domingo, 21 de noviembre de 2010

Capítulo 5

-Bueno, Tash -gritó Zac desde el rellano del segundo piso, donde por fin había acabado de sujetar el armazón a la barandilla-. ¿Lista para una prueba de velocidad?

La niña asintió con la cabeza y él soltó la manivela y bajó la cuerda hacia ella.

La idea se le había ocurrido mientras estaban en la tienda de comestibles. No iba a poder subir las bolsas de la compra por las escaleras, hasta su piso de la segunda planta. Y Tasha, aunque intentaba ayudar cuando no se escapaba por ahí, no podría subir los dos tramos de empinadas escaleras cargada con toda la comida que necesitaban. Podía llevar quizá una o dos bolsas ligeras, pero nada más.

Él era experto en tácticas de guerra no convencionales. Podía inventar soluciones alternativas para casi cualquier situación, incluida ésa. Naturalmente, aquello no era la guerra, lo cual lo hacía todo mucho más fácil. Fuera lo que fuese lo que se le ocurriera, no iba a tener que llevarlo a la práctica bajo el fuego enemigo.

No le había costado mucho tiempo dar con una solución. Tasha y él se habían pasado por la ferretería del barrio y habían comprado lo necesario para fabricar una polea casera. Él podía haber subido fácilmente las cosas hasta el segundo piso con ayuda de una cuerda, pero con una manivela y unas poleas, Natasha también podría hacerlo.

Las bolsas de plástico llenas de alimentos estaban en el suelo, justo bajo la cuerda a la que Zac había atado un gancho.

-Engancha la cuerda a una de las bolsas -ordenó a su sobrina, inclinado sobre la barandilla-. Métela por las asas. Eso es.

Nessa Hudgens lo estaba observando.

Zac había notado su presencia desde el instante en que Tash y él se habían bajado del taxi con todas sus compras. Nessa volvía a estar en su jardín, haciendo Dios sabía qué, y lo miraba por el rabillo del ojo.

Lo había observado mientras él cambiaba los congelados y la comida perecedera a una mochila que había comprado y la llevaba dentro.

Lo había observado mientras hacía lo mismo con lo que había comprado en la ferretería, y mientras lo colocaba todo en el descansillo del segundo piso.

Lo había observado mientras se agachaba torpemente para sentarse en las escaleras con su caja de herramientas y se ponía manos a la obra.

No le había quitado ojo, pero había procurado en todo momento que él no la sorprendiera mirándolo.

De todos modos, él sentía sus ojos siguiéndolo. Y olía su presencia.

Dios, fuera lo que fuese lo que les había pasado en la playa... Zac sacudió la cabeza lleno de incredulidad. Fuera lo que fuese, quería más. Mucho más. Nessa lo había mirado y él se había sentido atrapado en un asombroso torbellino de instinto animal. Había sido incapaz de resistirse a tocarla, no dejaba de pensar en dónde habría ido a parar aquella gota de sudor que se había perdido bajo su camiseta. No hacía falta mucha imaginación para verla deslizarse lentamente entre sus pechos, hasta el suave hueco de su ombligo.

Después de aquello, le habían dado ganas de lanzarse a por todas. Casi se había preguntado si no habría subestimado gravemente las notitas con caras sonrientes.

Pero había visto la mirada perpleja de Vanessa. La atracción que había surgido entre ellos la había pillado desprevenida. No la deseaba, ni lo deseaba a él. Ciertamente, no para un solo encuentro sexual, por apasionado que fuera, y menos aún para algo a más largo plazo.

Lo cual no era una sorpresa.

-¡No puedo! -gritó Natasha a Zac con cara de preocupación.
Nessa se había mantenido al margen desde que habían llegado a casa. No había vuelto a ofrecerse a ayudarles. Pero ahora se levantó, incapaz de ignorar la nota de angustia que había en la voz de Tasha.

-¿Puedo ayudarte con eso, Natasha? -preguntó directamente a la pequeña. Ni siquiera se molestó en mirar a Zac.

Él se enjugó el sudor de la cara mientras veía retroceder a Tasha y colgar a Nessa las asas de la bolsa de plástico en el gancho. Debía haber cerca de treinta grados a la sombra, pero cuando Nessa por fin levantó la vista hacia él, pareció soplar una ráfaga de aire helado.
Ella intentaba comportarse como si no tuviera el menor interés en él. Sin embargo, se había pasado la hora y media anterior observándolo. ¿Por qué?

Tal vez, fuera lo que fuese lo que atraía constantemente la mirada de Zac hacia ella, lo que había hecho que se golpeara el pulgar con el martillo innumerables veces, lo que hacía tensarse cada músculo de su cuerpo cuando pensaba en ella, fuera lo que fuese aquella sensación incontrolable..., tal vez ella también la sintiera. Era lujuria y deseo multiplicados por mil y transformados en algo mucho más poderoso.

Zac no quería tener nada que ver con ella. No quería complicarse la vida, no quería líos, no quería sufrir. Y sin embargo, al mismo tiempo, la deseaba desesperadamente. La deseaba más de lo que había deseado nunca a una mujer.

Si hubiera sido asustadizo, habría sentido pánico.

-Será mejor que nos apartemos -advirtió Nessa a Tasha cuando Zac empezó a girar la manivela.

La bolsa subió fácilmente, abultada y tensa por el peso. Pero luego, como a cámara lenta, el fondo cedió y su contenido se estrelló contra el suelo.

Zac soltó una maldición cuando un paquete de seis botellas de cerveza se hizo añicos y su contenido se mezcló con el zumo de arándanos de un recipiente de dos litros, cuatro tomates aplastados y un aguacate que nunca más vería la luz del día. Por suerte, la barra de pan italiano que también iba en la bolsa había rebotado y se había salvado del desastre.

Nessa miró aquel desaguisado y luego a Zachary Efron. Él, que había cortado en seco su letanía de improperios, se levantó en silencio, con la boca tensa y los ojos llenos de una desesperación mucho más honda de lo que exigía la situación.

Nessa comprendió, sin embargo, que, al mirar la acera del patio por encima de la barandilla, Zachary Efron veía mucho más que aquel destrozo. Sabía que estaba viendo su vida, tan hecha añicos como aquellas botellas de cerveza. Aun así, él respiró hondo y se obligó a sonreír a Natasha, que lo miraba con los ojos muy abiertos.

-Vamos bien -dijo mientras volvía a bajar la cuerda-. Estamos a punto de conseguir un éxito impresionante -empezó a bajar las escaleras, apoyado en el bastón-. ¿Y si intentamos poner dos bolsas, una dentro de la otra? ¿O una bolsa de papel dentro de una de plástico?

-¿Y bolsas de tela? -sugirió Nessa.

-Apártate de los cristales rotos, Tash -advirtió Zac a su sobrina-. Sí, unas bolsas de tela estarían bien, pero no tengo ninguna.

«Zachary», pensó Nessa. ¿Cuándo había dejado de ser Efron para convertirse en Zachary? ¿Cuando había mirado a su sobrina y, pese a su dolor, había sonreído, o había sido antes, en el aparcamiento de la playa, cuando había estado a punto de hacerla arder con una sola mirada?

Nessa subió las escaleras y pasó a su lado. De pronto era extremadamente consciente de que él se había quitado la camisa hacía casi una hora. Incluso de lejos le había resultado difícil no fijarse en su piel tersa y bronceada y sus músculos duros. De cerca, le era imposible no mirarlos.

Él llevaba solamente un bañador suelto, de colores vivos, que le quedaba caído sobre las caderas estrechas. Los músculos de su estómago parecían una tabla de lavar, y su piel sudorosa relucía. El otro tatuaje de su bíceps era una serpiente marina, no una sirena, como Nessa había creído al principio.

-Tengo unas bolsas -dijo ella, y escapó a la frescura de su apartamento. Se detuvo un momento para tomar aire, temblorosa. ¿Qué tenía aquel hombre que hacía palpitar su corazón el doble de rápido? Zachary Efron la intrigaba: eso no podía negarlo. Y exudaba una sexualidad salvaje y apenas domada que conseguía cautivarla constantemente. Sí, era sexy. ¿Y qué? Era guapísimo. Se esforzaba por superar un montón de problemas graves, y aquello le daba un aire trágico y fascinante. Pero ésos nos eran los criterios que ella solía usar para decidir si iniciaba o no una relación sexual con un hombre.

El hecho era que no iba a acostarse con él, se dijo con firmeza. Probablemente no, desde luego. Hizo girar los ojos con fastidio. ¿Probablemente no?

Tenía que ser la luna llena lo que la hacía sentirse así. O, como decía su madre, quizá los planetas se hubieran alineado formando una extraña conjunción que la hacía cada vez más temeraria. O quizá fuera que, como se estaba acercando a los treinta, su cuerpo estaba cambiando y liberaba hormonas en cantidades que ella no podía segur ignorando.

Fuera cual fuese el motivo -místico o científico-, lo cierto era que no se acostaría con un desconocido. Lo que pasara entre ellos, no ocurriría hasta que hubiera tenido ocasión de conocer mejor a aquel hombre. Y tenía la impresión de que, cuando llegara a conocerlo y estuviera al corriente de su vasta colección de problemas físicos y psicológicos, no le resultaría muy difícil mantenerse alejada de él.

Sacó del armario sus bolsas de tela y volvió a salir. Zac estaba agachado en la acera, intentando recoger los desperdicios.

-Espera, Zachary. No recojas los cristales -dijo ella-. Tengo guantes de trabajo y una pala que puedes usar para limpiarlos -no se atrevió a ofrecerse a hacerlo en su lugar. Sabía que se negaría-. Voy por ellos. Ten, toma esto.

Tiró las bolsas por encima de la barandilla y él las agarró sin apenas esfuerzo mientras ella volvía a entrar.

Zac miró el mensaje impreso en las bolsas que le había lanzado Nessa e hizo girar los ojos. Naturalmente, tenía que ser algo político. Sacudió la cabeza, se sentó en la hierba y empezó a meter la comida que había quedado intacta en las bolsas de tela.

-«¿No sería bonito que la educación estuviera del todo subvencionada y que el gobierno tuviera que organizar una venta de tartas para comprar un bombardero?» -dijo, citando el mensaje de las bolsas, cuando Nessa volvió a bajar las escaleras.

Ella llevaba una bolsa de basura de plástico, un par de guantes de trabajo y algo que se parecía sospechosamente a un recogedor de excrementos de perro. Le lanzó una sonrisa de soslayo.

-Sí -dijo-. Sabía que te gustaría.

-Me metería encantado en una larga discusión acerca de la ignorancia del civil medio acerca de los gastos militares -repuso él-, pero ahora mismo no me apetece.

-¿Qué te parece si yo hago como que no acabas de llamarme ignorante y tú haces como si yo no creyera que eres un militarista y tonto de remate? -replicó ella con demasiada dulzura.

Zac tuvo que echarse a reír. Su voz era profunda y grave. Apenas podía recordar cuándo había sido la última vez que se había reído así. Seguía sonriendo cuando la miró.

-Me parece justo -dijo-. Y quién sabe..., puede que los dos nos equivoquemos -Nessa le sonrió, pero su sonrisa era indecisa y recelosa-. No te he dado las gracias por ayudarme esta mañana -añadió él-. Siento haberme puesto...

Nessa lo miró y esperó a que acabara la frase. ¿Antipático? ¿Nervioso? ¿Furioso? ¿Inoportuno? ¿Demasiado sexy? Se preguntaba por qué se estaba disculpando exactamente.

-Grosero -concluyó él por fin, y miró a Natasha.

La niña estaba tumbada de espaldas a la sombra de una palmera. Miraba el cielo a través de sus dedos extendidos y de las hojas y cantaba una canción ininteligible y probablemente improvisada.

-No sé qué hacer -reconoció con otra sonrisa ladeada-. No sé cómo ocuparme de un niño y... -se encogió de hombros-. Aunque supiera, psicológicamente no estoy en mi mejor momento, ¿sabes?

-Lo estás haciendo muy bien. —La mirada que él le lanzó estaba cargada de buen humor e incredulidad.

-Llevaba menos de media hora a mi cargo y he estado a punto de perderla -cambió de postura, intentando ponerse más cómodo, e hizo una pequeña mueca al sentir dolor en la pierna-. Mientras volvíamos a casa le dije que teníamos que establecer unas cuantas normas, cosas básicas, como que me avisara si iba a salir del piso y que jugara dentro del patio. Me miraba como si le hablara en francés -se detuvo y volvió a mirar a la niña-. Sharon no le ha puesto ninguna norma. Ha dejado que la niña vaya donde quiera y cuando quiera. No estoy seguro de que lo que le he dicho haya servido de algo.

Se incorporó apoyándose en el bastón y llevó una de las bolsas de tela llenas hasta el gancho y la cuerda, esquivando el charco de cristales rotos, cartón mojado y zumo de arándanos mezclado con cerveza.

-Tienes que darle tiempo, Zacchary -dijo Nessa-. Recuerda que vivir aquí, sin su madre, tiene que ser tan nuevo y raro para ella como para ti.

Él se volvió para mirarla mientras sujetaba las asas de tela al gancho.

-¿Sabes? -dijo-, la gente no suele llamarme Zachary. Soy Zac. Hace años que me llaman así -empezó a subir las escaleras-. Bueno, Sharon, mi hermana, me llama Zachary, pero todos los demás me conocen por Zac, desde mi compañero de zambullida a mi CJ. - Miró a Nessa. Ésta seguía de pie en el patio, observándolo sin esconderse. Su ropa de trabajar en el jardín estaba casi tan sucia como la suya, y varios mechones de su pelo largo y oscuro habían escapado de su coleta. ¿Cómo era posible que él se sintiera como un despojo empapado en sudor y que ella estuviera tan guapa?

-¿Tu C.J.? -repitió ella.

-Comandante en jefe -explicó él, y empezó a girar la manivela.

La bolsa subió y, esta vez, llegó hasta el segundo piso.

Nessa aplaudió y Natasha se acercó e hizo varias volteretas en la hierba para celebrarlo.

Zac estiró el brazo por encima de la barandilla, levantó la bolsa y la dejó en el descansillo, a su lado.

-Baja la cuerda. Voy a enganchar la que queda -dijo Nessa.

La segunda subió con la misma facilidad.

-Vamos, Tash. Sube y ayúdame a guardar todas estas cosas -dijo Zac, y la pequeña subió corriendo las escaleras. Él se volvió para mirar a Nessa-. Enseguida bajo a limpiar todo eso.

-¿Sabes, Zachary?, no tengo nada mejor que hacer y puedo...

-Zac -la interrumpió él-, no Zachary. Y voy a limpiarlo yo, no tú.

-¿Te importa que te llame Zachary? Quiero decir que, después de todo, es tu nombre...

-Sí, me importa. No es mi nombre. Zac es mi nombre. Me convertí en Zac al unirme a los SEAL -su voz se hizo más suave-. Zachary no es nadie.

Zac se desesperó al oír un grito espeluznante.

Rodó de la cama, cayó al suelo y buscó a tientas su arma antes de despertarse del todo. Pero no tenía ningún arma de fuego escondida bajo la almohada, ni junto a la cama: las había guardado todas con llave en el armario. No estaba en la jungla, en una misión peligrosa, echando una sueñecito antes de entrar en combate. Estaba en su cuarto, en San Felipe, California, y el ruido que lo había sacado de la cama procedía de las poderosas cuerdas vocales de su sobrina de cinco años, que supuestamente dormía a pierna suelta en el sofá del cuarto de estar.

Zac se acercó a trompicones a la pared y encendió la luz. Recogió su bastón, abrió la puerta y echó a andar por el pasillo en dirección al cuarto de estar.

Vio a Natasha a la luz de su dormitorio, que iluminaba tenuemente el pasillo. Estaba llorando, sentada en el sofá, entre las sábanas revueltas, con el pelo enmarañado por el sudor.

-Eh -dijo Zac-, ¿qué demo...? ¿Qué pasa, Tash?
La niña no contestó. Siguió llorando. Zac se sentó junto a ella, pero Natasha no paraba de llorar.

-¿Quieres un abrazo o algo? -preguntó, y ella negó con la cabeza y siguió sollozando-. Mmm –dijo Zac, sin saber qué hacer ni qué decir. En ese momento, llamaron a la puerta-. ¿Quieres ir a abrir? -le preguntó a Natasha. Ella no respondió-. Entonces supongo que me toca ir a mí -dijo, y descorrió el cerrojo y abrió la pesada puerta de madera.

Nessa estaba al otro lado de la mosquitera. Llevaba puesto un albornoz blanco y tenía el pelo suelo alrededor de los hombros.

-¿Va todo bien?

-No, no estoy asesinando ni torturando a mi sobrina -contestó Zac en tono tajante, y cerró la puerta. Pero volvió a abrirla enseguida y abrió la mosquitera-. No sabrás por casualidad dónde tiene Tash el interruptor de encendido y apagado, ¿verdad?

-Esto está muy oscuro -dijo Nessa al entrar-. Quizá deberías encender todas las luces para que vea dónde está.

Zac encendió la luz del techo... y se dio cuenta de que estaba delante de su sobrina y de su vecina vestido únicamente con los calzoncillos nuevos, blancos, ceñidos y prácticos que se había comprado durante su segunda visita del día anterior al supermercado. Menos mal que los había comprado, o seguramente habría estado desnudo.

Ya fuera por la claridad repentina o por verlo en ropa interior, el caso fue que Natasha dejó de llorar inmediatamente. Seguía sollozando y todavía tenía los ojos llenos de lágrimas, pero su gemido, parecido a una sirena, había cesado.

Nessa se quedó pasmada al verlo, pero decidió comportarse como si visitar a un vecino que estaba en calzoncillos fuera lo más natural del mundo. Se sentó en el sofá, junto a Tasha, y le dio un abrazo. Zac se disculpó y volvió a su habitación para ponerse unos pantalones cortos.

En realidad, no era para tanto. Lucky O'Donlon, su compañero de zambullidas y mejor amigo en la unidad de los SEAL, le había comprado en la Costa Azul un tanga de baño que le cubría mucho menos que esos calzoncillos. Aunque, naturalmente, ni muerto se habría puesto aquella minúscula prenda.

Se puso los pantalones cortos y volvió al cuarto de estar.

-Tiene que haber sido una pesadilla horrible -oyó que le decía Nessa a Tasha.

-Me caía en un agujero grande y negro -dijo Tash con una vocecilla, entre hipo e hipo-. Y chillaba, chillaba y chillaba y veía a mi mamá arriba, pero no me oía. Tenía cara de enfadada y se iba. Y luego empezaba a subir el agua y me tapaba la cabeza y yo sabía que me iba a ahogar.

Zac comenzó a maldecir para sus adentros. No estaba seguro de poder aliviar el miedo de Natasha al abandono, pero haría lo posible por asegurarse de que no tuviera miedo al mar. Se sentó junto a ella en el sofá y la niña se subió a su regazo. Zac sintió que el corazón le daba un vuelco cuando su sobrina le rodeó el cuello con los brazos.

-Mañana por la mañana empezaremos tus clases de natación, ¿de acuerdo? -dijo con voz áspera mientras intentaba ocultar la emoción que de pronto le cerraba la garganta.

Natasha asintió con la cabeza.

-Cuando me desperté, estaba muy oscuro. Y alguien había apagado la tele.

-La apagué yo cuando me fui a la cama -dijo Zac. Ella levantó la cabeza y lo miró. Tenía la punta de la nariz rosa y la cara húmeda por las lágrimas.

-Mamá siempre la deja encendida. Así no se siente sola.

Nessa miraba a Zac por encima de los rizos rojos de Tasha. Intentaba refrenar su lengua, pero saltaba a la vista que tenía algo que decir.

-¿Por qué no te das una carrera hasta la letrina?-preguntó él a Tasha.

Ésta asintió y se bajó de un salto de sus rodillas.

-La letrina es el cuarto de baño en un barco -informó la niña a Nessa mientras se limpiaba la nariz húmeda con la mano-. Antes de irnos a la cama, Zac y yo jugamos a que estábamos en un barco pirata. El era el capitán.

Nessa intentó disimular su sonrisa. Así que aquél era el origen de los extraños sonidos que había oído en el apartamento de Zac a eso de las ocho.

-También hemos jugados a los príncipes rusos-añadió la pequeña.

Zac se sonrojó: sus pómulos prominentes se tiñeron de un delicado tono de rosa.

-Son más de las dos de la madrugada, Tash. Date prisa. Y lávate la cara y suénate la nariz, ya que vas al baño.

-«Ron, ron, ron, la botella de ron» -entonó Nessa cuando la niña desapareció por el pasillo.

El rubor no desapareció, pero Zac la miró fijamente a los ojos.

-Estoy sentenciado, ¿verdad? -dijo con resignación-. Vas a burlarte de mí hasta el fin de los tiempos. —Nessa sonrió.

-Tengo la sensación de tener un arma poderosa -reconoció, y añadió-: Majestad. ¿O has dejado que Natasha fuera por una vez la princesa?

-Muy graciosa.

-Lo que habría dado por ser una mosca en la pared...

-Tiene cinco años -intentó explicar él, y se pasó una mano por el pelo despeinado-. No tengo ni un solo juguete en casa. Ni ningún libro, aparte de los que estoy leyendo... que no son muy apropiados. Ni siquiera tengo papel y lápices para dibujar... —Ella había ido demasiado lejos con sus bromas.

-No tienes por qué explicarte. La verdad es que me parece increíblemente tierno. Sólo que es... sorprendente. No pareces muy fantasioso.

Zac se inclinó hacia delante.

-Mira, Tash va a volver enseguida. Si hay algo que quieras decirme sin que nos oiga, será mejor que lo digas ya.

Nessa se quedó de nuevo sorprendida. Zac no le parecía especialmente intuitivo. De hecho, parecía estar siempre absorto en sí mismo y envuelto en su ira. Pero tenía razón. Había algo que quería preguntarle sobre la niña.

-Me estaba preguntando -dijo- si has hablado con Natasha de dónde está su madre ahora mismo -él sacudió la cabeza-. Quizá deberías hacerlo.

Él cambió de postura. Saltaba a la vista que estaba incómodo.

-¿Cómo le hablas de cosas como el alcoholismo y la adicción a una niña de cinco años?

-Seguramente ella sabe más al respecto de lo que crees -repuso Nessa con calma.

-Sí, supongo que sí -dijo él.

-Puede que así se sienta un poco menos abandonada.

Zac levantó la vista hacia ella y la miró a los ojos. Incluso en aquel momento de conversación tranquila y seria, cuando sus ojos se encontraron, se produjo un poderoso estallido de deseo. Él deslizó los ojos hasta el cuello abierto de su albornoz y ella lo vio mirar lo poco que se veía de su camisón. Era un camisón blanco, con un volante estrecho y calado del mismo color.

Zac quería ver el resto, Nessa lo comprendió por la expresión anhelante de sus ojos. ¿Se llevaría una desilusión si sabía que su camisón era sencillo y práctico? Era una prenda corriente, nada sexy, hecha de algodón ligero.

Él volvió a mirarla a los ojos. No, no se llevaría una desilusión, porque, si alguna vez llegaba a verla en camisón, Nessa sólo lo llevaría puesto tres segundos antes de que él se lo quitara.

La puerta del baño se abrió y Zac apartó por fin la mirada cuando su pequeña carabina volvió a entrar en el cuarto de estar.

-Será mejor que me vaya -Nessa se levantó-. No hace falta que me acompañéis.

-Tengo hambre -dijo la niña. Zac se levantó.

-Pues vamos a la cocina a ver qué encontramos de comer -se volvió para mirar a Nessa-. Siento que te hayamos despertado.

-No pasa nada -Nessa se volvió hacia la puerta.

-Oye, Tash -oyó que decía Zac cuando ella salía por la mosquitera-, ¿te ha contado tu madre adonde iba?

Nessa cerró la puerta y volvió a su apartamento.
Se quitó la bata y se metió en la cama, pero no logró dormirse. No dejaba de pensar en Zac Efron.

Tenía gracia: el hecho de que ella supiera que era capaz de jugar a juegos de fantasía con su sobrina le hacía sonrojarse, y en cambio había abierto la puerta en calzoncillos sin mostrar el menor síntoma de vergüenza. Aunque, naturalmente, con un cuerpo como el suyo, ¿de qué iba a avergonzarse?

De todos modos, los calzoncillos que llevaba eran muy pequeños. El ajustado punto de algodón blanco dejaba muy poco a la imaginación. Y Nessa tenía una imaginación muy viva.

Abrió los ojos y deseó no dejarse llevar por ella. Aquello sí que eran juegos fantásticos. Podía intentar imaginar que no le molestaba sinceramente que Zac hubiera sido soldado profesional, y Zac podía fingir que no le pesaban sus limitaciones físicas, que estaba psicológicamente sano, que no luchaba contra la depresión ni recurría al alcohol para embotar su infelicidad.

Nessa se tumbó boca abajo y encendió la lámpara de su mesilla de noche. Estaba completamente despierta, así que podía leer. Era mejor que estar tumbada en la oscuridad, soñando con cosas que nunca sucederían.

Zac cubrió a la niña dormida con una manta ligera. La televisión emitía una luz parpadeante y un suave murmullo de voces. Tash no se había quedado dormida hasta que la había encendido, y Zac había comprendido que no debía apagarla.

Entró en la cocina y se sirvió un par de dedos de whisky. El ardor del alcohol y la sensación de aturdimiento que lo acompañaba le sentaron bien. Dios, lo necesitaba. Hablarle a Natasha del ingreso de Sharon en un centro de desintoxicación no había sido divertido. Pero sí necesario. Nessa tenía razón.

Tash no tenía ni idea de dónde había ido su madre. Creía, en realidad, que Sharon estaba en la cárcel. Había oído retazos de conversaciones acerca del accidente de tráfico en el que se había visto envuelta Sharon y creía que la habían detenido por atrepellar a alguien.

Zac le había explicado que el conductor del coche con el que había chocado su madre estaba malherido en el hospital, pero no había muerto. No entró en detalles acerca de lo que ocurriría si llegaba a morir: la niña no necesitaba enterarse de eso. Pero sí le explicó lo que era un centro de desintoxicación y por qué Sharon no podía salir de él para ir a visitarla, ni Tash podía ir a verla.

La niña no había parecido muy convencida al oír que, cuando saliera de la clínica, su madre no volvería a beber.

Zac sacudió la cabeza. Una escéptica de cinco años. ¿Adonde iba a ir a parar el mundo?
Tomó la botella y el vaso, cruzó el cuarto de estar y salió al descansillo tenuemente iluminado. La atmósfera estéril y monótona que el aire acondicionado daba a su piso siempre le molestaba, sobre todo a esas horas de la noche. Respiró hondo el aire húmedo y salobre, llenándose los pulmones con el cálido olor del mar.

Se sentó en los escalones y bebió otro sorbo de whisky. Quería que el licor lo relajara y le hiciera dormir, para pasar sin sentir las largas y oscuras horas que quedaban hasta la mañana. Maldijo para sus adentros al pensar que eran casi las tres de la madrugada y allí estaba, completamente despierto. Esa noche, al tumbarse en la cama, se había convencido de que el cansancio se apoderaría de él y lo mantendría profundamente dormido hasta el día siguiente. No contaba con que Tasha tuviera una pesadilla a las dos.

Apuró el vaso y se sirvió otra copa.

La puerta de Nessa apenas hizo ruido al abrirse, pero él la oyó en medio del silencio. Aun así, no se movió cuando ella salió, ni dijo nada hasta que estuvo de pie junto a la barandilla, mirándolo.

-¿Cuánto tiempo hace que murió tu perro? -preguntó en voz baja para no despertar a los otros vecinos.

Ella se quedó muy quieta unos segundos. Por fin se rió suavemente y se sentó junto a él en la escalera.

-Unos ocho meses -le dijo. Su voz sonaba aterciopelada en la oscuridad-. ¿Cómo sabes que tenía perro?

-Soy un buen adivino -murmuró él.

-No, en serio... Dímelo.

-Por el recogedor que me dejaste para limpiar los desperdicios del patio -contestó él-. Y tu coche tenía..., ¿cómo podría decirlo con delicadeza?,eh, cierto perfume canino.

-Se llamaba Zu. Tenía como un millón de años, para ser una perra. Me la regalaron cuando yo tenía ocho.

-¿Zu? -preguntó Zac.

-Sí, Zu -dio ella-. Era un diminutivo de Zuzú. La llamé así por una niña de una película...

-Qué bello es vivir -dijo él. Nessa lo miró con sorpresa.

-¿La has visto?

Él se encogió de hombros.

-¿No la ha visto todo el mundo?

-Seguramente. Pero casi nadie se acuerda del nombre de la hija pequeña de George Bailey.

-Es una de mis favoritas -Zac la miró de soslayo-. Te sorprende que me guste, ¿en? Todas las escenas de guerra son secundarias.

-Yo no he dicho que...

-Pero lo estabas pensando -Zac bebió otro sorbo de su copa.

Era whisky. Nessa notó el olor punzante desde donde estaba sentada.

-Siento lo de tu perra.

-Gracias -dijo Nessa. Se rodeó las rodillas con los brazos-. Todavía la echo de menos.

-Es muy pronto para tener otra, ¿eh? -dijo él. Ella asintió con la cabeza-. ¿De qué raza era? No, déjame adivinar -se movió ligeramente para mirarla. Nessa notó que la observaba en la oscuridad, como si verla pudiera ayudarlo a dar con la respuesta.

Ella mantuvo los ojos cerrados. De pronto temía mirarlo cara a cara. ¿Por qué había salido? No tenía por costumbre tentar a su suerte, y estar allí sentada, a oscuras y a medio metro de aquel hombre, era buscarse problemas.

-Mezcla de labrador y spaniel -dijo Zac por fin, y ella levantó la mirada.

-Tienes razón a medias, aunque en realidad sólo sé que tenía algo de cocker spaniel. A veces me parecía que también era en parte un golden retriever -hizo una pausa-. ¿Cómo has sabido que era mestiza?

El bajó las cejas con expresión de burlona incredulidad.

-Como si fueras a adoptar un perro que no estuviera en la perrera. Y seguramente a punto de ser sacrificado, ¿verdad?

Ella tuvo que sonreír.

-De acuerdo, está claro que has adivinado perfectamente cómo soy. Ya no hay ningún misterio en nuestra relación...

-Nada de eso. Hay una última cosa que necesito aclarar.

Zac le sonreía en la oscuridad. Estaba coqueteando con ella, permitiéndose una conversación desenfadada y seductora. Nessa se habría sorprendido si no supiera ya que Zachary Efron era una caja de sorpresas.

-¿Qué haces todavía levantada? -preguntó él.

-Yo podría preguntarte lo mismo -repuso ella.

-Me estoy recuperando de mi charla con Tasha -miró su copa y su buen humor se disipó de inmediato-. No estoy seguro de que haya servido de algo. Es bastante escéptica en lo que se refiere a su madre -se rió, pero no había alegría en su voz-. Y con toda razón.

Nessa miró hacia el piso de Zac. Vio el resplandor de la televisión a través de un hueco de las cortinas.

-No estará despierta, ¿verdad? —Él suspiró y negó con la cabeza.

-Necesita que la tele esté puesta para dormir. Ojalá yo encontrara una solución tan sencilla para el insomnio.

Nessa miró la copa que tenía en la mano.

-No creo que sea ésa.

Zac no dijo nada: se limitó a mirarla. Nessa tampoco dijo una palabra. Ella no echaba sermones, no hacía reproches, ni daba lecciones. Pero, pasados unos segundos, al ver que él no respondía, se levantó.

-Buenas noches -dijo.

Él no quería que se fuera. Curiosamente, la noche no le parecía tan agobiante si ella estaba cerca. Pero no sabía qué decir para que se quedara. Podía haberle dicho que no era como Sharon, que podía dejar de beber cuando quisiera, pero habría parecido la afirmación de un alcohólico.

Podía haberle dicho que tenía voluntad suficiente para parar... pero que, en ese momento, no tenía fuerzas para afrontar el hecho de que la Armada había prescindido de él.

No dijo nada, sin embargo, y ella entró en su casa sin hacer ruido y cerró la puerta.
Y Zac se sirvió otra copa.

3 comentarios:

이지준 dijo...

Omg
amo tu nove esta super cool
siguela no la dejes ahi
ahhhh
jejeje
bye
:)

LaLii AleXaNDra dijo...

O_o Esta super...
Siguela
me encanto el capi...
todo me gusto..
:D

dani1301 dijo...

ay no
estuvo muy bueno el capi
me encanta tu nove
siguela prontito
bye

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