domingo, 14 de noviembre de 2010

Capitulo 4

Chicas, llege a la conclucion de que entre semana se me hace muy dificil subirles, entonces TODOS LOS DONINGOS LES SUBIRE LOS CAPITULOS COMPLETOS les parece? espero y si, un beso a todas(:


Zac estuvo a punto de abrir la puerta del cuarto de baño, pero, pensándolo mejor, se detuvo y se puso primero una toalla alrededor de la cintura. Oyó la tele en el cuarto de estar cuando, apoyado en el bastón, entró en su habitación y cerró la puerta.
Una niña. ¿Qué demonios iba a hacer él con una niña durante seis semanas?

Arrojó el bastón sobre la cama revuelta y se frotó el pelo mojado con la toalla. No tenía una agenda muy apretada, claro. Seguramente podría hacer un hueco a Natasha entre Buenos días, América y el programa nocturno de David Letterman.

Aun así, los niños pequeños requerían ciertas atenciones, como comida a intervalos regulares, baños de vez en cuando y una buena noche de sueño que no empezara a las cuatro de la madrugada y se prolongara hasta bien pasado el mediodía. Zac apenas conseguía cubrir esas necesidades para sí mismo, así que difícilmente podría ocuparse de otra persona.

Sosteniéndose en la pierna buena, hurgó en su macuto, que aún no había deshecho, en busca de ropa interior limpia. Nada.

Hacía años que no cocinaba. Sus habilidades domésticas se reducían a saber qué productos de limpieza eran inflamables cuando se combinaban con otros.

Se acercó a la cómoda y encontró solamente unos calzoncillos de seda que una amiga le había comprado hacía algún tiempo. Se puso el bañador.

En su nevera no había nada de comer, aparte de un limón y un paquete de seis botellas de cerveza mexicana. Sus armarios contenían únicamente botes de sal y pimienta solidificadas y un frasco viejo de salsa de tabasco.

El otro dormitorio de su piso estaba casi tan vacío como sus armarios. No tenía muebles, sólo varias hileras de cajas pulcramente apiladas a lo largo de una pared. Tasha iba a tener que dormir en el sofá hasta que le consiguiera una cama y los muebles que pudiera necesitar una niña de cinco años.

Zac se puso una camiseta limpia y arrojó la ropa que se había quitado al enorme y siempre creciente montón de ropa sucia que había en un rincón de la habitación, parte del cual databa de la última vez que había estado allí, hacía más de cinco años. Ni siquiera la señora de la limpieza que había ido la tarde anterior se había atrevido a tocarla.

Le habían echado del centro de rehabilitación antes del día de la colada. Había llegado la víspera con dos bolsas de bártulos y un enorme macuto lleno de ropa sucia. Tendría que descubrir algún modo de bajar la ropa sucia a la lavandería del primer piso... y de subir la colada limpia.

Pero lo primero que tenía que hacer era asegurarse de que su colección de armas estaba bien guardada. Zac no sabía mucho acerca de niños de cinco años, pero de una cosa estaba seguro: no hacían buenas migas con las armas de fuego.

Se peinó rápidamente, recogió su bastón de madera y siguió el ruido de la tele. Cuando guardara su arsenal privado, Tasha y él bajarían a la tienda de la esquina a comprar comida y...

En la pantalla del televisor giraba una fila de bailarinas en topless. Zac se lanzó a por el mando a distancia. ¡Demonios! Su televisión por cable debía de incluir algún canal para adultos: el canal Playboy o algo parecido. Francamente, no lo sabía.

-Vaya, Tash. Tengo que programar la tele y quitar ese canal del mando a distancia -dijo volviéndose hacia el sofá para mirarla.
Pero ella no estaba sentada en el sofá.

Su cuarto de estar era pequeño y un golpe de vista le bastó para asegurarse de que la niña no estaba allí. Cielos, qué alivio. Se dirigió cojeando a la cocina. Pero Natasha tampoco estaba allí, y su alivio comenzó a convertirse en preocupación.

-¿Natasha? -recorrió lo más rápido que pudo el pequeño pasillo que llevaba a los dormitorios y el cuarto de baño. Miró y volvió a mirar, y hasta echó un vistazo debajo de su cama y en los dos armarios.

La niña se había ido.

La rodilla le dio un pinchazo cuando regresó a saltos al cuarto de estar y salió por la puerta mosquitera.

Natasha no estaba en el descansillo del segundo piso, ni se la veía por ninguna parte en el patio. Zac vio que Vanessa Hudgens seguía trabajando en su jardín, agachada entre una explosión de flores, con un sombrero blando y ridículo sobre la cabeza.

-¡Eh!

Ella levantó la vista, sorprendida, sin saber de dónde procedía aquella voz.

-¡Aquí arriba!

Nessa estaba demasiado lejos para que Zac distinguiera de qué tono de marrón o verde eran en ese momento sus ojos. Pero eran grandes, en cualquier caso. Su sorpresa pronto se convirtió en recelo. Zac notó una mancha de sudor en forma de V en el cuello y la pechera de su camiseta. Su cara relucía al sol de la mañana, y ella se limpió la frente con el brazo, que le dejó sobre la piel una mancha de polvo.

-¿Ha visto a Natasha? Ya sabe, la niña pelirroja. ¿Ha bajado?

Nessa se enjuagó las manos en un cubo de agua y se levantó.

-No... y no me he movido de aquí desde que subió.

Zac soltó una maldición y echó a andar hacia las escaleras del otro lado del complejo, pasando por delante de la puerta de su piso.

-¿Qué ha pasado? -Nessa subió las escaleras y lo alcanzó sin esfuerzo.

-He salido de la ducha y no estaba -dijo él en tono cortante mientras intentaba moverse todo lo rápido que podía.

Maldición, no quería tener que enfrentarse a aquello. El sol de la mañana se había alzado en el cielo y su brillo aún le hacía palpitar dolorosamente la cabeza, como cada paso que daba. Era cierto que vivir con él no iba a ser precisamente una fiesta, pero, por el amor de Dios, la niña tampoco tenía por qué escaparse.

Entonces lo vio.

Brillante y engañosamente puro, el azul irresistible del océano Pacífico refulgía y bailoteaba a lo lejos. La playa estaba a unas manzanas de allí. Quizá la niña era como él y llevaba agua salada en las venas. Tal vez había visto el mar y se había dirigido hacia la playa. Quizá no se hubiera escapado. Quizá sólo pretendiera explorar un poco. O tal vez estuviera poniéndolo a prueba, para ver hasta dónde podía llegar y si podía forzar los límites de su autoridad.

-¿Cree que habrá ido lejos? ¿Quiere que vaya por mi coche? -preguntó Nessa.

Zac se volvió para mirarla y se dio cuenta de que lo seguía. No quería su ayuda, pero, maldición, la necesitaba. Si quería encontrar rápidamente a Tasha, cuatro ojos eran mejor que dos. Y un coche era mucho mejor que una rodilla destrozada y un bastón si se trataba de llegar cuanto antes a algún sitio.

-Sí, traiga su coche -dijo malhumorado-. Quiero ver si está en la playa.

Nessa asintió con la cabeza y echó a correr. Había detenido el coche junto a las escaleras que llevaban al aparcamiento antes de que él llegara al último peldaño. Estiró el brazo sobre el asiento y abrió la puerta del acompañante de su pequeño coche. Zac sabía que no iba a caber dentro. Se metió de todos modos, doblando la rodilla más de lo que debía. El dolor y la náusea que lo acompañaba siempre se apoderaron de él. Comenzó a maldecir con violencia, una letanía repetitiva y seca, un mantra profano destinado a devolverle la calma.

Al levantar la mirada vio que Nessaa lo estaba observando con semblante cuidadosamente inexpresivo.

-Arranque -dijo, y su voz le sonó áspera incluso a él-. Vamos. No sé si la niña sabe nadar.

Ella metió la primera y el coche arrancó con una sacudida. Nessa tomó la ruta que podía haber seguido la niña si, en efecto, había ido a la playa. Entre tanto, Zac escudriñaba las aceras llenas de gente. ¿Qué ropa llevaba exactamente la niña? ¿Una camisa blanca con un dibujo de... globos? ¿O eran flores? Y pantalones cortos de un color vivo. ¿O era una falda? ¿Era verde o azul? No se acordaba, así que decidió fijarse en cabecitas pelirrojas.

-¿La ve por algún lado? -preguntó Nessa-. ¿Quiere que vaya más despacio?

-No -dijo Zac-. Vamos primero a la playa para asegurarnos de que no está allí. Luego podemos volver más despacio.

-Sí, señor - Nessa pisó el acelerador y se arriesgó a lanzar una mirada a Zachary. Él no parecía haber reparado en su contestación. Se agarraba al asa que había sobre la ventanilla del pasajero con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos. Los músculos de su mandíbula estaban igual de tensos, y miraba fijamente por la ventanilla, buscando cualquier rastro de la niña entre el gentío veraniego de la calle.

Nessa volvió a mirarlo y notó que se había afeitado. Parecía ligeramente menos peligroso sin la barba..., pero sólo ligeramente. Se había hecho daño al meterse en el coche y Nessa comprendió por la palidez de su cara que seguía doliéndole la rodilla.
Él, sin embargo, no se quejaba. Aparte de su primera sarta de maldiciones, no había dicho ni una palabra al respecto. Encontrar a su sobrina estaba antes que su dolor. Saltaba a la vista que era prioritario para él, puesto que, por encontrar a Natasha, había llegado a una tregua temporal con ella y aceptado su oferta de ayuda.

Nessa acababa de poner el intermitente para girar a la izquierda y entrar en el aparcamiento de la playa cuando Zachary volvió a hablar por fin.

-¡Ahí está! Con un niño. A las dos en punto...

-¿Dónde? - Nessa frenó, indecisa.

-¡Pare el coche!

Zachary abrió la puerta y Nessa pisó a fondo el freno, temiendo que saltara aún en marcha. Entonces vio a Natasha. La pequeña estaba al borde del aparcamiento, sentada encima de una mesa de merendero, mirando muy seria a un adolescente afroamericano, muy alto, que estaba de pie delante de ella. Algo en su modo de llevar los pantalones anchos y de cintura baja le resultaba familiar. El chico se volvió y Nessa vio su cara.

-Es Thomas King -dijo-. El chico que está con ella. Lo conozco.

Pero Zachary ya había salido del coche y avanzaba hacia la niña tan rápido como le permitían su cojera y su bastón. No había donde aparcar. Nessa miró por el parabrisas mientras el ex teniente de la Marina se acercaba a su sobrina, la levantaba bruscamente de la mesa y la dejaba en el suelo, detrás de él. No oía lo que decía, pero notaba que no era un saludo cordial. Vio que Thomas daba un respingo y se volvía con hostilidad hacia Zachary. Puso las luces de emergencia, dejó el coche donde estaba, en medio del aparcamiento, se bajó de un salto y echó a correr hacia ellos.

Llegó a tiempo de oír que Thomas decía:

-Levántale la mano a esa niña y limpio la calle con tu cara.

Los ojos azules de Zachary Efron, que parecían fríos y amenazadores cuando Nessa había echado a correr, cambiaron de pronto. Algo en ellos se transformó.

-¿De qué estás hablando? No voy a pegarle -parecía incrédulo, como si jamás se le hubiera ocurrido tal cosa.

-Entonces ¿por qué le gritas como si fueras a hacerlo? -Thomas King era casi de la estatura de Zachary, pero el antiguo SEAL tenía al menos veinte kilos de musculatura más que él. Aun así, el adolescente no se acobardó. Sus ojos oscuros relucían, entornados, y sus labios estaban tensos.

-No voy...

-Sí, ya -insistió Thomas. Comenzó a imitarlo-. «¿Qué demonios haces aquí? ¿Quién te ha dado permiso...?» He pensado que iba a pegarla... y ella también.

Zac se volvió para mirar a Natasha. La niña se había escondido debajo de la mesa y lo miraba con los ojos muy abiertos.

-Tash, ¿creías que...?

Claro que lo creía. Zac lo notó en sus ojos, en su aire acobardado. De pronto se sintió enfermo. Se agachó junto a la mesa lo mejor que pudo.

-Natasha, ¿te pega tu madre cuando se enfada? -no podía creer que Sharon, que era tan cariñosa, pudiera hacer daño a una niña indefensa, pero el alcohol podía trastornar incluso a los espíritus más tiernos.

La niña negó con la cabeza.

-Mamá, no -dijo con suavidad-. Pero Dwayne me pegó una vez y me salió sangre del labio. Mamá lloró y luego nos mudamos.

Menos mal que Sharon había tenido suficiente sentido común. Y que se fuera al infierno Dwayne, fuera quien fuese. ¿Qué clase de monstruo pegaba a una niña de cinco años?
¿Y qué clase de monstruo le daba un susto de muerte gritándole, como había hecho él?
Zac se sentó pesadamente en la mesa y miró a Nessa. Ella tenía una mirada suave, como si de algún modo le hubiera leído el pensamiento.

-Lo siento, Tash -dijo Zac mientras se frotaba los ojos doloridos y vidriosos-. No quería asustarte.

-¿Éste es amigo tuyo? -preguntó a Nessa el chico negro, cuyo tono daba a entender que en el futuro debía ser más selectiva a la hora de elegir a sus amistades.

-Vive en el 2°C -informó Nessa-. Es el vecino misterioso, el teniente Zachary Efron -dirigió sus siguientes palabras a Zac -. Éste es Thomas King. Fue alumno mío. Vive en el 1°N, con su hermana y sus sobrinos.

¿Alumno suyo? Eso significaba que Zachary Efron era profesora. Vaya, si en sus tiempos hubiera habido profesoras así, él habría ido mucho más contento al instituto.

Ella lo miraba con reticencia, como si fuera una bomba con temporizador, lista para estallar en cualquier momento.

-Un teniente -repitió Thomas-. ¿Es de la pasma?

Zac apartó los ojos de Nessa y lo miró.

-No, no soy policía -contestó-. Estoy en la Marina... -se detuvo, sacudió la cabeza y cerró los ojos un momento-. Estaba en la Marina.

Thomas había cruzado los brazos a propósito, metiendo las manos bajo ellos para que Zac entendiera que no tenía intención de estrecharle la mano.

-El teniente era un SEAL –dijo Nessa-. Es un cuerpo de operaciones especiales...

-Sé qué son los SEAL -la interrumpió el chico. Se volvió para lanzar a Zac una mirada cínica y aburrida-. Uno de esos chalados que estrellan sus barquitas de goma contra las rocas junto al hotel Coronado. ¿Tú lo has hecho alguna vez?

Zac notó que Nessa lo estaba mirando otra vez. Maldición, qué guapa era. Y cada vez que lo miraba, cada vez que sus ojos se encontraban, Zac sentía entre ellos una atracción sexual casi palpable. Tenía gracia. Con la posible excepción de su exótica cara de modelo y su cuerpo esbelto y atlético, todo en aquella mujer lo sacaba de quicio. No quería que una vecina fisgona se entrometiera en su vida. No necesitaba que una buena samaritana le recordara constantemente sus limitaciones. No le hacía falta una chica asquerosamente alegre, aficionada a las flores, antimilitarista, fresca y que no se dejaba intimidar por él.
Pero cada vez que miraba sus ojos castaños, sentía un innegable arrebato de atracción física. Intelectual-mente, quizá sólo quisiera esconderse de ella, pero físicamente...

Al parecer, su cuerpo tenía otras ideas. Y entre ellas estaba la luz de la luna brillando en esa piel bronceada y tersa, y una melena oscura y larga cayéndole sobre la cara, sobre el pecho y más abajo.

Zac logró esbozar una media sonrisa y se preguntó si Nessa también podría leerle el pensamiento en ese momento. No pudo apartar la mirada de ella, ni siquiera para contestar a la pregunta de Thomas.

-Se llama desembarco en zona rocosa -dijo-; y sí, lo he hecho durante los entrenamientos.

Nessa no se sonrojó. No apartó los ojos de él. Se limitó a sostenerle la mirada, alzando ligeramente una de sus exóticas cejas.

Zac tuvo la impresión de que, en efecto, sabía exactamente lo que estaba pensando. «Cuando se hiele el infierno». Ella no había llegado a pronunciar esas palabras la noche anterior, pero aun así resonaban en su cabeza tan claramente como si las hubiera dicho.

Y era una suerte. Sentía por ella una atracción sexual pura y descarnada, pero Nessa no era de esa clase de mujeres. No se la imaginaba tumbándose en su cama y escabullándose luego antes del amanecer, sin que ninguno de los dos pronunciara una palabra y sólo compartieran un intenso placer sexual. No, una vez se metiera en su cama, nunca se iría. Parecía llevar la palabra «novia» escrita por todo el cuerpo, y eso era lo último que necesitaba él. Aquella mujer llenaría su apartamento de flores de su jardín, hablaría por los codos y le dejaría notitas con dibujos de caras sonrientes. Le exigiría besos tiernos, un cuarto de baño limpio, confesiones íntimas y un interés sincero por su vida.
¿Cómo iba a interesarse él por su vida cuando ni siquiera podía mostrar el menor e
entusiasmo por la propia?

Pero se estaba precipitando. Estaba dando por sentado que no le costaría ningún trabajo llevársela a la cama. Y quizá así hubiera sido cinco años atrás, pero ya no era precisamente una ganga. Era imposible que una chica como Nessa quisiera cargar con un hombre que apenas podía caminar.
«Cuando se hiele el infierno». Zac miró el azul cegador del océano y sintió que su resplandor le hacía arder los ojos.

-¿Qué hace un SEAL con una niña que no sabe nadar? -preguntó Thomas. El enfado había desaparecido en su mayor parte de los ojos del adolescente, dejando tras él un desdén cínico y un cansancio aparentemente muy viejo que le hacía parecer mayor de lo que era. Tenía cicatrices en la cara. Una de ellas dividía en dos una de sus cejas. Otra marcaba uno de sus pómulos altos y salientes. Aquellas cicatrices, unidas al hecho de que le habían roto la nariz más de una vez, le daban un aspecto curtido que erosionaba aún más su juventud. Pero, salvo por algunas expresiones coloquiales, no hablaba la jerga de la calle. No tenía ningún acento reconocible, y Zac se preguntó si se habría esforzado tanto como él por borrar aquel particular lazo con sus padres y su pasado.

-Natasha es sobrina del teniente -explicó Nessa-. Va a quedarse con él unas semanas. Ha llegado hoy.

-De Marte, ¿no? -Thomas miró debajo de la mesa y le hizo una mueca a Natasha. Ella soltó una risilla.

-Thomas cree que soy de Marte porque no sabía qué era esa agua -Natasha salió de debajo de la mesa arrastrándose boca abajo. La arena se le pegó a la ropa y Zac se dio cuenta de que estaba mojada.

-Es imposible que una niña no haya visto el mar, a no ser que sea marciana -dijo Thomas-. Ni siquiera parecía saber que los niños pequeños no deben meterse solos en el agua.

Nessa notó que un sinfín de emociones cruzaba el semblante de Zachary Efron. La bandera del socorrista indicaba una fuerte resaca y comentes peligrosas. Nessa vio que él miraba a Thomas y se fijaba en que los vaqueros del chico estaban mojados hasta las rodillas.

-La has sacado del agua -dijo, y su voz baja sonó engañosamente tranquila.

Thomas no le dio importancia al asunto.

-Yo también tengo una sobrina de cinco años. —Zachary se levantó con esfuerzo apoyándose en el bastón. Le tendió la mano a Thomas.

-Gracias, hombre. Siento lo de antes. Soy... novato en esto de los crios.
Nessa contuvo el aliento. Conocía bien a Thomas y, si había llegado a la conclusión de que Zachary Efron era el enemigo, jamás le daría la mano.

Pero Thomas vaciló sólo un momento antes de estrechársela.

De nuevo, una ráfaga de emociones vibró en los ojos de Zachary, y de nuevo intentó ocultarlas. Alivio. Gratitud. Pena.

Siempre pena y siempre vergüenza. Pero aquella expresión desapareció casi al instante. Cuando Zac Efron se empeñaba en ocultar sus emociones, lo conseguía, escondiéndolas pulcramente detrás de la ira, siempre presente, que bullía dentro de él. Lograba utilizar aquella ira para ocultarlo todo a la perfección: todo, salvo la potente atracción sexual que sentía por ella. Aquello lo exhibía con luces de neón y anuncios de un millón de dólares el minuto.

La noche anterior, cuando le había dicho que quería que compartiera su cama, Nessa había creído que sólo pretendía asustarla. Pero se había equivocado por completo. Su manera de mirarla unos minutos antes la había dejado atónita.

Y la verdad era, por estúpido que pareciera, que la idea de mantener una relación física con aquel hombre no la hacía huir a su apartamento a todo correr y echar el pesado cerrojo que había hecho instalar en la puerta. No lograba comprender por qué.

El teniente Zachary Efron era la versión en carne y hueso de un Gey-perman; seguramente era un machista, bebía tanto que a mediodía de un día de diario todavía estaba hecho un desastre y, al parecer, arrastraba una amargura infinita. Y, sin embargo, por alguna extraña razón, a Nessa no le costaba imaginarse entrando con él de la mano en su habitación para derretirse juntos sobre la cama.

Aquello no tenía nada que ver con su cara atractiva y de rasgos duros, ni con su cuerpo musculoso e irresistiblemente fornido. Bueno, sí, de acuerdo. No estaba siendo del todo sincera consigo misma. Algo tenía que ver. Era cierto: se había fijado en que aquel hombre debería ocupar tres páginas de un calendario dedicado al tío bueno del mes. Y se había fijado una y otra vez.

Pero, por más que intentaba mostrarse indiferente, eran la ternura de sus ojos cuando hablaba con Natasha, y sus dolorosos intentos de sonreír a la pequeña lo que encontraba irresistible. La ternura era su debilidad, y sospechaba que, bajo su caparazón de amargura e ira, y pese a que veces era malhablado y grosero, aquel hombre poseía una espíritu sumamente tierno.

-Vamos a hacer un trato respecto a la playa -dijo Zac a su sobrina-. No puedes bajar aquí sin un mayor, ni nunca, nunca, meterte en el agua sola.

-Eso ha dicho Thomas -le dijo Tasha-. Dijo que me «ahodaría».

-Thomas tiene razón -contestó Zac.

-¿Qué es «ahodarse»? -preguntó la niña.

-Ahogarse -puntualizó él-. ¿Alguna vez has intentado respirar debajo del agua?

Tash negó con la cabeza y sus rizos rojos se alborotaron.

-Pues no lo intentes. Las personas no pueden respirar debajo del agua. Sólo los peces pueden. Y tú no pareces un pez.

La niña se echó a reír, pero insistió.

-¿Qué es «ahodarse»?

Nessa cruzó los brazos y se preguntó si Zac intentaría eludir de nuevo la cuestión o si se lanzaría a discutir el tema de la muerte con Natasha.

-Bueno -dijo lentamente-, si alguien se mete en el agua y no sabe nadar, o está herido, o las olas son muy grandes, el agua puede taparle la cabeza. Y entonces no puede respirar. Normalmente, no pasa nada cuando el agua te tapa la cabeza. Aguantas la respiración. Y luego vuelves a salir a la superficie y sacas la nariz y la boca y vuelves a respirar. Pero, como te decía, puede que una persona no sepa nadar, o que le dé un calambre en la pierna, o que el mar esté muy revuelto, y no pueda subir a tomar aire. Y, si no hay aire y no puede respirar, se muere. Se ahoga. La gente necesita respirar aire para vivir.

Natasha miraba a su tío sin pestañear, con la cabeza ligeramente ladeada.

-Yo no sé nadar -dijo por fin.

-Entonces te enseñaré -respondió Zac sin vacilar-. Todo el mundo tendría que saber nadar. Pero, aunque sepas nadar, no puedes meterte sola en el agua. Ni siquiera los SEAL nadamos solos. Tenemos unos amigos, los compañeros de zambullida, que nos vigilan y a los que vigilamos. Durante las próximas semanas, tú y yo, Natasha, vamos a ser compañeros de zambullida, ¿de acuerdo?

-Me voy, señorita H. No quiero llegar tarde a trabajar.

Nessa se volvió hacia Thomas, contenta de que hubiera roto su ensueño. Estaba allí parada, como una idiota, mirando a Zac Efron hipnotizada por su conversación con la niña.

-Cuídate -le dijo.

-Siempre lo hago.

Natasha se arrodilló en la arena y empezó a empujar un viejo palito de piruleta como si fuera un coche. Thomas se agachó y le revolvió el pelo.

-Hasta luego, marcianita -saludó a Zac con una inclinación de cabeza-. Teniente. El SEAL se levantó del banco.

-Llámame Zac. Y gracias otra vez. —Thomas asintió una vez más y se marchó.

-Trabaja media jornada como guardia de seguridad en la universidad -dijo Nessa a Zac-. Así puede asistir como oyente a las clases en su tiempo libre..., aunque en realidad no tiene tiempo libre, porque también trabaja a jornada completa como ayudante de un paisajista de Coronado.

Él había vuelto a mirarla con los ojos azules entornados y, esa vez, imposibles de leer. A ella no le había dicho que podía llamarlo Zac. Quizá fueran cosas de hombres. Quizá los SEAL tuvieran prohibido que las mujeres los llamaran por su apodo. O quizá se tratara de algo más personal. Tal vez Zachary Efron no quería ser amigo suyo. Eso era, desde luego, lo que había dado a entender la noche anterior.

Nessa miró su coche, que seguía en mitad del aparcamiento.

-Bueno -dijo. Se sentía extrañamente azorada. No le costaba enfrentarse a aquel hombre cuando se portaba como un bruto. Pero, cuando la miraba así, sin otra expresión que el ligerísimo brillo de su ira perenne, se sentía desconcertada y nerviosa, como una colegiala enamorada de quien no la correspondía.

-Me alegro de que hayamos... de que haya encontrado a Natasha -miró de nuevo su coche, más para escapar del escrutinio de Zac que para asegurarse de que seguía allí-. ¿Puedo llevaros de vuelta al piso?

Zac sacudió la cabeza.

-No, gracias.

-Puedo ajustar el asiento, para ver si está más cómodo...

-No. Tenemos que ir de compras.

-Pero Natasha está toda mojada.

-Se secará. Además, me vendrá bien hacer un poco de ejercicio.
¿Ejercicio? ¿Estaba de broma?

-Lo que le vendría bien sería pasar una semana o dos en la cama.

De pronto, él pareció cobrar vida y su boca se torció en una media sonrisa cargada de sorna. Sus ojos brillaron con ardor y su voz se hizo más grave cuando se inclinó para hablarle directamente al oído.

-¿Te estás ofreciendo a mantenerme en la cama todo ese tiempo? Sabía que tarde o temprano cambiarías de opinión.

En realidad, sólo lo había dicho para ponerla nerviosa e irritarla. Nessa se negó a dejar que viera cuánto la había exasperado su comentario. Se acercó un poco más a él, levantó la vista y posó un momento la mirada en su boca antes de mirarlo a los ojos. Quería desconcertarlo, avergonzarlo antes de lanzar su ataque.

Pero no lanzó ningún ataque cuando lo miró a los ojos. La sonrisa sagaz de Zac se había borrado y tras ella sólo había quedado el deseo, que aumentaba, multiplicándose una y otra vez, exponencialmente, mientras se miraban a los ojos, y que traspasó a Nessa hasta marcar a fuego su alma. Ella era consciente de que Zac veía en sus ojos algo más que el simple reflejo de su propio deseo, y supo sin lugar a dudas que se había expuesto demasiado. Aquel fuego que ardía entre ellos no procedía sólo de él.

El sol caía a plomo sobre ellos y Nessa sentía la boca reseca. Intentó tragar saliva, humedecerse los labios secos, alejarse. Pero no podía moverse.

Zac alargó el brazo lentamente. Ella lo presintió: iba a tocarla, iba a estrecharla contra los músculos duros de su pecho y a apoderarse de su boca en un beso ardiente, sobrecogedor, lleno de potencia.

Pero Zac sólo la acarició ligeramente. Trazó con los dedos el rastro de una gota de sudor que se había deslizado bajo su oreja, por su cuello y su clavícula antes de desaparecer bajo el cuello de la camiseta. La tocó con delicadeza, con un solo dedo, pero en muchos sentidos aquel contacto fue mucho más sensual, mucho más íntimo, que un beso.

El mundo pareció girar a su alrededor y Nessa estuvo a punto de tenderle los brazos. Pero por suerte la cordura se apoderó de ella y retrocedió.

-Cuando cambie de idea -dijo con voz apenas más alta que un susurro-, hará frío en julio.

Se volvió, a pesar de que le temblaban terriblemente las piernas, y regresó a su coche. Zac no hizo intento de seguirla, pero cuando montó en el coche y se alejó, Nessa vio por el espejo retrovisor que seguía mirándola.

¿Lo había convencido? Tenía sus dudas. Ni siquiera estaba segura de que hubiera conseguido convencerse a sí misma.

2 comentarios:

dani1301 dijo...

oh dios mio
zac puso nerviosa a nessa
y me parece bien que publiques los domingos
bueno me encanta tu nove
siguela prontito
bye

LaLii AleXaNDra dijo...

O_o ME EnCanTo El CApi...
ME Quede :O ((Con LA Boca abierta))
EstUVo Super..
Espero Que llegue PRonTo El DomINgo para que pUBLiques..
ya quiero ver que pasa..
hahaha
;)
Muak

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