domingo, 26 de diciembre de 2010

Capitulo 9

La sala de urgencias del hospital estaba atestada. Las enfermeras del mostrador de recepción no le hacían caso, así que finalmente Nessa se dio por vencida y entró por la parte de atrás. Mientras buscaba a Zac, se sintió empujada y zarandeada por la gente que pasaba a su lado y estuvo a punto de caerse al suelo.
-Disculpe, estoy buscando a...
-Ahora no, cielo -dijo una enfermera que caminaba rápidamente por el pasillo.
Nessa lo oyó antes de verlo. Su voz era baja y su lenguaje abominable. No cabía duda de que era Zachary Efron.
Ella siguió su voz hasta una habitación grande con seis camas, todas ocupadas. Zac estaba sentado en la suya, con la pierna derecha extendida hacia delante. Tenía la rodilla hinchada y amoratada, la camiseta cubierta de sangre y un corte en el pómulo, justo debajo del ojo derecho. Sus codos y la otra rodilla parecían estar en carne viva, llenos de arañazos.
Un médico le estaba examinando la rodilla.
-¿Aquí también le duele? -preguntó mirando a Zac.
-Sí -vino a decir él, aparte de los coloridos superlativos que empleó en su respuesta. Una pátina de sudor había cubierto su cara, y se limpió el labio superior con el dorso de la mano mientras se armaba de valor para resistir el resto del examen.
-Creía que le habías prometido a Tasha no decir más palabrotas.
Él levantó la vista, sorprendido, y la miró directamente a los ojos.
-¿Qué haces aquí? ¿Dónde está Tash?
Nessa lo había sorprendido. Y no agradablemente. Vio que una mezcla de emociones cruzaba su semblante. Vergüenza. Azoramiento. Humillación. Sabía que él no quería que lo viera así, abatido y ensangrentado.
-Está con Thomas -le dijo-. He pensado que querrías.. . -¿qué? ¿Una mano a la que agarrarse? No, ya lo conocía lo bastante bien como para saber que Zac no quería ni necesitaba eso. Sacudió la cabeza. Había ido únicamente por sí misma-. Quería asegurarme de que estabas bien.
-Estoy bien.
-No lo parece.
-Depende de cómo definas la palabra -dijo él-. Según mi diccionario, significa que no estoy muerto.
-Perdone, señorita, ¿el señor Efron es amigo suyo? -era el médico-. Quizá pueda usted convencerlo de que se tome los calmantes contra el dolor que le hemos ofrecido.
Nessa sacudió la cabeza.
-No, no creo que pueda hacerlo. Es extremadamente terco... y es teniente de Marina, no señor a secas. Si ha decidido que no los quiere...
-Sí, ha decidido que no los quiere -la interrumpió Zac-. Y además, odia que hablen de él como si no estuviera en la habitación, así que si no les importa...
-La medicación le permitiría descansar mucho más cómodamente...
-Mire, lo único que quiero es que le haga una maldita radiografía a mi rodilla y se asegure de que no está rota. ¿Cree que podrá hacerlo?
-¿De qué cuerpo es teniente? -preguntó el doctor a Nessa.
-Por favor, pregúnteselo a él -dijo ella.
-Soy SEAL de la Armada... Bueno, lo era -dijo Zac.
El médico cerró bruscamente su portafolios.
-Perfecto. Debería haberlo imaginado. ¡Enfermera! -gritó mientras se alejaba-. Mande a este hombre a rayos X y prepare su traslado al centro de veteranos que hay junto a la base naval...
Zac estaba observando a Nessa y, cuando ésta se volvió para mirarlo, le lanzó una media sonrisa.
-Gracias por intentarlo.
-¿Por qué no te tomas los calmantes? -preguntó ella.
-Porque no quiero estar drogado y babeando cuando Dwayne vuelva para el segundo asalto. —Nessa apenas podía respirar.
-¿Volver? -repitió-. ¿Por qué? ¿Quién es ese hombre? ¿Y qué quería?
Zac cambió de postura, pero no pudo evitar hacer una mueca.
-Por lo visto mi hermana le debe dinero.
-¿Cuánto?
-No lo sé, pero voy a averiguarlo -sacudió la cabeza-. Mañana iré a hacerle una pequeña visita a Sharon, y al diablo con las normas del centro de desintoxicación.
-Cuando vi la navaja que llevaba... -a Nessa le tembló la voz y se detuvo. Cerró los ojos y procuró refrenar las lágrimas. No recordaba la última vez que se había asustado tanto-. No quería dejarte allí solo.
Abrió los ojos y lo encontró mirándola con expresión ilegible.
-¿No creías que pudiera ganar a ese tipo? -preguntó él con suavidad.
Ella no tuvo que contestar: sabía que Zac podía leer la respuesta en sus ojos. Era consciente de lo doloroso que le resultaba caminar, incluso con bastón. Conocía sus limitaciones. ¿Cómo iba a enfrentarse a un hombre tan corpulento como Dwayne, y armado con un cuchillo, sin salir mal parado? Y así había sido. Al parecer, estaba malherido.
Zac se rió con amargura y apartó la vista de ella.
-No me extraña que casi salieras corriendo en la playa. No te parezco muy hombre, ¿eh? —Nessa estaba atónita.
-¡Eso no es cierto! -protestó-. No es por eso por lo que...
-Hora de bajar a rayos X -anunció una enfermera, y acercó una silla de ruedas a la cama.
Zac no esperó a que la enfermera lo ayudara. Se incorporó y se sentó él solo en la silla. La rodilla tenía que dolerle espantosamente al moverla, pero no dijo una palabra. Cuando miró a Nessa, sin embargo, ella percibió todo su dolor en sus ojos.
-Vete a casa -dijo él con calma.
-Abajo están colapsados. Esto podría llevar un buen rato. Horas, incluso -informó la enfermera a Nessa mientras empezaba a llevarse a Zac-. No puede venir con él, así quédese fuera, en la sala de espera. Si quiere marcharse, él la llamará cuando acabe.
-No, gracias -dijo Nessa. Se volvió hacia Zac-. Zachary, estás muy equivocado en lo de...
-Vete a casa -repitió él.
-No -contestó ella-. No, voy a esperarte.
-No lo hagas -dijo él. La miró justo antes de salir de la sala-. Y no me llames Zachary.
Zac volvió a la sala de urgencias en silla de ruedas y con los ojos cerrados. Las radiografías habían tardado una eternidad, y estaba convencido de que Nessa se habría dado por vencida y se habría ido a casa.
Eran casi las ocho de la tarde. Todavía tenía que reunirse con el médico para hablar sobre lo que habían mostrado las radiografías. Pero Zac ya las había visto y sabía lo que iba a decirle el médico. Su rodilla no estaba rota. Estaba inflamada y magullada. Quizá los ligamentos hubieran sufrido algún daño, pero era difícil saberlo: la herida y las posteriores operaciones la habían dejado hecha un lío.
El médico iba a recomendar que lo trasladaran al hospital de veteranos para nuevos exámenes y un posible tratamiento. Pero eso tendría que esperar. Tenía que ocuparse de Natasha y debía enfrentarse a un lunático llamado Dwayne.
-¿Adonde lo llevan? -era la voz musical de Nessa.
Seguía allí, esperándolo, tal y como había dicho. Zac no supo si sentirse aliviado o desilusionado. Mantuvo los ojos cerrados e intentó no preocuparse mucho.
-El doctor tiene que echar un vistazo a las radiografías -dijo la enfermera-. Pero esta noche estamos desbordados. Dependiendo de cómo vayan las cosas, podría tardar cinco minutos o dos horas.
-¿Puedo sentarme con él? -preguntó Nessa.
-Claro -contestó la enfermera-. Igual puede esperar aquí que en cualquier otra parte.
Zac sintió que colocaban torpemente su silla de ruedas y oyó alejarse a la enfermera. Luego notó los dedos frescos de Nessa en la frente, apartándole el pelo de la cara.
-Sé que no estás dormido -dijo ella. Era tan agradable sentir su mano en el pelo... Zac la agarró de la muñeca, abrió los ojos y la apartó de él.
-Tienes razón -dijo-. Sólo quiero olvidarme de todo.
Ella lo miraba con ojos que eran una mezcla perfecta de verde y marrón.
-Pues, antes de que te olvides de mí también, quiero que sepas que... no juzgo si alguien es o no un hombre basándome en su habilidad para convertir a un oponente en una masa sanguinolenta. Y hoy no he huido de ti en la playa.
Zac volvió a cerrar los ojos.
-Mira, no tienes que explicarme por qué no quieres acostarte conmigo. Si no quieres, no quieres. Eso es lo único que necesito saber.
-Huía de mí misma -dijo ella en voz muy baja, con la voz algo quebrada.
Zac levantó los párpados. Se le encogió el corazón al ver que Nessa lo miraba con lágrimas en sus bellos ojos.
-Nessa, no, de verdad, no pasa nada -no era cierto, pero habría dicho o hecho cualquier cosa con tal de no verla llorar.
-No, sí que pasa -dijo ella-. Quiero ser tu amiga, de verdad, pero no sé si puedo. Llevo aquí sentada un par de horas, dándole vueltas y... -sacudió la cabeza y una lágrima resbaló por su mejilla.
Zac se perdió. Sentía tal tensión en el pecho que apenas podía respirar, y sabía la espantosa verdad. Se alegraba de que Nessa lo hubiera esperado. Se alegraba de que hubiera ido al hospital. Sí, también lo avergonzaba que lo hubiera visto en aquel estado, pero al mismo tiempo su presencia le había hecho sentirse bien. Por primera vez desde hacía muchísimo tiempo, no se
sentía solo.
Ahora, sin embargo, la había hecho llorar.
Alargó el brazo hacia ella y tocó su cara, enjugándole la lágrima con el pulgar.
-No es para tanto -susurró. Ella levantó la vista.
-¿No? -dijo. Cerró los ojos y apretó la mejilla contra la palma de su mano.
Volvió ligeramente la cabeza y rozó los dedos de Zac con los labios. Cuando volvió a abrir los ojos, él vio un fuego arder en sus pupilas, un fuego blanco y abrasador. La dulzura, la inocencia infantil habían desaparecido de su cara. Mientras lo miraba, era toda una mujer, puro deseo femenino.
A él se le quedó al instante la boca seca.
-Me tocas, aunque sea así, y lo siento -dijo ella con voz ronca-. Esta química... es imposible hacer como si no existiera.
Tenía razón, y él no pudo reprimirse. Levantó la mano y la hundió en su cabello largo, oscuro y suave. Nessa volvió a cerrar los ojos al sentir su caricia, y Zac notó que el corazón comenzaba a latirle con violencia.
-Sé que tú también lo sientes -musitó ella.
Zac asintió con la cabeza. Sí. Trazó con los dedos la curva suave de su oreja y dejó luego que la mano se deslizara hasta su cuello. Su piel era tan tersa como la seda.
Pero ella le agarró la mano, entrelazó sus dedos y se los apretó, y el hechizo se rompió.
-Pero, para mí, no basta con eso -le dijo-. Necesito algo más que química sexual. Necesito... amor.
Silencio. Un silencio gigantesco. Zac sentía palpitar su corazón y notaba el torrente de su sangre en las venas. Oía los ruidos que hacían otras personas en la sala de espera: conversaciones susurradas, un niño llorando suavemente... Oía a lo lejos un televisor, el traqueteo de una camilla vacía que alguien empujaba rápidamente por el pasillo.
-Eso no puedo dártelo -dijo.
-Lo sé -contestó ella con calma-. Por eso huí.
Le sonrió dulcemente, con una sonrisa llena de tristeza. La mujer seductora había desaparecido y había dejado tras ella a aquella muchacha amable, que quería más de lo que él podía darle y que sabía que no podía pedir nada. O que quizá sabía lo suficiente como para no querer pedir nada. Zac no era ninguna ganga. Ni siquiera estaba de una pieza.
Nessa le soltó la mano y él echó inmediatamente de menos el calor de su contacto.
-Veo que por fin te han aseado -dijo ella.
-Lo he hecho yo mismo -contestó él, asombrado porque pudieran hablar así después de lo que ella le había revelado-. He entrado en un cuarto de baño que hay cerca de rayos X y me he lavado.
-¿Y ahora qué va a pasar? -preguntó Nessa.
¿Qué acababa de revelar? Nada, en realidad, pensándolo bien. Había admitido que la atracción que había entre ellos era poderosa. Le había dicho que buscaba algo más que sexo, que quería una relación basada en el amor. Pero no había dicho que quisiera que él la amara.
Quizás estuviera embelleciendo la verdad. Tal vez había omitido sencillamente cualquier referencia al hecho de que, aunque él fuera capaz de darle lo que quería, a ella no le interesaba en realidad mantener una relación con un inválido.
-El médico echará un vistazo a mis radiografías y me dirá que no hay nada roto -le dijo Zac-. Nada que él pueda ver, por lo menos.
Se preguntaba si ella habría visto la pelea. ¿Había visto cómo Dwayne lo derribaba con un solo golpe certero lanzado a la rodilla? ¿Lo había visto caer a la acera como una piedra? ¿Había visto a Dwayne darle patadas mientras estaba allí tumbado, con la cara contra el cemento como un perro patético, demasiado necio para quitarse de en medio?
Y allí estaba otra vez, en una silla de ruedas. Había jurado no volver a sentarse en una, pero ahí había acabado.
-Maldita sea, teniente, cuando lo mandé a casa a descansar, me refería a que descansara, no a que se dedicara a pelearse por la calle -el capitán Steven Horowitz, vestido con su uniforme blanco de paseo, parecía relucir en medio de la triste sala de espera de urgencias. ¿Qué demonios estaba haciendo allí?-. El doctor Wright me ha llamado para decirme que un antiguo paciente mío estaba en urgencias, esperando que le hicieran una radiografía de la rodilla. Que tenía la rodilla hinchada y dañada por una herida anterior y que además tenía pinta de que le habían golpeado con un mazo. Pero, por lo visto, el paciente aseguraba que en la pelea en que se había metido no había intervenido ningún mazo -dijo Horowitz con los brazos cruzados sobre el pecho-. La pelea en la que se había metido. Y yo me he preguntado, ¿cuál de mis pacientes con rodillas lesionadas cometería la estupidez de meterse en una situación peligrosa, como una pelea, que podría dañar irremediablemente su pierna lesionada? Y me he acordado de Zachary Efron antes de que Wright mencionara su nombre.
-Yo también me alegro de verlo, Steve -dijo Zac, y se pasó cansinamente la mano por el pelo, apartándoselo de la cara. Notaba que Nessa lo miraba y que también observaba al capitán de la Marina.
-¿En qué estaba pensando?
-Permítame presentarle a Vanessa Hudgens –dijo Zac-. Nessa, sé que vas a llevarte una desilusión, pero, a pesar de su aspecto, Steve no es un Power Ranger vestido de blanco. En realidad sólo es un médico de la Marina. Se llama Horowitz. Responde a «capitán», «doctor», «Steve» y, a veces, incluso a «Dios».
Steven Horowitz era varios años mayor que Zac, pero tenía una vivacidad que le hacía parecer aún joven. Zac notó que miraba con atención a Nessa, que se fijaba atentamente en su pelo largo y oscuro, en su bello rostro y en el bonito vestido de flores, que dejaba al descubierto unos hombros suaves y morenos y los brazos, finos y elegantes. Vio que Steve miraba su camiseta ensangrentada y su cara amoratada. Sabía lo que estaba pensando el médico: ¿qué estaba haciendo aquella chica con él? Nada. Nessa no estaba haciendo nada. Lo había dejado más que claro.
Horowitz se volvió hacia Zac.
-He visto las radiografías. Creo que a lo mejor ha tenido suerte, pero no estaré seguro hasta que baje la inflamación -acercó una silla y observó la rodilla del antiguo SEAL mientras la palpaba ligeramente con los dedos.
Zac sintió que empezaba a sudar. Por el rabillo del ojo, vio que Nessa se inclinaba como si fuera a tomarlo de la mano. Pero cerró los ojos y se negó a mirarla, a necesitarla.
Ella tomó su mano de todos modos y se la apretó con fuerza hasta que Steve acabó. Para entonces, Zac estaba de nuevo empapado en sudor y sabía que su cara debía de parecer gris o quizás incluso verde. Soltó bruscamente la mano de Nessa. De pronto se había dado cuenta de que estaba a punto de romperle los dedos.
-Está bien -dijo por fin Steve con un suspiro-. Quiero que te vayas a casa y que guardes reposo las próximas dos semanas -sacó su recetario del maletín de cuero que llevaba-. Voy a darte algo para que duermas...
-No pienso tomármelo -contestó Zac-. Tengo... cosas de que ocuparme.
-¿Qué clase de cosas? —Zac sacudió la cabeza.
-Es un asunto familiar. Mi hermana está metida en un lío. Lo único que necesita saber es que no voy a tomarme nada que me haga dormir. Pero no tengo inconveniente en tomar algún analgésico local.
Steven Horowitz se rió con fastidio.
-Si te lo doy, no le dolerá la rodilla. Y, si no le duele, se echará a correr y acabará causándose sabe Dios qué lesiones. No. De eso nada.
Zac se inclinó hacia él y bajó la voz. Hubiera deseado que Nessa no les oyera. Odiaba tener que admitir su debilidad.
-Steve, usted sabe que no se lo pediría si no me doliera de verdad. Lo necesito, hombre. Pero no puedo arriesgarme a tomar algo que me deje fuera de combate.
Los ojos del médico eran inexpresivos, de un azul pálido, pero por un instante Zac vio un destello de calor y compasión tras su frialdad habitual. Steve sacudió la cabeza.
-Voy a arrepentirme de esto. Sé que voy a arrepentirme -escribió algo en su recetario-. Voy a darle también algo para que le baje la inflamación. Pero no abuse de ello -miró a Zac con enojo-. A cambio, tiene que prometerme que no se levantará de la silla de ruedas durante las próximas dos semanas.
Zac negó con la cabeza.
-No puedo prometerle eso -dijo-. De hecho, preferiría morirme a quedarme en esta silla un minuto más de lo necesario.
El doctor Horowitz se volvió hacia Nessa.
-Ya tiene la rodilla dañada sin remedio. Es un milagro que pueda caminar. No puede hacer nada por mejorar el estado de su rodilla, pero sí que puede empeorarlo. ¿Hará usted el favor de intentar que entienda...?
-Sólo somos amigos -lo interrumpió ella-. No puedo obligarle a nada.
-Muletas -dijo Zac-. Usaré muletas, pero no una silla, ¿de acuerdo?
No miró a Nessa, pero no podía dejar de pensar en cómo se habían llenado sus ojos de lágrimas y en el modo en que le había hecho sentirse. Ella se equivocaba. Se equivocaba del todo. No lo sabía, pero tenía el poder de persuadirlo para que hiciera cualquier cosa.
Tal vez, incluso enamorarse de ella.
Nessa detuvo el coche delante de la puerta de urgencias. Veía a Zac a través de las ventanas del vestíbulo brillantemente iluminado, hablando con el médico. Éste le entregó una bolsa y luego se estrecharon la mano. El médico desapareció rápidamente por el pasillo mientras Zac se movía lentamente hacia la puerta automática, apoyado en sus muletas. La puerta se abrió con un susurro y él salió y miró a su alrededor. Nessa abrió la puerta del coche y se levantó.
-¡Aquí! -notó su sorpresa. Aquél no era su coche. Era el doble de grande que el suyo. Zac cabría dentro sin ningún problema-. Le he cambiado el coche a una amiga unos días -explicó.
Él no dijo una palabra. Puso la bolsa que le había dado el médico en el ancho asiento delantero y metió las muletas en la parte de atrás. Se subió con mucho cuidado, levantándose la pierna herida con las dos manos para meterla en el coche.
Nessa se montó a su lado, encendió el potente motor y se apartó de la acera. Miró a Zac.
-¿Qué tal tu rodilla?
-Bien -dijo él lacónicamente.
-¿De veras crees que Dwayne va a volver?
-Sí.
Nessa esperó a que se explicara, pero él no continuó. Estaba claro que no tenía ganas de hablar. En realidad, nunca las tenía, claro. Pero, por alguna razón, la desenvoltura y la facilidad de sus conversaciones anteriores se habían desvanecido. Nessa sabía que su rodilla no estaba bien. Sabía que le dolía mucho... y que el no haber podido derrotar a su oponente le dolía aún más.
Sabía que la rodilla herida y su incapacidad para andar sin bastón le hacían sentirse disminuido como hombre. Era una idiotez. Un hombre era mucho más que un par de piernas fuertes y un cuerpo atlético.
Era una idiotez, pero ella lo entendía. De pronto comprendió que la lista que había visto en la puerta de su nevera con todas las cosas que no podía hacer no era simplemente una queja llena de pesimismo, como había pensado al principio. Era una receta. Las instrucciones precisas para lograr el ensalmo mágico que volvería a convertirlo en un hombre. Saltar, correr, tirarse en paracaídas, estirar, doblar, extender... Hasta que pudiera hacer todas esas cosas y más, no se sentiría como un hombre.
Hasta que pudiera volver a hacer esas cosas... Pero eso no iba a ser posible. El médico militar había dicho que no iba a mejorar. Ésa era la verdad. Zac había progresado todo cuanto podía... y era un milagro que pudiera caminar.
Nessa metió el coche en el aparcamiento del complejo de apartamentos y estacionó. Zac, naturalmente, no esperó a que lo ayudara a salir. Los verdaderos hombres no necesitaban ayuda.
A Nessa se le encogió el corazón al verlo sacar las muletas del asiento de atrás. Él se las colocó bajo los brazos, agarró la bolsa que le había dado el médico y echó a andar hacia el patio.
Ella lo siguió más despacio.
Saltar, correr, tirarse en paracaídas, nadar, estirar, doblar, extender...
Aquello era imposible. El doctor Horowitz lo sabía. Nessa lo sabía. Y sospechaba que, en el fondo, Zac también lo sabía.
Entró tras él en el patio y apenas pudo soportar verlo subir penosamente las escaleras. Zac se equivocaba. Se equivocaba por completo. Mudarse al bajo no le haría menos hombre. Y reconocer que tenía limitaciones físicas, que había cosas que ya no podía hacer, tampoco le haría menos hombre.
Pero empeñarse incansablemente en lo imposible, marcarse metas inalcanzables, condenarse al fracaso..., eso lo dejaría exhausto y acabaría por quemarlo. Le quitaría el último calor y el destello del ánimo, lo volvería un ser amargo, furioso, frío e incompleto. Menos que un hombre.



Buee... siento no haberles subido ayer, pero se me hizo imposible, mi hermana hizo la primera comunion y pues le hicieron una fiesta, son las 12:23 a.m y bueno les estoy subiendo recien! Espero y hayan pasado una feliz navidad! espero y todos sus deseos se cumplan! que Dios me las bendiga siempre! muchas gracias por aguantar tantos dias sin novela, por tenerme paciensia! encerio les agradesco mucho su apoyo y el apoyo que le dan a mi novela!(: aqui ando chicas para lo que se les ofresca, les dejo mi msn... wendazza04@hotmail.com por si alguna quiero conversar con migo ;D las adoro! son las mejores lectoras que pude tener ;D

domingo, 19 de diciembre de 2010

CAPITULO 8

-¿De verdad Thomas es rey?
Nessa levantó la mirada del castillo de arena que es¬taba ayudando a construir a Tasha. La niña iba hacien¬do tórrelas, usando arena mojada y agua de un cubo de plástico que ella había encontrado en su armario. Era muy hábil para tener cinco años y conseguía hacer torres muy altas y puntiagudas.
-Thomas se llama King de apellido, y King signi¬fica rey -contestó Nessa-. Pero aquí, en Estados Uni¬dos, no tenemos reyes ni reinas.
-¿Es rey de otro sitio? ¿Como yo soy princesa de Rusia?
-Bueno -dijo Nessa diplomáticamente-, quizá de¬berías preguntárselo a él, pero creo que King sólo es su apellido.
-Parece un rey -Natasha soltó una risilla-. Se cree que soy de Marte. Voy a casarme con él.
-¿Con quién? -preguntó Zac mientras se senta¬ba a su lado en la arena.
Acababa de salir del mar y el agua perlaba sus pes¬tañas y le chorreaba desde el pelo. Nessa nunca lo había visto tan relajado.
-Con Thomas -contestó Tasha completamente en serio.
-Con Thomas -Zac se quedó pensando-. Me cae bien -dijo-. Pero eres un poco pequeña para ca¬sarte, ¿no crees?
-Ahora no, tonto -dijo ella, exasperada-. Cuando sea mayor, claro.
Zac intentó ocultar su sonrisa.
-Claro -dijo.
-Tú no puedes casarte con mi mamá porque eres su hermano, ¿verdad? -preguntó la niña.
-Eso es -le dijo Zac. Se recostó en la arena, apoyado en los hombros.
Nessa intentó no mirar cómo se tensaban los múscu¬los de sus brazos al soportar su peso. Intentó apartar la mirada de sus anchos hombros, de su poderoso pecho y de su piel suave y bronceada. A fin de cuentas, no era la primera vez que lo veía sin camisa. Tendría que ir acostumbrándose...
-Qué pena -dijo Tash con un suspiro-. Mamá siempre está buscando a alguien para casarse, y tú me gustas.
La voz de Zac sonó ronca.
-Gracias, Tash. Tú también me gustas.
-Dwayne no me gustaba -dijo la pequeña-. Me daba miedo, pero a mamá le gustaba vivir en su casa.
-A lo mejor, cuando vuelva tu mamá, podéis vivir cerca de mí -dijo Zac.
-Podrías casarte con Nessa -sugirió ella-. Y mudar¬te a su casa. Y nosotras podríamos vivir en la tuya.
Nessa levantó la mirada. Zac la miró a los ojos, azorado.
-Puede que Nessa no quiera casarse -dijo.
La niña levantó la vista del castillo para mirar a Nessa con aquellos ojos azules tan parecidos a los de Zac.
-¿No quieres? -preguntó.
-Bueno -dijo ella con cautela-. Algún día me gus¬taría casarme y tener hijos, pero...
-Sí que quiere -informó Tasha a su tío-. Es muy guapa y hace unos sandwiches buenísimos. Deberías pedirle que se case contigo -se levantó, agarró su cubo y bajó hasta el borde del agua, donde comenzó a saltar entre las olas.
-Lo siento -dijo Zac con una risa nerviosa-. Tiene... cinco años, ya sabes. Cree firmemente en los finales felices.
-No pasa nada -dijo Nessa con una sonrisa-. Y no te preocupes. No te haré cumplir ninguna promesa que Tasha haga de tu parte -se sacudió la arena de las rodillas y volvió a la toalla que había extendido sobre la arena.
Zac se reunió con ella.
-Me alegra saberlo -se volvió para mirar a Nessa. Su cálida mirada se deslizó por las piernas de ella, de¬teniéndose en su bikini rojo y en la enorme cantidad de piel que éste dejaba al aire, antes de posarse de nuevo en su cara-. Pero tiene razón. Eres muy guapa y haces unos sandwiches buenísimos.
A Nessa se le había acelerado el pulso. ¿Desde cuán¬do le importaba tanto si un hombre pensaba o no que era bonita? ¿Cuándo había desaparecido el impulso de cubrirse con una camiseta ancha cada vez que él la miraba con aquel ardor? ¿Cuándo había empezado a dar saltitos su corazón cuando veía su sonrisa? ¿Cuándo había cruzado Zac el límite que lo definía como algo más que un simple amigo?
Aquello había empezado hacía días, con el primer abrazo que Zac dio a Natasha en el patio. Era tan tierno con la chiquilla, tan paciente... Nessa se había sentido atraída por él desde el principio, pero ahora que lo conocía mejor, esa atracción se había hecho más compleja. Era mucho más que un simple magne¬tismo sexual, elemental y descarnado.
Era una locura. Nessa lo sabía. Zac no era un hombre con el que pudiera imaginarse pasando el res¬to de su vida. Se había preparado para matar..., en tanto que soldado profesional. Y, por si eso fuera poco, tenía montones de ira, de frustración y de dolor acumulados a los que debía enfrentarse antes de que pudiera considerársele psicológica y emocionalmente sano. Y, por si no bastaba con eso, estaba el hecho de que bebía.
Sí, había prometido parar, pero la experiencia de Nessa como profesora de instituto la había convertido en una experta en la enfermedad del alcoholismo. El mejor modo de combatirla no era afrontarla en solita¬rio, sino buscar ayuda. Zac parecía empeñado en arreglárselas solo y, a menudo, esa actitud acababa en fracaso.
No, si era lista, recogería su bolsa en ese preciso momento y saldría huyendo de allí.
Pero, en lugar dé hacerlo, se puso más protector solar en la cara.
-Entré en tu cocina para ayudar a Natasha a meter más refrescos en la nevera -dijo-. Y me fijé en que sólo tenías una cosa pegada en la puerta. Una lista.
Él la miró con recelo.
-¿Y?
-No estoy segura -añadió ella-, pero... me pare¬ció que era una lista de cosas que te cuesta hacer con la pierna herida.
La lista incluía cosas como correr, saltar, tirarse en paracaídas, montar en bicicleta y subir escaleras.
Zac miró el mar y entornó ligeramente los ojos, deslumhrado.
-Es cierto.
-Olvidaste incluir que ya no puedes jugar en el equipo olímpico de baloncesto, así que lo puse al final -dijo ella, intentando contener la risa.
Él soltó un soplido que podría haber pasado por una carcajada si hubiera estado sonriendo.
-Muy graciosa. Si hubieras mirado más despacio, te habrías dado cuenta de que la palabra «andar» esta¬ba al principio de la lista. La taché cuando fui capaz de caminar. Pienso hacer lo mismo con el resto de las cosas de la lista.
Sus ojos eran del mismo azul intenso del cielo. Nessa se tumbó boca abajo y apoyó la barbilla en las manos.
-Habíame de ese asombroso sofá rosa -dijo-. ¿De qué va eso?
Esa vez, Zac se echó a reír y una alegría auténti¬ca plegó las arrugas de alrededor de sus ojos. Se tum¬bó junto a ella en la toalla y se aseguró de que seguía viendo a Tasha desde donde estaba.
-Ah, eso -dijo-. Va a quedar precioso en mi cuar¬to de estar, ¿no crees? El marrón sucio y el verde ho¬rroroso van muy bien con el rosa y el plateado.
Nessa sonrió.
-Tendrás que volver a decorar la casa. Quizá con una moqueta blanca y un montón de espejos estilo art déco quede bien.
-Y sería tan propio de mí... -dijo él, muy serio.
-No, en serio -dijo Nessa-. Si algo puede animar a Tasha a cumplir tus normas es eso. Hoy sólo lo ha mencionado cinco mil veces.
Zac la miró apoyando la cabeza en una mano.
-Dime la verdad -dijo-. ¿Me he pasado de la raya? ¿He cruzado el límite entre el refuerzo positivo y el chantaje puro y duro?
Nessa sacudió la cabeza, atrapada en el intenso azul de sus ojos.
-Le estás dando la oportunidad de ganarse algo que desea de verdad, y de aprender una lección im¬portante acerca de la necesidad de cumplir ciertas normas. Eso no es un chantaje.
-Tengo la sensación de haberme puesto en cabeza y estar adentrándome en terreno totalmente descono¬cido -reconoció Zac.
Nessa no entendió.
-¿Haberte puesto en cabeza?
-Ponerse en cabeza, ir el primero -explicó él-, significa que diriges el escuadrón. Eres el primero en salir... el primero en localizar o pisar una trampa o una mina. Es un trabajo muy intenso.
-Por lo menos sabes que Natasha no va a estallar de repente.
Zac sonrió.
-¿Estás segura?
Con aquella mirada divertida, la sonrisa que suavi¬zaba su semblante y el pelo agitado por la brisa suave del océano, Zac parecía un hombre al que Nessa de¬searía ardientemente conocer. Parecía encantador, agradable, simpático y pecaminosamente guapo.
-Estás haciendo un gran trabajo con Tasha -dijo ella-. La tratas con mucha coherencia. Sé lo difícil que es no perder los nervios cuando te desobedece. Te he visto refrenarte, y sé que no es fácil. Y lo de la me¬dalla... ha sido brillante -se sentó y recogió la cami¬seta que Tasha había llevado encima del bañador-. Mira -la levantó para que él pudiera verla-, está tan orgullosa de su medalla, que me pidió que se la pren¬diera en la camiseta para traerla a la playa. Si sigues así, sólo es cuestión de tiempo que recuerde que debe cumplir las normas.
Zac se había tumbado de espaldas y se protegía los ojos del resplandor del sol con una mano mientras la miraba. Se sentó sin esfuerzo y miró a Natasha un momento para asegurarse de que estaba bien. Estaba agachada en la arena, entre la toalla y el agua y se ha¬bía puesto a hacer otro castillo de arena.
-¿Estoy haciendo un gran trabajo y soy brillante? -dijo con una media sonrisa-. Parece que me estás dando un poco de refuerzo positivo.
La camiseta de Natasha estaba húmeda y Nessa la extendió sobre la nevera portátil para que se secara al sol.
-Bueno... puede ser -reconoció con una sonrisa tímida.
Zac la tocó suavemente bajo la barbilla, levan¬tándole la cabeza para obligarla a mirarlo. Su sonrisa se había borrado y el regocijo de sus ojos había desa¬parecido, reemplazado por algo enteramente distinto, algo ardiente, peligroso, algo de lo que resultaba im¬posible escapar.
-Me gustaría que me lo dieras de otro modo -dijo él. Su voz era poco más que un susurro ronco.
Miró su boca y volvió a fijar los ojos en los de Nessa, y ella comprendió que iba a besarla. Se inclinó lentamente hacia delante para que ella tuviera tiempo de apartarse. Pero Nessa no se movió. No podía. O qui¬zá, sencillamente, no quería moverse.
Lo sintió suspirar cuando sus labios se encontra¬ron. Su boca era cálida y dulce. La besó con mucha ternura. Acarició sus labios delicadamente con la len¬gua y esperó hasta que ella abrió la boca para ahondar el beso. Pero incluso entonces, cuando Nessa se abrió para él, Zac la besó con sobrecogedora ternura.
Aquel era el beso más dulce que Nessa había recibi¬do nunca.
Zac se apartó para mirarla a los ojos y ella sintió el martilleo de su corazón. Pero luego él sonrió, una de aquellas sonrisas de soslayo, bellas y perfectas, como si hubiera encontrado oro al final del arco iris. Y esa vez fue ella quien le tendió los brazos, quien le rodeó el cuello y se apretó contra él, hundiendo los dedos entre la increíble suavidad de su pelo mientras volvía a besarlo.
Ese beso fue puro fuego. Zac no la acarició úni¬camente con los labios: la apretó contra su pecho y pasó las manos por su espalda desnuda, por su pelo, por sus brazos al tiempo que jugueteaba con su lengua en un beso de desenfrenada intensidad.
-¡Zac! ¡Zac! ¡Viene el camión de los hela¬dos! ¿Puedo comprarme uno?
Nessa apartó a Zac y él la soltó. Zac respiraba tan agitadamente como ella, y parecía estremecido. Pero Natasha sólo prestaba atención al camión de los helados, que se había detenido en el aparcamiento de la playa.
-Por favor, por favor, por favor, por favor... -decía mientras corría en círculos alrededor de la toalla.
Zac miró hacia el fondo de la playa, donde ha¬bía aparcado el camión, y luego a Nessa. Parecía estar tan atónito y confuso como ella.
-Eh -dijo. Se inclinó hacia Nessa y le dijo rápida¬mente, en voz baja-. ¿Puedes llevarla tú? Yo no puedo.
-Claro -Nessa se puso su camiseta a toda prisa. San¬to cielo, le temblaban las manos. Miró a Zac-. ¿Te duele la rodilla?
Él sacó de su cartera un billete de cinco dólares y se lo dio con una sonrisa débil.
-La verdad es que no tiene nada que ver con mi ro¬dilla.
Ella comprendió de pronto. Notó que le ardían las mejillas.
-Vamos, Tasha -dijo, y se sacó el pelo del cuello de la camiseta mientras se llevaba a la niña por la playa.
¿Qué había hecho? Acababa de experimentar los besos más dulces y excitantes de toda su vida con un hombre del que había prometido mantenerse alejada. Se puso en fila con Tasha junto al camión de los hela¬dos e intentó decidir cuál debía ser su siguiente paso.
Liarse con Zac estaba descartado. Pero, ah, esos besos... Cerró los ojos. Un error, se decía una y otra vez. Ya había cometido un error. Continuar por aquel camino sería una estupidez.
Sí, era cierto. Zac era una asombrosa mezcla de dulzura y sensualidad. Pero era un hombre que nece¬sitaba que lo salvaran, y ella sabía que no debía con¬vencerse de que podía salvarlo. Juntándose con él sólo conseguiría hundirse ella también. Solamente el propio Zac podía salvarse de la infelicidad y la de¬sesperación, y sólo el tiempo diría si tendría éxito.
Tendría que ser sincera con él. Tendría que asegu¬rarse de que lo entendía.
Aturdida, pidió el helado de Tasha y otros dos para Zac y para ella. El camino de vuelta a la toalla se le hizo eterno. La arena parecía más caliente que antes y le quemaba los pies. Tasha volvió a su castillo de are¬na mientras el helado le chorreaba por la barbilla.
Zac estaba sentado al borde de la toalla, empa¬pado, como si se hubiera lanzado al mar para refres¬carse. Eso estaba bien. Ella quería que se enfriara un poco, ¿no?
Le dio el helado e intentó sonreír cuando se sentó.
-Se me ha ocurrido que nos vendría bien algo con que refrescarnos, pero te me has adelantado.
Zac la miró. Ella se había sentado lo más lejos posible de él, sobre la toalla. Él miró el helado que te¬nía en la mano.
-A mí me gustaba el calor que estábamos generan¬do -dijo con calma.
Nessa sacudió la cabeza, incapaz de mirarlo a los ojos.
-Tengo que ser sincera contigo. Apenas te conoz¬co y... -él guardó silencio. Esperaba a que ella conti¬nuara-. No creo que debamos... Quiero decir que creo que sería un error que... -Nessa volvió a sonrojarse.
-Está bien -asintió Zac-. No importa. Lo... lo entiendo.
No podía reprochárselo. ¿Cómo iba a hacerlo? Nessa no era de las que preferían el placer pasajero. Si se entregaba al juego, sería a largo plazo, y él no era un buen partido, había que reconocerlo. No era la cla¬se de hombre con el que Nessa querría cargar el resto de su vida. Ella estaba tan llena de vida y él se movía tan despacio... Era tan completa y él lo era tan poco...
-Debería irme a casa -dijo ella, y empezó a reco¬ger sus cosas.
-Te acompañamos -respondió él en voz baja.
-No... no hace falta.
-Sí, claro que sí, ¿de acuerdo? —Nessa lo miró y algo que vio en sus ojos o en su cara la hizo comprender que no debía insistir.
-Está bien.
Zac se levantó y recogió su bastón.
-Vamos, Tash, vamos al agua una última vez para quitarte ese helado de la cara.
Tiró el helado sin abrir en una papelera al acercar¬se con Natasha a la orilla. Miraba fijamente el agua e intentaba con todas sus fuerzas no pensar en Nessa mientras Tasha se quitaba el helado de la cara y las manos. Pero no lo conseguía. Todavía sentía su sabor, notaba sus manos en los brazos, olía su perfume espe¬ciado.
Y, durante los instantes en que la había besado, du¬rante aquellos minutos increíbles en que ella había es¬tado en sus brazos, por primera vez desde que la últi¬ma dosis de medicación extrafuerte para el dolor se había disipado, hacía cinco años, él había olvidado por completo su rodilla herida.
Natasha no parecía darse cuenta del tenso silencio. Hablaba por los codos con Nessa y con él, sin dirigirse a ninguno en particular. Cantaba fragmentos de can¬ciones y tonadas rítmicas.
Nessa se sentía desgraciada. El rechazo nunca era agradable ni de dar ni de recibir. Sabía que había las¬timado a Zac al dar marcha atrás. Pero su peor error había sido dejar que la besara.
Lamentaba no haber insistido en que fueran en su coche a la playa, en lugar de a pie. Zac era un maes¬tro a la hora de ocultar su dolor, pero ella notaba por los sutiles cambios en su postura y su respiración que estaba sufriendo. Cerró los ojos un momento e intentó que aquello no la afectara, pero no lo logró. La afecta¬ba. La afectaba demasiado.
-Lo siento -dijo en voz baja cuando Natasha echó a correr delante de ellos, saltando por encima de los baches de la acera.
Él se volvió para mirarla con aquellos ojos azules y penetrantes que parecían llegar hasta su alma.
-Lo sientes de verdad, ¿no? -ella asintió con la ca¬beza-. Yo también -dijo él en voz baja.
-¡Zac! -Natasha se abalanzó hacia él y estuvo a punto de tirarlo al suelo.
-¡Guau! -exclamó él, y la agarró con el brazo iz¬quierdo mientras usaba el derecho para apoyarse en el bastón-. ¿Qué pasa, Tash? -la niña se había abrazado a su cintura y había escondido la cara contra su cami¬seta-. Tash, ¿qué pasa? -preguntó él otra vez, pero ella no se movió. Zac no podía apartarla de su lado sin tirar de ella.
Nessa se agachó junto a la pequeña.
-Natasha, ¿te has asustado por algo?
Ella dijo que sí con la cabeza.
Nessa le apartó los rizos rojos de la cara.
-Cariño, ¿de qué te has asustado?
Tasha levantó la cabeza y la miró con los ojos lle¬nos de lágrimas.
-De Dwayne -susurró-. He visto a Dwayne.
Confusa, Nessa miró a Zac con el ceño fruncido.
-¿Quién...?
-Un ex novio de Sharon -él levantó a Natasha en brazos-. Tash, seguramente has visto a alguien que te ha recordado a él, nada más.
La niña negó con la cabeza enfáticamente mien¬tras Nessa se levantaba.
-He visto a Dwayne -repitió. Las lágrimas corrían por sus mejillas y los sollozos hacían casi imposible entenderla-. Lo he visto.
-¿Qué iba a hacer Dwayne aquí, en San Felipe? -preguntó Zac.
-Buscar a Sharon Francisco -contestó arrastrando las palabras una voz grave-. Eso es lo que hace aquí.
Natasha se calló de repente.
Nessa miró al hombre que había delante de ellos. Era corpulento, más alto y ancho que Zac, pero también más gordo y flácido. Llevaba un traje oscuro que tenían que haberle hecho a medida para que le quedara bien, y botas de piel de lagarto relucientes. Su camisa era gris oscura, de un tono algo más claro que su traje negro, y la corbata, de un color interme¬dio entre los dos. El pelo, abundante y oscuro, le caía sobre los ojos en un peinado que recordaba a Elvis Presley. Tenía la cara tan fofa que no podía conside¬rársele guapo, una nariz aguileña distintiva y unos ojos hundidos que se perdían entre la flacidez de su exceso de carne. En una mano grande y carnosa suje¬taba una navaja automática que abría y cerraba una y otra vez, con el rítmico siseo del roce de los metales entre sí.
-Mi hermana no está aquí -dijo Zac con firme¬za.
Nessa notó que le tocaba el hombro y se volvió hacia él. Sin apartar los ojos de Dwayne y de la navaja, Zac le entregó a la niña.
-Ponte detrás de mí -le murmuró-. Y empieza a retroceder.
-Ya veo que no está aquí -aquel tipo tenía un den¬so acento de Nueva Orleans. La caballerosa cortesía de su modo de hablar, tan del viejo Sur, le hacía pare¬cer aún más amenazador-. Pero, dado que disfrutas de la compañía de su hija, supongo que sabrás su parade¬ro.
-¿Por qué no me dejas tu número de teléfono y le digo que te llame? -sugirió Zac.
Dwayne volvió a abrir la navaja, y esta vez no la cerró.
-Me temo que eso es imposible. Verás, me debe mucho dinero -sonrió-. Naturalmente, siempre po¬dría llevarme a la niña como rehén...
Zac sentía aún la presencia de Nessa detrás de él. La oyó contener el aliento bruscamente.
-Nessa, llévate a Tash a la cafetería de la esquina y llama a la policía -dijo sin volverse.
Sintió las dudas y la angustia de Nessa. Ella le tocó el brazo: tenía la mano helada.
-Zachary...
-Hazlo -dijo él con aspereza.
Nesa comenzó a retroceder. El corazón le latía con violencia cuando vio que Zac sonreía amablemente a Dwayne sin apartar los ojos de la navaja.
-Sabes que moriría antes que permitir que toques a la niña -dijo con tranquilidad el antiguo SEAL.
Nessa comprendió que era cierto. Y rezó por que las cosas no llegaran a ese punto.
-¿Por qué no me dices dónde está Sharon? -pre¬guntó Dwayne-. No me apetece darle una paliza a un pobre inválido, pero lo haré si es necesario.
-¿Igual que se la diste a una niña de cinco años? -replicó Zac. Todo en él, su postura, su cara, su mi¬rada, el tono de su voz, resultaba mortífero. A pesar del bastón en el que se apoyaba, de su rodilla herida, no parecía en absoluto un pobre hombre que inspirara lástima.
Pero Dwayne tenía una navaja y Zac sólo tenía su bastón... que necesitaba para apoyarse.
Dwayne se lanzó hacia él y Nessa dio media vuelta y corrió hacia la cafetería.
Zac vio su súbito movimiento por el rabillo del ojo. Menos mal. Sería diez veces más fácil luchar con aquel matón sabiendo que Nessa y Tash estaban lejos y a salvo.
Dwayne volvió a embestirle con la navaja y Zac lo esquivó, pero forzó la rodilla, girándola como ya no podía hacerlo, y tuvo que apretar los dientes para reprimir un repentino de grito de dolor. Golpeó con el bastón a su adversario en la muñeca y la afilada nava¬ja cayó al suelo.
Se dio cuenta demasiado tarde de que le había he¬cho el juego a Dwayne. Con el bastón en el aire, no podía sostenerse. Y Dwayne se abalanzó de nuevo ha¬cia él girándose con la agilidad de un hombre mucho más bajo y ligero. Zac vio casi a cámara lenta cómo su oponente dirigía una fuerte patada de karate contra su rodilla herida.
La vio llegar, pero, como si él también se moviera a cámara lenta, fue incapaz de apartarse.
Y luego hubo sólo dolor. Un dolor puro, cegador, insoportable. Zac sintió que un grito ronco brotaba de su garganta mientras caía pesadamente sobre la acera. Luchó contra la oscuridad que amenazaba con cerrarse en torno a él y sintió que el pie de Dwayne golpeaba violentamente su costado, lanzándolo casi al aire.
De algún modo consiguió agarrar la pierna de su oponente. De algún modo logró levantar las piernas, girarse y lanzar una patada. Dwayne también cayó al suelo.
En aquella lucha no había normas. Dwayne le gol¬peó la cara con el codo y Zac sintió que su nariz se llenaba de sangre. Luchó por quitarse de encima al adversario y procuró sujetarlo mientras le golpeaba en la cara una y otra vez.
Un hombre más débil habría quedado inconscien¬te, pero Dwayne era como un saco de boxeo. Seguía moviéndose. El muy cerdo volvió a lanzarse contra su rodilla. No podía fallar, y de nuevo el dolor arrolló a Zac como un tren de mercancías. Agarró la cabeza de Dwayne y la estrelló contra la acera.
Se oyeron sirenas a lo lejos. Zac las oyó a través de una oleada de náuseas y aturdimiento. Llegaba la policía. Dwayne debería haber quedado fuera de com¬bate, pero logró levantarse.
-Dile a Sharon que quiero ese dinero -dijo con los labios amoratados y llenos de sangre antes de alejarse cojeando.
Zac intentó ir tras él, pero la rodilla se dobló bajo su peso y otra oleada de dolor lo atravesó por completo. Sintió náuseas y apretó la mejilla contra la acera para que el mundo dejara de girar a su alrede¬dor.
De pronto se dio cuenta de que un grupo de gente se había reunido a su alrededor. Alguien se abrió paso entre el gentío y corrió hacia él. Zac se tensó, adop¬tando instintivamente una postura defensiva.
-¡Teniente! ¡Tranquilo! ¡Soy yo, Thomas! —Sí, era Thomas. El chico se agachó junto a él en la acera.
-¿Quién te ha atropellado con una camión? Dios mío... -Thomas volvió a levantarse y miró a la gente-. ¡Eh, que alguien llame a una ambulancia para mi amigo! ¡Deprisa! -Zac alargó el brazo hacia él-. Sí, estoy aquí, tío. Estoy aquí, Zac. He visto huir a ese tipo. Estaba sólo un poco mejor que tú -dijo Thomas-. ¿Qué ha pasado? ¿Has hecho un mal chiste?
-Nessa -susurró Zac con voz ronca-. Tiene a Natasha... En la cafetería. Quédate con ellas... Asegúra¬te de que están bien...
-Me parece que eres tú el que necesita ayuda.
-Estoy bien -dijo Zac con los dientes apreta¬dos-. Si no te vas tú con ellas, iré yo -buscó a tientas su bastón.
¿Dónde demonios estaba? En la calzada. Intentó avanzar hacia él arrastrando la pierna herida.
-Dios -dijo Thomas, lleno de asombro porque Zac todavía pudiera moverse. Por una vez, parecía tener sólo dieciocho años-. Quédate aquí, yo voy a buscarlas. Si tan importante es para ti...
-Corre -dijo Zac. Thomas echó a correr.

martes, 14 de diciembre de 2010




Hoy es un dia importante para mi como para muchos. Hoy hace 22 años nacio una pequeña bebe... Una morena con peli negro y unos ojos marrones, la mas hermosa para ser apenas una bebe. Conforme pasaron los años ella ah demostrado que los sueños se pueden cumplir, que vale la pena luchar por ellos y veamos ahora, esta en lo mas alto que una estrella puede estar. Conforme iba creciendo sus talentos se iban desarrollando aun mas de lo que creiamos. Llego el 2005. Un cartel gigante en L.A el cual daba las intrucciones para aquellas audiciones que le cambiaron la vida por completo... Gracias a eso hoy la conocimos como Gabriella y aun mas como Vanessa Hudgens! La conocimos en el 2006 con High School Musical. Eh de decir que al principio decia que me caia gordo la pelicula porque a cada rato pasaban el comercial. Saliste con aquel rubio de hermosos ojos... Cuando nos enteramos que andabas con el creimos morir... Son tan hermosos juntos... Despues salieron tus fotos, aquellas fotos de mi.erda que te hicieron sufir, con las cuales te insultaron tanto, pero no, nosotros no porque somos unas verdaderas fans, a pesar de todo seguimos apoyandote y defendiendote! 2008 High school musical 2 woow! me encantaste por completo, un cambio perfecto para una mujer de 18 años? tu sonrisa, tu vos me cautivaron y me hicieron llorar.Pero tambien volvieron a salir otras fotos tuyas! esque no se cansan! Porque no dejan de fregarte y se largan?. 2009 High school musical 3? Bandslam? Primero ame la tercera pelicula! tu cambio fue hermoso, tu cuerpo tu voz tu sonrisa, todo! es que es algo imposible amar a alguien como te amo a ti! Y despues Bandslam te juro que esta pelicula para ti debio ser un reto porque nunca has actuado como emo? tus facciones cuando te emocionabas a pesar de que esa pelicula no fuese con Zac me emocionaba cuando Sa5m lo hacia!.
Pero... A pesar de tus peliculas y tus mil y un personalidades en peliculas nos gustas, te seguimos por ser como eres, porque nunca has sido nadie ma que tu, nos has dado el ejemplo que todas las estrellas deben de dar. A pesar de tus fotos diste la cara, no te drogas aunque ofertas no te faltan! TE AMO HUDGENS! TE AMO POR SER MI ESTRELLA FAVORITA! POR SER TU! Y lo mejor de todo. Hace 5 años entraste a mi vida!
FELICES 22 AÑOS MI VIDA!


Creo que eso es poco de todo lo que siento en realidad!♥
Como sabran todos estamos tristes, aun solo son rumores. Yo no estare segura hasta que sea Zac o Vanessa quien lo confirme, mientras tanto solo son rumores! Estoy chekando canales como el de E! para ver si hay algo que lo confrme!... Bueno novela?
Se que no les publique este domingo, pero se me paso por completo xD

NOVELA HASTA NUEVO AVISO

domingo, 5 de diciembre de 2010

Capitulo 7

Capítulo 7
Era rosa. Era decidida e innegablemente rosa. El respaldo recordaba a una concha de vieira y los brazos eran redondeados. Los cojines estaban decorados con brillantes botones plateados sobre los que era imposible que fuera cómodo sentarse. Aquella cosa era demasiado estrafalaria para llamarse «sillón» o incluso «sofá». Lo anunciaban como un «canapé».
Para Natasha, fue amor a primera vista.
Por suerte para Zac, no lo vio hasta que estaban a punto de salir de la tienda de muebles.
Su sobrina se sentó en él y empezó a comportarse como una princesa rusa.
Zac estaba tan cansado, le dolían tanto la cabeza y la rodilla, que también se sentó.
-Arrodíllate delante de la princesa rusa -le ordenó Tash con severidad.
Zac echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.
-Ni lo sueñes, nena -masculló.
Después del baño en casa de Nessa, la había llevado a casa, se habían puesto los bañadores y se habían ido a la playa para dar su primera lección de natación. Todavía había bastante resaca, y Zac no había soltado ni un segundo el bañador de Tash.
La niña no tenía miedo. Aunque había visto por primera vez el mar el día anterior, le entusiasmaba el agua. Al final de la semana, iría camino de nadar como un pez.
Zac sacudió la cabeza. ¿Cómo era posible que la hija de Sharon hubiera cumplido cinco años sin ver el mar? Los Efron era gente de costa. Su padre había trabajado años en un pesquero. Pasaban las vacaciones en el mar. A Zac y a sus dos hermanos mayores les encantaba la playa. Pero -recordó de repente- a Sharon no. Sharon había estado a punto de ahogarse cuando tenía más o menos la edad de Natasha. Y, de mayor, se había mudado al interior y había pasado mucho tiempo en Las Vegas y Reno. Tash había nacido en Tucson, Arizona. Y allí no había mucha playa.
Tras la clase de natación y cuarenta y cinco minutos de sermón acerca de por qué Tash tenía que cumplir las normas, habían vuelto a casa, habían comido, se habían cambiado de ropa y habían ido a comprar muebles para la habitación de invitados.
Aquella tienda en particular la habían encontrado en las Páginas Amarillas. Estaba justo al otro lado de la esquina y, según decía la publicidad, entregaba los muebles el mismo día y sin recargo. Zac había comprado un colchón sencillo, un somier y una cama de metal, y Tash había escogido una cómoda pequeña de color amarillo brillante. Juntos habían encontrado un escritorio, una sillita y una estantería para niños.
-¿Podemos llevarnos esto, Zac? -preguntó Tash esperanzada.
Él soltó un soplido y abrió los ojos.
-¿Un sofá rosa? ¿Estás de broma? —Como siempre, ella contestó a su pregunta retórica como si la hubiera hecho en serio.
-No.
-¿Y dónde diablos vamos a ponerlo? -Zac miró la etiqueta del precio. Estaba supuestamente en rebajas, pero valía una pequeña fortuna.
-Donde está ese tan feo.
-Genial. Justo lo que le hace falta al piso -él levantó la cabeza y se puso en pie-. Vamos. Si no nos damos prisa, llegará el camión de reparto antes que nosotros. Y no querrás que le entreguen tus muebles nuevos a otro niño.
Eso consiguió que Tasha se pusiera en marcha, pero no sin mirar por última vez el sofá rosa con expresión anhelante.
Sólo estaban a dos manzanas de casa, pero Zac paró un taxi. Hacía un calor despiadado y la rodilla le dolía tanto que tenía ganas de gritar. La cabeza también le estaba dando un mal rato.
No había ni rastro de Nessa en su jardín del patio. Su puerta estaba cerrada a cal y canto, y Zac se descubrió preguntándose dónde habría ido.
Grave error, se dijo. Ella había dejado bien claro que no quería ser nada más que su vecina. No quería que un tipo como él anduviera husmeando alrededor de su puerta. En realidad, lo creía un borracho, como su padre y su hermana. Y era muy probable que, si no tenía cuidado, él acabara demostrando que no estaba equivocada.
«Se acabó», se prometió a sí mismo mientras subía las escaleras. Esa noche, si tenía insomnio, lo aguantaría. Se enfrentaría a los demonios que mostraban su lado más feo en las horas de la madrugada escupiéndoles a la cara. Si se despertaba en plena noche, pasaría el tiempo entrenando, haciendo ejercicios para fortalecer la pierna y la rodilla herida.
Abrió la puerta de su piso y Tasha entró primero, cruzó corriendo el cuarto de estar y desapareció por el pasillo camino de los dormitorios.
Zac la siguió más despacio. Cada paso que daba le hacía rechinar los dientes. Necesitaba sentarse y descansar la rodilla, levantar la pierna y refrescársela con hielo.
Tasha estaba en su cuarto, tumbada en la moqueta que llegaba de una pared a otra. Se había tendido de espaldas en el suelo y miraba el techo. Mientras Zac la observaba desde la puerta, se levantó y fue a tumbarse en otro lado de la habitación.
-¿Qué haces? -preguntó él al ver que hacía lo mismo una tercera vez.
-Estoy eligiendo dónde quiero la cama -dijo Tasha desde el suelo.
Zac no pudo disimular una sonrisa.
-Buena idea -dijo-. ¿Por qué no te lo piensas un rato? Yo voy a descansar mientras llega el camión de reparto, ¿de acuerdo?
-De acuerdo.
Zac volvió a la cocina y sacó una bolsa de hielo del congelador. Entró en el cuarto de estar y se sentó en su viejo sofá de cuadros, levantó la pierna herida y la apoyó sobre los cojines. El hielo le sentó bien, y echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.
Tenía que encontrar un modo de sacar aquellas cajas del cuarto de Tash. Había media docena y eran demasiado grandes para trasladarlas con un solo brazo. Pero podía arrastrarlas. Sí, eso haría. Usaría una manta o una sábana y pondría las cajas encima, una a una. Con la caja bien envuelta, como un pescado en la red, tiraría de la sábana y sacaría la caja a rastras de la habitación de Tash, la llevaría a la suya y...
Zac contuvo el aliento. Había sentido, más que oírlo, el movimiento de Tasha al cruzar el cuarto de estar, pero de pronto oyó el chirrido de la puerta de la calle al abrirse. Abrió los ojos y se incorporó, pero la niña ya había salido.
-¡Natasha! ¡Maldita sea!
El bastón había resbalado y se había metido debajo del sofá. Se inclinó con esfuerzo, lo agarró y se acercó rápidamente a la puerta.
-¡Tash!
Se apoyó en la barandilla, junto a la polea. Natasha lo miró desde el patio con los ojos muy abiertos.
-¿Dónde demonios vas? -gruñó él.
-A ver si Thomas está en casa.
La niña no lo entendía. Zac supo por el modo en que lo miraba que no comprendía por qué estaba enfadado con ella. Respiró hondo y obligó a su pulso acelerado a calmarse.
-Has olvidado decirme dónde ibas.
-Estabas dormido.
-No, no estaba dormido. Y, aunque lo estuviera, eso no significa que puedas romper las normas.
Ella se quedó callada, mirándolo. Zac bajó las escaleras.
-Ven aquí -señaló con la cabeza uno de los bancos del patio. Se sentaron en él. Los pies de Natasha no tocaban el suelo, y los balanceaba adelante y atrás-. ¿Sabes qué es una norma? -preguntó él. Tasha se mordisqueó el labio inferior. Negó con la cabeza-. Adivina -le dijo Zac-. ¿Qué es una norma?
-¿Algo que tú quieres que haga y que yo no quiero hacer? -preguntó ella.
Zac procuró no echarse a reír, aunque le costaba un gran trabajo.
-Es más que eso -dijo-. Es algo que tienes que hacer, quieras o no. Y es siempre igual, aunque yo esté dormido o despierto.
Ella no lo entendía. Zac veía claramente la confusión y la incredulidad escritas en su rostro. Se pasó una mano por la cara mientras intentaba aclarar su mente llena de telarañas. Estaba cansado. No se le ocurría cómo explicarle a Natasha que tenía que seguir sus normas en todo momento. No sabía cómo hacérselo entender.
-Hola, chicos.
Zac levantó la mirada y vio que Vanessa Hudgens se acercaba a ellos. Llevaba un vestido de flores muy veraniego, sin mangas y con una falda larga y amplia que llegaba casi hasta el suelo. En los pies llevaba unas sandalias, en la cabeza un sombrero de paja de ala ancha y en su preciosa cara, una sonrisa cordial. Parecía llena de frescura, como una brisa largo tiempo esperada en medio del calor sofocante del atardecer.
¿Dónde había estado, vestida así? ¿Comiendo con algún amigo? O quizá no llegaba, sino que se iba. Tal vez estuviera esperando a que llegara el hombre con quien había quedado para cenar. Maldito bastardo. Zac frunció el ceño y odió a aquel tipo, y también a sí mismo por permitirse el pequeño lujo de odiarlo.
-Hay un camión de muebles descargando en la entrada -dijo ella sin hacer caso de su torva expresión. De hecho, ni lo miraba. Se dirigía directamente a Tash-. ¿Esa cómoda amarilla tan bonita es tuya, por casualidad?
Natasha se levantó de un salto, sin hacer caso de la conversación.
-¡Mía! -gritó, y salió corriendo hacia el aparcamiento-. ¡Es mía!
-¡No te alejes mucho! -le gritó Zac en tono de advertencia mientras se levantaba. Tensó la boca al apoyar la rodilla, pero resistió el impulso de hacer una mueca. No quería que Nessa notara cuánto le dolía-. ¡Y no te bajes de la acera!
Nessa, sin embargo, pareció darse cuenta de que sufría.
-¿Estás bien? -le preguntó con los ojos llenos de preocupación. Lo siguió de vuelta al aparcamiento, detrás de Natasha.
-Sí, estoy bien -contestó él bruscamente.
-¿Llevas todo el día con ella por ahí?
-Estoy bien -repitió él.
-Tienes derecho a estar cansado -dijo ella con una risa musical-. Yo estuve cuidando a la hija de una amiga la semana pasada. Tiene cuatro años, y prácticamente tuvieron que sacarme en camilla.
Zac la miró. Ella le devolvió una mirada inocente. Le estaba ofreciendo una salida honrosa, un modo de fingir que las arrugas de dolor y cansancio de su cara se debían a que no estaba acostumbrado a la energía que derrochaba una niña tan pequeña, y no a su vieja herida.
-Sí, claro.
Nessa procuró no mostrar su decepción por la respuesta tensa de Zachary. Quería ser amiga suya, y había dado por sentado que seguirían construyendo su amistad sobre los frágiles cimientos que habían establecido hacía poco tiempo. Pero el entendimiento al que habían llegado esa mañana, fuera cual fuese, parecía haber quedado olvidado. El antiguo Zac, malhumorado y desagradable, había vuelto con renovadas energías.
A no ser que...
Era posible que la rodilla le doliera mucho más de lo que ella creía.
Un repartidor se les acercó.
-¿Es usted Zachary Efron? -preguntó y, sin esperar respuesta, le tendió un portafolios-. Firme donde la X.
Zac firmó.
-Los muebles van al 2°C. Está justo en lo alto de las escaleras...
-Lo siento, amigo, pero yo de aquí no paso -el hombre no parecía sentirlo lo más mínimo-. Mis instrucciones son descargar la camioneta. A partir de ahí, es cosa suya.
-No lo dirá en serio -dijo Zachary con voz llena de incredulidad.
Los muebles estaban sobre el asfalto, junto al vehículo de reparto.
El hombre cerró con estruendo la puerta corredera de la camioneta.
-Lea la letra pequeña de la factura. El reparto es gratuito. Eso es exactamente lo que ha pagado.
¿Cómo iba a subir Zac todo aquello por un tramo de escaleras? Nessa vio frustración y rabia en sus ojos y en su boca tensa.
El hombre subió a la cabina y cerró la puerta.
-Compré los muebles en su tienda porque en la publicidad pone que el reparto es gratuito -dijo Zac con aspereza-. Si no va a subirlos, ya puede volver a cargarlos y llevárselos.
-Primero, no es mi tienda -contestó el hombre, y arrancó el motor y metió primera-. Y, segundo, ya ha firmado.
Zac tuvo que hacer un gran esfuerzo para no encaramarse al escalón de la cabina y darle un puñetazo en la cara. Pero Tash y Nessa lo estaban mirando. Así que no hizo nada. Se quedó allí parado como un idiota mientras la camioneta se alejaba. La miraba sintiéndose impotente, indefenso y frustrado.
Luego Nessa le tocó el brazo. Sus dedos le parecían frescos sobre la piel caliente. Su contacto era ligero y vacilante, pero no se apartó cuando él se volvió y la miró con enfado.
-He mandado a Tasha a ver si Thomas está en casa -dijo en voz baja-. Nosotros subiremos los muebles.
-No soporto esto -dijo él. Las palabras se le escaparon antes de que pudiera detenerlas. Rezumaban desesperación y vergüenza. No pretendía decirlas en voz alta, revelar tanto de sí mismo. No era una queja; ni siquiera era autocompasión. Era un hecho. Odiaba sus limitaciones.
Los ojos pardos de Nessa se hicieron más cálidos, más líquidos. Deslizó la mano hasta la suya y le entrelazó los dedos.
-Lo sé -dijo con voz ronca-. Lo siento mucho.
Él se volvió para mirarla, para mirarla de verdad.
-Ni siquiera te caigo bien -dijo-. ¿Cómo soportas ser tan amable?
-Sí me caes bien -contestó ella, e intentó retroceder para apartarse de la intensidad de su mirada. Pero él no le soltó la mano-. Quiero ser tu amiga.
Su amiga. Tiró de nuevo y, esa vez, él la soltó. Quería ser su amiga. Pero él quería mucho más...
-¡Eh, Zac!
Zac se volvió. Aquella voz le resultaba tan familiar como respirar. Era Lucky O'Donlon. Había aparcado su moto en una plaza para visitantes y se acercaba tranquilamente a ellos. Llevaba su uniforme azul de paseo y parecía pulcro e impecable. Pero Zac sabía que distaba mucho de serlo.
-¿Qué pasa? ¿Estás vendiendo tus muebles o qué? -la amplia sonrisa y los cálidos ojos azules de Lucky se deslizaron sobre los muebles, sobre el bastón de Zac y, por último, sobre Nessa. A ella le dedicó una mirada especialmente larga-. ¿Vas a presentarme a tu amiga?
-¿Tengo elección?
Lucky le tendió la mano a Nessa.
-Soy el teniente Luke O'Donlon, SEAL de la Marina de los Estados Unidos. ¿Y usted es...?
Nessa sonrió. Claro que sonrió. Nadie podía resistirse a Lucky.
-Vanessa Hudgens. Soy la vecina de Zac.
-Yo soy su compañero de zambullidas.
-Mi ex compañero de zambullidas.
Lucky sacudió la cabeza.
-De eso nada -rodeó con el brazo el cuello de Zac y sonrió a Nessa-. Hicimos juntos el curso de entrenamiento. Eso nos convierte en compañeros de zambullida para siempre.
-El curso de entrenamiento es básico para un SEAL -explicó Zac a Nessa, apartando a Lucky de ella-. ¿Adonde vas vestido así?
-A una cena informal en el cuartel general. Una fiesta en honor de no sé qué pez gordo al que han ascendido -sonrió a Zac, pero miraba continuamente a Nessa-. He pensado que quizá te apetecería venir.
Zac soltó un bufido.
-Ni lo sueñes. Odiaba esas fiestas cuando tenía que ir.
-Por favor... -suplicó Lucky-. Necesito alguien que me haga compañía o me pasaré la noche bailando con la mujer del almirante e intentando que no me pellizque el trasero -sonrió a Nessa y le guiñó un ojo.
-Aunque quisiera ir -dijo Zac-, que no quiero, no podría. Voy a cuidar de la hija de mi hermana el próximo mes y medio -señaló los muebles-. Esto es para su habitación.
-O a la niña le gusta dormir fuera, o lo tienes muy negro.
-Lo segundo -dijo Zac.
-Tú, vecinita -dijo Lucky al tiempo que agarraba un extremo del colchón-, pareces bastante fuerte. Agarra el otro lado.
-Se llama Vanessa –dijo Zac.
-Usted perdone -contestó Lucky-. Vanessa, cariño, agarra el otro lado.
Nessa se estaba riendo, por suerte. Mientras Zac miraba, Lucky y ella llevaron el colchón al patio. Zac seguía oyendo la risa de Nessa mucho después de que se perdieran de vista. Cuando recogió la estantería, que pesaba muy poco, y echó a andar lentamente hacia el patio, oyó también el gorjeo excitado de Tasha y la voz profunda de Thomas King.
-Eh, marinero -Thomas lo saludó inclinando la cabeza al pasar. Sabía que no debía ofrecerse a llevar la estantería.
-Gracias por echarme una mano, chaval -dijo Zac.
-No hay problema -contestó el adolescente.
No había problema. Quizá todo aquello no fuera un problema para los demás... pero lo era para él.
Dejó la estantería al pie de las escaleras y al levantar la vista vio que Lucky salía de su piso con Tasha en brazos. Estaba haciendo cosquillas a la niña y ella se reía. Nessa iba tras ellos, y ella también se reía. Zac nunca la había visto tan guapa, ni tan relajada. Lucky se inclinó hacia ella y le dijo algo al oído, y Nessa volvió a reírse. Empezó a bajar las escaleras y Lucky la miró alejarse sin apartar los ojos del contoneo de sus caderas.
Zac tuvo que mirar para otro lado. No podía reprochárselo a Lucky. En otra época, eran muy parecidos. Todavía se parecían en muchos sentidos. No le sorprendía que su mejor amigo también se sintiera atraído por Nessa.
Tardaron diez minutos en llevar los muebles al cuarto de Tasha y meter las cajas en la habitación de Zac.
Thomas se fue a trabajar y Nessa se disculpó y desapareció en su piso... tras sonreír cuando Lucky volvió a estrecharle la mano con grandes aspavientos.
-Me ha... me ha dicho que sois amigos -dijo Lucky con excesiva indiferencia cuando Zac lo acompañó hasta su moto.
Zac se quedó callado, preguntándose qué podía contestar a aquella afirmación. Si decía que sí, Lucky se pasaría por allí constantemente, invitaría a salir a Nessa y sacaría a relucir su famoso encanto y su insistencia hasta que ella cediera. Y ella cedería. Nadie podía resistirse a Lucky. Y entonces Zac tendría que ver cómo su mejor amigo salía y seguramente seducía a aquella mujer a la que tanto deseaba. Era verdad. Deseaba a Nessa. Y estaba dispuesto a hacer todo lo que estuviera en su mano por conseguirla.
-Se equivoca -dijo a Lucky-. Somos más que amigos. Sólo que ella no lo sabe todavía.
Si Lucky se llevó un chasco, lo ocultó muy bien. Y su decepción no tardó en convertirse en alegría sincera.
-Es genial. Eso significa que has vuelto -dijo.
-¿A los SEAL? -Zac sacudió la cabeza-. ¿Es que no te has enterado de que me han...?
-No -lo interrumpió Lucky-. Me refería al mundo de los vivos.
Zac miró fijamente a su amigo. Lucky no lo entendía. Él estaba vivo. Había pasado cinco años de dolor y frustración que lo demostraban.
-Llámame alguna vez -dijo Lucky mientras se ajustaba el casco de la moto-. Te echo de menos, amigo.


Lo despertó el sonido de un timbre eléctrico. Era estridente y estaba justo junto a su oído...
Se despertó, completamente despierto.
Era el sonido del timbre que había conectado a la puerta de la calle la noche anterior, antes de irse a la cama. Maldición, Tasha había vuelto a irse sin permiso.
Se puso unos pantalones cortos al salir de la cama y recogió su bastón del suelo.
Dios, qué cansado estaba. Esa noche se había ido a la cama, pero no había pegado ojo. No podía hacer más de dos horas que había conciliado por fin el sueño. Sin embargo, lo había conseguido. Había pasado la noche sin la ayuda de un solo trago de whisky.
Quizás estuviera exhausto, pero no tenía resaca. Y era una suerte, porque, de ser así, el ruido del timbre le habría levantado la tapa de los sesos.
Desconectó rápidamente el aparato. Era un sistema muy sencillo, diseñado para que el circuito se rompiera si la puerta se abría. Si el circuito se interrumpía, el timbre sonaba.
Abrió la puerta y...
Tasha estaba justo al otro lado de la mosquitera, con Nessa tras ella.
La niña llevaba aún su pijama. Nessa llevaba el bañador puesto debajo de los pantalones cortos y la camiseta. Zac veía la tira de colores que lo ataba alrededor de su cuello.
-Buenos días -dijo ella. Zac miró a Tash con enfado.
-¿Dónde demo...?
-Tasha iba a hacerme una visita -lo cortó Nessa-, pero se ha acordado de que primero tenía que decirte adonde iba -miró a la pequeña-. ¿Verdad, Tash?
Tasha asintió con la cabeza.
¿Tasha se había acordado? Era más probable que se hubiera acordado Nessa. Por encima de la cabeza de la niña, ella dijo «refuerzo positivo» moviendo los labios sin emitir sonido. Zac se tragó su enfado. De acuerdo. Si Nessa creía que podía hacer comprender a Tasha de ese modo, él haría un esfuerzo. De algún modo consiguió reunir mucho más entusiasmo del que sentía.
-Qué bien que te hayas acordado -dijo a la pequeña, y abrió la mosquitera para dejarlas pasar. Se obligó a sonreír y Tasha se animó visiblemente.
Caramba, quizá Nessa tuviera razón.
Tomó a la niña entre sus brazos y empezó a darle vueltas hasta que ella empezó a reírse. Luego se dejó caer con ella en el sofá.
-De hecho -continuó-, eres tan increíble, que creo que deberíamos darte una medalla. ¿No te parece? —Ella asintió con la cabeza, llena de asombro.
-¿Qué es una medalla?
-Es un alfiler muy especial que te dan cuando haces algo muy importante... como acordarte de las normas -dijo Zac. La bajó de sus rodillas y la sentó en los cojines del sofá-. Espera aquí. Voy por ella.
Nessa, que estaba de pie junto a la puerta, lo vio levantarse con esfuerzo y enfilar el pasillo camino de su habitación.
-Conseguir una medalla es muy importante -Zac levantó la voz para que pudieran oírlo desde el cuarto de estar-. Se necesita una ceremonia muy especial.
Casi incapaz de contener la emoción, Tasha se puso a saltar en el sofá. Nessa tuvo que sonreír. Al parecer. Zac entendía la noción de refuerzo positivo.
-Vamos allá -dijo él cuando volvió al cuarto de estar. Miró a Nessa y sonrió. Tenía muy mal aspecto esa mañana. Ella nunca lo había visto tan cansado. Saltaba a la vista que un momento antes estaba profundamente dormido. Pero, de algún modo, parecía más lleno de energía y tenía los ojos más despejados. Y la sonrisa que le había lanzado era muy dulce, casi tímida. A Nessa se le puso el corazón en la garganta cuando lo vio con su sobrina.
-Por acordarse de mis normas y reglamentos, incluida la regla número uno, decirme adonde va antes de salir de casa -dijo Zac con solemnidad-, concedo a Natasha Efron esta medalla de honor.
Prendió en el pijama de Tasha una de las barras de colores que Nessa había visto en su uniforme de gala.
-Ahora, yo le saludo y tú me saludas a mí -le susurró a la pequeña tras sujetar el alfiler.
Se puso firme y le hizo un saludo militar. Tasha lo imitó bastante bien.
-Los SEAL sólo saludan cuando alguien recibe una medalla -dijo Zac mirando otra vez a Nessa. Se sentó en el sofá, junto a la niña-. Vamos a hacer una cosa -dijo-. Para conservar esta medalla, hoy tienes que recordar mis reglas todo el día. ¿Te acuerdas de ellas?
-Avisarte cuando quiero salir...
-Incluso si estoy dormido. Tienes que despertarme, ¿de acuerdo? ¿Qué más?
-Quedarme aquí...
-En el patio, muy bien. ¿Y...?
-No nadar sin un compañero.
-Es increíble, lo has dicho todo bien. ¡Choca esos cinco!
Natasha soltó una risilla y dio una palmada en la mano de su tío.
-Pero ése no es todo el trato -dijo él-. ¿Me estás escuchando, Tash? -ella asintió con la cabeza- Cuando tienes muchas de estas medallas, ¿sabes qué pasa? —Tasha dijo que no con la cabeza-. Que las cambiamos -añadió él mientras tocaba con una mano el respaldo del sofá donde estaban sentados- por cierto sofá rosa.
Nessa pensó que era muy posible que la pequeña estuviera a punto de estallar de alegría.
-Vas a tener que esforzarte mucho para seguir las normas -dijo Zac-, Tienes que recordar que, si quiero que las obedezcas, es porque no quiero que te pase nada, y me preocupo mucho cuando no sé si estás a salvo. Tienes que pensar en eso y recordarlo, porque sé que no quieres que me preocupe, ¿verdad?
Tasha asintió con la cabeza.
-¿Tú tienes que seguir mis normas?
Zac se sorprendió, pero disimuló.
-¿Cuáles son tus normas?
-Se acabaron las palabrotas -dijo la pequeña sin vacilar.
Zac miró otra vez a Nessa. avergonzado.
-Está bien -dijo, mirando de nuevo a Tasha- Es duro, pero lo intentaré.
-Jugar más con Nessa —sugirió Tasha, Él se rió con nerviosismo.
-No estoy seguro de que podamos cumplir esa norma. Tash. Porque las cosas que podemos hacer tú y yo están bien, pero...
-Me encantaría jugar -murmuró Nessa.
Zac la miró. Ella no podía haber querido decir lo que parecía. No, estaba hablando con Natasha. Pero aun así... Zac se dejó llevar por su imaginación. Y la perspectiva lo entusiasmó.
-Pero para eso no hace falta una norma -dijo Nessa.
-¿Puedes venir a la playa con nosotros para mi clase de natación? -le preguntó Tasha.
Nessa titubeó y miró cautelosamente a Zac desde el otro lado de la habitación.
-No quiero estorbar.
-Ya llevas puesto el bañador -dijo él.
Ella pareció sorprendida porque lo hubiera notado.
-Bueno, sí, pero...
-¿Pensabas ir a otra playa?
-No... es sólo que no quiero... ya sabes... -se encogió de hombros y sonrió con nerviosismo, como si quisiera disculparse-... interferir.
-Nada de eso -dijo Zac. Cielos, parecía tan nervioso como ella. ¿Desde cuándo era aquello tan difícil? Antes se le daban muy bien esas cosas-. Tasha quiere que vengas con nosotros -perfecto. Ahora parecía que quería que los acompañara para que jugara con su sobrina. Y no era eso en absoluto-. Y... yo también -añadió.
Dios, tenía el corazón en la boca. Tragó saliva y procuró que volviera a su sitio mientras Nessa lo miraba con curiosidad.
-Bueno, está bien -dijo ella por fin-. En ese caso, me encantaría ir. Si queréis, puedo preparar algo de comer para hacer un picnic...
-¡Sí! -gritó Tasha, y se puso a dar saltos por la habitación-, ¡Un picnic! ¡Un picnic!
Zac sintió que sonreía. Un picnic en la playa con Nessa. No recordaba la última vez que se había ilusionado tanto con algo. Y su emoción no se debía solamente al hecho de que quisiera verla en bañador, aunque eso también lo deseaba mucho.
-Supongo que eso es un «sí». Pero no deberías ser tú quien trajera la comida.
-Haré unos sandwiches -dijo Nessa mientras abría la puerta-. Vosotros llevad algo de beber. Unos refresco. O cerveza, si quieres.
-Nada de cerveza -dijo Zac. Ella se detuvo y miró hacia atrás con la mano sobre el picaporte de la mosquitera.
-Ésa es otra norma que voy a seguir a partir de ahora -dijo él con calma. Natasha había dejado de bailar alrededor de la habitación. Lo estaba escuchando con los ojos muy abiertos-. Nada de beber. Ni siquiera una cerveza
Nessa se apartó de la puerta. Tenía los ojos tan grandes como los de Tasha.
-Mmm, Tash, ¿por qué no vas a ponerte el bañador? —Tasha salió en silencio por el pasillo. Zac sacudió la cabeza.
-No es para tanto.
Estaba claro que Nessa pensaba lo contrario. Se acercó a él y bajó la voz para que Tasha no les oyera.
-¿Sabes?, hay grupos de ayuda por toda la ciudad. Puedes encontrar una reunión prácticamente a cualquier hora del día...
¿De veras creía que tenía un problema tan serio con la bebida?
-Mira, puedo arreglármelas -dijo él en tono gruñón-. Me ha pasado un par de días, pero nada más. No bebía nada cuando estaba en el hospital... hasta hace dos días. Estos últimos días... no me has visto precisamente en mi mejor momento.
-Lo siento -murmuró ella-. No quería dar a entender que...
-No tiene importancia.
Ella le tocó el brazo. Sus dedos eran suaves, frescos y tersos.
-Sí, la tiene -dijo-. Para Natasha es muy importante.
-No lo hago por Tash -contestó él con tranquilidad mientras miraba esa mano delicada apoyada sobre los músculos tensos de su brazo y deseaba que la dejara allí, aunque sabía que iba a apartarla-. Lo hago por mí mismo.