jueves, 11 de noviembre de 2010

Continuacion

Les subire todo el capitulo 2 como compensacion por no averles subido(:



-Es un favor muy grande -dijo su hermana. Se le quebró la voz-. Mira, estoy muy cerca de tu casa. Voy a pasarme por allí, ¿de acuerdo? Nos vemos en el patio dentro de tres minutos. Me he roto el pie y voy con muletas. No puedo subir las escaleras.
Colgó antes de que Zac tuviera ocasión de contestar.

Sharon se había roto el pie. Perfecto. ¿Por qué sería que la gente con mala suerte la tenía para todo? Zac se volvió en la cama, colgó el teléfono, agarró el bastón y fue cojeando al cuarto de baño.

Tres minutos. No le daba tiempo a ducharse, pero necesitaba una ducha urgentemente. Abrió el agua fría del lavabo y metió la cabeza debajo del grifo. Bebió y dejó que el agua chorreara por su cara.

No había querido acabarse la botella de whisky la noche anterior. Durante los más de cinco años que había pasado entrando y saliendo del hospital y de centros de rehabilitación, no había tomado más que una copa o dos de vez en cuando. Incluso antes de resultar herido, procuraba no beber demasiado. Algunos chicos salían por las noches y bebían cantidades ingentes de cerveza y whisky, suficientes para fletar un barco. Pero Zac rara vez bebía. No quería ser como su padre y su hermana, y sabía suficiente sobre el tema como para tener claro que el alcoholismo podía ser hereditario.

¿Qué le había ocurrido esa noche? Pensaba tomarse una copa más. Sólo eso. Una más para calmar los nervios. Una más para suavizar el duro golpe de su alta en el centro de fisioterapia. Pero aquella copa se había convertido en dos.

Luego se había puesto a pensar en Vanessa Hudgens, de la que sólo le separaba un tabique muy fino, y esas dos copas se habían convertido en tres. Oía el sonido del estéreo de Vanessa. Estaba escuchando a Bonnie Raitt. De vez en cuando cantaba y su voz clara de soprano se superponía a la voz grave y ronca de Bonnie.

Después de la tercera copa, Zac había perdido la cuenta.

Seguía oyendo la risa de Vanessa, que resonaba como un eco en su cabeza, su forma de reírse de él justo antes de entrar en su piso. Aquella risa estaba cargada de significado. Venía a decir que se helaría el infierno antes de dignarse siquiera a volver a pensar en él.

Pero eso estaba bien. Era justamente lo que él quería. ¿No?
«Sí». Zac volvió a mojarse la cara mientras intentaba convencerse de que así era. No quería tener a su alrededor a una vecina que lo mirara con lástima cuando subía y bajaba cojeando las escaleras. No necesitaba que nadie le sugiriera que se mudara a un cochambroso piso de la planta baja, como si fuera una especie de inválido. No le hacían falta discursos cargados de moralina sobre si la guerra no era buena para los niños y otros seres vivos. Si alguien sabía eso, era él.

Había estado en sitios donde arreciaban las bombas. Y, sí, las bombas tenían objetivos militares. Pero eso no significaba que, si una se desviaba, no fuera a estallar. Aunque cayera en una casa, en una iglesia o una escuela, explotaba. Las bombas no tenían conciencia, ni remordimientos. Caían. Estallaban. Destruían y mataban. Y por más que se esforzaran por apuntar bien quienes las lanzaban, siempre morían civiles.

Pero, si un equipo de SEAL era enviado antes de que se hiciera necesario un ataque aéreo, era posible que esos SEAL consiguieran mucho más con menor número de bajas. Un equipo formado por siete hombres, como la Brigada Alfa, podía infiltrarse en territorio enemigo y desmantelar por completo su sistema de comunicaciones. O podía secuestrar al líder militar enemigo, garantizando de ese modo el caos en el bando contrario y posiblemente la reapertura de las negóciaciones y las conversaciones de paz. Sin embargo, debido a que el alto mando no era consciente por completo del potencial de los SEAL, con excesiva frecuencia se recurría a ellos cuando ya era demasiado tarde.

Y la gente moría. Morían niños.

Zac se lavó los dientes y bebió más agua. Se secó la cara y volvió cojeando al dormitorio. Buscó sus gafas de sol en vano, sacó su chequera, se puso una camiseta limpia y salió, haciendo una mueca al ver la luz brillante del sol.

La mujer que había en el patio se echó a llorar.

Sorprendida, Nessa levantó la vista de su jardín. Había visto entrar a aquella mujer: era rubia, tenía un aire maltrecho y ajado, llevaba muletas y arrastraba torpemente una maleta. La seguía una niña pelirroja, muy pequeña y asustada.

Nessa siguió la mirada de la mujer llorosa y vio que el teniente Zachary bajaba penosamente las escaleras. Tenía un aspecto horrible. Su piel presentaba un tono macilento, y entornaba los ojos como si el cielo azul brillante de California y el sol radiante le hicieran polvo. No se había afeitado y la sombra de la barba que empezaba a crecerle hacía que pareciera que se acababa de levantar de un banco del parque. Su camiseta parecía limpia, pero llevaba los mismos pantalones cortos que la noche anterior. Saltaba a la vista que había dormido con ellos. Y también que la víspera se había tomado otra copa, y seguramente más de una después.

Estupendo. Nessa se obligó a mirar de nuevo las flores que estaba limpiando de malas hierbas. Se había convencido sin asomo de duda de que el teniente Zachary Efron no era un hombre al que quisiera tener por amigo. Era grosero y agrio, y posiblemente violento. Y ahora Nessa también sabía que además bebía demasiado.

No, a partir de ese momento ignoraría por completo el 2°C. Haría como si el propietario siguiera de viaje.

La mujer rubia dejó caer las muletas y rodeó con los brazos el cuello de Zachary.

-Lo siento -decía una y otra vez-. Lo siento.

El SEAL la condujo al banco que había justo enfrente de la parcela de jardín de Nessa. Su voz le llegaba claramente desde el otro lado del patio. Nessa no podía evitar oírla, aunque intentaba con todas sus fuerzas concentrarse en sus cosas.

-Empieza por el principio -dijo él mientras agarraba las manos de la mujer-. Cuéntame qué ha pasado, Sharon. Desde el principio.

-Tuve un accidente con el coche -dijo la rubia, Sharon, y empezó a llorar otra vez.

-¿Cuándo? -preguntó Zachary con paciencia.

-Anteayer.

-¿Y te rompiste el pie? - Ella asintió con la cabeza.

-Sí.

-¿Hubo algún otro herido?

A ella le tembló la voz.

-El otro conductor todavía está en el hospital. Si muere, me acusarán de homicidio involuntario.

Zachary soltó una maldición.

-Shar, si muere, habrá muerto. Eso es peor que que te acusen a ti, ¿no crees?

Ella bajó la cabeza y asintió.

-Habías bebido -no era una pregunta, pero ella asintió otra vez. Conducía bajo los efectos del alcohol. Borracha.

Una sombra cayó sobre las flores y, al levantar la vista, Nessa vio frente a ella a la niña pelirroja.

-Hola -dijo Nessa.

La niña debía rondar los cinco años. Tenía un asombroso pelo rubio rojizo que se rizaba en una melena asilvestrada alrededor de su cara redonda, cubierta de pecas. Sus ojos eran del mismo azul puro y oscuro que los de Zachary Efron.

Tenía que ser su hija. Nessa volvió a mirar a la rubia. Eso significaba que Sharon era... ¿su mujer? ¿Su ex mujer? ¿Su novia? En todo caso, ¿qué importaba? ¿Qué más le daba a ella si Zachary Efron tenía una docena de esposas?

La niña pelirroja dijo:

-En casa tengo un jardín. En el campo viejo.

-¿Qué campo viejo es ése? -preguntó Nessa con una sonrisa. Los niños pequeños eran tan sorprendentes...

-En Rusia -dijo la niña, muy seria-. Mi verdadero papá es un príncipe ruso.

Conque su verdadero papá, ¿eh? Nessa no podía reprocharle a la cría que hubiera inventado una familia ficticia. Con una madre que conducía bajo los efectos del alcohol y un padre que no andaba muy lejos..., Nessa entendía perfectamente las ventajas de imaginar un mundo al que poder escapar, un mundo lleno de palacios, príncipes y hermosos jardines.

-¿Me ayudas a limpiar las flores? -preguntó.

La niña miró a su madre.

-El caso es que no me queda más remedio -decía Sharon entre lágrimas a Zachary-. Si ingreso voluntariamente en el programa de desintoxicación, ganaré puntos con el juez que lleva mi caso. Pero tengo que encontrar un sitio donde dejar a Natasha.

-Imposible -dijo el teniente sacudiendo la cabeza.

-Lo siento. No puedo llevármela.

Zachary alzó la voz.

-¿Qué sé yo de cuidar a una niña pequeña?

-Es muy tranquila -contestó Sharon en tono suplicante-. No te molestará.

-No quiero quedarme con ella -Zachary bajó la voz, pero aun así Nessa la oyó claramente. Y la niña, Natasha, también.

A Nessa se le rompió el corazón por la chiquilla. Qué cosa tan horrible de escuchar: que su propio padre no quería estar con ella.

-Soy maestra -dijo a la niña con la esperanza de que no oyera el resto de la tensa conversación de sus padres-. Enseño a niños más mayores. A chicos de instituto.

Natasha asintió con la cabeza. Parecía muy concentrada mientras imitaba a Nessa e iba arrancando delicadamente las malas hierbas de la tierra blanda del jardín.

-Se supone que tengo que entrar en el centro de desintoxicación dentro de una hora -dijo Sharon-. Si no te quedas con ella, el estado se hará cargo de su tutela. La llevarán a un albergue, Zac.

-Hay un hombre que trabaja para mi padre, el príncipe -dijo Natasha a Nessa, como si ella también intentara desesperadamente no oír la otra conversación-, y que sólo planta flores. Es lo único que hace en todo el día. Flores rojas, como éstas. Y flores amarillas.

Nessa oyó maldecir a Zachary Efron al otro lado del patio. Hablaba en voz baja y ya no distinguía sus palabras, pero estaba claro que estaba echando mano de todo su repertorio de exabruptos de marino. No estaba enfadado con Sharon: sus palabras no iban dirigidas a ella, sino más bien al cielo despejado de California que se extendía sobre ellos.

-Mis preferidas son las azules -dijo Nessa a Natas-ha-. Se llaman ipomeas. Hay que madrugar mucho para verlas, porque se cierran del todo durante el día.

Natasha asintió con la cabeza, todavía muy seria.

-Porque la luz del sol les da dolor de cabeza.

-¡ Natasha!

La pequeña levantó la vista al oír la voz de su madre. Nessa también miró... y se encontró con los ojos azules oscuros de Zachary Efron. Bajó rápidamente la mirada, temiendo que él notara la expresión de reproche que sin duda había en sus ojos. ¿Cómo podía rechazar a su propia hija? ¿Qué clase de hombre era capaz de decir que no quería tener a su pequeña en casa?

-Vas a quedarte aquí, con Zac, unos días -dijo Sharon a su hija con una mirada trémula.

Él había cedido. El ex teniente de operaciones especiales había dado su brazo a torcer. Nessa no sabía si alegrarse por la pequeña o preocuparse. La niña necesitaba muchas más cosas de las que aquel hombre podía darle. Nessa se arriesgó a levantar la mirada otra vez y descubrió que sus ojos turbadoramente azules seguían fijos en ella.

-Qué divertido, ¿no? -preguntó Sharon a Natasha, esperanzada.

La pequeña se pensó detenidamente la pregunta.

-No -dijo por fin.

Zachary Efron se echó a reír. Nessa no le creía capaz, pero lo cierto fue que sonrió y soltó un bufido de risa que disimuló rápidamente con un acceso de tos. Cuando volvió a levantar la vista, ya no sonreía, pero Nessaa habría jurado que tenía una mirada divertida.

-Quiero irme contigo -dijo Natasha a su madre con una nota de ansiedad en la voz-. ¿Por qué no puedo ir contigo?

A Sharon le tembló el labio como si fuera una niña.

-Porque no puedes -dijo débilmente-. Esta vez no.

La niña miró a Zac y volvió a fijar rápidamente los ojos en su madre.

-¿Lo conocemos?

-Sí -dijo Sharon-, claro que lo conocemos. Es tu tío Zac, ¿te acuerdas de él? Está en la Marina... Pero la niña negó con la cabeza.

-Soy el hermano de tu madre -dijo Zac.

Su hermano. Zac era el hermano de Sharon, no su marido. Nessa no quiso sentir nada al enterarse de aquella noticia. Se resistía a sentir alivio. Se resistía a sentir nada. Siguió quitando las malas hierbas de su jardín como si no hubiera oído lo que decían.

Natasha miró a su madre.

-¿Vas a volver? -preguntó con una vocecilla.

Nessa cerró los ojos. Sí que sentía algo. Sentía lástima por aquella niña. Notaba su miedo y su dolor. Compadecía también a su madre. Y sentía algo por Zachary Efron, aquel hombre de ojos azules. Sin embargo, era incapaz de definir lo que sentía por él.

-Siempre vuelvo -dijo Sharon, y volvió a echarse a llorar mientras abrazaba a la niña-. ¿No? -luego apartó rápidamente a Natasha-. Tengo que irme. Sé buena. Te quiero -se volvió hacia Zac-. La dirección del centro de desintoxicación está en la maleta.

Zac asintió con la cabeza y, con un chirrido de sus muletas, Sharon se alejó a toda prisa.

Natasha se quedó mirando inexpresivamente a su madre hasta que la perdió de vista. Luego, tensando muy ligeramente los labios, se volvió a mirar a Zac. Nessa también lo miró, pero esa vez él no apartó los ojos de la chiquilla. Su mirada había perdido la expresión de regocijo y en ella sólo quedaban tristeza y compasión.

Toda su ira se había desvanecido. Toda la rabia que parecía arder infinitamente dentro de él se había apagado por algún tiempo. Sus ojos azules ya no eran gélidos. Más bien, parecían casi cálidos. Sus facciones labradas a cincel parecían también más suaves, como si intentara sonreír a Natasha. Quizá no quisiera que se quedara en su casa, él mismo lo había dicho, pero ahora que estaba allí, daba la impresión de estar dispuesto a hacer cuanto pudiera por facilitarle las cosas.

Nessa miró a la niña y vio que tenía los ojos llenos de lágrimas. Intentaba con todas sus fuerzas no llorar, pero por fin se le escapó una lágrima que rodó por sus mejillas. Se la limpió con rabia mientras intentaba contener el llanto.

-Sé que no te acuerdas de mí -dijo Zac a Natasha con voz increíblemente suave-. Pero nos conocimos hace cinco años. El cuatro de enero.

Natasha casi dejó dé respirar.

-Ese día es mi cumpleaños -dijo, mirándolo desde el otro lado del patio.

La sonrisa forzada de Zac se volvió sincera.

-Lo sé -dijo-. Yo iba a llevar a tu madre al hospital y... -se interrumpió y la miró más atentamente-. ¿Quieres un abrazo? -preguntó-. Porque a mí me vendría muy bien uno ahora mismo, y te agradecería mucho que me lo dieras.

Natasha sopesó sus palabras y luego asintió con la cabeza. Se acercó despacio a él.

-Pero será mejor que contengas la respiración -le dijo Zac en tono remolón-. Creo que huelo mal.

Ella asintió de nuevo y se sentó cuidadosamente sobre sus rodillas. Nessa intentó no mirar, pero le resultaba casi imposible apartar los ojos del hombretón cuyos brazos envolvían dubitativamente a la pequeña, como si temiera romperla. Sin embargo, cuando Natasha levantó los brazos y le rodeó el cuello con fuerza, Zac cerró los ojos y la apretó contra sí.

Nessa había creído que sólo le había pedido un abrazo por el bien de la niña, pero de pronto dudó. Con la ira y la amargura que le causaba su pierna herida, era posible que hiciera mucho tiempo que Zachary Efron no permitía que nadie se acercara a él para darle el calor y el consuelo de un abrazo. Y todo el mundo necesitaba calor y consuelo: hasta los soldados profesionales, duros y fornidos.

Nessa apartó la mirada e intentó concentrarse en quitar las malas hierbas de su última hilera de flores. Pero no pudo evitar oír que Natasha decía:

-No hueles mal. Hueles como mamá... cuando se despierta.

A Zac no pareció gustarle aquella comparación.

-Estupendo -murmuró.

-Mamá está muy gruñona por la mañana -dijo Natasha-. ¿Tú también?

-Últimamente me parece que estoy gruñón todo el tiempo -reconoció él.

Natasha se quedó callada un momento, pensándose aquello.

-Entonces pondré la tele muy bajita para no molestarte.

Zac se rió otra vez. Aun así, aquella risa atrajo la mirada de Nessa hacia su cara. Cuando sonreía, se transformaba. A pesar de la palidez de su piel, de la barba que empezaba a crecerle y del pelo revuelto, estaba tan guapo que quitaba el aliento.

-Seguramente es buena idea -dijo. Natasha no se bajó de su regazo.

-No te he visto nunca -dijo.

-Claro -dijo Zac. Se removió, incómodo. Hasta el ligero peso de Natasha era demasiado para su rodilla herida, y movió a la niña para colocarla sobre la pierna buena-. Cuando nos conocimos, estabas todavía dentro de la tripa de tu mamá. Decidiste que querías nacer y que no querías esperar más. Que querías venir al mundo en el asiento delantero de mi camioneta.

-¿De verdad? -Natasha estaba fascinada. Zac asintió.

-De verdad. Saliste antes de que llegara la ambulancia. Tenías tanta prisa que tuve que agarrarte y sostenerte en brazos para que no salieras corriendo por la calle.

-Los bebés no pueden correr -dijo la pequeña.

-Puede que los bebés normales, no -respondió Zac-. Pero tú saliste bailando el tango, fumando un cigarrillo y dando voces a todo el mundo. Ay, cómo chillabas.

Natasha soltó una risilla.

-¿En serio?

-En serio -dijo Zac-. Lo del tango y el cigarrillo no es verdad, pero lo de que chillabas sí. Vamos -añadió, levantándola de sus rodillas-. Agarra tu maleta, que voy a enseñarte mi casa. Puedes hacer... algo... mientras me ducho. Porque necesito urgentemente una ducha.

Natasha intentó levantar la maleta, pero pesaba demasiado para ella. Trató de arrastrarla tras su tío, pero no podría subirla por las escaleras. Zac se volvió para ver qué hacía y se detuvo.

-Será mejor que la lleve yo -dijo. Pero, mientras hablaba, su cara cambió. La ira volvió. La ira y la frustración.

Nessa comprendió casi al instante que Zachary Efron tampoco podría subir la maleta de Natasha por las escaleras. Con una mano en el bastón y la otra apoyada en la barandilla de hierro, sería incapaz de hacerlo.

Nessa se levantó y se sacudió el polvo de las manos. Hiciera lo que hiciera, iba a ser humillante para él. Y, como todas las cosas dolorosas, seguramente era mejor hacerlo cuanto antes y acabar de una vez.

-Ya la llevo yo -dijo alegremente, y le quitó la maleta de las manos a Natasha. Nessa no esperó a que Zac hablara o reaccionara. Comenzó a subir las escaleras de dos en dos y dejó la maleta junto a la puerta del 2°C-. Bonita mañana, ¿en? -comentó, alzando la voz mientras entraba en su apartamento para buscar la regadera.

Volvió a salir en un instante y, al empezar a bajar las escaleras, vio que Zac no se había movido. Sólo la expresión de su cara había cambiado. Sus ojos estaban aún más oscuros y enfurecidos y su semblante tenía una expresión tormentosa. Su boca estaba tensa. La anterior sonrisa había desaparecido sin dejar rastro.

-Yo no le he pedido ayuda -dijo con voz baja y amenazadora.

-Ya lo sé -contestó Nessa con franqueza, deteniéndose a unos peldaños del final de la escalera para poder mirarlo a los ojos-. Imaginé que no iba a pedírmela. Y sabía que, si preguntaba, se enfadaría y no querría que lo ayudara. De este modo puede enfadarse lo que quiera, pero la maleta ya está arriba -le sonrió-. Así que adelante. Enfádese. No se reprima.

Al dar media vuelta para volver a su jardín, sintió los ojos de Zac clavados en su espalda. La expresión de él no había cambiado: estaba enfadado. Enfadado con ella y con el mundo. Nessa sabía que no debería haberlo ayudado. Debería haber dejado que resolviera sus problemas, que se las arreglara solo. Sabía que no debía complicarse la vida con alguien que, obviamente, atravesaba grandes dificultades.

Pero no podía olvidar la sonrisa que había transformado a Zac en un verdadero ser humano y no en la columna de piedra llena de ira que parecía ser casi todo el tiempo. No podía olvidar la ternura con que había hablado a la niña para tranquilizarla. Y no podía olvidar la expresión de su cara cuando la pequeña Natasha le había dado un abrazo.

No podía olvidar ninguna de aquellas cosas... a pesar de que sabía que le convenía hacerlo.

2 comentarios:

Unknown dijo...

wow! enserio wendy que tu si sabes como escribir!
eres magnifica
y me encanto tanbto el capitulo
en serio lo ame masivamente
lo ame!
:)
espero demasiado el siguiente
te quiero mucho :)

y amo como escribies
:)

dani1301 dijo...

ay ese zac no se deja ayudar
se pone bravo con nessa solo porque lo ayuda
y tan linda natasha
toda tierna
bueno me encanta tu nove
siguela prontito
bye

Publicar un comentario