domingo, 28 de noviembre de 2010

Capitulo 6

Capítulo 6
A Nessa le ardían las piernas cuando dobló la esqui¬na de la avenida Harris. Casi había llegado, ya sólo le quedaban quinientos metros de carrera, así que apretó el paso para cobrar velocidad.
Había una obra a una manzana y media del com¬plejo de apartamentos. Estaban construyendo otro restaurante de comida rápida... Justo lo que necesita¬ba el barrio, pensó.
Habían echado el hormigón para los cimientos y los trabajos habían parado temporalmente mientras se endurecía. La parcela estaba desierta. Varios camio¬nes de Construcciones A&B estaban aparcados en de¬sorden entre enormes montones de tierra removida y cascotes de asfalto.
Sobre uno de aquellos montones había sentada una niña pequeña, con la cara y la ropa manchadas de pol¬vo. Su pelo rojo relucía al sol.
Nessa se detuvo en seco.
Naturalmente, era Natasha. Parecía ajena a cuanto sucedía a su alrededor mientras escarbaba alegremen¬te en la tierra endurecida por el sol y cantaba una can¬ción.
Nessa intentó recuperar el aliento y pasó por debajo de la cinta amarilla que, supuestamente, impedía el paso a la obra.
-¿Natasha?
La niña la miró y sonrió.
-Hola, Nessa.
-Cariño, ¿sabe tu tío dónde estás?
-Está dormido -dijo Tasha, y siguió escarbando. Había encontrado una cuchara de plástico y un vaso de papel usado y lo estaba llenando de tierra y remo¬viéndolo como si fuera un café. Todas las partes de su piel que quedaban al descubierto estaban cubiertas de barro. Seguramente era una suerte, teniendo en cuenta que el sol calentaba tan fuerte que podría haberla que¬mado.
-Todavía es temprano. Se levantará más tarde. —Nessa miró su reloj.
-Tash, son casi las diez. Ya tiene que estar despier¬to. Seguramente se estará volviendo loco buscándote. ¿No te acuerdas de lo que te dijo sobre que no podías salir del patio, ni del piso, sin decírselo?
Tasha la miró.
-¿Cómo voy a decírselo si está dormido? -dijo con naturalidad-. Mamá siempre duerme hasta la hora de comer.
Nessa extendió las manos para ayudarla a bajar del montón de tierra.
-Vamos. Te acompaño a casa. A ver si Zac toda¬vía está dormido -la niña se levantó y Nessa la bajó al suelo-. Estás sucia, ¿no? —continuó cuando echaron a andar hacia el complejo de apartamentos-. Creo que te va a tocar bañarte.
Tasha se miró los brazos y las piernas.
-Ya me he bañado. Me he dado un baño de lodo. Las princesas siempre se dan baños de lodo, pero sólo uno al día.
-¿Ah, sí? -dijo Nessa-. Yo creía que las princesas siempre se daban baños con burbujas después de sus baños de lodo.
Tasha se quedó pensativa.
-Nunca me he dado un baño con burbujas.
-Es muy agradable -aseguró Nessa. Qué aspecto de¬bían presentar andando por la calle: una niña cubierta de barro y una adulta chorreando literalmente sudor-. Las burbujas te llegan hasta la barbilla.
Natasha agrandó los ojos.
-¿De verdad?
-Sí, y da la casualidad de que tengo un gel que hace un montón de espuma -dijo Nessa-. Puedes pro¬barlo cuando lleguemos a casa... a no ser que estés completamente segura de que no quieres tomar otro baño hoy...
-No, las princesas sólo se dan un baño de barro al día -le dijo Tasha muy seria-. Pero pueden darse un baño de barro y un baño de burbujas.
-Muy bien -Nessa sonrió cuando entraron en el pa¬tio.
El complejo de apartamentos estaba aún muy tran¬quilo. La mayoría de los vecinos se habían ido a tra¬bajar hacía horas. Aun así, los pocos niños que vivían en el edificio estaban de vacaciones. Nessa oyó un ruido lejano de aparatos de televisión y equipos de música. Tasha la siguió por las escaleras hasta el 2°C.
La puerta estaba entornada y Nessa llamó a la mos¬quitera.
-¿Hola? -dijo alzando la voz, pero no hubo res¬puesta. Llamó al timbre. Nada. Miró el cuerpo y las ropas cubiertas de barro de Natasha-. Será mejor que esperes aquí -Tasha asintió con la cabeza-. Pero aquí mismo, sin moverte -dijo Nessa con su mejor voz de profesora, señalando el recuadro de cemento que ha¬bía justo delante de la puerta de Zac-. Siéntate. Y no vayas a ninguna parte, ¿entendido, señorita?
La niña asintió de nuevo y se sentó.
Nessa abrió la puerta mosquitera y entró, pese a que tenía la impresión de estar cometiendo un allanamien¬to de morada. Las cortinas estaban echadas y el cuar¬to de estar en penumbra. La televisión seguía encendi¬da, pero el volumen estaba tan bajo que apenas se oía un murmullo. Hacía fresco, casi frío, como si el aire acondicionado estuviera funcionando al máximo para compensar el hecho de que la puerta estuviera ligera¬mente entreabierta. Nessa apagó el televisor al pasar.
-¿Hola? -dijo otra vez-. ¿Teniente Efron...? -el piso estaba en silencio como una tumba.
-Se va a enfadar si lo despiertas -dijo Tasha, que se había puesto de rodillas y tenía la nariz pegada a la mosquitera.
-Me arriesgaré -dijo Nessa, y tomó el pasillo que llevaba a las habitaciones.
Andaba, sin embargo, de puntillas. Cuando llegó al fondo del pasillo, echó un rápido vistazo al cuarto de baño y a la más pequeña de las dos habitaciones. Allí no había nadie. La puerta de la habitación más grande estaba entornada, y se acercó sin hacer ruido. Respiró hondo y empujó la puerta al tiempo que lla¬maba.
La cama de matrimonio estaba vacía.
En la penumbra, vio que las sábanas estaban re¬vueltas hasta formar un nudo. La manta se había caído al suelo y las almohadas estaban descolocadas, pero Zachary Efron no seguía tumbado allí.
Había pocos muebles en la habitación: sólo la cama, una mesilla de noche y una cómoda. La decora¬ción era espartana. Sobre la cómoda había únicamen¬te un montoncillo de monedas. No había efectos per¬sonales, ni baratijas, ni recuerdos. Las sábanas de la cama eran sencillas y blancas; la manta, de un tono beis claro. La puerta del armario estaba abierta, al igual que uno de los cajones de la pequeña cómoda. Cerca de ella, en el suelo, había varios macutos. La habitación tenía en su conjunto cierto aire de apatía, como si la persona que vivía en ella no tuviera interés por deshacer el equipaje ni colgar cuadros en las pare¬des para hacer suya la casa.
No había nada que diera a su morador una sensa¬ción de carácter propio, con excepción de un enorme montón de ropa sucia que parecía relucir en un rincón oscuro. Aquel montón y una botella de whisky casi vacía que había sobre la mesilla de noche eran las úni¬cas cosas reveladoras que había en el cuarto. La bote¬lla, al menos, hablaba por sí sola. Era similar a la que Zac había sacado la noche anterior... Sólo que la de la noche anterior estaba casi llena.
Con razón Tasha no había sido capaz de despertar¬lo.
Al final, sin embargo, él se había despertado y ha¬bía descubierto que la niña no estaba. Seguramente había salido en su busca, loco de preocupación.
Lo mejor que podían hacer era quedarse quietas. Zac volvería al cabo de un rato para ver si Natasha había regresado. Pero la idea de quedarse allí no re¬sultaba muy atractiva. Quizá sus pertenencias fueran tan impersonales que rozaban el mal gusto, pero de todos modos Nessa tenía la impresión de estar invadien¬do su intimidad.
Había dado media vuelta para salir cuando un des¬tello de luz en el armario cautivó su atención. Encen¬dió la lámpara del techo.
Era asombroso. Nunca, en toda su vida, había vis¬to nada parecido. Un uniforme naval colgaba en el armario blanco, reluciente y perfectamente planchado. Y, en la parte de arriba de la chaqueta, a la izquierda, había un montón de filas de medallas de colores. En¬cima de ellas se hallaba la causa del destello que había visto: un alfiler en forma de águila con las alas exten-didas, y un arma y un tridente en cada garra.
Nessa no lograba imaginar qué había hecho Zac para conseguir todas aquellas medallas. Pero, habien¬do tantas, de pronto comprendió algo con toda clari¬dad: Zachary Efron se había dedicado a su trabajo como nadie que ella conociera. Aquellas medallas lo decían tan claramente como si pudieran hablar. Si hu¬biera habido una o dos, Nessa habría dado por sentado que Zachary era un soldado valiente y capaz. Pero debía de haber más de diez de aquellas insignias de colores prendidas a su uniforme. Las contó rápidamente con el dedo. Diez... Once. Once medallas significaban sin duda que Zac había sobrepasado la llamada del de¬ber una y otra vez.
Nessa se volvió y, a la nueva luz de aquel descubri¬miento, la habitación le ofreció un aspecto enteramen¬te distinto. En lugar de ser la habitación de alguien que no se preocupaba por darle un toque personal, le parecía de pronto la de un hombre que nunca había te¬nido tiempo para tener una vida fuera de su peligrosa dedicación.
Incluso la botella de whisky tenía un aire diferen¬te. Parecía mucho más triste y desesperada que antes.
Además, la habitación no estaba del todo despro¬vista de efectos personales. Había un libro en el suelo, junto a la cama. Era una colección de relatos de J. D. Salinger. Salinger. ¿Quién lo hubiera creído?
-¿Nessa?
Natasha la estaba llamando desde la puerta del cuarto de estar. Nessa apagó la luz al salir de la habita¬ción de Zac.
-Estoy aquí, cariño, pero tu tío no está -dijo, y sa¬lió al cuarto de estar.
-¿No? -Tasha se levantó para apartarse de la puer¬ta mosquitera, que estaba abierta.
-¿Qué te parece si vamos a mi casa y te enseño ese gel de burbujas que tengo? -continuó Nessa, y cerró la pesada puerta de madera del 2°C-. Voy a escribir una nota a tu tío para que, cuando vuelva, sepa que estás en mi casa.
También llamaría a Thomas. Si estaba en casa, quizá quisiera salir a buscar a Zac para comunicar¬le que Natasha estaba a salvo.
-Vamos derechas al baño -dijo a Tasha cuando abrió su mosquitera y descorrió el cerrojo de su piso-. Te vamos a meter en la bañera ahora mismo, ¿de acuerdo?
Natasha se quedó atrás, con la cara manchada de barro y los ojos muy abiertos.
-¿Se va a enfadar Zac conmigo? —Nessa la miró.
-¿Te parecería muy mal que se enfadara?
Tasha puso cara de pena, sacudió la cabeza y esti¬ró los labios en aquella mueca inconfundible que ha¬cían los niños cuando estaban a punto de llorar.
-Estaba dormido.
-El que esté dormido no significa que puedas sal¬tarte las normas -le dijo Nessa.
-Iba a volver antes de que se despertara...
Aja. Nessa comprendió de pronto. La madre de Na¬tasha solía dormir sus borracheras hasta bien pasado el mediodía, sin saber, o incluso sin que le importara, lo que hacía su hija mientras tanto. Aquello equivalía a una desidia casi total y, obviamente, Tasha esperaba la misma actitud de Zac.
Algo iba a tener que cambiar.
-Si yo fuera tú -le aconsejó-, sería buena y estaría lista para decirle que lo sientes en cuanto vuelva a casa.


Zac vio desde el patio la nota pegada a la puerta de su casa.
Era un trozo de papel rosa, pegado a la parte de fuera de la mosquitera, y se movía empujado por las primeras rachas de una brisa de mediodía. Subió a toda prisa las escaleras, ignorando el dolor de su rodi¬lla, y arrancó la nota de la puerta.
«He encontrado a Natasha», decía con letra clara. Gracias a Dios. Zac cerró los ojos un momento y experimentó un intenso alivio. Había buscado por la playa durante casi una hora, aterrorizado ante la idea de que su sobrina hubiera olvidado las reglas y hubie¬ra vuelto a meterse en el mar. A fin de cuentas, si era capaz de saltarse la norma de no salir del piso sin avi¬sar, también podía saltarse la de no meterse sola en el agua.
Se había encontrado con un socorrista que le había contado que había oído decir que esa mañana, tempra¬no, el mar había arrojado a la playa el cuerpo de un niño de corta edad. A Zac había estado a punto de parársele el corazón.
Había pasado casi cuarenta y cinco minutos en un teléfono público, intentando comunicarse con los guardacostas para averiguar si aquel rumor era cierto.
Al final, había resultado que el cadáver que había arrojado la marea era el de una cría de foca. Pero, con el alivio de aquella noticia, había llegado también la certeza de que había malgastado un tiempo precioso. Y la búsqueda había empezado de nuevo.
Abrió los ojos y descubrió que había arrugado el papel rosa. Lo alisó para leer el resto.
«He encontrado a Natasha. Estamos en mi casa. Nessa».
Vanessa Hudgens. Había vuelto a salvarle el pellejo otra vez.
Apoyándose en su bastón, se acercó a la puerta de Nessa y vio su propia imagen reflejada en la ventana del cuarto de estar. Tenía el pelo de punta y parecía es¬conderse del sol tras sus gafas oscuras. Daba la impre¬sión de haber dormido con la camiseta puesta y, aun¬que no era así, había dormido, en cambio, con los pantalones cortos. Estaba hecho un desastre y se sen¬tía aún peor. Le dolía la cabeza desde que, al entrar en el cuarto de estar, había descubierto que Natasha ha¬bía vuelto a escaparse. No, en realidad, le dolía desde que había abierto los ojos. Pero el dolor se había he¬cho casi insoportable al descubrir que su sobrina se había marchado de nuevo sin permiso. Y seguía sien¬do poco menos que intolerable.
Llamó al timbre de todos modos, consciente de que, además del mal aspecto que ofrecía, tampoco olía muy bien. Su camiseta apestaba a destilería. No había sido muy cuidadoso esa mañana, al recogerla del suelo de su dormitorio para salir en busca de Tash. Con su mala suerte de costumbre, se había puesto pre¬cisamente la que había usado la noche anterior para limpiar el whisky que se le había derramado de un vaso.
La puerta se abrió y apareció Vanessa Hudgens como salida de las fantasías de un marinero. Llevaba pantalones de correr muy cortos, tanto que redefinían el significado de «corto», y una camiseta de deporte de media cintura que redefinía la palabra «tentación». Se había recogido el pelo hacia atrás en una trenza, y lo tenía aún mojado por el sudor.
-Está aquí, está a salvo -dijo a modo de saludo-. Está en la bañera, lavándose un poco.
-¿Dónde la encontraste? -Zac sentía la garganta seca y la voz le salía áspera y rasposa.
Nessa miró hacia el interior de su piso y levantó la voz.
-¿Qué tal vas, Tasha?
-¡Bien! -contestó la niña alegremente. Nessa abrió la puerta mosquitera y salió.
-En la avenida Harris -dijo a Zac-. Estaba en la avenida Harris, jugando con la arena de una obra...
-¡Maldita sea! ¿Qué diablos cree que está hacien¬do? ¡Tiene cinco años! No debería andar por ahí sola o... ¡Santo Dios, jugar en una obra! -Zac se pasó una mano por la cara e intentó controlar su ira-. Sé que gritarle no va a servir de nada... -se forzó a bajar la voz, respirar hondo e intentar liberar toda la frustra¬ción, la rabia y la angustia que había sentido durante las horas anteriores-. No sé qué hacer -reconoció-. Me ha desobedecido con todo descaro.
-Ella no lo ve así -le dijo Nessa.
-Le dije que no saliera sin decírmelo. Y que se quedara en el patio.
-En su opinión, nada de eso vale si mamá, o el tío Zac, no pueden levantarse de la cama por la maña¬na -Nessa fijó en él una mirada firme. Sus ojos eran más verdes que marrones a la luz brillante del sol-. Me dijo que creía que estaría de vuelta antes de que te despertaras.
-Una norma es una norma... -comenzó a decir Zac.
-Ya, y su norma -lo interrumpió Nessa- es que, si tú te emborrachas, ella está sola.
El dolor de cabeza de Zac se hizo más intenso. Apartó los ojos, incapaz de sostenerle la mirada. Nessa, sin embargo, no lo miraba con reproche. No había nada ni remotamente acusador en sus ojos. De hecho, tenían una expresión sumamente tierna que suavizaba la dureza de sus palabras.
-Lo siento -murmuró-. Eso ha estado de más. —Él sacudió la cabeza, sin saber si le estaba dando la razón o quitándosela.
-¿Por qué no entras? -dijo Nessa, y le abrió la mos¬quitera.
El piso de Nessa parecía de un planeta distinto al de Zac. Era espacioso y diáfano, con una moqueta de color marrón claro, sin manchas, y muebles de bambú pintados de blanco. Las paredes estaban recién pinta¬das y limpias y había por todas partes plantas cuyas enredaderas se entrelazaban por el techo colgadas de un sistema de ganchos. Una música suave sonaba en el estéreo. Zac reconoció la voz ronca, con influen¬cias del blues tejano, de Lee Roy Parnell.
Había cuadros colgados en las paredes: hermosas acuarelas azules y verdes del mar, y figuras coloridas, caprichosas y llenas de ritmo, de gente caminando por la playa.
-Mi madre es pintora -dijo Nessa, que había segui¬do su mirada-. La mayoría son suyos.
Otro cuadro mostraba la playa antes de una tor¬menta. Transmitía la amenazadora energía del viento y el agua, del cielo oscuro y ominoso, de las olas em¬bravecidas, de las palmeras agitadas por el vendaval... De la naturaleza en su faceta más sobrecogedora.
-Es buena -dijo Zac. Nessa sonrió.
-Lo sé -levantó la voz-. ¿Qué tal en el país de la espuma, Natasha?
-¡Bien!
-Mientras estaba en la calle, jugando en la tierra, se dio un baño de lodo, como una princesa rusa -con una sonrisa irónica, Nessa condujo a Zac a su minúscula co¬cina. Era exactamente como la de él... y no se parecía en nada. Imanes de todas las formas y colores cubrían la nevera. Sostenían fotos de personas sonrientes, notas, cupones y horarios de cines. Suspendidas del techo con alcayatas, había cestas de alambre con fruta fresca. So¬bre la encimera, junto al teléfono, había una taza de café en forma de vaca con birrete de graduación, llena de bo¬lígrafos y lapiceros. La habitación estaba repleta de pe¬queños detalles que recordaban a Nessa.
-He conseguido convencerla de que la verdadera realeza siempre se daba un baño de burbujas después de un baño de lodo.
-Bendita seas -dijo Zac-. Y gracias por traerla a casa.
-Ha sido una suerte que saliera a correr por ese ca¬mino -Nessa abrió la nevera-. Suelo hacer una ruta más larga, pero esta mañana me pesaba el calor -miró a Zac-. ¿Té con hielo, limonada o un refresco?
-Algo con cafeína, por favor -contestó él.
-Hmm -dijo Nessa, y sacó del fondo de la nevera una lata de cola. Se la dio-. ¿La quieres con dos aspi¬rinas o tres?
Zac sonrió. Era una sonrisa torcida, pero una sonrisa a fin y al cabo.
-Con tres. Gracias.
Ella señaló la mesita que había al fondo de la coci¬na y Zac se sentó en una de las dos sillas. Nessa tenía un servilletero con forma de cerdo y un salero y un pi¬mentero que semejaban aeroplanos. Allí también ha¬bía plantas por todas partes y, justo encima de él, de-lante de la ventana que daba al aparcamiento, un delicado móvil sonoro. Zac alargó el brazo y lo rozó con un dedo. Tenía un sonido tan frágil y etéreo como su aspecto.
Las puertas de los armarios de las cocinas habían sido sustituidas hacía poco tiempo por otras de madera clara. La encimera blanca y reluciente también parecía nueva. Pero Zac sólo le dedicó una mirada de sosla¬yo. Miró, en cambio, a Nessa cuando se puso de puntillas para sacar de uno de los armarios un frasco de aspiri¬nas. Era una mezcla fulgurante de músculos y curvas. Zac no pudo apartar la mirada ni siquiera cuando ella se dio la vuelta. Genial, justo lo que Nessa necesitaba. Un fracasado mirándola con lascivia en su propia cocina. Zac notó su mirada de inquietud y recelo.
Ella dejó el frasco de aspirinas delante de él, sobre la mesa, se excusó murmurando que iba a ver qué ha¬cía Natasha y desapareció.
Zac se apretó el refresco frío contra la frente. Cuando Nessa volvió, llevaba puesta una camiseta so¬bre la ropa de correr. Ayudaba, pero no mucho.
Él se aclaró la garganta. Hacía un millón de años, se le había dado bien charlar.
-Bueno... ¿y cuánto corres? -santo Dios, parecía un idiota.
-Unos seis kilómetros -respondió ella, y volvió a abrir la nevera para sacar una jarra de té frío. Se sirvió un vaso-. Pero hoy sólo he hecho cinco.
-Hay que tener cuidado, con este calor -cielos, ¿podía haber comentario más flojo? ¿«Flojo»? Sí, ésa era la palabra perfecta para describirlo a él, en más de un sentido.
Nessa asintió con la cabeza y se volvió para mirarlo, recostada en la encimera. Bebió un sorbo de té.
-Entonces... tu madre es pintora.
Nessa sonrió. Dios, tenía una sonrisa preciosa. ¿De veras había pensado dos días antes que era una sonri¬sa bobalicona?
-Sí -dijo ella-. Tiene un estudio cerca de Malibú. Allí vivíamos.
Zac asintió con la cabeza. Se suponía que, llegados a aquel punto, le tocaba a él decirle de dónde procedía.
-Yo me crié aquí mismo, en San Felipe, el sobaco de California.
La sonrisa de Nessa se hizo más intensa.
-Los sobacos sirven para algo... Y no es que esté de acuerdo contigo y crea que San Felipe lo es.
-Estás en tu derecho de opinar -dijo él con un en¬cogimiento de hombros-. Para mí, San Felipe será siempre un sobaco.
-Pues vende tu piso y múdate a Hawai.
-¿De allí es tu familia? -preguntó él. Ella miró su vaso.
-Si te digo la verdad, no lo sé. Puede que tenga sangre hawaina o polinesia, pero no estoy segura.
-¿Tus padres no lo saben?
-Me adoptaron en una agencia internacional. Los archivos eran extremadamente esquemáticos -lo miró-. Pasé por una fase en la que, ya sabes, intenté encontrar a mis padres biológicos.
-No siempre merece la pena encontrarlos. A mí me habría ido mejor sin conocer a los míos.
-Lo siento -dijo Nessa en voz baja-. En otra época te habría dicho que no podías decir eso en serio, o que no podía ser cierto. Pero llevo más de cinco años dan¬do clases en un instituto y soy muy consciente de que la mayoría de la gente no tiene la clase de infancia o la clase de padres que he tenido yo -sus ojos eran una bella mezcla de marrón y verde, y de compasión-. No sé por lo que habrás pasado, pero... lo siento.
-Tengo entendido que enseñar en un instituto es muy peligroso hoy en día, con tantas armas y drogas, y tanta violencia -dijo Zac en un intento desespera¬do por desviar la conversación de aquel terreno oscu¬ro y demasiado íntimo-. ¿No te entrenaron como a un comando cuando empezaste a trabajar?
Nessa se echó a reír.
-No, tenemos que arreglárnoslas solos. Nos arro¬jan indefensos a los lobos, por decirlo así. Algunos profesores lo compensan convirtiéndose en auténticos sargentos de hierro. Pero yo he descubierto que el re¬fuerzo positivo funciona mucho mejor que el castigo -bebió otro sorbo de té frío mientras lo miraba pensa¬tivamente por encima del borde del vaso-. De hecho, deberías tenerlo en cuenta cuando hables con Natasha.
Zac sacudió la cabeza.
-¿Qué? ¿Darle una galleta por escaparse? No creo.
-¿Y qué clase de castigo crees que le hará efecto?-insistió Nessa-. Piénsalo. La pobre ya ha sufrido el peor castigo que puede sufrir un niño de cinco años: su madre se ha ido. Seguramente no puedes quitarle nada más que le importe. Puedes gritarle y hacerla llo¬rar. Incluso puedes asustarla y conseguir que te tenga miedo, y tal vez causarle pesadillas. Pero, si la recom¬pensas cuando cumpla las normas, si lo valoras y haces que se sienta como si fuera un tesoro, se dará cuenta mucho antes.
Él se pasó los dedos por el pelo.
-Pero no puedo hacer como si lo de esta mañana no hubiera sucedido.
-Es difícil -reconoció Nessa-. Tienes que conseguir un equilibrio: hacer que la niña comprenda que su comportamiento es inaceptable y, al mismo tiempo, no recompensar su mala conducta prestándole dema¬siada atención. Los niños que suelen portarse mal lo que están haciendo, en realidad, es reclamar atención. Es el modo más fácil de conseguir que un padre o un maestro se fije en ellos.
Zac se obligó a sonreír de nuevo.
-Sé de algunos presuntos adultos que funcionan del mismo modo.
Nessa miró con curiosidad al hombre sentado a la mesa de su cocina. Era asombroso. Parecía haber pa¬sado la noche en un banco del parque y, sin embargo, ella seguía encontrándolo atractivo. ¿Qué aspecto ten¬dría, se preguntaba, recién afeitado, limpio y vestido con el uniforme que había visto en su armario?
Seguramente el de alguien a quien se esforzaría por evitar. Nunca la habían impresionado los unifor¬mes. Y no era probable que empezaran a impresionar¬la ahora.
Pero, aun así, todas aquellas medallas...
Dejó su vaso vacío y se apartó de la encimera.
-Voy a sacar a Tasha de la bañera -le dijo-. Seguramente tendréis cosas que hacer. Me ha dicho que prometiste llevarla a comprar muebles para su cuarto.
-Sí -Zac asintió y se levantó torpemente-. Gra¬cias otra vez por traerla a casa.
Nessa sonrió y se fue por el pasillo hacia el cuarto de baño. Teniendo en cuenta lo mal que habían empeza¬do, al final habían conseguido tener una relación de vecinos bastante agradable.
Una agradable relación de vecinos... Eso era jus¬tamente lo que iba a haber entre ellos, nada más. A pe¬sar de que aquel hombre tuviera la capacidad de hacer arder su sangre con una sola mirada. A pesar de que le gustara más cada vez que se veían, ella iba a mantener cuidadosamente las distancias.
Porque, cuantas más cosas sabía sobre su vecino, más se convencía de que eran polos opuestos.




CHICAS, HABIA EDITADO YA EL TEXTO, PERO HUBO UN ERROR AL SUBIRLO Y LO TUVE QUE VOLVER A PEGAR, DISCULPEN POR COMO ESTA AHORA, LA VERDAD ESQUE YA NO TENGO TIEMPO PARA VOLVERA EDITARLO(: ESPEOR Y NO SE MOLESTEN:*

1 comentario:

dani1301 dijo...

ay no natasha siempre escapandose
y zac buscandola
por suerte nessa siempre la encuentra
bueno me encanta tu nove
siguela prontito
bye

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