domingo, 26 de diciembre de 2010

Capitulo 9

La sala de urgencias del hospital estaba atestada. Las enfermeras del mostrador de recepción no le hacían caso, así que finalmente Nessa se dio por vencida y entró por la parte de atrás. Mientras buscaba a Zac, se sintió empujada y zarandeada por la gente que pasaba a su lado y estuvo a punto de caerse al suelo.
-Disculpe, estoy buscando a...
-Ahora no, cielo -dijo una enfermera que caminaba rápidamente por el pasillo.
Nessa lo oyó antes de verlo. Su voz era baja y su lenguaje abominable. No cabía duda de que era Zachary Efron.
Ella siguió su voz hasta una habitación grande con seis camas, todas ocupadas. Zac estaba sentado en la suya, con la pierna derecha extendida hacia delante. Tenía la rodilla hinchada y amoratada, la camiseta cubierta de sangre y un corte en el pómulo, justo debajo del ojo derecho. Sus codos y la otra rodilla parecían estar en carne viva, llenos de arañazos.
Un médico le estaba examinando la rodilla.
-¿Aquí también le duele? -preguntó mirando a Zac.
-Sí -vino a decir él, aparte de los coloridos superlativos que empleó en su respuesta. Una pátina de sudor había cubierto su cara, y se limpió el labio superior con el dorso de la mano mientras se armaba de valor para resistir el resto del examen.
-Creía que le habías prometido a Tasha no decir más palabrotas.
Él levantó la vista, sorprendido, y la miró directamente a los ojos.
-¿Qué haces aquí? ¿Dónde está Tash?
Nessa lo había sorprendido. Y no agradablemente. Vio que una mezcla de emociones cruzaba su semblante. Vergüenza. Azoramiento. Humillación. Sabía que él no quería que lo viera así, abatido y ensangrentado.
-Está con Thomas -le dijo-. He pensado que querrías.. . -¿qué? ¿Una mano a la que agarrarse? No, ya lo conocía lo bastante bien como para saber que Zac no quería ni necesitaba eso. Sacudió la cabeza. Había ido únicamente por sí misma-. Quería asegurarme de que estabas bien.
-Estoy bien.
-No lo parece.
-Depende de cómo definas la palabra -dijo él-. Según mi diccionario, significa que no estoy muerto.
-Perdone, señorita, ¿el señor Efron es amigo suyo? -era el médico-. Quizá pueda usted convencerlo de que se tome los calmantes contra el dolor que le hemos ofrecido.
Nessa sacudió la cabeza.
-No, no creo que pueda hacerlo. Es extremadamente terco... y es teniente de Marina, no señor a secas. Si ha decidido que no los quiere...
-Sí, ha decidido que no los quiere -la interrumpió Zac-. Y además, odia que hablen de él como si no estuviera en la habitación, así que si no les importa...
-La medicación le permitiría descansar mucho más cómodamente...
-Mire, lo único que quiero es que le haga una maldita radiografía a mi rodilla y se asegure de que no está rota. ¿Cree que podrá hacerlo?
-¿De qué cuerpo es teniente? -preguntó el doctor a Nessa.
-Por favor, pregúnteselo a él -dijo ella.
-Soy SEAL de la Armada... Bueno, lo era -dijo Zac.
El médico cerró bruscamente su portafolios.
-Perfecto. Debería haberlo imaginado. ¡Enfermera! -gritó mientras se alejaba-. Mande a este hombre a rayos X y prepare su traslado al centro de veteranos que hay junto a la base naval...
Zac estaba observando a Nessa y, cuando ésta se volvió para mirarlo, le lanzó una media sonrisa.
-Gracias por intentarlo.
-¿Por qué no te tomas los calmantes? -preguntó ella.
-Porque no quiero estar drogado y babeando cuando Dwayne vuelva para el segundo asalto. —Nessa apenas podía respirar.
-¿Volver? -repitió-. ¿Por qué? ¿Quién es ese hombre? ¿Y qué quería?
Zac cambió de postura, pero no pudo evitar hacer una mueca.
-Por lo visto mi hermana le debe dinero.
-¿Cuánto?
-No lo sé, pero voy a averiguarlo -sacudió la cabeza-. Mañana iré a hacerle una pequeña visita a Sharon, y al diablo con las normas del centro de desintoxicación.
-Cuando vi la navaja que llevaba... -a Nessa le tembló la voz y se detuvo. Cerró los ojos y procuró refrenar las lágrimas. No recordaba la última vez que se había asustado tanto-. No quería dejarte allí solo.
Abrió los ojos y lo encontró mirándola con expresión ilegible.
-¿No creías que pudiera ganar a ese tipo? -preguntó él con suavidad.
Ella no tuvo que contestar: sabía que Zac podía leer la respuesta en sus ojos. Era consciente de lo doloroso que le resultaba caminar, incluso con bastón. Conocía sus limitaciones. ¿Cómo iba a enfrentarse a un hombre tan corpulento como Dwayne, y armado con un cuchillo, sin salir mal parado? Y así había sido. Al parecer, estaba malherido.
Zac se rió con amargura y apartó la vista de ella.
-No me extraña que casi salieras corriendo en la playa. No te parezco muy hombre, ¿eh? —Nessa estaba atónita.
-¡Eso no es cierto! -protestó-. No es por eso por lo que...
-Hora de bajar a rayos X -anunció una enfermera, y acercó una silla de ruedas a la cama.
Zac no esperó a que la enfermera lo ayudara. Se incorporó y se sentó él solo en la silla. La rodilla tenía que dolerle espantosamente al moverla, pero no dijo una palabra. Cuando miró a Nessa, sin embargo, ella percibió todo su dolor en sus ojos.
-Vete a casa -dijo él con calma.
-Abajo están colapsados. Esto podría llevar un buen rato. Horas, incluso -informó la enfermera a Nessa mientras empezaba a llevarse a Zac-. No puede venir con él, así quédese fuera, en la sala de espera. Si quiere marcharse, él la llamará cuando acabe.
-No, gracias -dijo Nessa. Se volvió hacia Zac-. Zachary, estás muy equivocado en lo de...
-Vete a casa -repitió él.
-No -contestó ella-. No, voy a esperarte.
-No lo hagas -dijo él. La miró justo antes de salir de la sala-. Y no me llames Zachary.
Zac volvió a la sala de urgencias en silla de ruedas y con los ojos cerrados. Las radiografías habían tardado una eternidad, y estaba convencido de que Nessa se habría dado por vencida y se habría ido a casa.
Eran casi las ocho de la tarde. Todavía tenía que reunirse con el médico para hablar sobre lo que habían mostrado las radiografías. Pero Zac ya las había visto y sabía lo que iba a decirle el médico. Su rodilla no estaba rota. Estaba inflamada y magullada. Quizá los ligamentos hubieran sufrido algún daño, pero era difícil saberlo: la herida y las posteriores operaciones la habían dejado hecha un lío.
El médico iba a recomendar que lo trasladaran al hospital de veteranos para nuevos exámenes y un posible tratamiento. Pero eso tendría que esperar. Tenía que ocuparse de Natasha y debía enfrentarse a un lunático llamado Dwayne.
-¿Adonde lo llevan? -era la voz musical de Nessa.
Seguía allí, esperándolo, tal y como había dicho. Zac no supo si sentirse aliviado o desilusionado. Mantuvo los ojos cerrados e intentó no preocuparse mucho.
-El doctor tiene que echar un vistazo a las radiografías -dijo la enfermera-. Pero esta noche estamos desbordados. Dependiendo de cómo vayan las cosas, podría tardar cinco minutos o dos horas.
-¿Puedo sentarme con él? -preguntó Nessa.
-Claro -contestó la enfermera-. Igual puede esperar aquí que en cualquier otra parte.
Zac sintió que colocaban torpemente su silla de ruedas y oyó alejarse a la enfermera. Luego notó los dedos frescos de Nessa en la frente, apartándole el pelo de la cara.
-Sé que no estás dormido -dijo ella. Era tan agradable sentir su mano en el pelo... Zac la agarró de la muñeca, abrió los ojos y la apartó de él.
-Tienes razón -dijo-. Sólo quiero olvidarme de todo.
Ella lo miraba con ojos que eran una mezcla perfecta de verde y marrón.
-Pues, antes de que te olvides de mí también, quiero que sepas que... no juzgo si alguien es o no un hombre basándome en su habilidad para convertir a un oponente en una masa sanguinolenta. Y hoy no he huido de ti en la playa.
Zac volvió a cerrar los ojos.
-Mira, no tienes que explicarme por qué no quieres acostarte conmigo. Si no quieres, no quieres. Eso es lo único que necesito saber.
-Huía de mí misma -dijo ella en voz muy baja, con la voz algo quebrada.
Zac levantó los párpados. Se le encogió el corazón al ver que Nessa lo miraba con lágrimas en sus bellos ojos.
-Nessa, no, de verdad, no pasa nada -no era cierto, pero habría dicho o hecho cualquier cosa con tal de no verla llorar.
-No, sí que pasa -dijo ella-. Quiero ser tu amiga, de verdad, pero no sé si puedo. Llevo aquí sentada un par de horas, dándole vueltas y... -sacudió la cabeza y una lágrima resbaló por su mejilla.
Zac se perdió. Sentía tal tensión en el pecho que apenas podía respirar, y sabía la espantosa verdad. Se alegraba de que Nessa lo hubiera esperado. Se alegraba de que hubiera ido al hospital. Sí, también lo avergonzaba que lo hubiera visto en aquel estado, pero al mismo tiempo su presencia le había hecho sentirse bien. Por primera vez desde hacía muchísimo tiempo, no se
sentía solo.
Ahora, sin embargo, la había hecho llorar.
Alargó el brazo hacia ella y tocó su cara, enjugándole la lágrima con el pulgar.
-No es para tanto -susurró. Ella levantó la vista.
-¿No? -dijo. Cerró los ojos y apretó la mejilla contra la palma de su mano.
Volvió ligeramente la cabeza y rozó los dedos de Zac con los labios. Cuando volvió a abrir los ojos, él vio un fuego arder en sus pupilas, un fuego blanco y abrasador. La dulzura, la inocencia infantil habían desaparecido de su cara. Mientras lo miraba, era toda una mujer, puro deseo femenino.
A él se le quedó al instante la boca seca.
-Me tocas, aunque sea así, y lo siento -dijo ella con voz ronca-. Esta química... es imposible hacer como si no existiera.
Tenía razón, y él no pudo reprimirse. Levantó la mano y la hundió en su cabello largo, oscuro y suave. Nessa volvió a cerrar los ojos al sentir su caricia, y Zac notó que el corazón comenzaba a latirle con violencia.
-Sé que tú también lo sientes -musitó ella.
Zac asintió con la cabeza. Sí. Trazó con los dedos la curva suave de su oreja y dejó luego que la mano se deslizara hasta su cuello. Su piel era tan tersa como la seda.
Pero ella le agarró la mano, entrelazó sus dedos y se los apretó, y el hechizo se rompió.
-Pero, para mí, no basta con eso -le dijo-. Necesito algo más que química sexual. Necesito... amor.
Silencio. Un silencio gigantesco. Zac sentía palpitar su corazón y notaba el torrente de su sangre en las venas. Oía los ruidos que hacían otras personas en la sala de espera: conversaciones susurradas, un niño llorando suavemente... Oía a lo lejos un televisor, el traqueteo de una camilla vacía que alguien empujaba rápidamente por el pasillo.
-Eso no puedo dártelo -dijo.
-Lo sé -contestó ella con calma-. Por eso huí.
Le sonrió dulcemente, con una sonrisa llena de tristeza. La mujer seductora había desaparecido y había dejado tras ella a aquella muchacha amable, que quería más de lo que él podía darle y que sabía que no podía pedir nada. O que quizá sabía lo suficiente como para no querer pedir nada. Zac no era ninguna ganga. Ni siquiera estaba de una pieza.
Nessa le soltó la mano y él echó inmediatamente de menos el calor de su contacto.
-Veo que por fin te han aseado -dijo ella.
-Lo he hecho yo mismo -contestó él, asombrado porque pudieran hablar así después de lo que ella le había revelado-. He entrado en un cuarto de baño que hay cerca de rayos X y me he lavado.
-¿Y ahora qué va a pasar? -preguntó Nessa.
¿Qué acababa de revelar? Nada, en realidad, pensándolo bien. Había admitido que la atracción que había entre ellos era poderosa. Le había dicho que buscaba algo más que sexo, que quería una relación basada en el amor. Pero no había dicho que quisiera que él la amara.
Quizás estuviera embelleciendo la verdad. Tal vez había omitido sencillamente cualquier referencia al hecho de que, aunque él fuera capaz de darle lo que quería, a ella no le interesaba en realidad mantener una relación con un inválido.
-El médico echará un vistazo a mis radiografías y me dirá que no hay nada roto -le dijo Zac-. Nada que él pueda ver, por lo menos.
Se preguntaba si ella habría visto la pelea. ¿Había visto cómo Dwayne lo derribaba con un solo golpe certero lanzado a la rodilla? ¿Lo había visto caer a la acera como una piedra? ¿Había visto a Dwayne darle patadas mientras estaba allí tumbado, con la cara contra el cemento como un perro patético, demasiado necio para quitarse de en medio?
Y allí estaba otra vez, en una silla de ruedas. Había jurado no volver a sentarse en una, pero ahí había acabado.
-Maldita sea, teniente, cuando lo mandé a casa a descansar, me refería a que descansara, no a que se dedicara a pelearse por la calle -el capitán Steven Horowitz, vestido con su uniforme blanco de paseo, parecía relucir en medio de la triste sala de espera de urgencias. ¿Qué demonios estaba haciendo allí?-. El doctor Wright me ha llamado para decirme que un antiguo paciente mío estaba en urgencias, esperando que le hicieran una radiografía de la rodilla. Que tenía la rodilla hinchada y dañada por una herida anterior y que además tenía pinta de que le habían golpeado con un mazo. Pero, por lo visto, el paciente aseguraba que en la pelea en que se había metido no había intervenido ningún mazo -dijo Horowitz con los brazos cruzados sobre el pecho-. La pelea en la que se había metido. Y yo me he preguntado, ¿cuál de mis pacientes con rodillas lesionadas cometería la estupidez de meterse en una situación peligrosa, como una pelea, que podría dañar irremediablemente su pierna lesionada? Y me he acordado de Zachary Efron antes de que Wright mencionara su nombre.
-Yo también me alegro de verlo, Steve -dijo Zac, y se pasó cansinamente la mano por el pelo, apartándoselo de la cara. Notaba que Nessa lo miraba y que también observaba al capitán de la Marina.
-¿En qué estaba pensando?
-Permítame presentarle a Vanessa Hudgens –dijo Zac-. Nessa, sé que vas a llevarte una desilusión, pero, a pesar de su aspecto, Steve no es un Power Ranger vestido de blanco. En realidad sólo es un médico de la Marina. Se llama Horowitz. Responde a «capitán», «doctor», «Steve» y, a veces, incluso a «Dios».
Steven Horowitz era varios años mayor que Zac, pero tenía una vivacidad que le hacía parecer aún joven. Zac notó que miraba con atención a Nessa, que se fijaba atentamente en su pelo largo y oscuro, en su bello rostro y en el bonito vestido de flores, que dejaba al descubierto unos hombros suaves y morenos y los brazos, finos y elegantes. Vio que Steve miraba su camiseta ensangrentada y su cara amoratada. Sabía lo que estaba pensando el médico: ¿qué estaba haciendo aquella chica con él? Nada. Nessa no estaba haciendo nada. Lo había dejado más que claro.
Horowitz se volvió hacia Zac.
-He visto las radiografías. Creo que a lo mejor ha tenido suerte, pero no estaré seguro hasta que baje la inflamación -acercó una silla y observó la rodilla del antiguo SEAL mientras la palpaba ligeramente con los dedos.
Zac sintió que empezaba a sudar. Por el rabillo del ojo, vio que Nessa se inclinaba como si fuera a tomarlo de la mano. Pero cerró los ojos y se negó a mirarla, a necesitarla.
Ella tomó su mano de todos modos y se la apretó con fuerza hasta que Steve acabó. Para entonces, Zac estaba de nuevo empapado en sudor y sabía que su cara debía de parecer gris o quizás incluso verde. Soltó bruscamente la mano de Nessa. De pronto se había dado cuenta de que estaba a punto de romperle los dedos.
-Está bien -dijo por fin Steve con un suspiro-. Quiero que te vayas a casa y que guardes reposo las próximas dos semanas -sacó su recetario del maletín de cuero que llevaba-. Voy a darte algo para que duermas...
-No pienso tomármelo -contestó Zac-. Tengo... cosas de que ocuparme.
-¿Qué clase de cosas? —Zac sacudió la cabeza.
-Es un asunto familiar. Mi hermana está metida en un lío. Lo único que necesita saber es que no voy a tomarme nada que me haga dormir. Pero no tengo inconveniente en tomar algún analgésico local.
Steven Horowitz se rió con fastidio.
-Si te lo doy, no le dolerá la rodilla. Y, si no le duele, se echará a correr y acabará causándose sabe Dios qué lesiones. No. De eso nada.
Zac se inclinó hacia él y bajó la voz. Hubiera deseado que Nessa no les oyera. Odiaba tener que admitir su debilidad.
-Steve, usted sabe que no se lo pediría si no me doliera de verdad. Lo necesito, hombre. Pero no puedo arriesgarme a tomar algo que me deje fuera de combate.
Los ojos del médico eran inexpresivos, de un azul pálido, pero por un instante Zac vio un destello de calor y compasión tras su frialdad habitual. Steve sacudió la cabeza.
-Voy a arrepentirme de esto. Sé que voy a arrepentirme -escribió algo en su recetario-. Voy a darle también algo para que le baje la inflamación. Pero no abuse de ello -miró a Zac con enojo-. A cambio, tiene que prometerme que no se levantará de la silla de ruedas durante las próximas dos semanas.
Zac negó con la cabeza.
-No puedo prometerle eso -dijo-. De hecho, preferiría morirme a quedarme en esta silla un minuto más de lo necesario.
El doctor Horowitz se volvió hacia Nessa.
-Ya tiene la rodilla dañada sin remedio. Es un milagro que pueda caminar. No puede hacer nada por mejorar el estado de su rodilla, pero sí que puede empeorarlo. ¿Hará usted el favor de intentar que entienda...?
-Sólo somos amigos -lo interrumpió ella-. No puedo obligarle a nada.
-Muletas -dijo Zac-. Usaré muletas, pero no una silla, ¿de acuerdo?
No miró a Nessa, pero no podía dejar de pensar en cómo se habían llenado sus ojos de lágrimas y en el modo en que le había hecho sentirse. Ella se equivocaba. Se equivocaba del todo. No lo sabía, pero tenía el poder de persuadirlo para que hiciera cualquier cosa.
Tal vez, incluso enamorarse de ella.
Nessa detuvo el coche delante de la puerta de urgencias. Veía a Zac a través de las ventanas del vestíbulo brillantemente iluminado, hablando con el médico. Éste le entregó una bolsa y luego se estrecharon la mano. El médico desapareció rápidamente por el pasillo mientras Zac se movía lentamente hacia la puerta automática, apoyado en sus muletas. La puerta se abrió con un susurro y él salió y miró a su alrededor. Nessa abrió la puerta del coche y se levantó.
-¡Aquí! -notó su sorpresa. Aquél no era su coche. Era el doble de grande que el suyo. Zac cabría dentro sin ningún problema-. Le he cambiado el coche a una amiga unos días -explicó.
Él no dijo una palabra. Puso la bolsa que le había dado el médico en el ancho asiento delantero y metió las muletas en la parte de atrás. Se subió con mucho cuidado, levantándose la pierna herida con las dos manos para meterla en el coche.
Nessa se montó a su lado, encendió el potente motor y se apartó de la acera. Miró a Zac.
-¿Qué tal tu rodilla?
-Bien -dijo él lacónicamente.
-¿De veras crees que Dwayne va a volver?
-Sí.
Nessa esperó a que se explicara, pero él no continuó. Estaba claro que no tenía ganas de hablar. En realidad, nunca las tenía, claro. Pero, por alguna razón, la desenvoltura y la facilidad de sus conversaciones anteriores se habían desvanecido. Nessa sabía que su rodilla no estaba bien. Sabía que le dolía mucho... y que el no haber podido derrotar a su oponente le dolía aún más.
Sabía que la rodilla herida y su incapacidad para andar sin bastón le hacían sentirse disminuido como hombre. Era una idiotez. Un hombre era mucho más que un par de piernas fuertes y un cuerpo atlético.
Era una idiotez, pero ella lo entendía. De pronto comprendió que la lista que había visto en la puerta de su nevera con todas las cosas que no podía hacer no era simplemente una queja llena de pesimismo, como había pensado al principio. Era una receta. Las instrucciones precisas para lograr el ensalmo mágico que volvería a convertirlo en un hombre. Saltar, correr, tirarse en paracaídas, estirar, doblar, extender... Hasta que pudiera hacer todas esas cosas y más, no se sentiría como un hombre.
Hasta que pudiera volver a hacer esas cosas... Pero eso no iba a ser posible. El médico militar había dicho que no iba a mejorar. Ésa era la verdad. Zac había progresado todo cuanto podía... y era un milagro que pudiera caminar.
Nessa metió el coche en el aparcamiento del complejo de apartamentos y estacionó. Zac, naturalmente, no esperó a que lo ayudara a salir. Los verdaderos hombres no necesitaban ayuda.
A Nessa se le encogió el corazón al verlo sacar las muletas del asiento de atrás. Él se las colocó bajo los brazos, agarró la bolsa que le había dado el médico y echó a andar hacia el patio.
Ella lo siguió más despacio.
Saltar, correr, tirarse en paracaídas, nadar, estirar, doblar, extender...
Aquello era imposible. El doctor Horowitz lo sabía. Nessa lo sabía. Y sospechaba que, en el fondo, Zac también lo sabía.
Entró tras él en el patio y apenas pudo soportar verlo subir penosamente las escaleras. Zac se equivocaba. Se equivocaba por completo. Mudarse al bajo no le haría menos hombre. Y reconocer que tenía limitaciones físicas, que había cosas que ya no podía hacer, tampoco le haría menos hombre.
Pero empeñarse incansablemente en lo imposible, marcarse metas inalcanzables, condenarse al fracaso..., eso lo dejaría exhausto y acabaría por quemarlo. Le quitaría el último calor y el destello del ánimo, lo volvería un ser amargo, furioso, frío e incompleto. Menos que un hombre.



Buee... siento no haberles subido ayer, pero se me hizo imposible, mi hermana hizo la primera comunion y pues le hicieron una fiesta, son las 12:23 a.m y bueno les estoy subiendo recien! Espero y hayan pasado una feliz navidad! espero y todos sus deseos se cumplan! que Dios me las bendiga siempre! muchas gracias por aguantar tantos dias sin novela, por tenerme paciensia! encerio les agradesco mucho su apoyo y el apoyo que le dan a mi novela!(: aqui ando chicas para lo que se les ofresca, les dejo mi msn... wendazza04@hotmail.com por si alguna quiero conversar con migo ;D las adoro! son las mejores lectoras que pude tener ;D

4 comentarios:

LaLii AleXaNDra dijo...

EsTUVo BuEno El Capi....
PoBre ZAc, Se siente impotente...
PEro Se Da CUenta Que No Se siente solo..
:D
SigUEla pronto

dani1301 dijo...

ash..........
zac es demasiado terco
pero nessa debe dejar que sea asi
porque mas puede hacer
bueno me encanta tu nove
siguela prontito
espero que tambien hayas pasado una buena navidad
bye

이지준 dijo...

jajaja ese zac tan terco
pero tan lindo jajaja
amo tu novela siguela
me muero por saber
que pasara la amo encerio
siguela esta super
bye
:)

Unknown dijo...

nunca habia leido de alguien tan terco como el ¬¬ xD! amiga te lo he dicho y te lo vuelvo a repetir! ERES EXELENTE!
MARAVILLOSA!
AMO Y ENVIDIO COMO ESCRIBES! :D
eres genbial coo escritora como amiga y como persona (H):)

espero que sigas la novela YA! porke me morire D; quiero saber lo que pasara!

:) esoeri que te la ayas pasado genial en tu navidad

tkm wenndy!

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