la ropa encima del camisón, se había remetido éste en los pantalones y se lo había tapado con la sudadera.
Nessa lo miró, esperando a que continuara.
Zac carraspeó para aclarar el súbito nudo de deseo que notaba en la garganta y siguió hablando.
-Un día hice con la bici un par de kilómetros por la costa, hasta una de las playas donde los SEAL suelen hacer sus ejercicios de entrenamiento. Fue asombroso ver a aquellos tipos -sonrió al recordar que había pensado que los SEAL estaban locos la primera vez que los vio en la playa-. Siempre estaban mojados. Hicieran lo que hiciesen, y fuera cual fuese el tiempo, los instructores siempre los hacían lanzarse al agua primero para que se empaparan. Luego reptaban boca abajo por la playa y se embadurnaban de arena, hasta la cara y el pelo, por todas partes. Y después corrían veinte kilómetros arriba y abajo por la playa. Eran increíbles. Para un chaval de diez años, era muy divertido. Pero, aunque yo no era más que un crío, veía más allá de todas aquellas payasadas. Sabía que, fuera lo que fuese lo que consiguieran con aquellas pruebas interminables y durísimas, tenía que ser fantástico.
Nessa se había vuelto ligeramente para mirarlo. Quizá fuera porque él sabía que llevaba el camisón bajo la ropa, o quizá porque era la hora más oscura y peligrosa de la noche, pero allí sentada parecía un sueño. Estrecharla en sus brazos y hacerle el amor sería una escapada deliciosa de todo su dolor y frustración, aunque fuera pasajera.
Zac sabía sin asomo de duda que un solo beso derretiría la cautela y la reserva de Nessa. Sí, era buena chica. Sí, quería algo más que sexo. Quería amor. Pero ni siquiera las buenas chicas eran capaces de sustraerse al deseo dulce y ardiente. Él podía demostrarle, y convencerla con un solo beso, que a veces el sexo, practicado por simple placer y pasión, era suficiente.
Pero, curiosamente, quería más de aquella mujer que la ardiente satisfacción de una descarga sexual. Curiosamente, quería que ella entendiera cómo se sentía: sus frustraciones, su ira, sus miedos más oscuros.
«Inténtalo», había dicho ella. Y él lo estaba intentando.
-Empecé a ir todos los días a la base naval -continuó, obligándose a concentrarse en los grandes ojos marrones de Vanessa en lugar de en la suavidad de sus muslos-. Siempre rondaba por allí. Me colaba en un bar al que solían ir los marinos fuera de servicio para escuchar sus historias. Los SEAL no iban mucho por allí, pero cuando iban, Dios, cuánto respeto les demostraban... Tanto los soldados rasos como los oficiales. Tenían un aura de grandeza y yo estaba convencido, junto con el resto de la Marina, de que aquellos tipos eran dioses.
Los observaba cada vez que tenía ocasión, y me fijé en que, aunque la mayoría no vestía uniforme, todos llevaban el mismo alfiler. Lo llamaban Budweiser. Era un águila con una ametralladora en una garra y un tridente en la otra. Descubrí que conseguían ese alfiler después de pasar un curso de entrenamiento intensivo muy duro. La mayoría de ellos no lo superaba, y en algunas clases abandonaba hasta el noventa por ciento de los alumnos. Era un programa de semanas y semanas de tortura organizada, y sólo los hombres que llegaban hasta el final conseguían ese alfiler y se convertían en SEAL.
Nessa seguía mirándolo como si él le estuviera contando la historia más fascinante del mundo, así que Zac prosiguió.
-Entonces, un día -continuó-, poco antes de cumplir doce años, vi que los SEAL que se estaban entrenando se dirigían con sus lanchas inflables hacia las rocas que hay cerca del hotel Coronado. Era el final de la primera fase del curso de entrenamiento. A esa semana se la llama «la semana del infierno», porque es realmente un infierno. Estaban agotados, se les notaba en la cara y en cómo iban sentados en las barcas. Yo estaba seguro de que iban a morir todos. ¿Has visto las rocas que hay por allí? -ella negó con la cabeza-. Son muy peligrosas. Aserradas. Y allí las olas son siempre muy fuertes, lo cual no es buena combinación. Pero vi que aquellos tipos agachaban la cabeza y lo hacían. Podrían haber muerto. Los hay que han muerto haciendo ese ejercicio.
A mi alrededor, oía a los turistas y a los mirones que había por allí haciendo ruido, preguntándose en voz alta por qué aquellos hombres arriesgaban sus vidas cuando podían ser marinos rasos en la Marina regular y no tener que ponerse en peligro de ese modo -Zac se inclinó hacia Nessa, ansioso porque lo entendiera-. Y yo me quedé allí parado. Era sólo un niño, pero lo entendía. Entendía el por qué. Si esos tipos lo conseguían, serían SEAL. Tendrían aquel alfiler y podrían entrar en cualquier base militar del mundo y ser respetados automáticamente. Y, lo que era aún mejor, se respetarían a sí mismos. ¿Conoces ese viejo dicho, «Vayas donde vayas, allí estás»? Pues yo sabía que, fueran donde fuesen, al menos un hombre les respetaría, y el respeto de ese hombre era lo más importante de todo.
Incapaz de seguir con la mirada apartada, Nessa volvio a fijar los ojos en él. Se lo imaginaba de niño, con las mejillas lisas, el cuerpo menudo y flaco y aquellos inmensos ojos azules llenos de una sabiduría imposible, a pesar de su tierna edad. Se lo imaginaba escapando de aquella espantosa infancia y de un padre que lo maltrataba, buscando un lugar del que pudiera sentirse parte, un lugar donde estar a salvo, un lugar donde poder aprender a quererse, un lugar donde sería respetado... por otros y por sí mismo.
Y había encontrado aquel lugar entre los SEAL.
-Fue entonces cuando supe que iba a ser un SEAL -dijo él en voz baja, pero intensa-. Y desde ese día me respeté aunque nadie más lo hiciera. Aguanté en casa otros seis años. Acabé el instituto porque sabía que necesitaba el título. Pero el día que me gradué, me alisté en la Marina. Y lo conseguí. Lo conseguí. Pasé el curso de entrenamiento y logré desembarcar con mi barca neumática en las rocas de Coronado. Y me dieron ese alfiler.
Apartó la mirada de ella y se quedó mirando, sin verla, su rodilla herida, los hematomas, la inflamación y el sinfín de cicatrices entrecruzadas. Nessa tenía el corazón en la garganta mientras lo miraba. Zac le había contado todo aquello para hacerle comprender, y ella comprendía. Sabía qué iba a decir él a continuación y, a pesar de que no las había pronunciado aún, sus palabras le dolieron.
-Siempre pensé que, al convertirme en un SEAL, había escapado de mi vida. Ya sabes, de cómo tendría que haber sido mi vida. Debería haberme matado en un accidente de tráfico, como mi hermano Rob. Estaba borracho y se estrelló contra un poste. O quizá debería haber dejado embarazada a mi novia del instituto, como hizo Danny. Debería haberme casado y tener una mujer y un hijo que alimentar a los diecisiete años, y haber trabajado para la misma flota pesquera que mi padre, y haber seguido los pasos de ese viejo bastardo. Siempre pensé que, al unirme a la Marina y convertirme en un SEAL, había engañado al destino. Y ahora mírame. Estoy otra vez en San Felipe. Y he pasado un par de noches imitando a mi padre. Bebe hasta que te caigas. Hasta que no sientas dolor.
Nessa tenía lágrimas en los ojos y, cuando Zac la miró, vio que su mandíbula estaba tensa y que él también tenía los ojos húmedos. Él volvió la cabeza. Tardó un momento en hablar de nuevo y, cuando por fin lo hizo, su voz sonó firme, pero terriblemente triste.
-Desde que me hirieron -dijo en voz baja-, me siento como si hubiera vuelto a esa pesadilla que era mi vida. Ya no soy un SEAL. He perdido eso. Ha desaparecido. No sé quién soy, Nessa. Soy un tipo incompleto, alguien que flota por ahí -sacudió la cabeza-. Lo único que sé con toda seguridad es que también he dejado de respetarme a mí mismo -se volvió hacia ella. Ya no le importaba que viera que tenía los ojos llenos de lágrimas-. Por eso tengo que recuperarlo todo. Por eso tengo que ser capaz de correr, salta, zambullirme en el agua y hacer todas las cosas de esa lista -se limpió bruscamente los ojos con el dorso de la mano. Se resistía a entregarse a la emoción que amenazaba con apoderarse de él-. Quiero recuperarlo. Quiero volver a sentirme completo.

domingo, 26 de diciembre de 2010

Capitulo 9

La sala de urgencias del hospital estaba atestada. Las enfermeras del mostrador de recepción no le hacían caso, así que finalmente Nessa se dio por vencida y entró por la parte de atrás. Mientras buscaba a Zac, se sintió empujada y zarandeada por la gente que pasaba a su lado y estuvo a punto de caerse al suelo.
-Disculpe, estoy buscando a...
-Ahora no, cielo -dijo una enfermera que caminaba rápidamente por el pasillo.
Nessa lo oyó antes de verlo. Su voz era baja y su lenguaje abominable. No cabía duda de que era Zachary Efron.
Ella siguió su voz hasta una habitación grande con seis camas, todas ocupadas. Zac estaba sentado en la suya, con la pierna derecha extendida hacia delante. Tenía la rodilla hinchada y amoratada, la camiseta cubierta de sangre y un corte en el pómulo, justo debajo del ojo derecho. Sus codos y la otra rodilla parecían estar en carne viva, llenos de arañazos.
Un médico le estaba examinando la rodilla.
-¿Aquí también le duele? -preguntó mirando a Zac.
-Sí -vino a decir él, aparte de los coloridos superlativos que empleó en su respuesta. Una pátina de sudor había cubierto su cara, y se limpió el labio superior con el dorso de la mano mientras se armaba de valor para resistir el resto del examen.
-Creía que le habías prometido a Tasha no decir más palabrotas.
Él levantó la vista, sorprendido, y la miró directamente a los ojos.
-¿Qué haces aquí? ¿Dónde está Tash?
Nessa lo había sorprendido. Y no agradablemente. Vio que una mezcla de emociones cruzaba su semblante. Vergüenza. Azoramiento. Humillación. Sabía que él no quería que lo viera así, abatido y ensangrentado.
-Está con Thomas -le dijo-. He pensado que querrías.. . -¿qué? ¿Una mano a la que agarrarse? No, ya lo conocía lo bastante bien como para saber que Zac no quería ni necesitaba eso. Sacudió la cabeza. Había ido únicamente por sí misma-. Quería asegurarme de que estabas bien.
-Estoy bien.
-No lo parece.
-Depende de cómo definas la palabra -dijo él-. Según mi diccionario, significa que no estoy muerto.
-Perdone, señorita, ¿el señor Efron es amigo suyo? -era el médico-. Quizá pueda usted convencerlo de que se tome los calmantes contra el dolor que le hemos ofrecido.
Nessa sacudió la cabeza.
-No, no creo que pueda hacerlo. Es extremadamente terco... y es teniente de Marina, no señor a secas. Si ha decidido que no los quiere...
-Sí, ha decidido que no los quiere -la interrumpió Zac-. Y además, odia que hablen de él como si no estuviera en la habitación, así que si no les importa...
-La medicación le permitiría descansar mucho más cómodamente...
-Mire, lo único que quiero es que le haga una maldita radiografía a mi rodilla y se asegure de que no está rota. ¿Cree que podrá hacerlo?
-¿De qué cuerpo es teniente? -preguntó el doctor a Nessa.
-Por favor, pregúnteselo a él -dijo ella.
-Soy SEAL de la Armada... Bueno, lo era -dijo Zac.
El médico cerró bruscamente su portafolios.
-Perfecto. Debería haberlo imaginado. ¡Enfermera! -gritó mientras se alejaba-. Mande a este hombre a rayos X y prepare su traslado al centro de veteranos que hay junto a la base naval...
Zac estaba observando a Nessa y, cuando ésta se volvió para mirarlo, le lanzó una media sonrisa.
-Gracias por intentarlo.
-¿Por qué no te tomas los calmantes? -preguntó ella.
-Porque no quiero estar drogado y babeando cuando Dwayne vuelva para el segundo asalto. —Nessa apenas podía respirar.
-¿Volver? -repitió-. ¿Por qué? ¿Quién es ese hombre? ¿Y qué quería?
Zac cambió de postura, pero no pudo evitar hacer una mueca.
-Por lo visto mi hermana le debe dinero.
-¿Cuánto?
-No lo sé, pero voy a averiguarlo -sacudió la cabeza-. Mañana iré a hacerle una pequeña visita a Sharon, y al diablo con las normas del centro de desintoxicación.
-Cuando vi la navaja que llevaba... -a Nessa le tembló la voz y se detuvo. Cerró los ojos y procuró refrenar las lágrimas. No recordaba la última vez que se había asustado tanto-. No quería dejarte allí solo.
Abrió los ojos y lo encontró mirándola con expresión ilegible.
-¿No creías que pudiera ganar a ese tipo? -preguntó él con suavidad.
Ella no tuvo que contestar: sabía que Zac podía leer la respuesta en sus ojos. Era consciente de lo doloroso que le resultaba caminar, incluso con bastón. Conocía sus limitaciones. ¿Cómo iba a enfrentarse a un hombre tan corpulento como Dwayne, y armado con un cuchillo, sin salir mal parado? Y así había sido. Al parecer, estaba malherido.
Zac se rió con amargura y apartó la vista de ella.
-No me extraña que casi salieras corriendo en la playa. No te parezco muy hombre, ¿eh? —Nessa estaba atónita.
-¡Eso no es cierto! -protestó-. No es por eso por lo que...
-Hora de bajar a rayos X -anunció una enfermera, y acercó una silla de ruedas a la cama.
Zac no esperó a que la enfermera lo ayudara. Se incorporó y se sentó él solo en la silla. La rodilla tenía que dolerle espantosamente al moverla, pero no dijo una palabra. Cuando miró a Nessa, sin embargo, ella percibió todo su dolor en sus ojos.
-Vete a casa -dijo él con calma.
-Abajo están colapsados. Esto podría llevar un buen rato. Horas, incluso -informó la enfermera a Nessa mientras empezaba a llevarse a Zac-. No puede venir con él, así quédese fuera, en la sala de espera. Si quiere marcharse, él la llamará cuando acabe.
-No, gracias -dijo Nessa. Se volvió hacia Zac-. Zachary, estás muy equivocado en lo de...
-Vete a casa -repitió él.
-No -contestó ella-. No, voy a esperarte.
-No lo hagas -dijo él. La miró justo antes de salir de la sala-. Y no me llames Zachary.
Zac volvió a la sala de urgencias en silla de ruedas y con los ojos cerrados. Las radiografías habían tardado una eternidad, y estaba convencido de que Nessa se habría dado por vencida y se habría ido a casa.
Eran casi las ocho de la tarde. Todavía tenía que reunirse con el médico para hablar sobre lo que habían mostrado las radiografías. Pero Zac ya las había visto y sabía lo que iba a decirle el médico. Su rodilla no estaba rota. Estaba inflamada y magullada. Quizá los ligamentos hubieran sufrido algún daño, pero era difícil saberlo: la herida y las posteriores operaciones la habían dejado hecha un lío.
El médico iba a recomendar que lo trasladaran al hospital de veteranos para nuevos exámenes y un posible tratamiento. Pero eso tendría que esperar. Tenía que ocuparse de Natasha y debía enfrentarse a un lunático llamado Dwayne.
-¿Adonde lo llevan? -era la voz musical de Nessa.
Seguía allí, esperándolo, tal y como había dicho. Zac no supo si sentirse aliviado o desilusionado. Mantuvo los ojos cerrados e intentó no preocuparse mucho.
-El doctor tiene que echar un vistazo a las radiografías -dijo la enfermera-. Pero esta noche estamos desbordados. Dependiendo de cómo vayan las cosas, podría tardar cinco minutos o dos horas.
-¿Puedo sentarme con él? -preguntó Nessa.
-Claro -contestó la enfermera-. Igual puede esperar aquí que en cualquier otra parte.
Zac sintió que colocaban torpemente su silla de ruedas y oyó alejarse a la enfermera. Luego notó los dedos frescos de Nessa en la frente, apartándole el pelo de la cara.
-Sé que no estás dormido -dijo ella. Era tan agradable sentir su mano en el pelo... Zac la agarró de la muñeca, abrió los ojos y la apartó de él.
-Tienes razón -dijo-. Sólo quiero olvidarme de todo.
Ella lo miraba con ojos que eran una mezcla perfecta de verde y marrón.
-Pues, antes de que te olvides de mí también, quiero que sepas que... no juzgo si alguien es o no un hombre basándome en su habilidad para convertir a un oponente en una masa sanguinolenta. Y hoy no he huido de ti en la playa.
Zac volvió a cerrar los ojos.
-Mira, no tienes que explicarme por qué no quieres acostarte conmigo. Si no quieres, no quieres. Eso es lo único que necesito saber.
-Huía de mí misma -dijo ella en voz muy baja, con la voz algo quebrada.
Zac levantó los párpados. Se le encogió el corazón al ver que Nessa lo miraba con lágrimas en sus bellos ojos.
-Nessa, no, de verdad, no pasa nada -no era cierto, pero habría dicho o hecho cualquier cosa con tal de no verla llorar.
-No, sí que pasa -dijo ella-. Quiero ser tu amiga, de verdad, pero no sé si puedo. Llevo aquí sentada un par de horas, dándole vueltas y... -sacudió la cabeza y una lágrima resbaló por su mejilla.
Zac se perdió. Sentía tal tensión en el pecho que apenas podía respirar, y sabía la espantosa verdad. Se alegraba de que Nessa lo hubiera esperado. Se alegraba de que hubiera ido al hospital. Sí, también lo avergonzaba que lo hubiera visto en aquel estado, pero al mismo tiempo su presencia le había hecho sentirse bien. Por primera vez desde hacía muchísimo tiempo, no se
sentía solo.
Ahora, sin embargo, la había hecho llorar.
Alargó el brazo hacia ella y tocó su cara, enjugándole la lágrima con el pulgar.
-No es para tanto -susurró. Ella levantó la vista.
-¿No? -dijo. Cerró los ojos y apretó la mejilla contra la palma de su mano.
Volvió ligeramente la cabeza y rozó los dedos de Zac con los labios. Cuando volvió a abrir los ojos, él vio un fuego arder en sus pupilas, un fuego blanco y abrasador. La dulzura, la inocencia infantil habían desaparecido de su cara. Mientras lo miraba, era toda una mujer, puro deseo femenino.
A él se le quedó al instante la boca seca.
-Me tocas, aunque sea así, y lo siento -dijo ella con voz ronca-. Esta química... es imposible hacer como si no existiera.
Tenía razón, y él no pudo reprimirse. Levantó la mano y la hundió en su cabello largo, oscuro y suave. Nessa volvió a cerrar los ojos al sentir su caricia, y Zac notó que el corazón comenzaba a latirle con violencia.
-Sé que tú también lo sientes -musitó ella.
Zac asintió con la cabeza. Sí. Trazó con los dedos la curva suave de su oreja y dejó luego que la mano se deslizara hasta su cuello. Su piel era tan tersa como la seda.
Pero ella le agarró la mano, entrelazó sus dedos y se los apretó, y el hechizo se rompió.
-Pero, para mí, no basta con eso -le dijo-. Necesito algo más que química sexual. Necesito... amor.
Silencio. Un silencio gigantesco. Zac sentía palpitar su corazón y notaba el torrente de su sangre en las venas. Oía los ruidos que hacían otras personas en la sala de espera: conversaciones susurradas, un niño llorando suavemente... Oía a lo lejos un televisor, el traqueteo de una camilla vacía que alguien empujaba rápidamente por el pasillo.
-Eso no puedo dártelo -dijo.
-Lo sé -contestó ella con calma-. Por eso huí.
Le sonrió dulcemente, con una sonrisa llena de tristeza. La mujer seductora había desaparecido y había dejado tras ella a aquella muchacha amable, que quería más de lo que él podía darle y que sabía que no podía pedir nada. O que quizá sabía lo suficiente como para no querer pedir nada. Zac no era ninguna ganga. Ni siquiera estaba de una pieza.
Nessa le soltó la mano y él echó inmediatamente de menos el calor de su contacto.
-Veo que por fin te han aseado -dijo ella.
-Lo he hecho yo mismo -contestó él, asombrado porque pudieran hablar así después de lo que ella le había revelado-. He entrado en un cuarto de baño que hay cerca de rayos X y me he lavado.
-¿Y ahora qué va a pasar? -preguntó Nessa.
¿Qué acababa de revelar? Nada, en realidad, pensándolo bien. Había admitido que la atracción que había entre ellos era poderosa. Le había dicho que buscaba algo más que sexo, que quería una relación basada en el amor. Pero no había dicho que quisiera que él la amara.
Quizás estuviera embelleciendo la verdad. Tal vez había omitido sencillamente cualquier referencia al hecho de que, aunque él fuera capaz de darle lo que quería, a ella no le interesaba en realidad mantener una relación con un inválido.
-El médico echará un vistazo a mis radiografías y me dirá que no hay nada roto -le dijo Zac-. Nada que él pueda ver, por lo menos.
Se preguntaba si ella habría visto la pelea. ¿Había visto cómo Dwayne lo derribaba con un solo golpe certero lanzado a la rodilla? ¿Lo había visto caer a la acera como una piedra? ¿Había visto a Dwayne darle patadas mientras estaba allí tumbado, con la cara contra el cemento como un perro patético, demasiado necio para quitarse de en medio?
Y allí estaba otra vez, en una silla de ruedas. Había jurado no volver a sentarse en una, pero ahí había acabado.
-Maldita sea, teniente, cuando lo mandé a casa a descansar, me refería a que descansara, no a que se dedicara a pelearse por la calle -el capitán Steven Horowitz, vestido con su uniforme blanco de paseo, parecía relucir en medio de la triste sala de espera de urgencias. ¿Qué demonios estaba haciendo allí?-. El doctor Wright me ha llamado para decirme que un antiguo paciente mío estaba en urgencias, esperando que le hicieran una radiografía de la rodilla. Que tenía la rodilla hinchada y dañada por una herida anterior y que además tenía pinta de que le habían golpeado con un mazo. Pero, por lo visto, el paciente aseguraba que en la pelea en que se había metido no había intervenido ningún mazo -dijo Horowitz con los brazos cruzados sobre el pecho-. La pelea en la que se había metido. Y yo me he preguntado, ¿cuál de mis pacientes con rodillas lesionadas cometería la estupidez de meterse en una situación peligrosa, como una pelea, que podría dañar irremediablemente su pierna lesionada? Y me he acordado de Zachary Efron antes de que Wright mencionara su nombre.
-Yo también me alegro de verlo, Steve -dijo Zac, y se pasó cansinamente la mano por el pelo, apartándoselo de la cara. Notaba que Nessa lo miraba y que también observaba al capitán de la Marina.
-¿En qué estaba pensando?
-Permítame presentarle a Vanessa Hudgens –dijo Zac-. Nessa, sé que vas a llevarte una desilusión, pero, a pesar de su aspecto, Steve no es un Power Ranger vestido de blanco. En realidad sólo es un médico de la Marina. Se llama Horowitz. Responde a «capitán», «doctor», «Steve» y, a veces, incluso a «Dios».
Steven Horowitz era varios años mayor que Zac, pero tenía una vivacidad que le hacía parecer aún joven. Zac notó que miraba con atención a Nessa, que se fijaba atentamente en su pelo largo y oscuro, en su bello rostro y en el bonito vestido de flores, que dejaba al descubierto unos hombros suaves y morenos y los brazos, finos y elegantes. Vio que Steve miraba su camiseta ensangrentada y su cara amoratada. Sabía lo que estaba pensando el médico: ¿qué estaba haciendo aquella chica con él? Nada. Nessa no estaba haciendo nada. Lo había dejado más que claro.
Horowitz se volvió hacia Zac.
-He visto las radiografías. Creo que a lo mejor ha tenido suerte, pero no estaré seguro hasta que baje la inflamación -acercó una silla y observó la rodilla del antiguo SEAL mientras la palpaba ligeramente con los dedos.
Zac sintió que empezaba a sudar. Por el rabillo del ojo, vio que Nessa se inclinaba como si fuera a tomarlo de la mano. Pero cerró los ojos y se negó a mirarla, a necesitarla.
Ella tomó su mano de todos modos y se la apretó con fuerza hasta que Steve acabó. Para entonces, Zac estaba de nuevo empapado en sudor y sabía que su cara debía de parecer gris o quizás incluso verde. Soltó bruscamente la mano de Nessa. De pronto se había dado cuenta de que estaba a punto de romperle los dedos.
-Está bien -dijo por fin Steve con un suspiro-. Quiero que te vayas a casa y que guardes reposo las próximas dos semanas -sacó su recetario del maletín de cuero que llevaba-. Voy a darte algo para que duermas...
-No pienso tomármelo -contestó Zac-. Tengo... cosas de que ocuparme.
-¿Qué clase de cosas? —Zac sacudió la cabeza.
-Es un asunto familiar. Mi hermana está metida en un lío. Lo único que necesita saber es que no voy a tomarme nada que me haga dormir. Pero no tengo inconveniente en tomar algún analgésico local.
Steven Horowitz se rió con fastidio.
-Si te lo doy, no le dolerá la rodilla. Y, si no le duele, se echará a correr y acabará causándose sabe Dios qué lesiones. No. De eso nada.
Zac se inclinó hacia él y bajó la voz. Hubiera deseado que Nessa no les oyera. Odiaba tener que admitir su debilidad.
-Steve, usted sabe que no se lo pediría si no me doliera de verdad. Lo necesito, hombre. Pero no puedo arriesgarme a tomar algo que me deje fuera de combate.
Los ojos del médico eran inexpresivos, de un azul pálido, pero por un instante Zac vio un destello de calor y compasión tras su frialdad habitual. Steve sacudió la cabeza.
-Voy a arrepentirme de esto. Sé que voy a arrepentirme -escribió algo en su recetario-. Voy a darle también algo para que le baje la inflamación. Pero no abuse de ello -miró a Zac con enojo-. A cambio, tiene que prometerme que no se levantará de la silla de ruedas durante las próximas dos semanas.
Zac negó con la cabeza.
-No puedo prometerle eso -dijo-. De hecho, preferiría morirme a quedarme en esta silla un minuto más de lo necesario.
El doctor Horowitz se volvió hacia Nessa.
-Ya tiene la rodilla dañada sin remedio. Es un milagro que pueda caminar. No puede hacer nada por mejorar el estado de su rodilla, pero sí que puede empeorarlo. ¿Hará usted el favor de intentar que entienda...?
-Sólo somos amigos -lo interrumpió ella-. No puedo obligarle a nada.
-Muletas -dijo Zac-. Usaré muletas, pero no una silla, ¿de acuerdo?
No miró a Nessa, pero no podía dejar de pensar en cómo se habían llenado sus ojos de lágrimas y en el modo en que le había hecho sentirse. Ella se equivocaba. Se equivocaba del todo. No lo sabía, pero tenía el poder de persuadirlo para que hiciera cualquier cosa.
Tal vez, incluso enamorarse de ella.
Nessa detuvo el coche delante de la puerta de urgencias. Veía a Zac a través de las ventanas del vestíbulo brillantemente iluminado, hablando con el médico. Éste le entregó una bolsa y luego se estrecharon la mano. El médico desapareció rápidamente por el pasillo mientras Zac se movía lentamente hacia la puerta automática, apoyado en sus muletas. La puerta se abrió con un susurro y él salió y miró a su alrededor. Nessa abrió la puerta del coche y se levantó.
-¡Aquí! -notó su sorpresa. Aquél no era su coche. Era el doble de grande que el suyo. Zac cabría dentro sin ningún problema-. Le he cambiado el coche a una amiga unos días -explicó.
Él no dijo una palabra. Puso la bolsa que le había dado el médico en el ancho asiento delantero y metió las muletas en la parte de atrás. Se subió con mucho cuidado, levantándose la pierna herida con las dos manos para meterla en el coche.
Nessa se montó a su lado, encendió el potente motor y se apartó de la acera. Miró a Zac.
-¿Qué tal tu rodilla?
-Bien -dijo él lacónicamente.
-¿De veras crees que Dwayne va a volver?
-Sí.
Nessa esperó a que se explicara, pero él no continuó. Estaba claro que no tenía ganas de hablar. En realidad, nunca las tenía, claro. Pero, por alguna razón, la desenvoltura y la facilidad de sus conversaciones anteriores se habían desvanecido. Nessa sabía que su rodilla no estaba bien. Sabía que le dolía mucho... y que el no haber podido derrotar a su oponente le dolía aún más.
Sabía que la rodilla herida y su incapacidad para andar sin bastón le hacían sentirse disminuido como hombre. Era una idiotez. Un hombre era mucho más que un par de piernas fuertes y un cuerpo atlético.
Era una idiotez, pero ella lo entendía. De pronto comprendió que la lista que había visto en la puerta de su nevera con todas las cosas que no podía hacer no era simplemente una queja llena de pesimismo, como había pensado al principio. Era una receta. Las instrucciones precisas para lograr el ensalmo mágico que volvería a convertirlo en un hombre. Saltar, correr, tirarse en paracaídas, estirar, doblar, extender... Hasta que pudiera hacer todas esas cosas y más, no se sentiría como un hombre.
Hasta que pudiera volver a hacer esas cosas... Pero eso no iba a ser posible. El médico militar había dicho que no iba a mejorar. Ésa era la verdad. Zac había progresado todo cuanto podía... y era un milagro que pudiera caminar.
Nessa metió el coche en el aparcamiento del complejo de apartamentos y estacionó. Zac, naturalmente, no esperó a que lo ayudara a salir. Los verdaderos hombres no necesitaban ayuda.
A Nessa se le encogió el corazón al verlo sacar las muletas del asiento de atrás. Él se las colocó bajo los brazos, agarró la bolsa que le había dado el médico y echó a andar hacia el patio.
Ella lo siguió más despacio.
Saltar, correr, tirarse en paracaídas, nadar, estirar, doblar, extender...
Aquello era imposible. El doctor Horowitz lo sabía. Nessa lo sabía. Y sospechaba que, en el fondo, Zac también lo sabía.
Entró tras él en el patio y apenas pudo soportar verlo subir penosamente las escaleras. Zac se equivocaba. Se equivocaba por completo. Mudarse al bajo no le haría menos hombre. Y reconocer que tenía limitaciones físicas, que había cosas que ya no podía hacer, tampoco le haría menos hombre.
Pero empeñarse incansablemente en lo imposible, marcarse metas inalcanzables, condenarse al fracaso..., eso lo dejaría exhausto y acabaría por quemarlo. Le quitaría el último calor y el destello del ánimo, lo volvería un ser amargo, furioso, frío e incompleto. Menos que un hombre.



Buee... siento no haberles subido ayer, pero se me hizo imposible, mi hermana hizo la primera comunion y pues le hicieron una fiesta, son las 12:23 a.m y bueno les estoy subiendo recien! Espero y hayan pasado una feliz navidad! espero y todos sus deseos se cumplan! que Dios me las bendiga siempre! muchas gracias por aguantar tantos dias sin novela, por tenerme paciensia! encerio les agradesco mucho su apoyo y el apoyo que le dan a mi novela!(: aqui ando chicas para lo que se les ofresca, les dejo mi msn... wendazza04@hotmail.com por si alguna quiero conversar con migo ;D las adoro! son las mejores lectoras que pude tener ;D